jueves, 29 de enero de 2015

El Rey


Y ahora papá... ¿por dónde empiezo?

Naciste un día de verano en la campiña alemana. Poco podías imaginar en tu infancia que el destino te llevaría al cálido mediterráneo y a ser el padre de una minúscula españolita. Que nunca se han creído mucho que tú, con tus casi dos metros de altura, fueses mi padre. Pero lo fuiste, vaya si lo fuiste.

Me enseñaste a apreciar las delicias de la gastronomía, a nadar en Piscinas y Deportes, a defender lo que era mío, a hacerme valer, a luchar, y a ser feliz. V me escribía ayer. Se acordaba de tus lecciones magistrales sobre cómo no acabar borracha del todo cuando salíamos de juerga. El sobrino de Mr. X me hablaba con cariño de tu sinceridad sin embudos y de tus manos fuertes y a la vez delicadas. No he conocido a nadie más que sepa llamar gilipollas a otra persona en sus narices y encima resulte gracioso.

El corazón se me inunda de momentos junto a ti. De cuando me acompañabas en coche por la noche si había quedado lejos con mis amigos, de aquel día que te reté a partirme un huevo en la cabeza si te atrevías (te atreviste), de tus sabios consejos de hombre de mundo, de las narraciones sin parangón sobre tus aventuras en la selva venezolana, de meternos juntos en la cocina para amasar galletas, de tu complicidad con mamá y de tu amor por ella.

A mis casi cuarenta años me siento huérfana sin las dos personas que han forjado mi personalidad y llenado de amor mi existencia. Me acuerdo de aquel día lejano, cuando contaba apenas siete años y os confesé entre lágrimas mi miedo a no teneros. Me dijisteis que no tenía que estar triste, que vosotros me queríais ver feliz. Y así será.

No quiero despedirme sin dar las gracias a A, que ha sido una especie de hermano para mí en este trance, cuidándote como sólo un hijo puede hacer. Muchas gracias, de corazón.

Te quiero papá, sigues siendo el Rey.



 
 
 
 
                                          


                                            

martes, 27 de enero de 2015

En la mesa


Una comida en nuestro hogar con todos los niños es un espectáculo digno de ver, rollo circo de tres pistas. Conversaciones cruzadas, luchas por alcanzar el primero el ketchup, chillidos al tirar un vaso lleno de agua que se derrama cual tsunami de andar por casa... Un remanso de paz.

Si lo aderezamos con los eructos incontrolados de un pre-adolescente (de "pre" ya poco) con ganas de jolgorio, se puede alcanzar la locura en apenas segundos.

Que a mí un eructo sonoro e imprevisto de vez en cuando puede hacerme hasta gracia (venga, lo confieso, me hace mucha gracia), pero cuando es el bucle y parece que van a salir hasta tropezones de la garganta del emisor, pues como que no. ¿Y qué pasa cuando el hermano mayor eructa? Que el pequeño imita. Acción-reacción. A lleva B. Más claro, el agua. Mecagoento.

La conversación del sábado pasado mientras dábamos cuenta de nuestros manjares era del tipo: "A, pásame la ensalada... ¡ojo con la botella, que la vas a tirar!", "O, basta de eructos en la mesa", "N, no comas los guisantes con los dedos leñe" (vale, no dije leñe), "Peque, ¡deja de imitar a tu hermano y no eructes más en mi oreja!".

A mí no se me ocurrió nada mejor que narrar mis sueños de esa noche. En esta ocasión yo era la última humana del planeta y los zombis me perseguían (“por suerte” todo era una especie ficción-reality show con actores). Suelo soñar que soy el último ser racional de la faz de la Tierra, quizás algún entendido en la sala sabrá explicarme el origen de mis chaladuras oníricas. El caso es que Peque oyó una palabra que no le sonaba e inquirió: "¿qué es un zombi, mami?". Pues hala, a explicárselo sin dar muchos detalles (precaución estúpida por mi parte porque él ya se ocupó de preguntar por todos los detalles eludidos). Resultado: que el acojone lo invadió a pesar de que yo le aclaré rauda y veloz que los zombis no existen y blablabla. De banda sonora de fondo seguían los eructos de O, las risas de las niñas, y los cabreos de Mr. X.

