miércoles, 30 de julio de 2014

El ATV dicharachero y la boda Juan Palomo


Para los profanos en la materia un ATV es Auxiliar Técnico Veterinario.

No, mi jefa no ha contratado un mozalbete guapetón para que me eche una mano (o las que haga falta) en mi curro. Lo he parido yo.

Antes se sabía que había llegado el verano porque la Obregón salía en bikini. Cuando dejó de hacerlo, sólo con notar el calorcillo ambiental ya me percataba de su aparición sin necesidad del espectáculo de la bióloga -lista que es una-. Hoy en día sé que ha hecho comparecencia mi época preferida del año porque mi hijo tiene tres meses de vacaciones, yo uno y muchos días no tengo plan para él, ergo, me lo llevo al curro. Para posado estival el que se marca Peque con el felino de turno (anda que no le molan los gatos, si el padre no fuese alérgico ya teníamos una colonia en casa...).

Pero además de jugar con los animales que tienen a bien pasar por mi consulta, Peque ha decidido motu propio ser mi ayudante. Sin ir más lejos, hace dos días, mientras yo le sacaba sangre a un maltés algo pocho, Peque se acercó a observar la escena. Cuando acabé me di cuenta de que me había dejado los tubitos en otra mesa y le pedí a mi niño que me los acercase. Ya puestos, le expliqué que uno de los tubitos que había rellenado se debía girar suavemente y él se concentró en la tarea.

Peque: ¿Y por qué este tubito se ha de mover?

Yo: Para que se mezcle con una sustancia que lleva dentro y no se coagule la sangre.

Peque: ¿Qué cosa lleva dentro?

Yo: Una cosa que se llama EDTA (si le digo ácido etilendiaminotetraacético lo dejo frito allí mismo...).

Peque: ¿Y qué es cogularse?

Aquí empezó mi breve disertación sobre las analíticas, las coagulaciones y las diferentes líneas celulares que pueblan nuestra sangre, de lo cual no sé si pilló algo, porque ánimo de emular a Érase una vez el cuerpo humano hubo, pero a saber si logré transmitirle la información. Justo estos días leía un post de Caminem plegats que versaba sobre los mismos asuntos.

De pronto me di cuenta de cómo se está forjando su infancia. Si la mía estuvo rodeada de frascos de pintura, pinceles y los dulces que horneaba mi padre, la suya transcurre de la mano de bichos de lo más variados e instrumental médico diverso. A él no le asusta ver sangre o heridas, se acerca con la misma tranquilidad a un perro y a una pogona y no le extraña que sus padres se pongan a fotografiar insectos cada vez que uno se cruza en su camino. Sólo el tiempo dirá si esta influencia determina su futuro o se queda en un pintoresco pasado que relatar a sus amigos. Pero sea como sea estamos pintando sus recuerdos, y cuando uno se da cuenta de lo grande que es eso para cualquier persona se pregunta si lo estará haciendo bien.

Pasando al monotema (AKA La Boda), parece que todos los asuntos pendientes se encarrilan a buen ritmo para mi paz mental. Hace unos días tuvimos una estupenda sobremesa con la familia de Mr. X y otras personas implicadas en el casorio determinando el timing del evento y quién sería responsable de cada cosa. Fue uno de esos momentos mágicos que quedará grabado en mi memoria. Tanto por lo agradable de la reunión, llena de risas, ideas y el cosquilleo de la anticipación, como por lo estéticamente bello del instante. Nos bañaba el sol de la tarde, el jardín que nos servía de escenario estaba pletórico de flores, y la temperatura era inmejorable. Y me gustó recrear cada minuto de ese día que cada vez está más cerca... Eso sí, aquí pringa todo el mundo, menos mal que lo hacen con alegría, es lo que tiene montar un sarao de estas dimensiones sin recurrir a empresas especializadas...

