lunes, 20 de junio de 2016

Tiempo de verbena


A las puertas de la verbena de San Juan está a punto de acontecer el éxodo masivo de gran parte de la familia de Mr. X a la casa de verano. Una casa que durante casi tres meses cobra vida y se convierte en la anfitriona de un Gran Hermano doméstico, pero sin malos rollos (o no demasiados, que teniendo en cuenta que de media vivimos allí quince personas, no es moco de pavo).

El otro día me di cuenta de que no es sólo que sea una casa bonita en un emplazamiento privilegiado, es algo más. Mi cuñada diría que se debe a la mística confluencia de unas poderosas fuerzas telúricas. Mi suegra, que se palpa en el ambiente lo bien que se lo han pasado varias generaciones de niños y no tan niños. Mr. X, que la naturaleza le da poder. Cada uno vemos en ella todo lo bueno que quiere darnos.

El sábado por la tarde llegamos allí después de una potente tormenta. Salió el sol y el agua empezó a evaporarse creando una neblina ascendente a través de los rayos de luz. Peque saltaba entre los árboles, sin destino definido, explorando y observando los cambios producidos por la lluvia.

No se ha dado cuenta todavía del enorme privilegio que supone crecer en un lugar así. Su única misión este verano es levantarse cada mañana y dejar que el día le sorprenda. Buscará lagartijas, se irá de excursión, se raspará las rodillas al caer de la bici, se aburrirá y me pedirá que me bañe con él en la gélida agua de la balsa, charlará con Perra de lo divino y lo perruno y al final estará deseando volver a ver a sus compañeros de cole. Pero no será el mismo niño que mañana acaba las clases, porque habrá almacenado en mente y corazón una miríada de recuerdos que lo alimentarán todo el invierno.



¡Feliz verano!


                                           






jueves, 16 de junio de 2016

Maniática


Me fascinan las manías de la gente. Leí hace poco las de Trax, luego las de la Desmadrosa y más tarde las de Peinetapintxos. Y comencé a apuntar en un papelito las mías. Debo decir que he erradicado unas cuantas. Fue cuando murió mi madre. Durante su enfermedad mis manías más estúpidas alcanzaron cotas estratosféricas. En mi mente, si no cumplía alguno de los preceptos establecidos por mis numerosas obsesiones (como por ejemplo, contar hasta siete antes de cerrar una botella), algo malo pasaría. Al final, lo más malo que podía ocurrirme sucedió, y tras su muerte me liberé de muchas de esas chocantes extravagancias (lo cual, debo decir, fue todo un alivio).

Aún así, conservo mi propio catálogo de excentricidades. A saber:

-Pongo nombre a todas las fotos que hago. Después de fotografiar una cena, excursión, viaje… descarto las imágenes que no me gustan y nombro y clasifico las seleccionadas. Lo hacía mi madre y me encantaba, porque al verlas de nuevo y leer sus títulos, podía intuir lo que le hacía sentir cada foto. Además es muy práctico para buscarlas después en el archivo.

-No me seco el pelo. Nunca. Bueno, un poco si justo después me voy a la cama, es pleno invierno y tengo anginas.

-Me arranco las canas. Porque de momento son pocas y cobardes. Veremos cuando se desmadre el tema.

-Me da asco recoger los trozos de comida que quedan en el desagüe. Superior a mí, lo reconozco.

-Recojo clips por la calle. Eso ya lo conté aquí.

-Si paso delante de un espejo, tengo que mirarme. Los escaparates reflectantes también cuentan.

-Siempre camino por mi derecha en la calle, y sería genial que todo el mundo lo hiciese. Ironía modo on.

-Me peso cada día. Excepto los fines de semana, porque en casa no tengo báscula. Pero en el curro sí, y entre perro y perro controlo que mis lorzas se mantengan a raya.

-Me lavo las manos cada vez que toco algo que deja algún rastro en mi piel. Y si no he podido hacerlo, evito rozarme la cara.

-Cuando estoy concentrada leyendo o estudiando, me rasco la cabeza. Busco con las uñas pequeñas imperfecciones de la piel. Lo malo es que parece que tenga la cabeza plagada de piojos, pero no, doy fe.