Peque iba del yuyu al eructo, de la risa al temor, de partirse la caja a pegarse a su hermana mirando paranoico alrededor. Y yo, hasta los ovarios de tanto regüeldo en mi morada, abrí la puerta a la madre perversa y con un tono-canciocilla de niña diabólica le susurré a Peque: "Cariño... ¿sabías que los eructos son la forma de llamar a los zombis?". El gas que estaba expeliendo en ese momento por su boca perdió fuelle ipso facto, y su carita de susto fue antológica.

Me debatí entre el sentimiento de mala madre absoluta y la risa brujesca. Ganó mi yo tierno y sentimental y retiré de inmediato la falsa –y ocurrente- explicación, a lo que siguieron unos cuantos eructos de celebración. Pero qué dulce fue rozar la victoria...



jueves, 22 de enero de 2015

A propósito de la Navidad


 Lo sé, lo sé, venir a estas alturas de la vida con una valoración sobre las Navidades pasadas queda un poco desfasado, pero es lo que hay, hoy me ha llegado la inspiración.

Una cosa buena de las Navidades es que en mi curro no hay curro (valga la redundancia) y eso me permite ciertas licencias, como son mirar películas (con la connivencia de mi señora jefa, por supuesto). Sentí la soledad de "Lost in translation", me enamoré con "Her", me perdí un poco con "In the mood for love"  y recapacité con "Un feliz acontecimiento". Esta última peli la recomiendo especialmente todas las que sois madres (y padres, si me léeis, que aquí somos casi todo chicas). No me parece una obra cumbre del séptimo arte, pero hace un repaso fenomenal a la maternidad. Lo malo es que hay tantos temas que tocar que por muchos pasa de puntillas e incluso con incongruencias, pero por enumerar unos cuantos habla de los consejos no pedidos, de las suegras metomentodo (pedazo máquina sacaleches le regala a su nuera, instrumento de tortura diría yo), de las crisis de pareja, de las "locas de la lactancia", del colecho... Y en definitiva, del volver a encontrarte como mujer cuando decides convertirte en madre.

La segunda parte de las Navidades me cogí varios días de fiesta para complementar los que se había pillado Mr. X para poder cuidar a nuestro churumbel. Esa diferencia de tiempo libre ejemplificó lo que ya tengo bien aprendido respecto a la crianza. Se entiende rápido con un ejemplo:

Mal

Peque pilla una rabieta. Yo estoy en mitad de cuatro cosas pendientes antes de salir de casa para ir a trabajar. Él me reclama y yo me agobio porque no puedo terminar nada. Acabo perdiendo la paciencia, Peque se cabrea más, intenta pegarme, yo exploto y grito y los dos terminamos enajenados.

Bien

Peque pilla una rabieta. Hoy no curro. Me acerco a él y le hablo con calma. Él sigue berreando y tirando cosas. Intento abrazarlo, pero no me deja. Sigo a su lado y finalmente me confiesa que en el cole un compañero le llama tonto y le pega. Lo hablamos. Nos estiramos en la cama y verbaliza otros temores. Nos abrazamos y me dice que me quiere (explicándome que tiene el corazón lleno de anillos para mí... qué cosa).

Para criar se necesita tiempo, tiempo para organizarse, para poder estar donde toca (en el presente), para poder tener paciencia. Tan fácil. Tan difícil.

Aparte de disfrutar de Peque, mi objetivo durante los días festivos era estar todo lo que pudiese con mi padre. Tanto, que acabó hasta las narices de mí y me pidió un finde libre de hija al acabar las fiestas. Hay que ver... Cría cuervos, que habría dicho mi madre. Pero bueno, estando juntos me explicó todas sus recetas de galletas y esa es nuestra forma particular de conectar y compartir la existencia, entre masas y azúcar en polvo. Las conversaciones en la cocina de papá huelen a canela y se convierten en recuerdos maravillosos.

