martes, 30 de diciembre de 2014

Esperando el autobús


Estoy esperando el autobús. La marquesina está inundada de abundante luz invernal, pero a duras penas contrarresta el frío polar que ha congelado cada uno de los dedos de mis pies (especialmente el de en medio, que a saber por qué extraña razón siempre es el último en entrar en calor). Envío un mensaje a los niños, que están solos en casa -horror- para avisarles de que en nada llego para preparar la comida. Dicen que todo está bajo control. Mejor les creo.
Vuelvo a la marquesina, a mis falanges tiritonas y al sol que sólo calienta mi cara. De verdad que me cuesta encontrarle la gracia al invierno.

Sin proponérmelo empiezo a pensar en el año que se acaba y en el que va a comenzar. No soy de balances. Quizás porque un año solar me parece un período de tiempo arbitrario para hacer cómputo de vivencias. Quizás porque me preocupa lo que pueda ocurrir en el 2015 (aunque estoy consiguiendo aparcar angustias y exprimir el ahora). Quizás porque prefiero vivir sin objetivos que cumplir. Vale, esto último no me lo creo ni yo (véase mi manía de hacer listas de todo lo que quiero leer, ver o experimentar).

Al 2015 le pediría unas cuantas cosas, pero me temo que la mayoría no dependen de mí. En momentos como los actuales siempre me viene a la mente la Oración de la Serenidad. No he sido criada bajo ningún credo, pero religiones aparte, esta plegaria siempre me ha parecido inspiradora y la clave para lidiar con gran parte de los conflictos vitales por los que tenemos que pasar. En un orden más superficial de cosas, tampoco depende de mí que me toque la lotería y por fin pueda tener mi ático con mega patio, así que de momento me limitaré a lo que sí puedo cambiar. Para el año que viene me propongo ser mejor madre para Peque. No voy a decir que me considere una progenitora nefasta porque ya intento currarme mi ente maternal todo lo que puedo y ofrecer a mi churumbel oportunidades varias de disfrute y regocijo, pero reconozco que estas últimas semanas tengo momentos de cero paciencia y malas maneras. Por supuesto, tras una rabieta y mi mala reacción, acude rauda y veloz la la Sra. Culpabilidad sin ser invitada. Ésa que sólo contribuye a empeorar mi malestar y que yo creía controlada. Ahhh amiga, de control nanay. A la que te despistas se desmelena todo. Cierto es que no me ha tocado el niño más tranquilo, dócil y sosegado del universo, pero la adulta soy yo, y no hay vuelta de hoja. Y oye, el crío tiene sus bemoles, pero pocos hay que sean tan cariñosos, besucones y tiernos con su señora madre.

Joder, mira que hace frío, a ver si llega ya el díscolo autobús (es por no decir puto, que en una entrada de propósitos añonueviles queda feo). Por fin, ahí llega. Subo al bus y una anciana empieza a despotricar a troche y moche porque la gente no circula. Pero a ver, alma cándida, esto está petao, tengo la maletita del colega de al lado más metida en el culo que el tanga, un poquito de por favor (que conste que soy una persona considerada y respetuosa con mis mayores... pero cuando estos no demuestran ser merecedores de mi cortesía y encima van de "que-mal-está-la-juventud" me entran los siete males -y me acuerdo de una cínica poesía que una amiga les escribió a las "simpáticas viejecitas del carrito que pululan por el mercado"-). Bueno, bueno, bueno... ¿Dónde está mi espíritu navideño? Me parece que voy a tener que pulir mis propósitos e incluir una sección para los viejetes cascarrabias.

¿Por dónde iba? Ah sí... Mi lista de pendientes para el 2015. Venga, me pido sacarle provecho a mi cámara nueva y conseguir fotos molonas; llevar a Peque a patinar sobre hielo, que ya me vale no haberlo hecho aún; ensayar toooooooodas las recetas de galletas que le he copiado a mi paterno de su libro secreto y demostrarle que me salen tan bien como a él; reír más (siempre se puede reír más); no ser tan sargento con el orden (bah, eso es imposible, descartado); sentarme mejor (si me despisto acabo hecha un ocho en la silla); conseguir un minutito de meditación a la semana (si pido más me rajo fijo); ver las pelis de mi lista/leer los libros de mi lista/hacer las actividades materno-filiales de mi lista; no hacer tantas listas; buscar más momentos de solaz parejil con Mr. X (no hablo sólo de eso que estáis pensando, mentes lascivas... pero también, jeje); montar más cenas/salidas/excusas-para-quedar con mis amiguitos y partirnos de la risa con nuestras paridas. Ya paro, que esto no tiene fin. Y a ver, en el fondo no es tan complicado, sólo se trata de amar cada día que pasa y no dejar que se me escape sin haberlo aprovechado.

¡Mi parada!

Que el 2015 sea buen chico y os traiga todo lo que deseáis. Mil gracias por pasaros por aquí, a todos y cada uno de vosotros.


¡Feliz Año Nuevo!




domingo, 21 de diciembre de 2014

Recta final before Xmas


Se hace saber a todo el reino (bloguero) que mi germano padre tuvo a bien abandonar la reclusión hospitalaria esta semana pasada. Y menos mal, porque lo del contrabando se estaba poniendo peliagudo con sus últimas exigencias (bandejita de makis le tuve que llevar el domingo por la noche...).

Lo tenemos delicadito, pero al menos puede pasar las Navidades en casa, como era su deseo y el nuestro. Y amenaza con cocinar por Nochebuena, se va a resarcir de todos los días comiendo arroz pasado y pechuga de pollo deshidratada.

Por otro lado, seguimos con nuestra aventura con el Adviento. Debo reconocer que me ha sorprendido la buena predisposición de Peque ante la mayoría de las actividades que le he propuesto. Estamos apuntados a las cajitas de My Little Book Box y en general le gustan los libros pero no le entusiasman las actividades que los acompañan (para frustre de servidora). Con el calendario me he llevado una grata sorpresa. Aunque, todo hay que decirlo, alguna actividad se ha quedado en el tintero. El día que le propuse el cuadro de ceras derretidas (¡con lo que debe molar!) se le antojó que fuésemos a bañarnos. Le hacía tanta ilusión que guardé con un suspiro las ceras en el cajón y me lo llevé a la piscina. Peque aún no sabe nadar, pero nos estamos acercando mucho al día en que por fin me suelte la manita para lanzarse al agua sin ayuda.

Este fin de semana estoy cuidando a mi paterno, en Alemania, you know (o me cuida él a mí con sus delicatessen, no sé yo) y Peque y Mr. X están en casa con el resto de los niños. Me resulta extraño tener tanto tiempo libre para mí, para leer si me apetece, ir al WC sin un observador de metro diez delante de mis narices, sin una vocecita que me reclame cada dos nanosegundos... Eso de lo que las madres tanto nos solemos quejar cuando nuestra individualidad se disuelve en el universo para ir en pack de forma casi constante con nuestra prole. Y aunque tiene su gracia, será la Navidad o será que soy una mamá gallina sin remedio, pero lo echo muchísimo de menos. Mr. X me tiene al corriente de los altercados/incidentes que ocurren en nuestro hogar vía cibernética. Bendito guasap.

A las puertas de la Navidad he leído muchas entradas sobre el tema. Yo no soy ni la fan número uno ni la detractora más acérrima. Como conservo buena parte de la niña que fui, me es imposible no sentir cierto cosquilleo en el estómago al pensar en los regalos amontonados, las mesas de gala, las opíparas comidas... Pero a mitad de las fiestas ya necesito volver a la normalidad, dejar los excesos y guardar la decoración en su cajón. Las ausencias se sienten más que nunca, las notas en los abrazos apretados y en el brillo de los ojos de tus personas queridas durante un brindis.

Vuelvo la vista atrás en el tiempo y veo a una niña cantando villancicos en francés, emocionada por tener junta a la familia y deseando que bajo el árbol esté el teclado electrónico que ha pedido.

Miro hacia delante y aunque a ratos me canse toda la parafernalia navideña, Peque se merece vivirlo con esa ilusión que me regalaron mis padres, así que a ponerse las pilas, que Mariah ya suena en la radio y pienso ponerme las botas llorando con Love actually.


¡Feliz Navidad!




viernes, 12 de diciembre de 2014

Contrabando germano


Me cuesta saltarme las normas. Siempre me ha ocurrido, tengo asumida mi naturaleza sumisa... aunque eso no quita que de vez en cuando me tome mis licencias. Esto me recuerda los ímprobos esfuerzos de mi amiga V por hacer de mí una delincuente. De jovencitas, a ella le gustaba colarse en el transporte público, hacer algún simpa, dar el cambiazo a las etiquetas de los productos a la hora de pagar... Yo era incapaz. Un día me animó a decirle a la que cobraba en el bar de la facultad que lo que llevaba entre mis manos era un cortado en vez de un pedazo de carajillo de Baileys para ahorrarme unos centimillos y lo intenté. Se me debió ver a la legua la cara de culpable, y cuando la mujer me señaló que el camarero le estaba chivando que de cortado nada, que era un caraja como la copa de un pino, quise fundirme cual casquete polar.

Lo chungo viene cuando el que te incita a infringir la norma es que el que siempre te ha llevado por el camino de la rectitud. El que viene siendo mi padre. Resulta que el hombre ya está en planta y no soporta la comida que le sirven (normal, esos platitos no huelen cuando levantas la tapa, hieden), ergo anoche cogió su móvil y sin miramientos me llamó eligiéndome como ejecutora de su plan. Tras tomar nota del recado colgué circunspecta y acto seguido llamé a Mr. X para convertirlo en cómplice de la misión. Después de hacernos con el material solicitado en un garito que frecuentamos, cargamos la mochila y fuimos a la clínica, en la cual entramos con mucha sangre fría aparentando normalidad. Conseguimos franquear las barreras enemigas (era el turno de las enfermeras chungas) y al fin llegamos a la habitación de mi paterno sin contratiempos. Cuando le pusimos el objeto de su deseo en las manos, los ojos le hacían chiribitas. Me pregunto cuánto nos puede caer por contrabando de una barra de pan crujientita…

Además del botín le llevé un bloc de dibujos de Peque que nos habían dado en el cole. Quería que viese uno en concreto que nos proporcionó a los padres de la criatura un buen rato de risas. La colección de ilustraciones era de los eventos más representativos de estos últimos meses. Cuando se reincorporó a la escuela tras el descanso estival, le pidieron a mi churumbel que dibujase dónde había pasado las vacaciones. Él se entregó al trabajo y plasmó la casa de mi padre, con el jardincito, la bañera de hidromasaje que adora… Y debajo, escrito por la profe, ponía: “Este verano hemos ido a Alemania”. Me pregunto qué pensarán las maestras cuando el crío cuenta las bondades de la tierra de su abuelo, con ese pedazo de clima, ese solazo y esas playas alucinantes… de la Costa Brava. Porque mi padre sigue viviendo a una hora de nuestra casa. Es lo que tiene que siempre esté conectado el satélite alemán al televisor y allí el niño se empape de cultura germana.