-Necesito música por la mañana mientras desayunamos y también cuando cocino, pero no la aguanto mientras leo o escribo, me desconcentra (y eso que me empollé las materias de la selectividad con Chris Isaak de fondo, cómo hemos cambiado…).

-Cada diciembre me compro el mismo modelo de agenda.

-Siento una fuerte necesidad de acabar los proyectos que comienzo. Por supuesto, hay honrosas excepciones.

-El orden. Amo el orden, y el orden me ama a mí. Díselo luego a los adolescentes que habitan mi hogar.


Seguro que podría añadir alguna cosa más al repertorio (hacer listas es otra manía), pero mantener algo de misterio tiene su glamour…








jueves, 9 de junio de 2016

Summer


Anoche me fui a la cama con la ventana abierta y el pelo mojado. Algo de brisa agitaba la persiana de madera y me dormí con el libro sobre el pecho tras leer tres frases de esa novela que no me engancha, pero que me lleva de la manita a Morfeo en medio de junglas genéticamente diseñadas y animales extraños con una peculiar chispa en los ojos.

Me he despertado antes de que sonase la alarma, descansada, sin la pereza habitual que me entra al despegarme de las sábanas, porque la temperatura era justo la perfecta y porque Perra me apremiaba desde hacía rato para que le pusiese comida.

Me he vestido en dos minutos, de negro, como ayer. Aunque ande experimentando con tonos más vistosos, el negro es mi color, y esta camiseta que llevo, a pesar de haber sido ultrajada por una furtiva gota de lejía, sigue haciendo que con su ligereza yo me sienta fresca y optimista.

Peque también se ha levantado de buen humor y hemos desayunado juntos en la cocina escuchando chorradas radiofónicas que nos han hecho reír.

Tras dejarlo en el cole he caminado sin prisa hasta el trabajo. Antes de entrar tengo cuarenta minutos para tomar un té y leer un rato, navegar, jugar, pensar y decidir, por ejemplo, escribir esta entrada. Un post que simplemente sea un alegato en favor del buen tiempo.

Adoro el verano, y eso que oficialmente ni ha llegado, pero a mí me simplifica la vida. Poca ropa, mucha luz, más sonrisas, menos dolor en las rodillas, adiós apatía, hola vida.




BSO cortesía del marchoso de mi hijo 






    

viernes, 3 de junio de 2016

Te soñé


Mi abuela me explicó hace poco algo que no ha dejado de rondarme la cabeza. Según me contó, uno de los planes que siempre quiso llevar a cabo con mi abuelo fue viajar a Mallorca. Durante su vida juntos vivieron en Barcelona, pequeñas poblaciones colindantes, Valencia e incluso París. Pero jamás pudieron ir a Mallorca. Cuando acabó su relato, añadió:

-¿Sabes? Yo es que siempre he sido muy soñadora... pero con los pies en el suelo.

Y sonrió.

Acto seguido pensé: justo como yo. Soñadora incorregible, tejedora de fantasías y a ratos crédula y hasta ingenua. Pero con ese punto de raciocinio que me hace anclarme a la realidad y no perderme en mis quimeras. Una curiosa paradoja vital que permanentemente me ha definido, y que ahora veo claro de dónde proviene.

Siento que la vida ha sido generosa conmigo, a pesar de las pérdidas y adversidades. Y cada año que pasa y veo crecer a mi hijo sano y feliz, me siento afortunada por poder observar como ese sueño que tuve se hace mayor delante mío a pasos agigantados. 

Peque mañana cumple seis añazos. Lleva toda la semana calculando una y otra vez los días y horas que faltan para su aniversario. Y me dice: "Soy nueve meses mayor que E, y cuatro años mayor que P, ¡y el año que viene tendré siete!".

No corras tanto amor mío, que el vértigo que siento ya es bastante desmedido sin tus cómputos continuos. No tengas prisa y déjame saborear a sorbitos esa inocencia que aún posees, ese amor inmenso que todavía me muestras sin rubor, esas ganas de vivir que espero que siempre conserves. No seas impaciente y paladea cada instante que se presenta mientras yo te miro... y sigo soñando.