Me he dado cuenta también de lo grandes y preciosos que están los hijos de Mr. X (nunca admitiré haber dicho esto en su presencia). No puedo decir que haya sido fácil para mí, que venía de una unidad familiar de tres personas, adaptarme a la familia numerosa de mi partenaire. Primero conocí a sus padres, hermanos, cuñados y sobrinos (ciento y la madre) y luego a sus hijos. Y me costó, vaya si me costó. Acostumbrada al silencio, a las conversaciones reposadas, a las reflexiones tranquilas... me vi rodeada de tres churumbeles que tenían por uso hablar a grito pelao -en eso no han cambiado- y liarla parda -en eso tampoco-. Para ser justos, tampoco debió ser fácil para ellos. Nada fácil. Además, yo pensaba sobre la educación de una forma en aquella época (más estricta, más al estilo de mi padre), y convertirme en madre me ha dado otra perspectiva, y ahora entiendo cosas que entonces no podía comprender. Dicen que tener un hijo es una prueba de fuego para una pareja. Para Mr. X y para mí aquello fue la prueba de fuego. Por fortuna el tiempo ha jugado a nuestro favor y hoy en día (y a pesar de las adolescencias, que todo hay que decirlo, están siendo bastante llevaderas -toquemos madera-) hemos construido una relación de la que me siento orgullosa. Las niñas me han sorprendido apoyándome de forma adulta en el trance de la enfermedad de mi padre, acompañando, queriendo ir con nosotros al hospital para estar con él... Peque tiene suerte con los hermanos que le han tocado.

Por cierto, las fiestas navideñas sirvieron además para pintar el volcán-tomate. Pintarlo yo, porque lo que es Peque pasó de su creación absolutamente.

Y a mí que me recuerda a un monigote que salía en un programa de la tele autonómica… Tomatic, se llamaba. Vaya por él:

                                                     




martes, 20 de enero de 2015

Frío


El frío me congela las ideas. Es un hecho. Por la mañana, arropada por la confortable calidez de mi edredón, amanezco llena de ideas que bullen como en un buen puchero, con ganas de alcanzar la superficie, explotar e inundar la página en blanco de mi procesador de textos. Un minuto después de que haya sonado el despertador, salto de un brinco y me pongo en marcha. No es por emular la gracilidad de una gacela, es que tengo que sortear la pierna de mi vástago, que se despierta con el movimiento de mi cuerpo y me pregunta con completa lucidez que qué hago levantándome si aún es de noche. Le contesto que me voy a la piscina y cae fulminado encima del colchón para seguir roncando. Qué facilidad, oye.

La casa es mía. Me voy a la cocina, enciendo la radio y preparo algún mejunje vigorizante. Hoy le toca al jengibre. Me pasará factura el resto de la mañana el medio litro que me bebo en cinco minutos. Mientras me pongo el bañador y me visto ya han pasado a la mitad las efervescentes ideas que tenía hace sólo quince minutos.

Llego a la piscina y somos las mismas cuatro gatas de siempre en el vestidor. La mayoría mujeres mayores con cuerpos encorvados y arrugados. Me fascinan. Y me maravilla su vitalidad. Espero llegar a mayor como ellas. El viento que me ha despeinado de casa al gimnasio se ha llevado de paseo dos o tres ideas más. Volátiles ellas. Tendré que conformarme con las que quedan, tres brotes por madurar que danzan en mi cabeza.

Me meto en el agua y blasfemo en arameo. Ya han vuelto a bajar la temperatura, los muy cabrones. Vale, vale, calentar todos esos miles de litros debe valer un pastizal, pero así cuesta un ovario entregarse devota al ejercicio.

Hago tres largos espídica perdida para entrar en calor y una vez conseguido bajo a velocidad de crucero. Mierda, ya se me ha quedado mustio un brote de idea, tendré que cuidar los otros dos bien o me quedo sin.