Y hablando de tele. Empiezo a preocuparme por las horas que invierte mi niño delante de la caja tonta. Ayer, al llegar por la noche a casa, yo no encontraba las llaves y Peque cogió un palito que llevaba en la mano, lo usó a modo de varita mágica señalando la puerta y soltó: “Esto lo arreglo con un toque de Vanish”. Houston, tenemos un problema.



Bonus track: Todavía tengo el volcán-tomate secándose en el horno. Igual para el Adviento del año que viene lo podemos pintar.









                                 


martes, 9 de diciembre de 2014

U2 y el Adviento


Antes que nada, gracias. Mil gracias a todos lo que os habéis preocupado por nosotros y nos habéis mandado mensajes a través de todas las vías posibles. Me he sentido tremendamente acompañada estos días.

Normalmente los posts salen casi solos, tengo una idea que me ronda, sucede algo gracioso, me planto delante del ordenador y dejo fluir las palabras. Ahora me cuesta un poco más. Pero diré que esta experiencia, aunque toque fibras sensibles de mi ser y provoque a ratos tristeza y desasosiego, también me hace sentir otras muchas cosas buenas. Justo ayer retomé un libro que había dejado a medias para acabar otro. Se trata de “Sano y salvo” de Juan Gervás
Veo claro que tenía que leerlo en estos momentos. Me acerca a una visión de la vida (y de la enfermedad y la muerte) con la que comulgo totalmente. Rumio sus reflexiones y tomo nota de lo que no quiero olvidar: “¿Murió? No, acabó, que empezó a morir cuando nació… Nacemos y morimos cumpliendo un anatema vital, lleno de oportunidades de disfrute incluso en los últimos momentos. Así, una música o sonido preferido, una mano cariñosa, un beso cálido, una palabra sentida, un olor agradable y/o conmovedor, una caricia sensual, una lágrima amiga, una broma tonta y risueña, etc. […] La salud tiene muchos grados. La salud no es una variable dicotómica en la que sólo quepan el sí y el no. La salud tiene variaciones y modulaciones, altos, bajos y extremos. Si somos humanos, la salud tiene siempre un grado compatible con la enfermedad y la muerte. La salud no es un estado perfecto, sino posible y cambiante”.
Y así andamos, adaptándonos a los cambios. Una cosa está clara, a cabezota y tenaz no le gana nadie a mi padre. Y yo creo que se ha propuesto cocinar la cena de Navidad. Por cierto, U2 es la unidad de cuidados intensivos en la que está mi padre. A Mr. X y a mí nos pareció un buen augurio por ser fans de la banda de Bono. Veremos.

Una de las consecuencias del proceso en el que andamos inmersos es que las rutinas se resienten, y Peque no acaba de entender que tengamos que ir y volver del hospital continuamente. Asociado a ello, anda en modo ogro casi todo el día. Sé que parte de su mal humor es una expresión de todas las eventualidades vividas, sé que debería tener más paciencia, sé que debo dejar de tirar por la vía rápida de las órdenes y la poca empatía. Lo sé, y sigo tropezando. En fin… poco a poco.

Eso sí, aquí la menda se ha currado el Calendario de Adviento propuesto por la Parrulina, y trato de encontrar un rato al día para las actividades. Bueeeeno, vaaale, no todo han sido actividades. Mea culpa, una noche delegué en Mr. X la tarea de pensar algo para el día siguiente y por la mañana me levanto y me encuentro un polvorón metido a presión en la casita. Si es que… (para ser ecuánimes admitiré que yo también tiré de golosina un día –piruleta de chocolate made by Mr. X-).

A estas alturas podemos hacer una valoración de algunas de las actividades realizadas. Las guirnaldas de palomitas fueron un exitazo. Los hermanos de Peque se sumaron a la cadena de montaje y acabamos en una horita. Lo malo es que no se puede esperar que esas guirnaldas sirvan de decoración porque a la hora de fabricación ya habían desaparecido entre las fauces de los niños (y te encuentras palomitas hasta en las bragas durante dos días).

La otra actividad a la que le tenía ganas era la pasta de sal. Mi padre hacía figuritas con esta pasta cuando yo era pequeña y le quedaban de alucine. Si rescato alguna foto del baúl de los recuerdos la pondré por aquí. En un vano intento de emular aquellas obras de arte, ayer Peque y servidora le dimos a la masa. Bueno, en fin, para qué dar detalles… Yo hice un muñequito de nieve y una serpiente (deformación profesional) y Peque hizo un monigote de nieve –picasiano- y un mamotreto de medio kilo de pasta que no va a secar en la p..a vida que primero dijo que era un volcán y después un tomate. Prometo fotos en cuanto tenga un rato. Ya me estoy preguntando cómo deshacerme de ese artefacto sin que se dé cuenta…




viernes, 5 de diciembre de 2014

Encontrar la sonrisa


Lo miro, dormitando en su cama de hospital, respirando con dificultad, y entreabriendo los ojos para echarme un vistazo y soltar algún taco.

Lo miro, y sigo viendo al hombre grande que me ha criado, echado alguna bronca y enseñado a nadar.

Lo miro y a veces llegan lágrimas a mis ojos, y otras sonrisas a mi corazón.

Cuando nos enfrentamos a la enfermedad y la muerte, parece que todo nuestro ser debe sumergirse en la pena y el dolor. Pero hay lugar para la sonrisa. Y por suerte, con un hijo pequeño es casi una obligación.

Hoy le explicaba a Peque que debe tener un poco más de paciencia conmigo de la habitual. A veces estoy algo ausente, cascarrabias o con pocas ganas de jugar. A veces él está más quejicoso, irascible y respondón. Al fin y al cabo estamos en el mismo barco, y cada uno muestra su pena y desconcierto como puede. Pero no quiero que Peque se quede sólo con eso, así que al final he obligado a mi cara a sonreír y le he hecho unas cosquillas. Y verlo reír a carcajadas en mis brazos ha hecho que la falsa sonrisa inicial cobrase vida y me alegrase el alma.








miércoles, 3 de diciembre de 2014

Memoria


Cada vez entiendo mejor a la gente mayor. Hablo de cuando son capaces de explicarnos con pelos y señales batallitas de la infancia y se olvidan de lo que han comido hace dos horas. Así soy yo.

El cine lo ejemplifica a la perfección. Conozco mucho mejor los actores, directores y títulos de pelis de hace veinte años que los de ahora.

Eso me lleva a la terrible deducción de que tengo una caca de memoria. Terrible por muchas cosas, pero principalmente, porque es un golpe bajo para mi amor propio. Resulta que con catorce años vino una psicóloga al cole, nos hicieron una par de tests y yo obtuve resultados de casi superdotada (vale, igual exagero una miajilla, pero me pintaron un panorama muy halagador). Entre otras virtudes, exaltaron mi memoria. Pero ahhh, amigo, memorias las hay de muchos tipos. Dame un tocho de cincuenta páginas y lo memorizo en dos días, pero no me preguntes nada de lo que explica diez meses después porque no podré evocar ni el color del papel. Y ese es el quid de la cuestión. Todos los cracks que conozco en mi profesión son personas que retienen información ingente durante años bisiestos y más allá. Mr. X inclusive (y él aún tiene más depurado el sistema, porque memoriza exactamente aquello que le interesa, pero no le pidas que enchufe el lavavajillas cuando salga de la cocina porque NO lo recordará en un noventa y cinco por ciento de las ocasiones).

Espoleada por el informe psicológico, acepté con humildad mi más que probable genialidad y pensé que mi futuro académico estaría jalonado de premios y éxitos diversos. Un sólo año en la facultad me valió para sacudirme las gilipolleces de encima. Que una cosa es retener cuatro teorías de las clases de filosofía de insti y otra muy diferente empollar de pe a pa Anatomía Veterinaria I (de la II ya ni hablamos). Y qué coño, no sólo de memoria vive el genio. Digamos que en pensamiento lógico y deductivo ando más perdida que Wally en una convención de gondoleros (y aquella borrachera de juventud debió matar selectivamente a las dos neuronas que tenía de guardia para esos menesteres). Como le decía a Matt en su blog, el mundo se habría quedado anclado en la prehistoria de haber dependido de seres como yo.

Así pues, he asumido que tengo mala memoria. Si quiero que una información cale en mi maltrecho cerebro tengo que repetirla como un mantra día sí, día también. La que dejo de usar durante unos meses, es absorbida por el agujero negro que debo tener al lado de las neuronas etílicas del pensamiento deductivo.

Acabo de darme cuenta de que no sé a santo de qué escribía yo esta entrada...



lunes, 1 de diciembre de 2014

Si te toco tú me tocas


Extraño título de post, ¿eh? Quizás alguien ya lo haya pillado (has estado en el agujero, pillín...).

Todo tiene su explicación, no preocuparse.

El sábado por la mañana me levanté con cosquillas en el estómago, inequívoca señal de que la expectación dominaba mi ser. Motivo: la despedida de soltera. Que vale, ya estoy casada -hace siete meses para ser exactos-, pero es lo que tiene hacer todo en mi vida sin orden ni concierto (mucho más divertido, dónde va a parar). Primero me arrejunto, luego tengo un hijo, más tarde me caso legalmente, después lo celebro con un bodorrio, y para rematar la jugada, me voy de despedida.

Debo decir que cierto remordimiento me corroía, porque Peque no acababa de entender que me pirase todo el día de fiesta, pero una vez dejé a mi churumbel en manos de su padre me desentumecí la espalda, sacudí la melena y me encaminé a disfrutar de mi día, que buena falta nos hace dedicarnos a nosotras mismas de vez en cuando.

En una parada de metro me esperaba mi amiga A para llevarme al primer destino de la jornada. Debo decir que me olía hace tiempo el sitio al que me llevaba. Por una parte porque yo había insinuado que me apetecía muchísimo ir allí, y por otra porque me avisaron de que me llevase bañador. No hay que ser Sherlock precisamente... Los árabes nos dejaron muchas cosas maravillosas en la ciudad, pero lo mejor, a mi parecer, los baños termales. Qué cosa, qué relax, qué calma, qué té más rico... y qué pesao el tío que nos hacía callar cada dos por tres. El hombre tenía razón, pero claro, seis chicas sueltas no callan ni debajo del agua (nunca mejor dicho). Al final bajamos las revoluciones y flotamos en silencio las unas junto a las otras como cuerpos en suspensión en una peli de ciencia ficción. En serio, esto tengo que hacerlo por lo menos una vez al año. ¡Me relajé tanto que me di cuenta de que no pensaba en nada! Con el tiempo que llevo tratando de conseguirlo con la meditación...

Cuando la campanilla nos avisó de que nuestro tiempo de relajo se había acabado nos fuimos a los vestuarios a ponernos monas y hacernos setenta fotos en todas las poses cuquis conocidas. Hermosas, relajadas e hidratadas nos fuimos a la siguiente parada. Ya eran casi las cinco y no habíamos comido, así que nos fuimos a merendar a un restaurante del centro donde nos esperaban dos amigas más. No me esperaba que me llevasen allí, ¡qué recuerdos! Siempre comíamos en ese lugar cuando estudiábamos juntas en la biblioteca. Preparan unas recetas vegetarianas espectaculares. Y el ambiente es cálido y agradable a más no poder.

