martes, 27 de mayo de 2014

Una cuestión de tiempo


Hace un mes aprendí una lección maternal de las buenas: no anticiparás un evento molón a tu churumbel jamás de los jamases. Todo empezó cuando tuve la peregrina idea de preguntarle a Peque qué quería que le regalásemos por su cumpleaños. Desde entonces he estado sometida a una tortura china incesante consistente en preguntarme cada cinco minutos cuándo es su aniversario...

La primera vez le contesté que faltaban cuatro semanas. Error, porque si apenas domina el concepto "día", el de "semana" es poco menos que física cuántica. Todo optimista me enseñó tres deditos y me dijo:

-"Vale, este (primer dedito) cole, este (segundo dedito) cole, y este (tercer dedito), mi cumple, ¿noooo?" (léase la pregunta final acompañada de una cara de tremenda ilusión con ojitos gatunos).

Ni que decir tiene que cuando insinué que era algo más que eso se pilló un berrinche en pleno autobús.

Sigamos. Ahora que estamos más cerca del acontecimiento y podemos contar los días con las manos, le están entrando las prisas. El problema es que el tío se pasa lo de los ritmos circadianos por el forro. Su medida de tiempo se basa en sus períodos de sueño. Por ejemplo, los lunes lo va a buscar al cole su abuela -al mediodía y por la tarde-, y los martes Mr. X. Pues él, a las tres de la tarde del lunes de camino al cole, pregunta quien le vendrá a buscar "cuando se despierte". Poco le importa que por la tarde vaya su abuela, no distingue mañanas y tardes, sólo lo que está separado por un sano lapso de sueño. Ergo, su pregunta se refiere al día siguiente. De este modo las siestas nos complican la existencia a base de bien (que por cierto, de siestas ya más bien pocas...).

Pero lo peor es su pregunta estrella:

-"Mami, hoy es mañana, ¿verdad?".

Hay que jorobarse. Dentro de poco se me planta en el existencialismo. Y yo le digo que hoy es el mañana de ayer y el ayer de mañana. Vamos, que mucho no le aclaro al pobre. Sólo intento decirle que se deje de contar los segundos y disfrute del ahora, que es de lo que se trata. Pero eso es harto difícil de entender cuando esperas con toda tu alma que llegue tu regalo de cumpleaños.




PS: No es casual que el título del post coincida con una peli del año pasado. No es casual y además os la recomiendo muy mucho.



lunes, 26 de mayo de 2014

Antenas


Yo me las prometía felices últimamente con Peque, las rabietas habían ido a menos, era más capaz de verbalizar lo que le frustraba o enfadaba... pero el eterno ciclo de la crianza ha dado uno de sus giros inesperados, porque lleva dos semanitas...

Lo cierto es que en las reuniones sociales saca su lado gentleman, el Mr. Hyde de turno lo reserva para casa (bueno, y para el cole también un poquito, que en la reunión de curso con su profe nos dejó claro que el chaval tiene lo que sutilmente se llama "mucho genio"... pero en general su maestra está muy contenta con él, sólo espera que vaya aprendiendo a dominar sus emociones negativas).

Ayer Peque se levantó de mala luna, que decimos por aquí. Y el tío se desgañitaba a berridos y malos modos cuando las cosas no salían como él quería. Yo tengo bastantes kilotones de paciencia, pero Mr. X anda escasito y las hermanas de Peque, en plena racha de exámenes, tampoco estaban por la labor. Sola ante el peligro, vamos. En uno de sus accesos de ira le dio por aguantar la respiración y ponerse rojo como un tomate (cosa que hacía su padre por diversión de pequeño, por cierto) y le dije que parase o se le reventarían todas las venas de la cara. El tío frenó de golpe y me miró alucinado. Igual soy un poco gore con mis advertencias, pero es que estaba color berenjena...

Dado no hay nada como una buena siesta reparadora, lo metí en la cama para que cargase pilas, y la táctica funcionó, porque por la tarde su carácter mejoró un setenta por ciento (el cien por cien hubiese sido un milagro). Me pidió que hiciésemos algún experimento y me puse a pensar. Primero probamos con la espectacular combinación de vinagre y bicarbonato para inflar un globo (lo aprendí de pequeña para una tarea de la escuela y me flipó) y como teníamos más globitos para jugar quise probar un truco que aprendí en el blog de Caminem plegats. Fiasco absoluto. Primero porque hice fatal el agujero en la botella. Segundo porque los globos que tenía eran de esos tan duros que parece que te vas a perforar los tímpanos al inflarlos... Yo no paraba de soplar y Peque me dijo:

-"¡Para mami! ¡Que se te van a romper las antenas!".