Y así, poco a poco, como un buen puchero, se va cocinando nuestra boda Juan Palomo, yo me lo guiso, yo me lo como.




martes, 22 de julio de 2014

Permisividad


Sábado por la noche. Cero ganas de hacer nada. Repanchingada en el sofá delante de la tele (cosa que hoy en día ocurre de uvas a peras porque siempre encuentro algo mejor que hacer antes de ponerme ante la caja tonta, una de esas cosas que me lo dicen antes de ser madre y no me lo creo, pero sí, he bajado varios puntos en mi escala de teleadicción).

Mientras yo empiezo a ver una peli absurda a más no poder, Peque pulula a mi alrededor. Está claro que no le motiva nada lo que vemos, y se sube al respaldo del sofá, se baja, aparca sus camiones en mi cogote, cocina una pizza en su recién estrenado horno... Y cansado de tanto ajetreo, se estira en el suelo. Busca un cojín, luego otro, pero no pilla la pose. Me mira con cara de perrito vagabundo y me dice: "¿Puedo coger la manta mamiiiii? ¿Porfi, porfi, porfi?". Descubro que se refiere a la sábana de nuestra cama, y le digo que vale. Se fabrica un catre de lo más confortable y se acuesta en el suelo. Está feliz. Con una chorrada como saltarse ciertas convenciones y montar un vivac en el salón.

De repente evoco una imagen similar, pero de hace unos treinta años (glups). Mis padres me habían regalado un saco de dormir para ir de excursión. Un día, no sé por qué razón, me dio por ponerme en la sala a ver la tele tirada en el suelo dentro del saco. Cuando mi padre me vio me hizo guardarlo de inmediato. Él siempre ha sido (como buen alemán) bastante cuadriculado para ciertas cosas, y sencillamente, si un saco de dormir se ha hecho para llevarlo de campamento, no hay que usarlo fuera de ese contexto. Punto pelota. Que luego a veces al hombre se le iba bastante la pinza, y recuerdo una comida familiar alocada en la que acabó regando a mi tía y mi madre con la manguera dentro de casa, ejem...

El caso es que, supongo que por mi frustración infantil de no dejarme hacer cosas que no tocan, soy mucho más permisiva con Peque de lo que mi padre era conmigo. Dentro de un orden, eso sí, porque hay temas en los que la cuadriculada soy yo... Pero ya tendrá tiempo Peque de resarcirse educando a sus propios hijos si le he generado algún trauma.

Volviendo al momento tele, estando en ese reducto de paz espiritual, sale un anuncio plagado de vehículos, y Peque exclama:

-“Mira mamá, un camión enorme, ¿lo has visto?”.

Yo murmuro un ajá desganado mientras leo mi libro y Pequé reflexiona en voz alta con gesto intrigado:

-“Mamá… ¿por qué me gustan tanto los camiones?”.

Ahhh, querido hijo mío, misterios de la extraña combinación de polinucleótidos que configuran tu ADN, ni más ni menos. Pero lo dejo en un “no tengo ni idea…”. Y él, emulando a Arquímedes y su “¡Eureka!” concluye:

-“¡Ya lo sé mami! Eso es porque tengo un celebro de camiones.”

Pues lo que yo decía, hombre…



jueves, 17 de julio de 2014

Con estas manitas...


No sé si os acordáis de un anuncio del Paleozoico en el que una niña hacía maravillas con su Tricotosa... La frase que recitaba la prota (que es la que titula esta entrada) era tan épica que se convirtió en un clásico en nuestro humilde hogar, y en un chiste personal entre mi madre y yo. Si una alucinaba con el arte de la otra a la hora de confeccionar cualquier cosa, lo primero que soltábamos era el consabido eslogan...

Hoy hace siete años que falleció mi madre. Los hijos pequeños de Mr. X, que la conocieron, ya no la recuerdan. Peque ni siquiera tuvo esa suerte. Yo la evoco cada día. Pensaba que el tiempo borraría sus gestos, sus bromas, los detalles de su piel... pero en esta ocasión la memoria ha sido benévola conmigo y puedo rememorarla sin ninguna dificultad. Diría incluso que lo hago con más intensidad cada año que pasa, porque poco a poco descubro más ademanes suyos en mi forma de moverme y mi físico muta sutilmente para ir pareciéndome a ella. No sólo yo lo he notado, también los que me rodean. Y me encanta.