Una vez llena la panza la modorrilla empezaba a adueñarse de mi body... pero enseguida nos tuvimos que activar de nuevo para llegar al siguiente hito en el camino. Que en realidad era un plan B decidido en el último minuto por culpa de la meteorología. El plan A era una ruta esotérica por la ciudad (que eso habrá que hacerlo, porque mola mil). Pero qué queréis que os diga. Benditos rayos y centellas que nos llevaron al plan B, porque aquí una servidora se lo pasó de lujo en el agujero. Pero un agujero molón, nada de socavones de obras u otras oquedades misteriosas.

Era EL agujero.

Mis amigas del alma me llevaron a ver The Hole 2 y yo me reí, me emocioné y me divertí como hacía siglos que no me ocurría con un espectáculo. Algo había oído sobre la función, pero hay que ir al agujero para saber cómo es. Y dejarse llevar por sus movidas (de ahí el título del post). No os explico mucho, porque lo chulo es ir y sorprenderse.

Para rematar la velada me llevaron a cenar a un tailandés exquisito. La tertulia postpandrial fue de todo menos aburrida. A mí se me ocurrió mentar las cremas de rejuvenecimiento genital que tan famosas se están haciendo (hasta en las Nonabox las incluyen, de piedra me quedé cuando nos lo explicó Drew) y atribuladas comenzamos a preguntarnos por la tersura y coloración de nuestros bajos... pero claro, sin comparar, una no sabe si lo suyo está lozano o chuchurrío como una lechuga pocha, y llegamos a la conclusión de que teníamos que hacernos unos selfies para poder tenerlo claro. Selfies no faciales, se entiende. No preocuparse de nuevo, no hubo ovarios. Casi mejor no conocernos tan bien.

Estoy planteándome casarme de nuevo por el rito zulú o lo que sea. Porque con el planazo que me 
prepararon mis amigas yo quiero una despedida al mes como poco. He dicho.

Y gracias, amigas. ¡Sois las mejores!








miércoles, 26 de noviembre de 2014

My Little Pony


Fui una niña de todo menos precoz. Mientras muchas crías de mi edad empezaban a preocuparse por su estilismo y por cómo atraer al sexo opuesto, yo seguía feliz con mis muñecas y fantasías infantiles. Tanto es así que me recuerdo jugando con muñecas hasta pasados los trece de largo. Ahora creo que tienen más prisa por crecer y quemar etapas (me he sonado a mi madre hace veinte años... esto ya no tiene remedio).

El caso es que con unos doce años, no lo recuerdo bien, le pedí a mis padres para Navidad el establo de Mi Pequeño Pony. Lo quería por encima de todas las cosas. Y hay una cosa que debéis saber de mí. Las sorpresas me ponen espídica. Con la edad he aprendido a controlarme, pero durante años, uno de los pasatiempos favoritos de mi padre era ponerme un paquete delante y decirme que no lo podía abrir. Sadismo, le llaman. Yo notaba un sudor frío en la espalda, taquicardia, me retorcía las manos y empezaba con la cantinela: "¿qué es?, ¿qué es?, ¿qué es?". Al final me dejaban abrirlo para no oírme más.

El caso es que esa Navidad inspeccioné todos los sitios donde mis padres solían esconder los regalos (muy mal, lo sé, pero no era dueña de mi ser), y no encontré el establo. El día D, mi madre me hizo una especie de gincana para llegar al regalo estrella. La muy maquiavélica había encontrado el escondite perfecto. Había descubierto por casualidad que los escalones de madera que conducían a su estudio eran de quita y pon. Y allí lo había escondido. Y sí, era el establo.

Resulta que exceptuando los destrozos típicos y tópicos de la primera infancia yo siempre he sido muy cuidadosa con mis cosas, y el establo y otros cuantos juguetes han llegado indemnes al presente. Cuando tuve a Peque y advertí sus gustos en lo que a tiempo lúdico se refiere ya decidí separarme de mis Nenucos, Tiritones y otros bebuchis que a él plim. Los llevé una Navidad a una recolecta solidaria. Aún así me quedé con las joyas de la corona, entre ellas, el establo, pensando que unos tiernos ponys podían ser objeto de su deseo algún día.

Por fin, este finde, saqué el establo del altillo (bueno, lo sacó Mr. X, que para algo es el alto de la familia). Con toda la ilusión del mundo le enseñé a Peque mi tesoro. Dos flamantes ponys, un minino plasticoso encantador, un establo, y todos lo enseres deseables (vestiditos, cepillos, gorras, bridas...). Peque lo miró un rato. Examinó las posibilidades. Barajó opciones. Me emuló con el cepillo (y casi deja calvo a mi pobre pony lila). Y al fin supo cómo manejarse.

Cinco minutos después los ponys subían al camión más grande y ruidoso de Peque para ser deportados a tierra lejanas (AKA el salón) en una aventura pasillística llena de altercados.

Hombres.

                                               





lunes, 24 de noviembre de 2014

Postales desde el filo

Una postal en mi nevera. De un pequeño rincón del mundo. De una plaza de pueblo como tantas.
La postal ha empezado a amarillear con el paso del tiempo. Los otros adminículos imantados que adornan el frigorífico cambian periódicamente.
Pero la postal permanece.
La mayoría de veces ni siquiera la veo de verdad, forma parte de ese universo tan conocido que ya no llama la atención.
Hoy me he despertado triste y melancólica. A veces pasa. Y la radio no ha hecho más que intensificar ese estado de ánimo con sus canciones mustias de día de lluvia. Poco apropiado para un sábado por la mañana. Quizás el locutor también se ha despertado taciturno.
Cojo las naranjas con desgana y exprimo su jugo. Lleno un vaso, me apoyo en la encimera y mis ojos van a posarse en la postal. Está torcida. Al enderezarla se cae... Y al recogerla leo el reverso. Apenas cuatro frases. La letra de mamá. Me la escribió cuando se fueron a vivir al sur papá y ella. Me escribía a menudo para que tuviese correo en el buzón. Para que no fuese tanta la distancia que nos separaba.
Pienso en mi madre cada día. Lo que le diría, lo que le preguntaría, lo que me preguntaría ella a mí. Ya comienzan a ser muchos años los que lleva al otro lado. Se quedó sin ver tantas cosas… Lo principal, su nieto. No puedo detenerme mucho en ese pensamiento sin que el dolor sea físico.
Pero también otros acontecimientos. ¡Un presidente negro en EEUU, mamá! ¡Como en 24! O las nuevas tecnologías: whatsapp, el FB, mi blog... Me tendría todo el día pendiente del móvil entre chistes, reflexiones y mensajes de amor.
Sí, a veces pasa. A veces dos personas conectan a la perfección. No fue inmediato, requirió tiempo, confidencias, alejarnos de la terrible adolescencia... Pero al final lo logramos. Me veía entrar por la puerta y ya me sabía triste, contenta, decepcionada o esperanzada. Y lo mismo me ocurría a mí.
Cuando se fue me sentí amputada. Nunca más nadie iba a entenderme como ella, habíamos construido un mundo de complicidad que se desmoronó en un instante.
No me equivoqué, pero he aprendido a vivir con ese dolor fantasma.
Solo que lees unas frases en una postal, y de repente vuelves a sentir la inmensidad de ese amor.




PS: "Postales desde el filo" es una película que habíamos visto juntas varias veces. De las que saboreas. Meryl Streep y Shirley MacLaine. ¿Qué más se puede pedir?




viernes, 21 de noviembre de 2014

Personalidad múltiple

Estos días, por circunstancias inconexas, he pensado en diversas ocasiones en las diferentes profesiones que he deseado tener a lo largo de mi vida. Podría haber sido...

-Traductora oral de las Naciones Unidas. Es la primera profesión que recuerdo haber mentado. Desde bien pequeñita lo decía así, tal cual. Ni pajolera idea de dónde lo saqué (sospecho que quizás Mafalda tuvo la culpa). Lo cierto es que los idiomas no se me dan mal del todo, pero a mí el porno me ha hecho mucho daño y ya no puedo nombrar esta profesión sin que imágenes lujuriosas inunden mi mente.

-Azafata. Eso fue sobre los doce-trece años. Por el gustazo de viajar. En aquella época alguien me dijo que los miopes no podían acceder a esta profesión y quedó descartada. Después eso dejó de ser una limitación (a no ser que seas Rompetechos, claro está), pero sí lo es la estatura, y como yo vengo directa de la Tierra Media, me hubiera quedado con las ganas. Con lo poco que me mola hoy en día subir a un avión, como para haberme dedicado a ello.

-Actriz. Mi pasión adolescente. A puntito estuve de entrar en el Cecc, pero a ultima hora decidí probar con la veterinaria y lo demás es historia. Sigue volviéndome loca el cine, pero dudo mucho que hubiese sido buena actriz. Es pensar en un casting y me dan los siete males. Quizás como directora... En otra vida será.

-Psicoterapeuta. Cuando tocaba rellenar el papelito antes de la Sele dudé mucho entre veterinaria y psicología. Me gusta mi profesión y no me arrepiento ni un segundo de haberla escogido, pero creo que habría sido buena psicóloga. Me gusta escuchar a la gente. Me fascina la mente humana. Aunque todos los psicólogos que conozco dicen que su facultad estaba llena de pirados y que la mayoría estudia esa carrera para solucionar sus neuras. No sé en qué lugar me deja a mí esa teoría...

-Criminóloga. Una rareza que me dio durante un tiempo. Leyendo lo que explica Opiniones Incorrectas lo hubiera dejado sí o sí.

-Detective privado. Me flipa investigar, buscar información, encontrar algo que permanece oculto. Pero me temo que ahondar en las miserias humanas ahora no me parece tan glamuroso. Aún recuerdo como para demostrar el alcoholismo de un trabajador de mi padre, la empresa contrató a un detective para que lo siguiera de bar en bar. Por otro lado, disto mucho de tener la perspicacia de Sherlock Holmes (y eso que me encanta probar a adivinar sobre la vida de los demás echándoles un vistazo y poder deducir, por ejemplo, que alguien es ingeniero en telecomunicaciones por una mancha de ketchup en la solapa de su abrigo… pero no, nunca llego muy lejos).

-Científica marina. Es que Jacques Custeau era mucho Jacques Custeau... Me disuadió el hecho de que la carrera no se impartiese en mi tierra y que se tocase poca biología marina, demasiada física para mi gusto.


Y en realidad la lista podría seguir… fotógrafa, patinadora, médico, pianista… Lo dicho, personalidad múltiple. Al final van a tener razón los psicólogos.






miércoles, 19 de noviembre de 2014

Organización caprina


He llegado a la conclusión de que ser bloguera y seguir (ni que sea escasamente) las redes sociales no es sano. Y eso que no tengo ni Instagram ni Pinterest. Y no porque no me molen, es que me conozco y me acabaré paseando por esos lares cibernéticos de Dios queriendo abarcarlo todo... y no pué sé.

Crochet (o el ganchillo de toda la vida), scrapbooking, pastelería creativa (fondants, cupcakes, popcakes y la-madre-que-los-parió-cakes), manualidades, experimentos, libros para Peque, libros para mí, cocina sana, hábitos de vida saludables, crianza... Y mantenerme al día de las novedades de mi profesión, of course. Demasiados inputs, demasiadas cosas que quiero hacer y muy pocas horas para llevarlo a cabo...

