Sábado por la mañana. Siete AM. Ni despertador ni leches, adrenalina en vena es lo que me despertó, como en los días previos. Ojeadita a Peque, modo lirón on. Ojeadita a Mr. X, ojos como platos. Compenetración máxima, que no se diga. Miramos por la ventana y comprobamos aliviados que el servicio de meteorología había acertado. Solazo veraniego. ¡En marcha!
Mr. X se fue con sus hermanos, cuñados y sobrinos mayores a la masía vecina a poner las mesas, yo me lo tomé con calma. Mientras desayunaba, la gente que iba entrando en la cocina me preguntaba cómo iban mis nervios. Y lo cierto es que para ser la co-protagonista de la jornada lo llevaba muy bien. Aunque de pronto recordé que me había olvidado hacer el
té frío del aperitivo y mientras lo preparaba se me caía todo de las manos...
Me di una ducha rápida y a las ocho llegó puntual M, el peluquero. Elegimos un lugar tranquilo del jardín, y dado que casi todo el mundo había ahuecado el ala, durante media hora pude abstraerme de la situación y disfrutar de una paz cuasi mística. Hay algo mágico en las primeras horas del día. La luz asomaba tímida entre los laureles, la temperatura era fresca y vigorizante, y el buen hacer silencioso de M me permitía gozar del momento. Poco después llegó mi amiga O, que se había ofrecido a hacer las fotos del evento (no es una profesional del ramo, pero se apaña divinamente). Empezaron las risas y poquito a poco el ritmo de la jornada fue "in crescendo" al ir apareciendo otras amigas que venían a ofrecerme apoyo moral. Bueno, a eso venían en teoría, pero tras decirme hola a distancia (besos no, que M me prohibió gesticular hasta haber acabado con el maquillaje), desparecieron del mapa... En su disculpa explicaré que estaban ensayando su discurso. Las perdonamos.
De pronto sonó el teléfono. Era A, un amigo y vecino de mi padre que tenía que venir con él a la boda. Me explicó que mi padre, pedazo de cabezota teutón sin remedio, se había empecinado en cumplir la promesa que me había hecho -antes del ingreso- y cocinar unas pastas saladas para el aperitivo. Recordemos que había salido del hospital hacía tres días. Pues no se le ocurrió otra cosa que levantarse a las tres de la mañana para hornear las pastas... Y claro, a las ocho estaba reventado y se había puesto a dormir. A me llamaba para explicarme que iban a llegar tarde, justo para la comida. Fue un jarro de agua fría, porque mi discurso estaba en parte dedicado a mi padre, y me dio mucha pena aceptar que no iba a oírlo... Pero bueno, después de todo lo acontecido en las últimas semanas, que pudiese venir ya era un regalo. Sacudí la tristeza y volví al presente.
Cuando M acabó y por fin me miré en el espejo, flipé en colores. Me gustaría usar una expresión más culta para describirlo, pero ésta es la que más se ajusta a la realidad. Y fliparon también todos los que se iban cruzando conmigo. Si en la prueba había tenido algunas dudas respecto al peinado y el maquillaje, estas se disiparon por completo al ver mi reflejo. M se salió, el peinado quedó precioso y usó menos maquillaje para no resaltar mis imperfecciones. ¡Olé él!
Mis amigas me ayudaron a ponerme el vestido y nos echamos unas buenas risas gracias a la cremallera. Ninguna quería asumir la responsabilidad de subírmela porque costaba
un huevo un poco y temían quedarse con el artefacto en las manos. Menos mal que conseguí perder peso, de lo contrario no sé si la cosa no hubiese acabado en tragedia estilística... Por fortuna la cremallera subió sin desgracias asociadas.
Mi amiga T me regaló un ramo de novia espectacular, en tonos azules y blancos con un toque de menta que le daba color y un aroma de escándalo. El ramo perfecto, sin más.
Si tenemos novia peinada, maquillada, vestida, con ramo y el reloj marca que es la hora H, ¿qué hacemos? Pues la subimos a un coche y nos la llevamos al sarao. Así que venga, todos a sus puestos. Mis amigas se marcharon primero y a mí me llevó en su engalanado coche mi cuñado M (el del vozarrón del último post).
Hay momentos clave, arquetípicos me atrevería a decir. El de la novia de camino a su boda es uno de ellos para mí. Cuando estábamos cerca del lugar hicimos una pequeña parada técnica para dar tiempo a todos los invitados a que estuviesen en la recepción y tras cinco minutitos entramos en escena. Me habían preguntado qué música quería para la ocasión (por todo lo de mi padre me quedé sin hacer muchas cosas, como elegir la BSO), y pedí que fuese algo animado, nada de clásicos pastelosos y/o lacrimógenos. Acertaron de pleno, y cuando llegué y vi a todo el mundo sonaba
"Happy" de Farrell Williams. Me iba a bajar yo misma del vehículo y M me dijo que ni se me ocurriese, bajó él zumbando y me abrió la puerta... Descendí con todo el glamour con el que me fue posible y casi me da un síncope vergüenzil al tener todas las miradas fijas en mí... ¡pero que subidón ver a tanta gente querida junta! Iba alborotada de un lado a otro y al fin me di cuenta… ¡de que tenía a Mr. X delante de las narices! Menuda novia despistada... Abracé a mi churri (que estaba de un buenorro que quitaba el sentido, ganitas me daban de desaparecer con él en algún huerto cercano) y para completar mi felicidad apareció Peque a nuestro lado. El pobre estaba un tanto desconcertado, pero por suerte con tantos primos y amigos fue de flor en flor sin echarnos mucho de menos. De esos primeros minutos recuerdo los abrazos efusivos de los amigos y las felicitaciones. Y veo las fotos y me noto feliz, con una sonrisa franca y sincera. Como siempre soñé en un día así.