Estoy leyendo "La ridícula idea de no volver a verte", de Rosa Montero. Ha sido todo un descubrimiento. Habla de la muerte, del duelo, del dolor, de la reinvención del que sobrevive y de la alegría de existir. Cuando alguien escribe tan bien sobre los sentimientos humanos como Montero uno no puede dejar de sorprenderse al ver tan acertadamente retratadas sensaciones que consideraba únicas. Qué similares somos. Y qué diferentes a la vez.

En cualquier caso, este no es un post triste, o no pretende serlo. Resulta que aunque no tengo a mi madre conmigo en la preparación de esta boda, por suerte cuento con la madre de Mr. X, que es una mujer llena de ideas creativas para personalizar un sarao y hacer de cualquier evento el más precioso y particular. Vamos, que es un gurú del DIY. En mis meses de planificación bodil he visitado montones de webs rescatando ideas molonas, pero andaba un poco a la deriva. De pronto, mi suegra se activó y comenzó a proponerme cosas, ayudándome con la decoración y buscando material en tiendas mil. Como ya se nos está echando un poquillo el tiempo encima, ahora estamos ella y yo mano a mano en nuestra propia cadena productiva.

Atención que van spoilers, si eres un invitado de la boda y quieres que la sorpresa lo sea, no sigas leyendo (se siente). Lo primero que hicimos fueron los detallitos para los invitados. Son unos puntos de libro con una frase acorde con el evento y unas flores secas. Todito hecho por nosotras. Aquí la menda se tiró una semana pensando qué frases quería poner. Después las transcribí intentando que mi letra fuese legible (cuánto daño hicieron los años bisiestos de tomar apuntes en la facultad, la leche) y más tarde buscamos flores. En los campos que rodean la casa de mi padre. En los jardines a la vera de nuestras casas. En los parques de camino a cualquier trayecto que tuviésemos que hacer. Unas frikis bolsa de plástico en mano recolectando pétalos llamativos.

Una vez conseguidos los ejemplares, los prensamos y desecamos moderadamente (previo descarte y liberación en la naturaleza de la miríada de bichitos que los acompañaban).

Y hala, a crear se ha dicho, seleccionando las florecillas más notables y componiendo un motivo equilibrado para pegarlo en la cartulina.

Eso, ciento y pico veces.

Ahora andamos metidas en el proyecto "cartelito para el nombre". Mi suegra ha hecho un dibujo la mar de apañado, lo mandó imprimir y llevo toda la semana tijeras en mano recortando la figurita de marras (no me quejo, este tipo de trabajos manuales, a pesar de ser repetitivos, me pirran y desestresan a la vez). Cualquier momento es bueno para recortar: después de cenar viendo un poco la tele, mientras se cocina la cena, esta mañana mientras Peque acababa de desayunar...



Y el orgullo de ver el resultado no tiene parangón. Sí, mamá, "con estas manitas...".







martes, 15 de julio de 2014

Edén


A mí lo de ir de compras no me pone mucho. Ropa, quiero decir. Me cuesta encontrar cosas que me gusten, las que me gustan demasiadas veces no están hechas para mi cuerpo serrano, y cuando los astros se alinean y lo que me gusta me queda bien, llevo cinco horas pateando tiendas y los riñones me suplican que deje de torturarlos.

Pero eso no me libra del consumismo. Mi punto débil (o uno de ellos, que soy abundante en flaquezas) son los libros. Y es que a mí me va casi todo. Novela, género científico, biografías... Quizás poesía es lo que menos.

Y he aquí una mujer viciosa de letras y su e-book recién arreglado (no había manera de conseguir configurarlo). Una mujer que además se acaba de terminar "La verdad sobre el caso Harry Quebert" de Joël Dicker (pedazo de libro, adictivo, polifacético, tramposo, entretenido... me apunto al autor para futuros deleites). Una mujer que tiene una flamante lista confeccionada gracias a vuestras sugerencias y lo que he ido picoteando de aquí y de allí. Pues esa mujer, acaba de fundir su tarjeta comprándose siete libros.

