lunes, 29 de septiembre de 2014

The best blog


¡Más quisiera! Pero resulta que la Mamá de Parrulín y Xoubiña me ha pasado este premio, así que... ¡gracias miles!

Tengo deberes y aquí la menda dejó de procrastinar hace una temporada, ¡de modo que allá vamos!

1.- Tu lema para ir por la vida.
Carpe diem.

2.- ¿A quién dedicas tu último pensamiento del día?
Suelo reservar ese momento a la lectura, así que debería decir que a la novela que me esté leyendo... Lo que pasa es que me ocurre como a la Parrulina, que me quedo frita sí o sí. Hace ya un tiempo que me pasé al libro electrónico y el mío tiene una funda con lamparita (invento maravilloso donde los haya), que además es una lamparita inteligente y cuando llevas un rato sin pasar página se apaga. Mi último pensamiento del día suele ser: "¿dónde coño está la luz?". Ergo, me he sobado.

3.- ¿Cuál fue el tema de tu primer post?
Si no tenemos en cuenta la presentación, hablaba del momento en que Mr. X y yo decidimos tener a Peque.

4.- Un pro y un contra de ser bloguera.
Pro: Conocer un montón de personas interesantes e incluso trabar amistad con ellas.
Contra: Que lleva mucho tiempo actualizar el blog y seguir a todos los que querrías y el día no da más de sí.

5.- ¿Frío o calor?
Calor, always. Ya tengo morriña del verano que se acaba de pirar.

6.- ¿Cuál es tu principal objetivo al ser bloguera?
Disfrutar, compartir, conocer, aprender...

7.- ¿Has conocido en persona a otras blogueras?
¡Sí!

8.-¿Cómo te conectas más, con ordenador o móvil?
Sobre todo con ordenador.

9.- ¿Has necesitado ayuda para diseñar tu blog?
Al principio no le di importancia al tema, pero con el tiempo me apeteció darle un toque distinto y Sarai Llamas me hizo un cambio de look con el que me identifico absolutamente.

10.- ¿Cuánto llevas en el mundo blogger?
Pues este septiembre ha hecho ¡tres años!



Además de este breve cuestionario tengo que aderezar el post con once cositas sobre mí (si sumo todo lo que he llegado a contar a través de los premios llego a once mil). Venga, que no se diga.

1. Cuando estoy nerviosa y me llaman por teléfono soy incapaz de hablar sentada, camino de un lado a otro compulsivamente.

2. Tengo un vicio nuevo: el té. Especialmente el té rojo con fresas y el té verde con cítricos.

3. Una vez creí ver un OVNI en el cielo y salí por patas gritando hacia el interior de mi casa (cuando siempre imaginé que de darse la situación estaría extasiada por la experiencia rollito "Encuentros en la tercera fase").

4. Me he dado cuenta de que recuerdo maravillosamente los títulos que me marcaron en los 80 y 90 y soy incapaz de retener el nombre de las pelis que veo últimamente (que además, son pocas; soy una cinéfila de pacotilla).

5. Cuando escribo una entrada necesito silencio absoluto, la música me distrae. Es algo reciente, cuando empollaba para la Selectividad Chris Isaak y su Forever Blue no me abandonaron ni un minuto.

6. No me gusta nada dejar cosas a medias.

7. No viajaría en submarino ni jarta de vino (reflexiones que surgen tras hacer una visita a un museo con Peque...).

8. Tampoco me tiraría en paracaídas. Eso lo hubiese hecho con dieciocho, se nota que me hago mayor.

9. Solía ser hiperpuntual (es decir, llegaba siempre diez minutos antes). Ahora me he adaptado a la realidad que me rodea y si bien sigo tratando de no retrasarme, no me agobio si llego a una cita cinco minutos tarde (cinco, no veinte).

10. Tengo en mente una sorpresita para celebrar el cumpleblog... Qué será, será...

11. La canción que esta semana no abandona mi cerebro es "Am I wrong" de Nico & Vinz.



Tendría que pasar el premio a otros cuatro blogs, pero ya sabéis que esa parte de la penitencia me la salto con premeditación y alevosía... ¡y porque cada vez me resulta más complicado elegir! (menos mal que nunca me tocaba ser capitana de grupo en el cole, ozú...). Para mí estáis todos nominados. ;)





miércoles, 24 de septiembre de 2014

El día B


Sábado por la mañana. Siete AM. Ni despertador ni leches, adrenalina en vena es lo que me despertó, como en los días previos. Ojeadita a Peque, modo lirón on. Ojeadita a Mr. X, ojos como platos. Compenetración máxima, que no se diga. Miramos por la ventana y comprobamos aliviados que el servicio de meteorología había acertado. Solazo veraniego. ¡En marcha!