¿Eh? ¿Antenas yo? Me palpé el pelo buscando alteraciones que justificasen el comentario y Peque repitió su advertencia con preocupación. Indagué sobre la cuestión preguntándole qué antenas eran esas y contestó:

-"Si mami, ¡las que se rompen si haces fuerza!".

Acabáramos, ahí lo entendí, que Peque ha asimilado que lo que tiene uno en la jeta no son venas, sino antenas. De toda la vida del señor, por supuesto... Una vez resuelta la confusión, dimos por finalizada nuestra sesión de experimentos caseros antes de que me saliesen otros apéndices extraños por el resto del cuerpo.



PS: Gracias a Trax, Cloe, la mamá de una monita y su familia, Alpaca, la mami de las tortuguitas y Yaiza por una tarde estupenda. ¡¡Que vivan las desvirtualizaciones!!





miércoles, 21 de mayo de 2014

Mrs. X


Adivina, adivinanza... ¿Qué hicieron un lunes por la mañana Mr. X, su madre, mi padre, Peque y servidora en los juzgados de la ciudad? No, no preocuparse, no nos hemos metido en ningún embrollo... o quizás sí, según se mire. Resulta que tal mezcla de progenitores y descendientes se reunieron ante la jueza del lugar para proceder al enlace matrimonial entre Mr. X y la menda. No os volváis locos haciendo cábalas, el bodorrio, the big one, sigue siendo en verano, pero el papeleo se perpetró esta semana.

Todo empezó el lunes a las ocho treinta AM en casa de mi padre, en las afueras. Sonó el despertador y Mr. X saltó de la cama diciéndome que si eso iba cargando el coche para ponernos en marcha. Que estrés de hombre por favor, ni el conejito de “Alicia en el país de las maravillas”. Yo estaba muy zen, echando mi partidita de Apalabrados en la cama antes de poner el pie en el suelo. Otra cosa será verme el día del bodorrio. Ahí no prometo nada. Ya me entra cagalera y pánico escénico sólo de pensarlo, pero ahhhh, bonita, haberlo pensado antes de invitar a 130 personas y redactar un discurso que sabes (porque lo sabes) que serás incapaz de dar sin liberar las Cataratas del Niágara vía ocular.
Pero bueno, el lunes yo iba en modo “no-problemo man, take it easy”. Por suerte los astros se comportaron y el camino al registro civil fue como la seda. La fauna y flora allí congregada era digna de estudio. Unas quince parejas esperando a dar el sí quiero, y la mayoría (curioso, curioso) con críos de por medio. Los modelitos nupciales eran de lo mas variopinto, empezando por mí, que iba con tejanos y una blusa blanca. A partir de ahí lo que tú quieras y mucho mas. Éramos los quintos de la lista y llegamos puntuales a la cita (para alivio de Mr. X), pero aún no se habían casado los primeros, así que imaginamos que la cosa iba para largo. Horror, porque Peque lleva unos días en plan Mr. Hyde (pero Hyde, Hyde, qué cabrona es la crianza algunas veces...). Nada más llegar y pasar el arco de seguridad se tiró al suelo, chilló, pataleó... Todo al más puro estilo engendro diabólico de Supernanny. Menos mal que esa mujer no pisará mi casa jamás de los jamases o estaríamos en todos los zappings del país… Mi estado zen peligraba, pero Mr. X sacó su faceta circense y se puso a hacer cabriolas con Peque. A mí la gente me miraba un poco raro, y mi suegra me hizo ver que era por el bebé de plástico que llevaba en brazos agarrado de cualquier manera, un muñeco que Peque heredó de sus hermanas y que de real que parece da hasta grima, con sus rictus de recién parido cabreado con el mundo. Si la gente pensaba que era un bebé de carne y hueso la estampa no podía ser más surrealista.