Pero claro, una ya está metida en el berenjenal, y hasta las trancas. Por un lado, me he liado a seguir a Parrulina y su molón calendario de adviento. Resultado: me esperan largas noches de recortar y pegar (de momento estamos fracasando en este particular, el sueño está ganando por goleada). Suerte que ella nos da ideas para el relleno... A ver si logro finalizarlo, pa mí que va a quedar chulo.

Por otro lado... ayyyy, por otro lado. A puntico he estado de rajarme, pero al final he caído (no sé ni cómo, todo sea dicho). Siguiendo la estela de Trax, que ha pensado en mí para este reto bloguero, heme aquí haciendo el cabra. Que os sea leve.

1.- Dibuja y adorna en un folio el nombre de tu blog.
Hecho. Dibujado vaya, adornar no ha podido ser.

2.- Saca el móvil y mientras grabas dicho folio:
 
a/ Pon de fondo tu canción favorita
Una de ellas… “Sweet dreams”, de Eurythmics.
 
b/ Canta la canción de Don Melitón (para los paganos: "Don Melitón tenía tres gatos, que los hacía bailar en un plato y por las noches les daba turrón, que vivan los gatos de Don Melitón").
La primera vez en mi vida que la escucho. Pagana total.

c/Nomina entre cinco y diez blogs.
Dejé de nominar hace tiempo, y sé que con este premio me lo vais a agradecer. :)

3.- Sube el video a tu blog.
Ains…



                                         


4.- Ahora sube la foto de una cabra que te guste.

                                         

                                                         Imagen sacada de aquí



Esta entrada se autodestruirá en cinco, cuatro, tres, dos, uno...






 
 

martes, 18 de noviembre de 2014

La nit del lloro

Traducción: la noche del loro.
Significado: no poder disfrutar de tu bien merecido descanso nocturno por causas de lo más dispares, entre ellas, ser madre.

9:45 de la noche. Acompaño a Peque a la cama. Mi primera intención es levantarme después de que él se quede sobado para barrer, fregar, tender una lavadora, mirar cuatro cosas del ordenador y atacar mi calendario de adviento. No exagero, palabrita que todo eso tenía yo en mente.

9:55 de la noche. Peque y la menda roncamos acompasados en una sinfonía a pierna suelta.

00:15 de la madrugada. Noto movimientos de anguila a mi vera. Mal asunto. Cuando Peque se retuerce de esa manera es que algo le ronda. Como no se desvela trato de volver a los brazos de Morfeo. Estoy casi llegando a mi mundo onírico particular cuando noto que Peque se pone de rodillas y solloza. Ay. Le pregunto si tiene sed y gimotea que no. Pruebo con el pipí, tampoco. Investigo si le duele algo y bingo, pupa en la tripa. Lo sabía. Sabía que no era bueno que se metiese entre pecho y espalda medio bote de pepinillos en vinagre durante la cena. Lo tranquilizo y le hago un sana-sana mientras noto como el sueño me encandila con su dulce canto de sirena... Peque se calma y se duerme.

00:30-1:30 de la madrugada. Patadas varias por el consabido movimiento de anguila. Peque mete a menudo sus pies bajo mi culo. Parece que mi trasero funciona de radiador humano a las mil maravillas. Pero dormir con dos protuberancias saltarinas ahí abajo no facilita mi misión: dormir. Cada vez que estoy a punto de caer frita, patadita. Estas pataditas no me encandilan tanto como las que recibía del mismo individuo cuando habitaba en mi útero. Será porque el crío mide casi metro diez.

2:00 de la madrugada. Peque se vuelve a incorporar gimiendo. Le toco las manos y noto un sudor frío. ¡Alerta máxima materna! ¡Se avecina un vómito! Le pregunto si quiere vomitar y me dice que nota una cosa rara en el cuello y pone cara de asco. ¡Los pepinillos! ¡Mi colcha recién lavada! Me lo llevo en volandas al WC y lo pongo de rodillas para que expulse el material a un contenedor más adecuado que mi catre. Pero no sale nada. Falsa alarma. Me dice que si tiene ganas ya me avisará. Ja. Me pillo una toalla y para relajarlo cojo un pelín de colonia para pasársela por la frente. Le pregunto si se siente mejor y berrea cerrando un ojo. Menuda puntería, le he echado colonia en la córnea. Suspendida en Técnicas Básicas de Apaciguamiento Infantil. Vaya crack. Una vez se volatiliza el alcohol del lucero de mi niño, volvemos a la cama.

2:30 de la madrugada. De nuevo Peque se arrodilla. Rápida como el rayo paso del sueño a la vigilia en cerocoma y coloco la toalla de Buzz Lightyear de receptáculo para el vómito. Peque abre los ojos como platos, me mira y me dice: "¿Pero qué estás haciendo?". Su asombro lo dice todo, aquí no hay vómito ni hay ná. Me da la risa floja y se la contagio a Peque, que empieza a reír carcajada limpia y acaba en llanto antológico. Nueva sesión de mimos para relajarnos ambos dos.

3:00-4:00 de la madrugada. Pataditas varias. Pieses en el culo.

4:00-7:00 de la mañana. Estoy tan sobada que no me entero de nada.

7:00 de la mañana. Suena el despertador para ir a la piscina. ¿Qué hago? ¿Voy? ¿No voy? ¿Duermo un poco más? Mientras lo pienso me doy cuenta que estoy del todo despierta y con dolor de huesos. La piscina gana.


Veremos qué pasa esta noche...




martes, 11 de noviembre de 2014

Por amor

Los fines de semana que están los niños de Mr. X en casa son caóticos. La experiencia es un grado, y con los años he aprendido que las familias numerosas tienden a la entropía, con su desorden asociado, sus gritos entre adolescentes y sus peleas por un boli o el Rimmel de turno. Peque, claro está, acusa estos cambios tanto o más que yo. Por un lado está feliz de tener a sus brothers en casa (y ellos lo están de verlo), pero al mismo tiempo ha de compartir cosas que habitualmente disfruta en solitario, renunciar a ciertos placeres y asumir que sus hermanos, que son mayores y tienen otras responsabilidades, no pueden estar por él tanto como querría. Si a eso le sumas un hermano preadolescente y chinchón, el drama está servido.

Viernes por la noche. Peque va de rabieta en rabieta como en el juego de la oca. Mr. X y yo, que acumulamos el cansancio de toda la semana, estamos agotados y con la empatía en la Conchinchina. El hermano de Peque lo provoca para que salte. Me cabreo con él y con Peque, que con la tontería lleva dos horas de berrinche. Al terminar de cenar y desde un reposo relativo, consigo ver por fin la escena con cierta perspectiva, y en vez de pegar un berrido, le digo a un compungido Peque que se acerque y me cuente su tragedia. Él me narra el rifirrafe y le acaricio la cabeza, que apoya en mi regazo. Veo un niño cansado, excitado, contento, triste, al límite de sueño... Se calma y lo sigo acariciando. Me observa y susurra:"Te quiero". Nos miramos, nos entendemos. De pronto le cambia el semblante y empieza a llorar con un sentimiento distinto. Le pregunto porque llora ahora y dice: "De amooooor". Flipo unos segundos, repito la pregunta y sí, he oído bien, ¡llora de amooooor!

Tras un pequeño descojone por la sorpresa, me di cuenta de que le entendía perfectamente… Esos sentimientos de emoción extrema, de saber que amas a alguien y que ese amor es correspondido… pero me sorprendió hasta el infinito que él pudiese resumirlo con tanta precisión en una sola palabra. Es cierto que soy mucho de hablar y verbalizar lo que nos ocurre. Me gusta decirle a Peque que lo quiero, así, con todas sus letras. Mi madre lo hacía conmigo y sus palabras siempre me acompañaban y reconfortaban. Aunque, curiosamente, de más mayor me costaba mucho decírselo, me sentía vulnerable, desnuda... Ya no quiero repetir ese error, por lo que ahora trato de manifestarlo cada vez que lo siento.

Si consigo que Peque siga hablando así de sus sentimientos, no tengo duda alguna de que voy a hacerle un favor enorme a mi futura nuera. Menuda responsabilidad esto de educar emocionalmente a los hombres del mañana…




lunes, 10 de noviembre de 2014

De colmillos y estrellas lejanas


En algún recoveco de mi interior aún habita ese ente cinéfilo que solía ser. Y este finde le he dado de comer.

Cuando vivía con mis padres, en alguna ocasión lo he comentado, hacíamos auténticas maratones de cine. En dos días podían caer diez pelis, para todos los gustos. Mamá escogía terror, drama o comedia. Papá, acción, y yo, lo que me echasen. Así le acabé cogiendo el gusto a casi todos los géneros (los musicales siguen sin ser mi fuerte aunque sienta adoración por "Jesucristo Superstar").

Este sábado hubo conjunción planetaria y confluyeron todos los elementos para proporcionarme unas horas de disfrute. Problema: me molaban dos pelis. A una ya le había echado el ojo: "Drácula, la leyenda jamás contada". La otra necesité verla tras leer este post de Desmadreando hablando de "Interstellar" (ojo, es una entrada-spoiler toda ella, si la queréis ver no la leáis todavía).

El Universo ha sido generoso en esta ocasión y pude permitirme el lujazo de ver las dos. Habrá a quien le saturen tantas horas de visionado, a mí, con el mono que llevaba, se me hicieron cortas.

"Drácula" la vi solita. En la sala éramos máximo siete personas, no debe haber triunfado mucho. Yo es que con las pelis de vampiros no soy nada objetiva. Me las trago todas desde que a mis tiernos quince años la versión de Francis Ford Coppola provocase el inicio de una obsesión por esta temática. Todo lo que tengo de ferviente admiradora del séptimo arte lo tengo también de mala crítica de cine, así que intentaré resumir mis impresiones, pero no prometo que mi análisis sea nada del otro mundo.

Simplificando mucho, a mí me ha parecido más una peli de superhéroes que otra cosa. Lo cual no tiene porque ser negativo... si te van las pelis de superhéroes. A su favor, el protagonista, que está más bueno que el paté la Piara. Y un villano que borda su papel. Los efectos especiales no están mal (un poco del montón). En su contra, la historia... endeble. Pero ese es el problema, que a mis dieciséis me empollé "Conde Dracula, historia y leyenda de Vlad el Empalador", de Ralf-Peter Märtin (con la intención de escribir una novelilla) y que me lo presenten como padre amoroso arrepentido de sus años de salvajadas, no cuela. Ese tío lo que era es un psicópata como la copa de un pino. Pero esa, como suele decirse, es otra historia, y ya sé que es tontería ir a ver una peli así buscando visos de rigor histórico (ni lo pretendo). No salí decepcionada, para mí fue un buen rato de entretenimiento porque sabía lo que iba a ver.