Andamos como locos saludando a todo el mundo y al poco vino mi amigo R (maestro de ceremonias) para preguntarme cuando quería empezar con los discursos. Le dije que no podíamos tardar y él me animó a esperar un poco más a mi padre. Eso me recordó que vendría bastante más tarde, pero justo en ese momento R me anunció que ya veía su coche. ¡Había llegado a tiempo! Corrí con Mr. X para darle la bienvenida, y en el momento en que crucé mi mirada con la de mi padre nos echamos a llorar. Por la tensión acumulada, porque no sabíamos si el momento soñado llegaría, porque la vida da muchos palos y porque en ese instante nos lo dijimos todo. Y mi madre estaba allí. Lo estaba, entre los dos, en el amor que construimos como familia.
Una vez calmados, abrazados, besados y felices, fuimos organizando todo para la ceremonia, que consistió en los discursos de varios amigos y familiares. El primero fue el mío. Me emocioné, sí, pero logré hablar desde el corazón y decir el tipo de cosas que sólo se dicen en público en un día así y que sirven para agradecer y devolver una pequeña parte del amor que has recibido. Y mi padre lo escuchó con una sonrisa en sus labios. El mejor regalo.
Después hablaron los hermanos de Mr. X y nuestros cuñados. Palabras divertidas y llenas de cariño.
A continuación llegó el discurso que más me enterneció, el de las hijas de Mr. X. Cuando él y yo empezamos a salir y me hablaba de sus hijos y me enseñaba sus fotos yo me preguntaba qué relación tendríamos. Creo que con los años hemos logrado crear algo bonito y duradero entre todos, y lo que dijeron me lo confirma. Estoy convencida de que lo estamos haciendo bien.
Más tarde hablaron los amigos que nos ofrecieron su casa (en concreto C, la hija, con la que tenemos una buena dosis de complicidad y camadería) y por último mis amigas M, V y E, que hicieron un divertidísimo y conmovedor repaso a nuestra vida juntas. Todos esos discursos los guardo como oro en paño, para leerlos y volver a emocionarme cada vez que mi body tenga ganas de marcha.
Una vez superada la fase emotiva de la boda (o eso pensaba yo), pasamos a la parte lúdico festiva. Mr. X me ofreció su brazo y me dijo que enseguida llegaba nuestra carroza para ir a la zona de las mesas. Su cara de pillo me hizo sospechar alguna travesura, y mientras escuchábamos las primeras notas de
"Love is in the air" asomó por la curva nuestro fabuloso vehículo nupcial... ¡¡un tractor!! Molón a más no poder con su esmerada decoración. J, al anfitrión de la masía, lo conducía pletórico, y muy dispuesto a facilitarnos las cosas, bajó la pala para Mr. X y yo subiésemos. De esa guisa recorrimos el trayecto hasta las mesas. Qué risas nos echamos...
La comida estaba espectacular, paella y fideos a la cazuela, aunque ya se sabe que en días así el estómago anda medio encogido y mucho no devoré (pero al día siguiente me jarté de restos). De postres, pastelaco made by Mr. X. Fantabuloso. Y decorado con unos monigotes con nuestras caricaturas que hizo la sobrina de Mr. X. Le quedaron clavaditos.
Después del pastel Mr. X y yo obsequiamos a nuestros distinguidos invitados con lo que habíamos preparado respectivamente (a saber, bombones y
puntos de libro). Así aprovechamos para dar un voltio y charlar con la gente. Aunque después me veo en las fotos y apenas recuerdo todos esos momentos. Trampas de la mente...
Por la tarde mis amigos, muy artistas ellos (de verdad de la buena, no es ironía), nos obsequiaron con varias piezas, algunas tuneadas para la ocasión, otras dedicadas por saber que me ponen los pelos como escarpias. Imposible olvidar ese
"Sorry" de Tracy Chapman y el solo de
"Somebody to love" de Queen que interpretó I. Después, rumbita de la buena de
un artista como la copa de un pino.
Ya entrada la tarde Mr. X y mi otro cuñado (el del vozarrón no, otro que es un culo inquieto y que necesitaba quemar calorías) propusieron una mini excursión a un cerro cercano para ver la puesta de sol. Muy bucólico, sí. Pero decían que eran diez minutos. Los cojones. Si algo tiene de bueno casarse con alguien con quien vives hace nueve años es que te conoces sus "diez minutos". Tardaron una hora en ir y volver, ahí las chicas con sus taconcillos por el campo. A mí no me engañaron, jeje. Pero se lo pasaron muy bien y yo aproveché para reponer fuerzas apoltronada en una silla y de cháchara con mis amigas.
Por la noche hubo avituallamiento para mantener el nivel energético y afrontar la madrugada con alegría. La mayor parte de la gente se fue despidiendo antes de eso (sobre todo los que tenían niños o mascotas que recoger), pero unos cuantos nos dimos el gustazo de menear el cuerpo hasta la madrugada. Mr. X pilló una turca de mucho cuidado, pero mientras se mantuvo en movimiento no se percató del desastre, eso llegó a la mañana siguiente.
A las tres de la madrugada dimos por concluido nuestro bodorrio, felices por el exitazo y porque será un día (que digo un día, una semana) para recordar por los siglos de los siglos.
Y lo mejor, amigos y amigas, es que aquí servidora tiene una cuenta pendiente por saldar. ¡A por la despedida de soltera, yihaaaaaa!