jueves, 16 de febrero de 2017

La verdad, toda la verdad, y nada más que la verdad


Anda que no me he chupao yo pelis de juicios para que pensando en el título del post me saliese esto… en fin, así funciona mi “celebro”, que diría uno que yo me sé.

La semana pasada, sin venir a cuento, con nocturnidad y alevosía, y en pleno autobús, para no faltar a la costumbre, Peque me preguntó:

-Pero a ver mamá, ¿quiénes son los Reyes Magos?

A bocajarro y con siete personas esperando mi respuesta. Yo recurrí al socorrido:

-¿Tú qué crees?

Hasta ahora esa pregunta me había salvado el culo, porque al reflexionar, él venía a decir que los RRMM son esos seres mágicos que reparten regalos a tropecientos mil niños en una sola noche a lomos de unos camellos. Pero siempre tanteaba si había algo más.

Volvamos al bus. Peque se lo pensó y me contestó:

-Yo creo que sois los padres que compráis regalos y que cuando los niños están despistados los ponéis en el salón.

En ese momento apareció un niño de la edad de Peque y le dije que no podíamos seguir hablando del tema y que en casa lo retomábamos. Por una vez en su vida me hizo caso, y justo antes de la ducha, cuando ya pensaba que había eludido la conversación, volvió al ataque:

-Entonces qué, ¿quiénes son los Reyes?

Y le dije:

-¿Tú qué quieres saber?

Me miró y contestó sin atisbo de duda:

-La verdad mamá, quiero saber la verdad.

Supe que no había marcha atrás y que había llegado el momento, así que le expliqué lo que estaba deseando saber. Y no pudo sorprenderme más su reacción, porque se puso a reír, me abrazó y me dio las gracias por haber sido sincera y también, de paso, por todos los regalos que le habíamos hecho.

Acto seguido procedí a comerle el coco para no se le ocurriese largarlo en el cole o a amiguitos que no supiesen lo que él había descubierto. Espero que convencerle de que ahora forma parte del “equipo RRMM” sea suficiente aliciente para mantenerle la boca cerrada.

Tras unos minutos, empezó a tirar del hilo…

-Entonces… ¿Papá Noel?

-Nosotros -con una caricia-.

-¿El ratoncito?

-Nosotros –revolviéndole el pelo-.

-¿Y la comida que les dejamos a los camellos? ¿Y el rastro de polvo dorado que soltaron las capas de los RRMM?¿Y el agua de la nieve fundida de Papá Noel?

-Nosotros –dándole un beso-.

Hubo algo de pena en esa pérdida de la inocencia, pero casi nada comparada con el berrinche que me pillé yo cuando me enteré -y creo que había pasado largamente de los diez u once años-. Mi suegra está un poco mosca conmigo por haber roto el hechizo, pero para mí está claro.

Él quería saber la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.



jueves, 2 de febrero de 2017

A Peque no le gusta leer


Una de las muchas cosas que imaginé de mi maternidad cuando Peque era apenas un ser tamaño limón en mi útero, era la forma en la que le inculcaría a nuestro churumbel el amor que siento por la lectura.

Yo lo heredé vía directa de mi madre, a quien a menudo recuerdo con un libro entre sus manos cuando la evoco. Siempre he amado leer y escribir, y pensé que un hijo mío por imperativo categórico iba a sentir lo mismo que yo. Meeeec. Error number one de la maternidad (o de la mía por lo menos). Los hijos no tienen por qué tener tus aficiones. Ni tu carácter. Ni tu aspecto. Lección aprendida.

A Peque le compré libros de tela. Y libros resistentes al agua para la bañera. Y libros de plástico, cartulina, papel y madera. Y libros con muchos colores e imágenes. Y le di libros que eran míos de cuando era pequeña. Y libros nuevos y relucientes. Grandes, diminutos, divertidos, emocionantes, gruesos y delgados. Y le leía cada noche, y a veces si colaba durante el día. Y a mí puede verme a todas horas con un libro en la mano (mientras cocino, camino o incluso en el váter).

Pues bien, a mi niño no le gusta leer. Nada. Lo aborrece.

Antes de Navidad la profe de Peque nos solicitó tener una reunión. Eso sólo pasa si hay algo importante de lo que hablar, y llegué a la cita hecha un flan, peor que si me fuesen examinar a mí de tercero de física cuántica. La maestra nos explicó que Peque se mostraba reacio a leer (cosa de la que tristemente ya me había percatado) y que empezaba a ir retrasado respecto al resto clase. Al ser muy autoexigente, y notar que no se le daba bien, los momentos de cabreo eran habituales (la tolerancia a la frustración nunca ha sido su fuerte que digamos). Nos instó a practicar durante las fiestas para que no perdiese el hilo al volver al cole, cosa que yo había abandonado en casa porque no quería causar el efecto contrario y provocarle un rechazo aún mayor.

Esos quince días de deberes fueron una tortura. Para él, y para mí, y eso que creo que se me puede considerar una persona bastante –muy bastante- paciente, pero logró sacar lo peor de la menda. Al final desistí de buscar libros molones y me di cuenta de que las únicas palabras que le motivaba leer eran rótulos que veía por la calle, algunas etiquetas, folletos... y centré mis esfuerzos en eso, notando que algún progreso sí que había.

Ayer la maestra de Peque nos escribió para hacernos partícipes de los avances de su alumno. Por lo visto, allí también ha ido mejorando, en técnica y predisposición. Y parece mentira como ese pequeño logro me ha alegrado más que si me hubiese tocado la primitiva (bueno, casi). No canto victoria, el crío huye despavorido cuando saco un libro para que lo lea como si estuviese hecho de ajo y él fuese un pequeño vampiro, pero por si las moscas iré creando un caldo de cultivo propicio para que sucumba a los encantos de la lectura, que yo soy muy del refranero español, y la esperanza es lo último que se pierde.