“Interstellar” la vi con el hijo mayor de Mr. X (todos los demás tenían planes). Me gusta pasar rato a solas con cada uno de los niños. Nos permite hablar de cosas que normalmente no salen por el frenesí de nuestras rutinas, y hacer crecer los lazos que nos unen. Nos lo pasamos pipa, vaya. Y eso que el peliculón (porque es un peliculón) dura tres horas. Por dar una pinceladita del argumento, lo que nos plantea la cinta es que la Tierra se está yendo al garete y hay que darse patadas en el culo para buscar una solución, que en este caso pasa por subirse a una nave y cruzar el firmamento en busca de otro planeta habitable. Como dice Desmadreando, se tratan un montón de temas complejos e interesantes, de los que te remueven por dentro. Ahí noto yo que lo que acabo de ver es genial, cuando me paso días dándole vueltas, examinando los detalles, planteándome dudas y dilemas, saboreando las escenas... Y con ganas de verla otra vez para captar todos los matices.



Ya estoy deseando volver a notar esas mariposas en el estómago cuando se apagan las luces y se enciende el proyector...






viernes, 31 de octubre de 2014

Malas influencias

"Mami, me he vestido completamente solo".

Esa frasecilla de Peque me dio que pensar. Rebobinando un poco y rememorando otras expresiones que me han impactado al salir de su boca me he dado cuenta de hasta qué punto su forma de hablar es reflejo de la mía. Hace años, alguien me comentó después de leer una dedicatoria de mi puño y letra en una exposición de mi madre que se apreciaba a la perfección mi autoría por el uso de adverbios. Si me leéis con frecuencia lo habréis notado, a mí me mola más una palabra acabada en "-mente" que a Peque un capítulo doble de Tom y Jerry. Tics estilísticos que tiene una.

De la misma forma, a veces, al preguntarle algo a mi churumbel, como por ejemplo si le ha gustado una comida, me responde oraciones del tipo: "¿La sopa de tomate que hiciste, quieres decir?". Ese "quieres decir" había escapado totalmente a mi autoanálisis, y tras percatarme de que siempre lo usa como muletilla decidí escucharme mientras hablo (para variar) y, ¡oh, sorpresa!, lo digo a todas horas...

De este modo, no es raro oír a Peque exponer: "Mamá, el fregadero se ha taponado", "¿Qué uso para proteger a mi muñeco?", "Mami, lo has hecho muy bien, quería exactamente este color".

Por supuesto, el ser un pseudobilingüe (pseudo porque le falta perfección), hace que muchas veces mezcle el castellano y el catalán a su antojo resultando en un batiburrillo que le resta excelencia a su discurso. Y menos mal, porque estas últimas vacaciones, nuestros amigos nos señalaron que Peque habla muchas veces como un adulto rozando la pedantería (lo decían con todo el cariño del mundo, by the way). Supongo que todo se debe a aquello que mi madre me repetía tantas veces: "A los niños hay que hablarles como a los mayores, sin tanto diminutivo, y usando las palabras adecuadas sin dejar a de adaptarse a su edad". Mantras que calan en el subconsciente y que han hecho que yo con Peque hable como lo hago.

Claro que saberse tan reflejada en tu hijo te deja un poco fuera de lugar cuando te subes a un taxi, y mientras el hombre te pide la dirección Peque suelta por lo bajini: "¿Y por qué ha tardado tanto este puto taxi?".

Para lo bueno y para lo malo. Esto es así.



jueves, 30 de octubre de 2014

Una hora menos...

... en Canarias. Millones de veces habré escuchado esa coletilla en la radio y en la tele. Como esta misma mañana mientras el agua caliente sacaba su jugo a los trocitos de té verde que danzaban en mi taza y yo los miraba hipnotizada al tiempo que Peque parloteaba a mi lado. Sólo me había quedado la última palabra impresionada en el cerebro. Canarias... Canarias... Canarias. Un lugar que durante años sólo ha sido la breve añadidura de la cháchara de un locutor. Y ahora es un universo entero de recuerdos, experiencias y sensaciones.

Qué mala es la depresión postvacacional. Porque sí, acabamos de volver de una escapada exprés a Canarias.

Es la tercera vez que visito las Islas Afortunadas, la segunda que vamos con Peque. Y estoy convencida de que no será la última. Observo por mis experiencias vitales en lo que a viajes se refiere, que a mí me plantas en una isla con calorcito y las endorfinas me colonizan hasta las pestañas.

Más que una crónica del viaje, dibujaré un bosquejo de percepciones, porque ando medio rebelde y no me apetece seguir un orden.

-Luz. Este ha sido un viaje lleno de luz. Por el magnífico tiempo que nos ha acompañado y por todas las horas que hemos pasado al aire libre, pero sobre todo por la claridad omnipresente que bañaba la maravillosa casa en la que nos hemos alojado. Es el hogar de un amigo de Mr. X, y sin lugar a dudas, de todos las residencias que he pisado en mi vida, es la que más me ha impactado. La casa de mis sueños, directamente. Amplia, cálida, cómoda, práctica, bella, situada en una localización privilegiada, con un jardín esplendoroso...

-Miedos. Creo que no he comentado que adolezco de cierto grado de vértigo. No es algo muy limitante, pero me mareo cada vez que me acerco a un balcón que tenga la barandilla demasiado baja para mi gusto. Si mis rodillas no fuesen el principal handicap para acompañar a Mr. X en sus excursiones, lo sería el vértigo, porque este hombre mío parece que ha nacido con vocación de provocarme un infarto. Una tarde, nuestros amigos, veterinario él, psicóloga ella, nos acompañaron de excursión al Roque Nublo. No es una excursión especialmente peligrosa, y Peque no era el único niño que iba dando botes por ahí, pero cada vez que se acercaba de lejos a un barranco el corazón me botaba histérico en la caja torácica. Mr. X me decía que no me pusiese nerviosa, que él controlaba, y nuestra amiga apostillaba que no pasaba nada, y que con mi actitud iba a transferir mis miedos al niño. Supongo que tenía razón, pero hay cosas que escapan a mi control, y el pánico a que se cayese por ahí es una de ellas. Hasta que no llegamos de nuevo al coche no estuve tranquila. Eso sí, las vistas del Teide desde el picacho eran una delicia. Aunque a mí en fotos casi que ya me vale.

-Tursiops truncatus. Cuando acabé la carrera, uno de los sueños de veterinaria recién licenciada que tuve fue dedicarme a la fauna marina, en concreto a la medicina de cetáceos. Para acercarme un poco al mundillo hice un curso en el Zoológico de mi ciudad, y me enamoré (si no lo estaba ya) de los delfines. Incluso me apunté a una bolsa de trabajo y voluntariado de avistamiento de cetáceos (y tentada estuve de solicitar una plaza vacante en Hawai, en esa época en que todos los caminos están por explorar y no hay nada que parezca imposible). Al final mi trabajo se ha centrado en especies algo más peludas, pero sigo sintiendo una fascinación absoluta por esas criaturas de mirada inteligente y piel suave.

Este viaje me ha proporcionado la oportunidad impagable de estar cerca de ellos. Decidimos con Mr. X hacer una salida en barquito para verlos donde deberían estar todos, en su medio natural. Dos horas y media pegados a la proa de la embarcación oteando el horizonte. Morenito saludable cogimos, pero el único bicho que vimos fue un pez volador (bueno, doce, para ser exactos). Los encargados del bote nos dieron un vale para repetir cualquier día de la semana, y tanteamos a Peque para ver si se animaba a pasar dos horas y media más ola arriba, ola abajo. Ni se lo pensó. Sí rotundo.

Al día siguiente a la misma hora nos plantamos allí. El agua estaba algo más agitada, y eso, según nos contaron, era buena cosa, porque los animales se acercan a la costa cuando hay mala mar. Después de hora y pico de travesía, la primera emoción, el lomo inconfundible de una ballena, un rorcual común. Casi se me cae la lagrimilla y todo... Unos diez minutos después oí que la gente murmuraba excitada y Mr. X me avisó: "Allí delante hay un montón de delfines" (cosas de la miopía). Por suerte nos acercamos lo suficiente como para poder ver a dos palmos de nuestras narices una manada de veinte o treinta delfines que aprovechaban la estela del barquito para jugar, saltar y hacer cabriolas. Una emoción indescriptible me hizo abrazar a Peque y disfrutar juntos de esa experiencia inigualable. Y de paso, el vientito disimuló los lagrimones de felicidad y emoción que esta vez no pude contener.

Aunque no acaba aquí la aventura cetácea. El fin de semana visitamos un parque zoológico y botánico de la isla (maravillosamente cuidado, por cierto) y dado que el veterinario del centro es conocido de Mr. X y han colaborado alguna vez, decidió ofrecernos una sorpresita. Nos dijo que acudiésemos al delfinario media hora antes de la actuación y que nos presentásemos ante el jefe de los entrenadores, que nos estaría esperando. Dicho y hecho, llegamos puntuales a la cita. Nuestro anfitrión, encantador y atento nos dijo que Peque se quedase cerca de él durante el espectáculo y lo llamaría. No sé si estaba más emocionado él o yo... A los diez minutos de haber empezado el show, los entrenadores avisaron a Peque y buscaron algún voluntario más, pero los niños que estaban por la zona y que en principio iban a salir sufrieron un ataque de timidez y Peque, más lanzado que un torpedo, cogió la directa hasta la piscina. Lo subieron a una barquita, y al son de una musiquilla pegadiza, los delfines se lo llevaron de paseo por la instalación para saltar luego por encima suyo. Se despidió de ellos con un besito y me devolvieron al crío con la ropa empapada y una sonrisa imborrable. Suerte que estábamos a 35ºC y pudo pasearse por el parque en gayumbos mientras la ropa se secaba. Yo estaba feliz, pletórica, extasiada... pero no me imaginaba que aún habría más. Cuando ya nos íbamos, el entrenador jefe nos hizo unas señas para que nos quedásemos. Unos minutos más tarde nos permitió subir a saludar nosotros mismos a los delfines y acariciarlos. Resbaladizos, tersos, cálidos, simpáticos... todo a la vez. Y juguetones. Mientras Mr. X hablaba con el entrenador, Peque y yo nos sentamos en las gradas a ver cómo nadaban los delfines. Al poco, tres de ellos se nos acercaron con unas pelotas de goma. Al principio las llevaban con el morro de un lado a otro, pero finalmente la lanzaron fuera de la piscina hasta nuestros pies. Peque y yo nos miramos y sin dudarlo aceptamos la invitación y estuvimos jugando un rato con ellos. Todo lo que diga se queda corto, un regalo mayúsculo.

-Paranoias. Ya sabemos que hemos de restar una hora en nuestro periplo a Canarias. Llegamos y el móvil se adecua al cambio de huso automáticamente. Luego llega el cambio de hora estacional, y descubro que mi móvil no ha cambiado de hora, pero el de Mr. X sí. Me levanto a las ocho. En casa serían las nueve. ¿He cambiado ya la hora de mi móvil?  Si no lo he cambiado, ¿qué hora es aquí? ¿Qué hora es para mi cuerpo? ¿Qué desfase horario llevo acumulado? No sirvo para estas cosas.