Y digo yo que este ramalazo de compra obsesiva-compulsiva debe tener algo que ver con mi estado enajenado... Sí, yo sigo con mi monotema que diría Trax y mis pesadillas. Hoy, entre prueba y prueba del vestido me largaba a investigar un asesinato en Reikiavik y me pasaba por la piedra a Sylvester Stallone (que con todos mis respetos para los gustos del personal, en mi vida no onírica jamás me ha atraído ni de lejos...). No comments.

Si me sobrase la pasta, una de las cosas que sí me gustaría poder disfrutar es una casa con jardín...

Relacionado con esto, hoy he tenido una experiencia religiosa. Bueno, lo dejamos en mística, u orgiástica, porque ha sido un placer para los sentidos. Mi ciudad tiene muchos rincones secretos por descubrir, y en particular, el barrio en el que curro. Fachadas anodinas de casas aparentemente modestas dejan paso a auténticos oasis de vegetación en forma de patios interiores voluptuosos. Hoy he tenido la suerte de hacer una visita a domicilio a una de estas joyas urbanas.

El portón de hierro mastodóntico ya hacía prever que algo excitante se ocultaba al otro lado, pero ni siquiera las advertencias de mi jefa, que ya me había anunciado lo especial de esa residencia me podían preparar para un espectáculo así. Una vez cruzado el umbral, he estado caminando tres minutos por un camino de piedra antes de poder ver la casa. Rectifico, mansión. Y esa senda de piedra estaba rodeada de pequeñas parcelas de plantas, caminitos que se perdían en la espesura, árboles frutales que tapaban por completo la visión a posibles vecinos curiosos... He de reconocer que había algo decadente en todo ello. La fuente antigua sin agua y con pintura desconchada, la piscina vacía y llena de hojas... Pero no es de extrañar si se tiene en cuenta que las dueñas son dos apacibles hermanas ancianas de cerca de noventa años (amables y divertidas, además). Después de vacunar a la perrita me hubiese quedado con ellas tomando limonada en la terraza y escuchando las aventuras que ya empezaban a narrarme como quien no quiere la cosa. A mucha gente mayor le gusta regalarme relatos de juventud. Y a mí me gusta escucharlos. Era un ambiente hipnotizador. Cualquier escritor podría encontrar la inspiración para una novela en ese jardín. Me recordaba a los parques de Nueva Orleans, por lo tupido, por el microclima húmedo y selvático que crean las plantas frondosas. Si no recuerdo mal, la película Medianoche en el jardín del bien y del mal transmite bien lo que quiero expresar.

Tendré que volver a verla...



miércoles, 2 de julio de 2014

Popurrí


No se me ocurre un título más adecuado dado mi estado de enajenación mental, mis ganas de hablar de mil cosas y de ninguna en concreto y el poco tiempo que tengo para ello (este mes me sube el curro como la espuma, cosa que por supuesto me gusta, no voy a ser yo quién se queje, pero dejar mi mente a la deriva con tal batiburrillo de ideas en ebullición es cuanto menos peligroso, que no os pase nada si decidís seguir adelante y leer mi diarrea cerebral).

Cerebral, eso me ha hecho recordar unas conversaciones con Peque. Si ya lo decía Picasso (era él, ¿no?) que la inspiración existe pero te ha de pillar trabajando... Resulta que el calor le está escaldando los ánimos a mi churumbel a fuego rápido y no hay día que no tengamos una rabieta. Intentaré ser breve para no irme por los vericuetos de mis pajas mentales sobre la crianza. Me mola Jové, González y compañía. Me mola ser empática, paciente, acompañar y respetar a mi hijo, me mola sobre todo cuando leo sobre ello en sus maravillosos artículos desde la paz de mi sofá y me imagino a mí misma en un estado zen digno de haberme fumado algún hierbajo sospechoso. A la práctica muchos días me cago en San Petersburgo (es una cagalera de cosecha propia que a mí me relaja) y me pregunto cómo serán los hijos de todos estos idolatrados autores... porque en mi casa habita un niño de cuatro primaveras que a veces me torea como quiere. Y si bien trato de mantener la calma y alejar al monstruo del conductismo, otras veces me dejo llevar porque no me queda otra para controlar a mi hijo, que con tanto taco y reto a la autoridad paterna que se gasta comienzo a ver cercano nuestro ingreso en Hermano Mayor. Conclusión: esto de criar es un camino con múltiples cambios de rasante, adaptaciones al medio hostil y comeduras de coco interminables.

