Estos días mi padre me ha tenido preocupadilla. Parece que ahora está todo bajo control, pero hemos tenido un susto con su salud de los que te hacen temer que se derrumben los cimientos de tu vida. Sé que por ley de vida un día no estará, pero qué coño, espero disfrutar de su compañía unos cuantos lustros más.
Y cavilando sobre mi padre me he fijado en que si bien mi madre tuvo su entrada homenaje (en realidad no hay día que no le dedique un pensamiento o una sonrisa), mi padre aún no la tiene, así que me he propuesto enmendar la situación.
Mi padre...¡ay, mi padre! Si es que para mí su vida es una película de aventuras de principio a fin...De hecho, muchas veces he pensado en pedirle que me relate una vez más sus anécdotas vitales para escribir un libro. Resumir sus peripecias va a ser una micro odisea, y me dejaré muchas historias en el tintero, pero casi mejor, así me pico a mí misma con lo del libro.
Papá nació en un pueblecito germano un caluroso día de verano (vale, lo de caluroso me lo invento, no tengo ni pajolera de cómo era el clima ese día, pero queda más majo que decir "julio"). Faltaban aún algunos años para que acabase la Segunda Guerra Mundial y su familia era muy humilde, por lo que sus comienzos en este mundo no fueron fáciles. Si a eso le sumamos una familia muy, muy numerosa (llegaron a ser siete hermanos si los cálculos no me fallan), el tema se complica. Aderecemos este cóctel con el hecho de que el apellido de mi abuela paterna era de origen judío y tendremos una mezcla explosiva (más, si tenemos en cuenta que mi abuelo trabajaba para el ejército alemán encargándose del aprovisionamiento). El resultado fue tener que huir de un pueblo a otro durante años por el miedo a que alguien los señalase como judíos camuflados.
Pero mi padre, por aquel entonces, poco se enteraba del peligro. Más bien diría que era del todo un inconsciente (para que luego se meta conmigo cuando no me seco el pelo después de ducharme). Sus hermanos y él se dedicaban a incordiar a los soldados norteamericanos y conseguir de ellos chicles y chocolatinas. Se metían continuamente en barullos, robando fruta a los vecinos (en esa época con la comida no se jugaba ni una miajilla) y granjeándose la inquina del profesor de la escuela con sus pillerías.
Ahora, ninguna chiquillada supera a aquella vez que descubrieron armas y munición en el lago del pueblo, lo sacaron todo una noche y no se les ocurrió otra cosa que hacer una pira y prenderle fuego. Si sobrevivieron a aquello es que tenían una corte de ángeles de la guarda haciendo horas extras para salvarles el pellejo.
Cuando llegó a la adolescencia su padre decidió que ya era hora de hacer algo productivo con su vida. A los quince años le explicó que a partir de ese momento sería el aprendiz del panadero del pueblo y que tendría que vivir con él para formarse en el oficio. No tuvo ni voz ni voto, pero aceptó su destino y en unos años salió de aquel hogar adoptivo con un título de Maestro panadero bajo el brazo.
Por edad le tocaba hacer el servicio militar, pero él no se veía para nada en el ejército, así que sin pensárselo demasiado decidió fugarse y emigrar a otro país donde el futuro pintase de otro color. Y aterrizó en Sudamérica.
En Venezuela se asoció con un colega y montaron un bar restaurante que poco a poco fue ganando fama y clientes selectos que lo convirtieron en un local de moda. Mi padre consiguió ganar una pequeña fortuna que dedicó a vivir con holgura y descubrir el mundo que se abría ante él. Se hizo amigo de un piloto con ganas de aventura y con él recorrió la selva venezolana en excursiones de semanas enteras, sobrevolando en avioneta el Salto del Ángel y el resto de Canaima en busca de rutas nuevas que explorar.
A todo esto mi padre se había casado y tenido una hija, y su familia quería regresar a Alemania. Él dudó mucho, era feliz en su país tropical, pero finalmente cedió a los deseos de su mujer y cuando fue seguro volver a Europa, regresaron. Empezó a trabajar en una empresa alemana con sucursales en diferentes países, y por su conocimiento del castellano, pronto le asignaron España como destino. Su relación de pareja hacía tiempo que navegaba a la deriva, y al llegar aquí conoció a una morena muy resolutiva dispuesta a echarle el lazo.
Lo cierto es que yo tengo pocos recuerdos de mi vida antes de que mi padre llegara a ella, para mí siempre ha estado ahí. Aunque por lo que me han explicado no lo recibí de muy buenas maneras, y eso de que besase a mi madre me cabreaba cosa mala...Pero puedo prometer y prometo que si le di alguna patadilla fue sin premeditación y alevosía. A veces las historias con futuro tienen comienzos agitados. Y total, con un par de viajes a la Isla Fantasía nadando a sus espaldas me tuvo en el bote para siempre jamás.
A veces la gente me pregunta si alguna vez he sentido curiosidad por conocer a mi padre biológico. Y no, nunca la he tenido. Yo ya tengo un padre. El mejor.