-Conciliación. No pinta mucho este término en el relato de unas vacaciones, pero pasar tiempo de calidad con Peque siempre me hace pensar en todo lo que no podemos disfrutar durante el año. Ha vuelto con ganas al cole, pero sin dejar de manifestar que él quiere pasar más tiempo con nosotros, que porqué tenemos que trabajar tanto. Y a mí se me queda cara de póquer, porque si bien disfruto de mi trabajo, lo necesito a nivel personal y doy gracias por tener un curro en los tiempos que corren, no es menos cierto que desearía poder pasar más horas a su lado, ahora que él lo requiere, que goza jugando con nosotros. El tiempo vuela, y no veo nada lejano el día en que ya le parezcamos pesados y aburridos.

En fin... Siempre nos quedará Canarias.









lunes, 13 de octubre de 2014

¡Habemus winner!

Este ha sido un finde ajetreado (para variar), pero con la inestimable ayuda de las hermanas de Peque, hemos podido efectuar el sorteo sin demasiados contratiempos. En esta ocasión la mano inocente ha sido la de la hija menor de Mr. X, que se ha ofrecido voluntaria desde el minuto cero.

Debo decir que estas niñas (que cada vez son menos niñas y más chicas) son la alegría de la huerta. Con su desconfianza de serie genuinamente adolescente, no paraban de decirme que mi sistema de sorteo tenía múltiples defectos y que se podía hacer trampa de mil maneras distintas. Que descubrieron la sopa de ajo, vamos... Ni que decir tiene que aquí la menda es la honestidad personificada.


Sin más dilaciones, aquí va la ganadora...

                                                     


¡Felicidades Bichera! En breve me pongo en contacto contigo para hacerte llegar esto:



                                                   








                                                         

viernes, 10 de octubre de 2014

Lista de participantes


Aquí va la relación de personas apuntadas al sorteo:

1. Seoane Melliz.

2. De azul a verde.

3. Paula Fernández Sánchez.

4. Irene.

5. Mi Álter Ego.

6. Xikimami.

7. Madre desesperada.

8. Batallitas de mamá.

9. Inma Tercero.

10. Trax.

11. Nenica.

12. Drew.

13. Matt.

14. Díasde48horas.

15. Opiniones Incorrectas.

16. Dibujos de nube.

17. Cloe.

18. Mamá Ciruela.

19. La Bichera.

20. Carmen de La Gallina Pintadita.

21. Montsequibu.

22. Remorada.

23. Mayra Leiranes.


Creo que no hay errores, pero en caso de que alguna no se vea en la lista, ¡avisadme, por favor! Si los astros son favorables, este fin de semana haremos el sorteo, seguramente con mano inocente de por medio. ¡Suerte!

En otro orden de cosas, no puedo evitar mostrar mi indignación por todo lo que ha ocurrido con Excalibur y las personas afectadas por el virus del Ébola. Lamentablemente, en estos casos las palabras huyen de mí y me cuesta expresarme con cierta objetividad. Por fortuna, dos blogueras que dominan mucho mejor que yo estas lides nos han dejado sendos posts que reflejan a la perfección lo que yo no sé manifestar ni la mitad de bien. Aquí podéis leer a Drew y aquí a Opiniones Incorrectas.




miércoles, 8 de octubre de 2014

La centrífuga


He tardado en ser una madre de parque. Básicamente porque disfruto más de las delicias hogareñas (un buen libro, una peli…). Pero a medida que Peque crece me doy cuenta de que la casa se le queda pequeña y de que necesita quemar toda esa energía que derrocha por los cuatro costados. Ergo, he acabado sucumbiendo a los encantos de un trozo de césped (o, teniendo en cuenta que vivo en una ciudad, de un trozo de cemento).

Ser una madre de parque tiene ventajas obvias, pero también inconvenientes como los que Paula, la mamá de Baby Mike ha sabido ilustrar en su última entrada.

Sobre todo si no eres Miss Public Relations y no te apetece ponerte de cháchara con la primera madre que cubo en mano cruza por tu camino. No por nada, no soy una antisocial, y si alguien me habla, contesto, palabrita… pero digamos que en general prefiero ir a mi rollo. Aunque luego también sé apreciar esos encuentros casuales con personas que pululan por el mundo y que te brindan conversaciones inesperadas y de las que siempre aprendes algo. Pero bueno, que me desvío, volvamos al momento parque.

Además de madre de parque, soy masoca, en el sentido clásico de la palabra, porque hay que ser una sufridora nata para volver una y otra vez al lugar que os describiré.

Resulta que relativamente cerca de casa hay una pequeña área recreativa vallada con un carrusel y otros artefactos para el solaz infantil. He tenido que recurrir a San Google para encontrar la palabra que describe el instrumento de tortura que tanto le mola a Peque. Pues eso, se ve que se llama carrusel. Yo le llamo la centrífuga. Creo que os podéis hacer una idea de a qué me refiero. Por si acaso, lo podéis ver aquí.

Es un juego giratorio que consta de un palo central con un disco que ayuda a hacer rodar el cacharro y unas barras laterales donde los niños se agarran o sientan. Nada más verlo una ya intuye el peligro, sobre todo dependiendo de la fauna humana que lo utilice (y no me refiero sólo a los niños), pero como soy masoca, acabo regresando.

Solemos ir una tarde a la semana, cuando libro, y siempre me encuentro a las mismas madres, que salen de un cole cercano (que no es el de Peque). Ellas se conocen entre sí, y nosotros somos los forasteros del lugar -y anda que no se nota cuando entramos, que parece que tengan todas rayos X en los ojos-. Si hay algún sitio libre en el banco me quedo sentada en un rinconcito mientras Peque juega y yo me dedico a mirarlo, leer un ratito… lo que se tercie (y lo que el nivel de peligrosidad de sus juegos me permita).

Su primer objetivo es el carrusel. A mí al principio me daba mucho yuyu y me quedaba a su lado controlando el percal, pero viendo que los niños se autogestionaban más o menos bien dejé de supervisar de cerca las maniobras.

Hace unas semanas Peque, como siempre, se sentó mientras otros daban impulso (a él le mola sentir la velocidad en su jeta, que curren los demás). El chaval que se hizo con el mando era algo mayor que los que suelen estar ahí y le metió mucha caña al carrusel. Peque lo flipaba, estaba en el séptimo cielo lúdico-infantil. En una de esas bajó la cabeza para mirar no sé qué y como la fuerza centrífuga era tan intensa no pudo incorporarla de nuevo, pero se estaba riendo a carcajada limpia. Cuando aflojó el ritmo se levantó sin problemas y siguió jugando.

Unos minutos más tarde el grandullón reemprendió la marcha carruselística y Peque agachó la cabeza otra vez mientras yo le daba a la lectura. Una madre que tenía mi lado me advirtió: “Me parece que tu hijo se está mareando”. Yo le sonreí y le contesté que no pasaba nada, que era cosa de la velocidad, y seguí con mi libro. Noté que la madre me miraba escéptica, pero yo estaba convencida de lo que decía (entre otras cosas porque Peque no se marea nunca). Unos segundos después llegó hasta mí una voz agónica que murmuraba: “Para, para... qué me estoy mareandooo…”. Y sí, era Peque. Amarillo estaba. Salté del banco y lo cogí en brazos. No sólo había mutado de color… un sudor frío le recorría todo el cuerpo. Sin dar muchas explicaciones (vergüenza, le llaman), nos piramos rápidamente del lugar y por fortuna, dándole un poco el aire se le pasó el chungo.

La semana pasada reincidimos. Que no se diga. Esta vez en el carrusel sólo había una nena pequeña de unos dos añitos y me pareció un riesgo razonable. Los cojones.

Sus padres eran algo más jóvenes que yo. El chico sentó a la niña en la centrífuga y empezó a darle impulso. Al principio un poquito, luego algo más fuerte y después… me acoquiné. Pero a Peque se le veía disfrutar de lo lindo, y pensé que si los padres de la nena no advertían peligro alguno estando su propia hija de dos años ahí metida a lo mejor es que yo era un pelín exagerada. Después de esa primera ronda Peque se giró colocando las piernas hacia fuera. El padre impulsor volvió a poner en marcha el carrusel, bajé un momento la vista al móvil y en dos segundos, la hecatombe. Oí una madre gritar “¡¡¡¡Ese niño va a volar!!!!”, giré mi vista hacia Peque y ahí estaba él chillando, expelido hacia el exterior, con el cuerpo en horizontal y agarrado como una garrapata a la barra lateral. Corrí hacia él y me frené en seco, porque no tenía fuerza para parar el artilugio. Peque pasaba volando una y otra vez delante de mis narices chillando a grito pelao y yo no sabía como pillarlo… El padre impulsor, aterrorizado por los resultados de su desatino, enganchó a Peque al vuelo y salieron los dos despedidos hacia un lado. Peque cayó al suelo y el padre saltó por encima de él dando de bruces contra el pavimento. En ese momento mi churumbel se puso a berrear del susto, sin un solo rasguño en su haber y yo lo cogí en brazos para serenarlo. El padre infractor, de color rojo tomate, vino a pedirme perdón mientras yo, malamadre donde las haya, ahogaba a duras penas la carcajada que se me escapaba rememorando la escena recién acontecida de Peque volando ante las estupefactas miradas de un corrillo de mamis.

Igual os preguntáis si volveremos… Va a ser que sí.


PS: El viernes publicaré la lista de participantes del sorteo, ¡si queréis todavía podéis apuntaros!



lunes, 6 de octubre de 2014

Pequecosas de verano


Porque algunas conversaciones no pueden caer en el olvido…


En obras

Hay discursos filiales que una no sabe de qué recóndito recoveco de la mente de su hijo han surgido (ni que experiencias vitales le han llevado hasta ellos). Imagino que parte de la perorata maternal filosófico-existencial con la que a veces le doy el tostón a mi hijo le provocan un batiburrillo cerebral que le conduce a tener ideas peregrinas. Sólo así se puede entender que tras un bucólico paseo por el bosque, ya entrando en casa, y tras un pequeño tropezón, de repente me suelte:

-“Jo mami, ¡ves con cuidado! Yo soy delicado… que tengo el cuerpo en obras, hombre”.

Ni idea de qué parte de mis discursos ha tuneado para llegar a esta conclusión.



El mejor amigo del niño

Está claro que en casa siempre hemos alentado el amor por los animales (por todo tipo de animales, además, que lo mismo nos mola un juguetón Canis familiaris que un exótico Rhacodactylus) y tarde o temprano eso se tenía que traducir en la eterna petición filio-maternal: “Quiero un perro”. Bueno, en el caso de Peque quiere dos. Ganas no me faltan, desde luego, pero con nuestra logística actual el pobre animal se pasaría el día solo en casa, y no lo veo factible. Así se lo estaba intentando explicar a mi niño cuando me argumentó:

-“No pasa nada mami, porque el perro 1 hará compañía al perro 2”.

Claro, claro…


Iluminada

En un arrebato de amor de esos que te salen de las entrañas (y, todo hay que decirlo, corroída por el arrepentimiento después de una tarde harto difícil en la que no me salía el lado zen por ninguna parte), apretujé a Peque entre mis brazos y le dije: “¡Es que eres la luz de mi vida!”. Él me miró con suficiencia y me largó:

-“Mamá, que no soy una linterna”.