Ah, lo del cerebro, que no lo he explicado... En uno de los arrebatos de Peque le intenté explicar, por aquello de variar un poco el discurso, que él es un tipo majo y cariñoso, pero a veces tiene un cortocircuito cerebral, se le funden los plomos y la lía parda. Desde entonces cuando Mr. Hyde aparece me argumenta a posteriori que su "celebro" es el culpable. Hala, y sin quejarse, que yo misma fui la que le proporcioné la excusa ideal.

Por supuesto también nos queda tiempo para las crisis existenciales, en el lavabo para más señas y cuando yo me estaba dando una capa de máscara de pestañas por la mañana:

P: Mami, yo no quiero ser una persona. Quiero ser una planta.

Yo: ¿Una planta? ¿Por qué?

P: Porque no me quiero morir.

Acabáramos. Un tema más ligerito no podía escoger para empezar el día.

Yo: Pero cariño, las plantas también se mueren... Todo lo que vive, muere. Para no morir no has de estar vivo, has de ser una cosa. Como esto -digo señalando mi Rimmel-.

P: Pues quiero ser eso.

Peque quiere ser Rimmel L'Oréal, porque él lo vale.

Aunque para satisfacción de la menda, ese momento en que tras estar empanada viendo algo en la tele me giro riendo por alguna tontería y Peque me mira y me dice: “Mami, con esa sonrisa estás muy guapa”. Claro, sencillo, y directo al corazón.

Pero no sólo de pan vive el hombre y no sólo de Peque se alimenta mi existir (aunque digamos que gana por goleada). Ahora mismo mis elucubraciones, citas pendientes, notas en la agenda y misiones clandestinas tienen un objetivo claro. Sí, ése, ése. LA boda (LA porque es mía, más que nada).

Me estoy volviendo loca. Por pasos, pero sin remedio. Las noches son muy divertidas. En mi penúltimo sueño descubrí que mi vestido de novia era de rejilla blanca con diadema de flores y velo kilométrico. Muy a lo Cicciolina en sus mejores tiempos. De nuevo –eso es recurrente- me fallaba el maquillador y aparecía con ojeras colganderas y cara de susto en la ceremonia. Resultado de eso al día siguiente llamé sin más dilación al que será mi maquillador y peluquero, que es un buen tipo del que me sobran excelentes referencias, pero que es algo neurótico (por ser MUY diplomática). Me explicó su modus operandi y quedamos para dentro de unas semanas. En su casa. Tengo miedo.
Y en esas que voy y recuerdo que yo tenía un blog, y que no escribo desde el precámbrico. Y eso me jode, porque me gusta escribir, me libera de mis neuras, me da alas y gustirrinín. Vamos, que yo lo que quiero es ser escritora (editoriales, venid a mí). De esta parte del post, monomaníaco donde los haya, voy a culpar a mis amigas blogueras, que han formado algo así como mi club de fans y dicen que para cuando el libro. Ganas no faltan, de lo que andamos escasos es de tiempo y estoooo... ¿un hilo argumental? Que sí, que sí, que yo para divagar sobre mis chorradas aún me apaño, pero más allá... Y a mí lo que me pone es ese más allá. La típica historia de chica escribe novela, la presenta a veinte editoriales y se la rechazan en todas hasta que un avispado editor ve el filón, publica la obra, exitazo al canto y traducción hasta en swahili. Se nota que estoy leyendo “La verdad sobre el caso Harry Quebert”.

Esto, me dice la azafata de vuelo que vayamos preparándonos para el aterrizaje, que toca posar los piececillos en la realidad y que no me preocupe, que todo esto son efectos secundarios de LA boda. Supongo que tendrá razón.

Digo yo.

Esperemos.