Una vez en casa beso a mis hombres, tiendo la toalla y el bañador y le digo a Peque que se ponga las pilas. El océano de infusión que me he bebido pugna por salir de mi ser y meo por cuarta vez desde que emergí de la piscina. Vamos a perder el autobús, lo sé. Como sé que se me está yendo otra idea... Intento atraparla, pero nada, se fuga en estampida mientras recojo el bolso, el móvil y los demás cachivaches que necesitaré hoy. A punto de salir por la puerta Peque manifiesta que la camiseta que lleva le pica. Me cagoentodo. La compré hace poco (de rebajas, eso sí), y el dibujo me encanta, pero sé que si no lo cambio me dará el viaje. Lo ayudo a ponerse otra camiseta a la velocidad del rayo y salimos disparados a la parada de autobús. Puto frío. A Peque le gusta tan poco como a mí. Criticamos juntos la estación actual y al menos estamos unidos por la causa. Llega el bus y nos sentamos para disfrutar del breve pero cómodo (y sobre todo caliente) viaje. Debo decir que este rato del día es de mis favoritos. Peque está risueño, nos explicamos cosas, nos damos la mano y afrontamos la nueva jornada con ilusión. Si no fuese por el jodido frío, claro...

Después de dejar a mi churumbel en su cole me encamino al trabajo, al que llegaré casi una hora antes de abrir el chiringuito, con tiempo para sentarme relajadamente y escribir un rato si la idea... un momento, ¿dónde está la idea? ¿dónde se ha metido? Joder. Otra que ha huido. Bellaca.

Me he quedado sin ideas.




martes, 13 de enero de 2015

Cosmos


¿Mamá, en Saturno hace frío? ¿Mamá, Júpiter cómo es de grande? ¿Mamá, por qué Plutón no es un planeta?

Aparte de gastarme el nick, se puede deducir de las preguntas de mi vástago que andamos inmersos en el apasionante momento de descubrir el universo (cortesía de un juego de puzzles del Ipad, que nos entretiene al churumbel en el coche con sus prodigios).

Si ya de por sí me paso media vida buscando chorradas en Google (creo que lo mío roza la enfermedad, pero confieso que soy un hacha en esto de explorar la red), las inquietudes de Peque hacen que me pase la otra media solventando sus dudas vía wikipedia.

En Saturno hace un frío del carajo, unos 130ºC bajo cero. Júpiter es más grande que el campo de fútbol de Oliver y Benji, caben 1300 Tierras dentro de él. Plutón fue desterrado de la lista de planetas mayores por no haber "limpiado" su órbita de otros cuerpos cósmicos y se ha quedado en planeta enano. Es lo que tiene no cumplir con las tareas del hogar.

Una tarde no muy lejana me la pasé así, móvil en mano repasando el cosmos. Y miramos muchas fotos de la mancha roja de Júpiter, una tormentita de nada tan grande como dos Tierras que hace como 300 años que adorna al enorme planeta (y luego nos quejamos tras una semana de lluvia, si es que...).

El caso es que al llegar a casa Peque de pronto se mostró miedoso, angustiado y empezó a llorar diciendo que su perrito de plástico era taaaaan bonito... El radar materno de ansiedades filiales se encendió de inmediato y tras una ducha sanadora y las correspondientes pesquisas Peque me confesó que la mancha de Júpiter le daba miedo. Tanta inmensidad lo había acojonado al pobre (no me extraña). En medio de unos pucheros reprimidos que me rompían el corazón me dijo mientras yo lo acunaba:

-"¿Es que sabes qué, mami?".

-"¿Qué, amor mío?".

-"Que los planetas cuando se mueren se hacen pequeños".

-"¿Y tú cómo sabes eso?".

-"Pues mira... Porque nací así...".

Ole tú. Casi me lo como... Pero entonces estalló en llanto y vomitó sus malestares:

-"Porque mami, si la Tierra se hace pequeña... ¡se romperán mis cuentoooooos! Y mis juguetes... Y yo no quiero. Mami, es que yo no quiero morirme".