Empezaron los casorios y el fotógrafo que amablemente nos retrató por seis euretes nos dijo que no nos agobiásemos, que eran cuatro minutos por boda. Pensé que exageraba el hombre, pero que va, un cuarto de hora después ya nos tocaba. Ahí comencé a notar mariposillas en el estómago. Nos hicieron sentar a los cuatro en sendas sillas y Peque aguantó en mi regazo cerocoma, tras lo cual pasó a botar de un lado a otro ante la mirada reprobatoria de la magistrada. Como la jueza –más bien siesa la pobre mujer- había emprendido su discurso legal, por salud mental decidí concentrarme y hacer como si no viera los desplantes de mi churumbel y por suerte él, que llevaba un mono de parque encima de aquí te espero, decidió claudicar y observar el espectáculo desde una silla lejana sin volver a intervenir. Llegó mi momento estelar y pronuncié el famoso “sí quiero”. Bueno, dije sólo sí, que era una boda exprés y había que economizar palabras, pero tal cual lo dije brotaron unas lagrimillas furtivas de mis ojos. Si con ese percal me emocioné, el día del bodorrio voy a ser todo un espectáculo.


Cuatro minutos después firmamos los contrayentes y testigos allí congregados y me convertí, oficial y felizmente, en la flamante Mrs. X.





lunes, 5 de mayo de 2014

Entre pinturas


"Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla y un huerto claro donde madura el limonero...". De todas las poesías que nos hicieron aprender de memoria en el instituto, estos versos de Machado son los únicos que permanecen en mi memoria. Apenas unas palabras, pero para siempre quedó grabada en mi imaginación la cimbreante luz del sol a través de las hojas del limonero.

Gran parte de los recuerdos de mi infancia transcurren en un estudio. El de mi madre.

Hace un tiempo hablé por aquí de un misterioso piso en el que viví con mis padres.Supongo que muchas fueron las razones que les empujaron a alquilar aquel ático (era una casa con una energía especial), pero hoy en día creo que la principal fue el estudio. Situado en el piso de arriba, para acceder a él se tenía que pasar por un pasillo de madera. Era una especie de buhardilla cuadrangular con las paredes totalmente ocupadas por ventanales. Tanta era la luz que entraba que mi madre tuvo que forrar los cristales con papel cebolla. Para mí era un reino mágico, como el torreón de un cuento de hadas.

Era fácil saber cuando mamá estaba trabajando. Ponía a todo volumen Rigoletto, La flauta mágica o algún disco de su amado Freddie y se dejaba llevar. Yo me acercaba a sus dominios de puntillas y me sentaba en el suelo, esperando que con un poco de suerte me permitiese trastear entre sus incontables frascos de pintura y pinceles de pelo de marta. Por supuesto, la mayor parte del material me estaba vedada, pero ella seleccionaba algunas cosas para mí y cogiendo un cuadro suyo como modelo me ponía a pintar a su lado. Y la miraba. Ella entrecerraba los ojos, imaginaba la línea que quería dibujar, humedecía el pincel y a veces eliminaba el exceso de pintura chupándolo y advirtiéndome que nunca lo hiciese porque las pinturas eran tóxicas (menudo ejemplo, mamá). Con pulso perfecto acercaba la mano al papel y trazaba la línea. Se alejaba, se acercaba de nuevo y por fin, sonreía satisfecha. Así hasta que se ponía el sol o el estómago empezaba a rugir de hambre. Los ritmos de los artistas no entienden de horarios.

En nuestra segunda casa el estudio era diferente, pero no por ello menos impresionante. Mis padres alquilaron una casita en la falda de la montaña que rodea mi ciudad y situaron el estudio de nuevo en el piso de arriba. Las vistas eran extraordinarias, toda la urbe a nuestros pies, el mar como telón de fondo, el sol y la luna como invitados perennes. Mi madre siempre supo bien donde buscar la inspiración.

Este fin de semana, siguiendo con mi misión de adecentar el garaje de mi padre he dado con el material de mi madre. Todo aquello que ella cuidaba con tanto mimo, que apenas me dejaba tocar...ahora es mío. Bueno, mío y de mi amiga E. Ella tiene un buen ramalazo artista corriendo por sus venas y le he cedido gustosa parte de los útiles de mamá (porque sé que ella aprobaría mi decisión y porque estoy convencida que E sabrá sacar provecho a lo que le he dejado en custodia). Ahora tengo una caja llena de pinceles, tarros de témperas, lápices de tonalidades infinitas...y unas curiosas y emergentes ganas de pintar.

Ayer era el día de la madre. Feliz día con retraso mamá, te quiero hoy y siempre.


PS: Ahora entiendo lo de Rigoletto mami, engancha.