Yo no sé si fuera de mi territorio conocido se usa la palabra "cumba". Aquí la utilizamos para designar a los que van de campamento, cantan canciones alrededor de una hoguera y esas cosas (justamente la canción "Kumbayá" es la que origina el mote). Por extensión se asocia a los hippies, o más bien en nuestra época, neo-hippies. Pues sí, yo fui una neo-hippie. Iba con vestidos de flores, llevaba la melena larga, me apuntaba a alguna que otra excursión cumbayera y...tocaba la guitarra.
Siempre he querido tocar algún instrumento, básicamente piano o guitarra, pero supongo que lo deseaba de una forma un tanto vaga y platónica, porque no insistía mucho en tomar clases. Piano no teníamos, pero mi padre poseía una guitarra de su época venezolana y me prometió regalármela si le daba uso. Y ese momento llegó en la adolescencia. Al ver a mis amigos tocar me animé a aprender lo básico. Es un instrumento difícil de dominar, pero para tocar cuatro canciones en una cena, con poco ya te apañas. Eso sí, hay que renunciar al sentido del tacto en los dedos que pinzan las cuerdas, y andar con las uñitas cortas en una mano y larguitas en la otra. Un despropósito absoluto para servidora. Pero me gustaba avanzar y ser capaz de tocar más piezas. Hasta le pedí ayuda a un tío mío que es músico y tocamos alguna cosa a dúo...En algún momento de la carrera dejé aparcada la guitarra en mi habitación y luego pasó al altillo y nunca más se supo.
Hace unas semanas vinieron mis amigos a cenar, y uno de ellos, músico de profesión, me pidió la guitarra para amenizar la velada. Me animaron a tocar la canción que siempre interpretaba yo de jovencita, pero no hubiese sabido ni cómo coger el cacharro. Desde aquel día la guitarra merodea por mi casa. Va de la silla al sofá, de ahí al suelo, luego a la silla de nuevo...No la he guardado porque a Peque le hace gracia y me gusta que vaya desarrollando sus afinidades vitales.
Ayer estuvimos jugando toda la tarde. Que si plastilina, que si aparcamiento masivo de coches en la mesa, que si cargar de un lado a otro un montón de judías... (un día tengo que hablar de ellas, me han dado juego a base de bien). Llegó un punto en que yo era básicamente observadora de sus maniobras y mis ojos se fueron a posar a la guitarra. La cogí casi con timidez. "Venga, como era el sol...sí, así...y el fa...coñe, esta nota siempre me costaba, si es que vaya contorsionismo digital...". Y de pronto quise cantar. No tenía ni idea de dónde podían estar los cancioneros que tenía, pero busqué dónde creí que por lógica los debería haber guardado y allí los encontré (es lo que tiene ser ordenada, sirve a años vista). Busqué la canción y empecé a tocar. Bueno, empecé a intentarlo. Mecagoentodo...¡cómo duele pinzar las cuerdas! A todo esto Peque se había quedado idiotizado mirándome. Supongo que descubrió una nueva mami musical, ¡menudo hallazgo! En ese momento mostró su frustración por no tener instrumento para él y le fui a buscar una flauta dulce que guardo desde el cole. Y allí que nos animamos los dos. Yo tocando la guitarra y cantando y él con la flauta en modo "todos al tren". Reviví el subidón que proporciona cantar y tocar y encima lo compartí con Peque. Y con todos los vecinos, que debieron flipar con el escándalo vespertino. De repente me di cuenta de que se me había hecho tarde y el suelo estaba por cocinar, la cena por duchar y el niño por fregar (es lo que tienen las prisas, al final lo hice todo bien, no preocuparse).
Tengo el meñique convaleciente y me da pinchacitos cada vez que roza algo, pero me gustó volver a tocar. Hasta creo que lo voy a intentar de nuevo...
Está es la canción que ayer perpetré en mi casa. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Peque da fe.
Está es la canción que ayer perpetré en mi casa. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Peque da fe.