En el museo

Una tarde ociosa de finales de verano prometí a Peque que después de comer iríamos a la piscina. Tras deglutir la comida a un ritmo frenético (nota mental: no hay que anunciar un plan molón a tu prole hasta que estés en la puerta con la chaqueta puesta o sufrirás sus prisas corregidas y aumentadas de forma directamente proporcional al tiempo que falte para el evento) por fin llegó la hora de irnos. Cual sería nuestra decepción (y la megarabieta asociada) al descubrir que el gimnasio estaba cerrado. Tocó improvisar, y la verdad es que nos salió de lujo. Cogimos el tranvía, paseamos hasta el Museo de la Ciencia (AKA Cosmocaixa), nos deleitamos observando el submarino que hay enfrente y descubrimos extasiados que la entrada al Museo era gratuita ese día por ser su aniversario y que además nos invitaban a espectáculo y chocolatada. Dicho y hecho, nos adentramos en el museo. La bienvenida nos la dio el cráneo de un Triceratops impresionante. Animé a Peque a que se pusiese a su lado para poder hacerle fotos y verlo bien cerquita. Yo estaba alucinada, Peque iba más a su bola. Le di la mano para seguir el recorrido y buscar más animales y me dijo:

-“Vale mami, pero ahora no quiero ver bichos muertos, los quiero vivos, ¿vale? Bichos VI-VOS”.

Se ve que mi entusiasmo por los fósiles no le llegó…



Tenemos invitados

Este año Peque ha hecho amiguitos nuevos en el cole. Una noche, durante la ducha antes de la cena me dijo:
-“Mami, mañana vienen a cenar y dormir mi amiga A y mi amigo P”.

Yo le dije que eso sería si se lo preguntaban a sus padres y luego hablaban con nosotros, y él me explicó con seguridad:

-“Sí, ya está, tú no te preocupes, que ya han hablado con sus padres, y mañana vienen, ¿vale?”.
¿Dónde ha quedado el pedir permiso a la autoridad competente, osease, sus padres?



Motorroto

He aquí una forma clara de ejemplificar la poca paciencia de Peque.

Estábamos cenando tranquilamente, y de pronto Peque nos preguntó: “¿Verdad que los motorrotos rompen los ladrillos?”.

Mr. X y servidora nos miramos interrogantes y empezamos a hacer preguntas a Peque para saber a qué se refería…

Yo: “¿Te refieres a un martillo de los que se usan en las obras para perforar el suelo?”.

Peque (suspirando ante nuestra incompetencia): “Noooo, mami, un motorroto, lo que va por debajo de la tierra…”.

Yo: “¿Quieres decir un tren, el metro?”.

Peque (yugulares ingurgitadas, paciencia zero level): “¡No, mami!¡Los motorrotos no van por las vías! ¡Van por la tierra, se mueven sin vías!”.

Mr. X y yo preguntamos mil cosas más, desorientados a más no poder… ¿taladradora?, ¿tranvía?, ¿motosierra?... ¿¿¿quéééé, por Diossss???, ¿¿¿qué coño es un motorroto???... Peque exasperado se daba golpes en la cabeza, estaba a punto estaba de tirarse al suelo cuando... ¡clinc!, Mr. X tuvo una revelación…

-“¡Ahhhhhh! ¡Tú quieres decir un terremoto!”.

Y, voilà, el niño-ogro se metaformoseó de terrible Hulk en querubín risueño murmurando… “Síííí, terremoto, jejejeje…”

La madre que lo parió… (sí, sí, ya lo sé, servidora…)



PS: ¡Os recuerdo que tenéis hasta este miércoles para apuntaros en el sorteo del libro! 





miércoles, 1 de octubre de 2014

¡Sorpresa!


A principios de año, en medio del jaleo de la boda, una buena sequía creativa y otros temas adyacentes, decidí que este blog estaba llegando a su fin, y que después del bodorrio lo finiquitaría. No era la primera vez que lo pensaba, pero sí la primera que lo hacía con cierta determinación. Y me di cuenta de que me daba mucha pena no tener todas las entradas escritas guardadas en un formato "molón".

Hace ya unos años, mi amiga E me explicó que una prima suya se había autoeditado. A mí, que siempre me ha gustado escribir, me parecía una idea maravillosa, pero no tenía nada "editable".

Mientras me planteaba como guardar todo el material del blog, me vino a la cabeza la anécdota de mi amiga y me puse a investigar. Y di con Lulu.

A partir de ahí me tocó currar un poquito. Como ya sabéis soy ordenada. Muy ordenada. Cuando escribo una entrada lo hago en un documento Word. Primero la vomito, luego la pulo y más tarde la releo tres o cuatro veces para corregir los errores. Una vez publicada la guardo en mi disco duro y al cabo de unos días, cuando la gente ha comentado, guardo otra copia en PDF para tener todos esos comentarios de recuerdo. Cuando decidí llevar a cabo mi proyecto Lulu vi que necesitaba modificar el formato, así que cada día dediqué un ratito a ordenar las entradas en un nuevo documento, numerarlas para saber cuantas páginas llevaba y corregirlas otra vez (y aún hoy salen fallitos, es lo que tiene no ser una pofesioná).

Al fin, en julio, lo tuve acabado, y un domingo lo edité todo y lo envié a Lulu. Ese día estaba con la hija mayor de Mr. X en el despacho. Ella no sabía de la existencia del blog, pero me apeteció explicárselo y juntas encargamos mi proyectito (y debo decir que es algo que ha añadido un plus de complicidad a nuestra relación). Nos decidimos por tres ejemplares, y tres días más tarde (porque no podía esperar más y solicité un envío exprés) llamó un repartidor a mi puerta. Aluciné con la rapidez y la eficiencia de la empresa. Y cuando tuve en las manos mi libro... ¡qué emoción! (si ya te lo publica una editorial de verdad tiene que ser la leche en patinete). Un ejemplar fue para Mr. X, el otro para su hija mayor (que encima lo devoró en dos semanas ¡y le gustó!) y el otro...

... el otro es para vosotr@s. Es mi regalo de cumpleblog. No encontraréis nada que no haya publicado antes, y os he de confesar que la edición tiene sus defectos (como por ejemplo que la letra ha salido muy chiquitaja y las hojas no están numeradas, no caí en que debía numerarlas una por una yo misma), pero está hecho con muchísimo cariño, y estoy orgullosa de mi "obra".

Así pues, dejo un plazo de una semana (hasta el 8 de octubre) para que todo aquel que lo quiera se apunte en esta entrada con un comentario. No hace falta ningún requisito, sólo quererlo. :)

Intentaré publicar la lista de participantes el 10 de octubre y ese fin de semana haré el sorteo para anunciar el ganador o ganadora durante la semana siguiente (perdonadme si soy un poco laxa con los plazos, pero prefiero no comprometerme a un día exacto y luego fallar por alguna cosa).

Et voilà!

                                 

                                      (Tochaco de 500 páginas, avisados quedáis…)


PS: A pesar de mi intención de cerrar el blog, me he rajao. Si es que soy una bocas...
PPS: De momento el libro no está a la venta, no lo concebí para eso, pero si al final me decido os lo haré saber ;)




lunes, 29 de septiembre de 2014

The best blog


¡Más quisiera! Pero resulta que la Mamá de Parrulín y Xoubiña me ha pasado este premio, así que... ¡gracias miles!

Tengo deberes y aquí la menda dejó de procrastinar hace una temporada, ¡de modo que allá vamos!

1.- Tu lema para ir por la vida.
Carpe diem.

2.- ¿A quién dedicas tu último pensamiento del día?
Suelo reservar ese momento a la lectura, así que debería decir que a la novela que me esté leyendo... Lo que pasa es que me ocurre como a la Parrulina, que me quedo frita sí o sí. Hace ya un tiempo que me pasé al libro electrónico y el mío tiene una funda con lamparita (invento maravilloso donde los haya), que además es una lamparita inteligente y cuando llevas un rato sin pasar página se apaga. Mi último pensamiento del día suele ser: "¿dónde coño está la luz?". Ergo, me he sobado.

3.- ¿Cuál fue el tema de tu primer post?
Si no tenemos en cuenta la presentación, hablaba del momento en que Mr. X y yo decidimos tener a Peque.

4.- Un pro y un contra de ser bloguera.
Pro: Conocer un montón de personas interesantes e incluso trabar amistad con ellas.
Contra: Que lleva mucho tiempo actualizar el blog y seguir a todos los que querrías y el día no da más de sí.

5.- ¿Frío o calor?
Calor, always. Ya tengo morriña del verano que se acaba de pirar.

6.- ¿Cuál es tu principal objetivo al ser bloguera?
Disfrutar, compartir, conocer, aprender...

7.- ¿Has conocido en persona a otras blogueras?
¡Sí!

8.-¿Cómo te conectas más, con ordenador o móvil?
Sobre todo con ordenador.

9.- ¿Has necesitado ayuda para diseñar tu blog?
Al principio no le di importancia al tema, pero con el tiempo me apeteció darle un toque distinto y Sarai Llamas me hizo un cambio de look con el que me identifico absolutamente.

10.- ¿Cuánto llevas en el mundo blogger?
Pues este septiembre ha hecho ¡tres años!



Además de este breve cuestionario tengo que aderezar el post con once cositas sobre mí (si sumo todo lo que he llegado a contar a través de los premios llego a once mil). Venga, que no se diga.

1. Cuando estoy nerviosa y me llaman por teléfono soy incapaz de hablar sentada, camino de un lado a otro compulsivamente.

2. Tengo un vicio nuevo: el té. Especialmente el té rojo con fresas y el té verde con cítricos.

3. Una vez creí ver un OVNI en el cielo y salí por patas gritando hacia el interior de mi casa (cuando siempre imaginé que de darse la situación estaría extasiada por la experiencia rollito "Encuentros en la tercera fase").

4. Me he dado cuenta de que recuerdo maravillosamente los títulos que me marcaron en los 80 y 90 y soy incapaz de retener el nombre de las pelis que veo últimamente (que además, son pocas; soy una cinéfila de pacotilla).

5. Cuando escribo una entrada necesito silencio absoluto, la música me distrae. Es algo reciente, cuando empollaba para la Selectividad Chris Isaak y su Forever Blue no me abandonaron ni un minuto.

6. No me gusta nada dejar cosas a medias.

7. No viajaría en submarino ni jarta de vino (reflexiones que surgen tras hacer una visita a un museo con Peque...).

8. Tampoco me tiraría en paracaídas. Eso lo hubiese hecho con dieciocho, se nota que me hago mayor.

9. Solía ser hiperpuntual (es decir, llegaba siempre diez minutos antes). Ahora me he adaptado a la realidad que me rodea y si bien sigo tratando de no retrasarme, no me agobio si llego a una cita cinco minutos tarde (cinco, no veinte).

