lunes, 22 de junio de 2015

Estío


Domingo por la noche. Ducha reconfortante para recuperarnos después de un finde ajetreado. Mientras me seco me miro los pies, llenos de pellejos nada elegantes, pero que todos los veranos deciden hacer acto de presencia en mis pinreles. Se los enseño a Peque, que está a mi lado cantando a grito pelado. Él interrumpe su performance, me mira con ojo experto y dictamina:

-Mamá, lo que necesitas es Pedi Spin. Tienes callos, piel muerta. Y Pedi Spin es tan suave que no rompe un globo.

Me quedan claras tres cosas: que este niño ve demasiada tele, que el target ideal de los anuncios son los niños (porque yo no me quedo con ninguno, Álter da fe) y que Peque sabe cómo lograr que su madre se descojone de la risa.

Anécdotas aparte, lo de la tele me pone de mal humor. Y eso que yo he sido muy, pero que muy teleadicta. Pero con la maternidad (y la marujidad) me he transformado y siempre encuentro cosas más interesantes que hacer que ponerme delante de la caja tonta. En cambio Peque se pasaría horas viendo dibujos. Pero eso, por fortuna, se acaba en el mismo instante en el que empieza el verano.

Desde que nació Peque pasamos el período estival en la casa que tiene la familia de Mr. X en las afueras de la ciudad. Mi suegra se traslada allí, y como ella es la que cuida de mi churumbel por las mañanas, los tres nos vamos para el campo. Aunque eso implica muchas idas y venidas en coche o ferrocarril, doy gracias de que Peque pueda disfrutar de ese paraíso. Excursiones a fuentes recónditas, manualidades con flores y hojas, paseos en bici hasta la casa de los vecinos, saltos en la cama elástica, tomar el sol, buscar bichitos, pasear sin rumbo determinado, aburrirse... Eso es lo que le espera a mi hijo durante dos meses y pico. Y a la menda, ya que los astros se alinearon para que ahora trabaje media jornada.

Si en las últimas semanas no he podido acercarme ni de canto al ordenador, mucho me parece que más de lo mismo va a ocurrir próximamente. A veces he pensado, como toda bloguera con sus crisis, que quizás es hora de cerrar el blog. Pero algo en mí se resiste todavía, así que de momento, esto sólo es un hasta pronto, o hasta que la inspiración y/o la oportunidad de teclear se presenten.


¡Feliz verano!









viernes, 5 de junio de 2015

Ensayo


Cojo el lápiz y lo hago bailar entre mis dedos. El casi veraniego sol de las primeras horas de la mañana calienta lo justo para contrarrestar la brisa fresca que hace me revolotear mechones de pelo. La melena aún no se ha secado del todo después de la ducha y conserva la fragancia del champú. La aspiro con fruición. Balanceo la sandalia en el pie mientras trato de cazar alguna idea que plasmar en el cuaderno. Me dejo caer sobre el respaldo y al contactar con el frío metal de la silla me erizo por completo.

Estoy en un café de la plaza. No puedo concentrarme porque cualquier pequeña cosa de las que ocurren a mi alrededor me distraen. El padre que remolca a su hijo mientras este llora desconsolado arrastrando un peluche, el perro que estira desesperado hacia las palomas mientras su propietaria le cuenta a la vecina el último cotilleo jugoso del barrio, el ajetreo del local en obras que aún no da pistas suficientes para saber en qué se convertirá...

Miles de hojas mariposean en las copas de los árboles generando una marea de luces y sombras sobre la mesa que resulta hipnotizador.

Derramo unas gotas de té sobre la libreta al intentar dar un sorbo. Las pocas palabras escritas se convierten en borrones azules que lentamente emanan hilillos de tinta hacia la periferia. Aunque mi primera intención es secar el desaguisado, decido que para lo que tenía que decir, mejor dejarlo así. Más bonito.

Me coloco la sandalia, pago el té y emprendo un nuevo rumbo.





jueves, 4 de junio de 2015

Gimme five


Lo digo así porque "cinco" tiene mu mala rima, pero esos son los años que cumple Peque hoy (sí, lo sé, esto le resta glamour a la entrada, pero una es como es).