Joder, puta mancha de Júpiter... ¡En mala hora! Hasta ahora hemos hablado bastante de la muerte, pero desde un punto de vista básicamente biológico. Dado que no sigo ninguna religión en particular, no puedo ofrecerle el consuelo, por ejemplo, de un cielo cristiano... Y bastante tengo yo con mis pajas mentales sobre lo que hay más allá de la muerte como para darle mi punto de vista, pero es cierto que siempre he creído (o querido creer) que hay algo después -aunque confieso que últimamente he pasado una fase algo agnóstica-. Lo que tenía claro es que no quería que Peque se quedase con esa intranquilidad, y sin pensarlo mucho le solté:

-"Mira Peque, ya te he contado lo que le pasa al cuerpo cuando morimos, ¿te acuerdas? Pero hay algo que aún no te he contado, y es que hay muuuuchas personas que creen que una parte de nosotros permanece después de morir y quién sabe si después nos encontramos en otro sitio. No lo sé seguro, pero es algo que me gusta pensar".

Sorbió sus mocos. Pensó un rato, y dijo:

-"Claro. Iremos a una montaña, y estaremos allí con papá, el Teenie-Weenie, el Rocko, el avi y con tu mami...".

Jugamos un rato, se me abrazó como un koala diciéndome que me quería y me explicó que tenía el corazón llenos de regalos para mí (anillos, en concreto, vete tú a saber porqué, pero no osé preguntar, que una empieza con una cuestión inocente y acaba metida en el berenjenal del siglo).



viernes, 9 de enero de 2015

Peque quotes navideñas


2015. Suena a peli de ciencia ficción, ¿no? Bueno, habiendo mamado las películas futuristas de los ochenta que pintaban un siglo XXI lleno de coches flotantes y demás parafernalia, todo año que pasa de 2000 sigue alucinándome. Me recuerdo pensando: "En el 2000 yo tendré... ¡23 años!". Y me parecía tope fuerte (era la jerga del momento, me sabréis perdonar). En fin, el año 2000 llegó y pasó, como los catorce siguientes, y lo que toca ahora para sacudirse la morriña navideña (y el frío de los cojones que me tiene los dedos tiesos tecleando en modo estalactita) son unas cuantas perlas del figura de la familia.


El disfraz

El momento baño tiene algo que invita a la confidencia materno-filial. Digo yo que será el masajito, las cosquillas, el efecto aromaterápico del champú... El caso es que inmersa en ese estado de amodorramiento cerebral y babeos mil, Peque me preguntó una mañana:

-"Mamá... ¿De qué te disfrazaste aquel día?".

-"¿Qué día cariño?" (porque "aquel día", en el idioma de Peque, puede significar cualquier jornada acontecida entre la actual y el origen de los tiempos).

-"Sí, mami, ese día, ¡el día de la boda!" (añadido esto con cansancio y tedio ante mi torpeza mental).

-"Ahhhh... vale. No sé... ¿iba disfrazada?".

-"Sí, con el vestido blanco bonito... ¿De qué ibas? ¿De guapa?".

Me ha quedado claro, el resto del tiempo voy de trol de las cavernas.


Too much Dinotren

Una tarde, sin venir a cuento de nada Peque se me acercó mientras yo estaba entretenida con el ordenador y me dijo:

-"Mamá, tengo una hipótesis".

Coño –pensé- esta no me la esperaba, ¿de dónde lo habrá sacado? ¿tendré un pequeño genio científico en casa?. Le pregunté qué hipótesis tenía y contrariado me contestó:

-"No sé. ¿Qué es una hipótesis?".

Si es que cuando me dice las cosas con tanta convicción me engatusa vilmente. Para actor, este va para actor.

(Tres días más tarde descubrí que el origen de las hipótesis de Peque no es otro que Dinotren)


Cosas del opa

Mi padre se ha agenciado un pastillero semanal que le ayuda a organizar las múltiples pildoritas que ha de tomar. Es un cachivache llamativo y cierto día, mientras se preparaba para rellenar las casillas, Peque se acercó sin disimulo para ver qué manejaba su abuelo con tanta dedicación. Mi progenitor estaba enfrascado en la ardua tarea de liberar los comprimidos de sus diabólicos envases, y Peque quedó hipnotizado por la labor. Tras observarlo con detenimiento un buen rato, finalmente liberó la duda que le corroía:

-"Opa... ¿Esto qué es? ¿Tu calendario de adviento?".

El descojone todavía dura.