10. Tengo en mente una sorpresita para celebrar el cumpleblog... Qué será, será...

11. La canción que esta semana no abandona mi cerebro es "Am I wrong" de Nico & Vinz.



Tendría que pasar el premio a otros cuatro blogs, pero ya sabéis que esa parte de la penitencia me la salto con premeditación y alevosía... ¡y porque cada vez me resulta más complicado elegir! (menos mal que nunca me tocaba ser capitana de grupo en el cole, ozú...). Para mí estáis todos nominados. ;)





miércoles, 24 de septiembre de 2014

El día B


Sábado por la mañana. Siete AM. Ni despertador ni leches, adrenalina en vena es lo que me despertó, como en los días previos. Ojeadita a Peque, modo lirón on. Ojeadita a Mr. X, ojos como platos. Compenetración máxima, que no se diga. Miramos por la ventana y comprobamos aliviados que el servicio de meteorología había acertado. Solazo veraniego. ¡En marcha!

Mr. X se fue con sus hermanos, cuñados y sobrinos mayores a la masía vecina a poner las mesas, yo me lo tomé con calma. Mientras desayunaba, la gente que iba entrando en la cocina me preguntaba cómo iban mis nervios. Y lo cierto es que para ser la co-protagonista de la jornada lo llevaba muy bien. Aunque de pronto recordé que me había olvidado hacer el té frío del aperitivo y mientras lo preparaba se me caía todo de las manos...

Me di una ducha rápida y a las ocho llegó puntual M, el peluquero. Elegimos un lugar tranquilo del jardín, y dado que casi todo el mundo había ahuecado el ala, durante media hora pude abstraerme de la situación y disfrutar de una paz cuasi mística. Hay algo mágico en las primeras horas del día. La luz asomaba tímida entre los laureles, la temperatura era fresca y vigorizante, y el buen hacer silencioso de M me permitía gozar del momento. Poco después llegó mi amiga O, que se había ofrecido a hacer las fotos del evento (no es una profesional del ramo, pero se apaña divinamente). Empezaron las risas y poquito a poco el ritmo de la jornada fue "in crescendo" al ir apareciendo otras amigas que venían a ofrecerme apoyo moral. Bueno, a eso venían en teoría, pero tras decirme hola a distancia (besos no, que M me prohibió gesticular hasta haber acabado con el maquillaje), desparecieron del mapa... En su disculpa explicaré que estaban ensayando su discurso. Las perdonamos.

De pronto sonó el teléfono. Era A, un amigo y vecino de mi padre que tenía que venir con él a la boda. Me explicó que mi padre, pedazo de cabezota teutón sin remedio, se había empecinado en cumplir la promesa que me había hecho -antes del ingreso- y cocinar unas pastas saladas para el aperitivo. Recordemos que había salido del hospital hacía tres días. Pues no se le ocurrió otra cosa que levantarse a las tres de la mañana para hornear las pastas... Y claro, a las ocho estaba reventado y se había puesto a dormir. A me llamaba para explicarme que iban a llegar tarde, justo para la comida. Fue un jarro de agua fría, porque mi discurso estaba en parte dedicado a mi padre, y me dio mucha pena aceptar que no iba a oírlo... Pero bueno, después de todo lo acontecido en las últimas semanas, que pudiese venir ya era un regalo. Sacudí la tristeza y volví al presente.

Cuando M acabó y por fin me miré en el espejo, flipé en colores. Me gustaría usar una expresión más culta para describirlo, pero ésta es la que más se ajusta a la realidad. Y fliparon también todos los que se iban cruzando conmigo. Si en la prueba había tenido algunas dudas respecto al peinado y el maquillaje, estas se disiparon por completo al ver mi reflejo. M se salió, el peinado quedó precioso y usó menos maquillaje para no resaltar mis imperfecciones. ¡Olé él!

Mis amigas me ayudaron a ponerme el vestido y nos echamos unas buenas risas gracias a la cremallera. Ninguna quería asumir la responsabilidad de subírmela porque costaba un huevo un poco y temían quedarse con el artefacto en las manos. Menos mal que conseguí perder peso, de lo contrario no sé si la cosa no hubiese acabado en tragedia estilística... Por fortuna la cremallera subió sin desgracias asociadas.

Mi amiga T me regaló un ramo de novia espectacular, en tonos azules y blancos con un toque de menta que le daba color y un aroma de escándalo. El ramo perfecto, sin más.

Si tenemos novia peinada, maquillada, vestida, con ramo y el reloj marca que es la hora H, ¿qué hacemos? Pues la subimos a un coche y nos la llevamos al sarao. Así que venga, todos a sus puestos. Mis amigas se marcharon primero y a mí me llevó en su engalanado coche mi cuñado M (el del vozarrón del último post).

Hay momentos clave, arquetípicos me atrevería a decir. El de la novia de camino a su boda es uno de ellos para mí. Cuando estábamos cerca del lugar hicimos una pequeña parada técnica para dar tiempo a todos los invitados a que estuviesen en la recepción y tras cinco minutitos entramos en escena. Me habían preguntado qué música quería para la ocasión (por todo lo de mi padre me quedé sin hacer muchas cosas, como elegir la BSO), y pedí que fuese algo animado, nada de clásicos pastelosos y/o lacrimógenos. Acertaron de pleno, y cuando llegué y vi a todo el mundo sonaba "Happy" de Farrell Williams. Me iba a bajar yo misma del vehículo y M me dijo que ni se me ocurriese, bajó él zumbando y me abrió la puerta... Descendí con todo el glamour con el que me fue posible y casi me da un síncope vergüenzil al tener todas las miradas fijas en mí... ¡pero que subidón ver a tanta gente querida junta! Iba alborotada de un lado a otro y al fin me di cuenta… ¡de que tenía a Mr. X delante de las narices! Menuda novia despistada... Abracé a mi churri (que estaba de un buenorro que quitaba el sentido, ganitas me daban de desaparecer con él en algún huerto cercano) y para completar mi felicidad apareció Peque a nuestro lado. El pobre estaba un tanto desconcertado, pero por suerte con tantos primos y amigos fue de flor en flor sin echarnos mucho de menos. De esos primeros minutos recuerdo los abrazos efusivos de los amigos y las felicitaciones. Y veo las fotos y me noto feliz, con una sonrisa franca y sincera. Como siempre soñé en un día así.

Andamos como locos saludando a todo el mundo y al poco vino mi amigo R (maestro de ceremonias) para preguntarme cuando quería empezar con los discursos. Le dije que no podíamos tardar y él me animó a esperar un poco más a mi padre. Eso me recordó que vendría bastante más tarde, pero justo en ese momento R me anunció que ya veía su coche. ¡Había llegado a tiempo! Corrí con Mr. X para darle la bienvenida, y en el momento en que crucé mi mirada con la de mi padre nos echamos a llorar. Por la tensión acumulada, porque no sabíamos si el momento soñado llegaría, porque la vida da muchos palos y porque en ese instante nos lo dijimos todo. Y mi madre estaba allí. Lo estaba, entre los dos, en el amor que construimos como familia.

Una vez calmados, abrazados, besados y felices, fuimos organizando todo para la ceremonia, que consistió en los discursos de varios amigos y familiares. El primero fue el mío. Me emocioné, sí, pero logré hablar desde el corazón y decir el tipo de cosas que sólo se dicen en público en un día así y que sirven para agradecer y devolver una pequeña parte del amor que has recibido. Y mi padre lo escuchó con una sonrisa en sus labios. El mejor regalo.

Después hablaron los hermanos de Mr. X y nuestros cuñados. Palabras divertidas y llenas de cariño.

A continuación llegó el discurso que más me enterneció, el de las hijas de Mr. X. Cuando él y yo empezamos a salir y me hablaba de sus hijos y me enseñaba sus fotos yo me preguntaba qué relación tendríamos. Creo que con los años hemos logrado crear algo bonito y duradero entre todos, y lo que dijeron me lo confirma. Estoy convencida de que lo estamos haciendo bien.

Más tarde hablaron los amigos que nos ofrecieron su casa (en concreto C, la hija, con la que tenemos una buena dosis de complicidad y camadería) y por último mis amigas M, V y E, que hicieron un divertidísimo y conmovedor repaso a nuestra vida juntas. Todos esos discursos los guardo como oro en paño, para leerlos y volver a emocionarme cada vez que mi body tenga ganas de marcha.

Una vez superada la fase emotiva de la boda (o eso pensaba yo), pasamos a la parte lúdico festiva. Mr. X me ofreció su brazo y me dijo que enseguida llegaba nuestra carroza para ir a la zona de las mesas. Su cara de pillo me hizo sospechar alguna travesura, y mientras escuchábamos las primeras notas de "Love is in the air" asomó por la curva nuestro fabuloso vehículo nupcial... ¡¡un tractor!! Molón a más no poder con su esmerada decoración. J, al anfitrión de la masía, lo conducía pletórico, y muy dispuesto a facilitarnos las cosas, bajó la pala para Mr. X y yo subiésemos. De esa guisa recorrimos el trayecto hasta las mesas. Qué risas nos echamos...

La comida estaba espectacular, paella y fideos a la cazuela, aunque ya se sabe que en días así el estómago anda medio encogido y mucho no devoré (pero al día siguiente me jarté de restos). De postres, pastelaco made by Mr. X. Fantabuloso. Y decorado con unos monigotes con nuestras caricaturas que hizo la sobrina de Mr. X. Le quedaron clavaditos.

Después del pastel Mr. X y yo obsequiamos a nuestros distinguidos invitados con lo que habíamos preparado respectivamente (a saber, bombones y puntos de libro). Así aprovechamos para dar un voltio y charlar con la gente. Aunque después me veo en las fotos y apenas recuerdo todos esos momentos. Trampas de la mente...

Por la tarde mis amigos, muy artistas ellos (de verdad de la buena, no es ironía), nos obsequiaron con varias piezas, algunas tuneadas para la ocasión, otras dedicadas por saber que me ponen los pelos como escarpias. Imposible olvidar ese "Sorry" de Tracy Chapman y el solo de "Somebody to love" de Queen que interpretó I. Después, rumbita de la buena de un artista como la copa de un pino.

Ya entrada la tarde Mr. X y mi otro cuñado (el del vozarrón no, otro que es un culo inquieto y que necesitaba quemar calorías) propusieron una mini excursión a un cerro cercano para ver la puesta de sol. Muy bucólico, sí. Pero decían que eran diez minutos. Los cojones. Si algo tiene de bueno casarse con alguien con quien vives hace nueve años es que te conoces sus "diez minutos". Tardaron una hora en ir y volver, ahí las chicas con sus taconcillos por el campo. A mí no me engañaron, jeje. Pero se lo pasaron muy bien y yo aproveché para reponer fuerzas apoltronada en una silla y de cháchara con mis amigas.

Por la noche hubo avituallamiento para mantener el nivel energético y afrontar la madrugada con alegría. La mayor parte de la gente se fue despidiendo antes de eso (sobre todo los que tenían niños o mascotas que recoger), pero unos cuantos nos dimos el gustazo de menear el cuerpo hasta la madrugada. Mr. X pilló una turca de mucho cuidado, pero mientras se mantuvo en movimiento no se percató del desastre, eso llegó a la mañana siguiente.

A las tres de la madrugada dimos por concluido nuestro bodorrio, felices por el exitazo y porque será un día (que digo un día, una semana) para recordar por los siglos de los siglos.

Y lo mejor, amigos y amigas, es que aquí servidora tiene una cuenta pendiente por saldar. ¡A por la despedida de soltera, yihaaaaaa!