Inevitable hacer repaso de lo que han supuesto estos mil ochocientos veintiséis días como madre. Imposible resumirlo en palabras.

La profesora de Peque nos pidió tres fotos de los momentos más importantes de su vida. Yo le pregunté a mi churumbel qué momentos consideraba él significativos de su existencia, y el tío empezó a divagar, así que no me quedó otra que encender el ordenador y ponerme a navegar entre las miles de fotografías que tenemos. No exagero, son miles. A Mr. X y a mí nos encanta ir cámara en mano (sin hablar de la hermana mediana de Peque, que ha nacido para retratar la vida de los que la rodean). Si la profe me hubiese pedido trescientas hubiese sido más sencillo, que seleccionar tres ha supuesto toda una tortura china.

Este no ha sido un año fácil. Se fue el Opa, y pasamos por el amargo trago del mordisco. Pero me alegra constatar que Peque sigue poniéndole sonrisas a la vida y que acepta las cosas tal y como vienen. No nos queda otra, pero creo que es un aprendizaje fundamental para llegar a ser feliz.

Sus deseos materiales para el 2015 han sido (muy en su línea) un tranvía, una nave de "estarwors" y algún que otro vehículo. Le caerá casi todo, pero yo he colado en medio un juego de experimentos para chiquitajos que espero que amenice nuestras tardes de verano. Porque esa es otra novedad importante en nuestra rutina diaria: por varias circunstancias y alineamientos planetarios, a partir de este mes voy a pasar a trabajar media jornada. Así que aunque Peque ahora no se dé cuenta, el mejor regalo que le puedo hacer este año es mi tiempo.

Divertido, irreverente, tenaz, intenso, escatológico, ocurrente, hermoso, testarudo, cariñoso, perseverante, enérgico, sonriente, decidido. Así es el niño de cinco años que tuvo a bien convertirme en madre y dar a mi existencia un sentido nuevo y enriquecedor. No se puede decir que esto de la maternidad esté tirado, pero nada de lo que vale la pena lo está. Gracias amor mío, ¡y felicidades!
 
 
 

martes, 2 de junio de 2015

Volverte a ver


Me faltó un capítulo importante en la crónica del viaje a Buenos Aires e Iguazú: el retonno, que dirían Martes y Trece.

Tengo que confesar que durante nuestro periplo argentino eché de menos a Peque en su justa medida (por ejemplo cuando visitábamos sitios que a él le hubiesen gustado o cuando recibía noticias suyas por whatsapp...), pero fue bastante más soportable de lo que había imaginado. Eso sí, una vez emprendimos el camino de vuelta, el gusanillo de estrujarlo entre mis brazos se transformó en un Tiranosaurio Rex XXL que rugía en mis mundos interiores.

Una vez aterrizados en tierras catalanas, lo llamé por teléfono para anunciarle nuestra inminente llegada, y él empezó a explicarme miles de cosas. Lo que me asombró es lo rarísima que se me hizo su voz y su manera de explicarme todo. Al colgar le dije a Mr. X que no entendía como en sólo diez días podía haberme olvidado de su forma de hablar. Sentí una mezcla de sorpresa y "malamadrismo" galopantes.

Cuando llegamos a casa de mi suegra, donde nos esperaba la familia, el T-Rex ya había hecho un boquete en mis entrañas. Al abrir la puerta y ver a Peque se me nubló la vista momentáneamente por los lagrimones y me tembló la voz, pero percibirlo tan contento me ayudó a reprimir un poco mi ñoñez (no sé por qué me reprimo, pero he constatado que lo hago).

Peque nos achuchaba, hablaba, enseñaba cosas... Histriónico total. Y me quedé alucinada cuando en un momento dado me miró y me dijo: "Mami, me había olvidado de cómo hablábamos". ¿Es o no es una pedazo sincronía materno-filial?

En cualquier caso, tras tres días de romance y reencuentro, Peque empezó a volver a su ser, con sus rabietas tremebundas y su pasotismo propio de la edad, y yo también volví a mi ser, esa madre pesada y repetitiva hasta la saciedad. 

Bendita normalidad.