Mr. X se fue con sus hermanos, cuñados y sobrinos mayores a la masía vecina a poner las mesas, yo me lo tomé con calma. Mientras desayunaba, la gente que iba entrando en la cocina me preguntaba cómo iban mis nervios. Y lo cierto es que para ser la co-protagonista de la jornada lo llevaba muy bien. Aunque de pronto recordé que me había olvidado hacer el té frío del aperitivo y mientras lo preparaba se me caía todo de las manos...

Me di una ducha rápida y a las ocho llegó puntual M, el peluquero. Elegimos un lugar tranquilo del jardín, y dado que casi todo el mundo había ahuecado el ala, durante media hora pude abstraerme de la situación y disfrutar de una paz cuasi mística. Hay algo mágico en las primeras horas del día. La luz asomaba tímida entre los laureles, la temperatura era fresca y vigorizante, y el buen hacer silencioso de M me permitía gozar del momento. Poco después llegó mi amiga O, que se había ofrecido a hacer las fotos del evento (no es una profesional del ramo, pero se apaña divinamente). Empezaron las risas y poquito a poco el ritmo de la jornada fue "in crescendo" al ir apareciendo otras amigas que venían a ofrecerme apoyo moral. Bueno, a eso venían en teoría, pero tras decirme hola a distancia (besos no, que M me prohibió gesticular hasta haber acabado con el maquillaje), desparecieron del mapa... En su disculpa explicaré que estaban ensayando su discurso. Las perdonamos.

De pronto sonó el teléfono. Era A, un amigo y vecino de mi padre que tenía que venir con él a la boda. Me explicó que mi padre, pedazo de cabezota teutón sin remedio, se había empecinado en cumplir la promesa que me había hecho -antes del ingreso- y cocinar unas pastas saladas para el aperitivo. Recordemos que había salido del hospital hacía tres días. Pues no se le ocurrió otra cosa que levantarse a las tres de la mañana para hornear las pastas... Y claro, a las ocho estaba reventado y se había puesto a dormir. A me llamaba para explicarme que iban a llegar tarde, justo para la comida. Fue un jarro de agua fría, porque mi discurso estaba en parte dedicado a mi padre, y me dio mucha pena aceptar que no iba a oírlo... Pero bueno, después de todo lo acontecido en las últimas semanas, que pudiese venir ya era un regalo. Sacudí la tristeza y volví al presente.

Cuando M acabó y por fin me miré en el espejo, flipé en colores. Me gustaría usar una expresión más culta para describirlo, pero ésta es la que más se ajusta a la realidad. Y fliparon también todos los que se iban cruzando conmigo. Si en la prueba había tenido algunas dudas respecto al peinado y el maquillaje, estas se disiparon por completo al ver mi reflejo. M se salió, el peinado quedó precioso y usó menos maquillaje para no resaltar mis imperfecciones. ¡Olé él!

Mis amigas me ayudaron a ponerme el vestido y nos echamos unas buenas risas gracias a la cremallera. Ninguna quería asumir la responsabilidad de subírmela porque costaba un huevo un poco y temían quedarse con el artefacto en las manos. Menos mal que conseguí perder peso, de lo contrario no sé si la cosa no hubiese acabado en tragedia estilística... Por fortuna la cremallera subió sin desgracias asociadas.

Mi amiga T me regaló un ramo de novia espectacular, en tonos azules y blancos con un toque de menta que le daba color y un aroma de escándalo. El ramo perfecto, sin más.

Si tenemos novia peinada, maquillada, vestida, con ramo y el reloj marca que es la hora H, ¿qué hacemos? Pues la subimos a un coche y nos la llevamos al sarao. Así que venga, todos a sus puestos. Mis amigas se marcharon primero y a mí me llevó en su engalanado coche mi cuñado M (el del vozarrón del último post).

Hay momentos clave, arquetípicos me atrevería a decir. El de la novia de camino a su boda es uno de ellos para mí. Cuando estábamos cerca del lugar hicimos una pequeña parada técnica para dar tiempo a todos los invitados a que estuviesen en la recepción y tras cinco minutitos entramos en escena. Me habían preguntado qué música quería para la ocasión (por todo lo de mi padre me quedé sin hacer muchas cosas, como elegir la BSO), y pedí que fuese algo animado, nada de clásicos pastelosos y/o lacrimógenos. Acertaron de pleno, y cuando llegué y vi a todo el mundo sonaba "Happy" de Farrell Williams. Me iba a bajar yo misma del vehículo y M me dijo que ni se me ocurriese, bajó él zumbando y me abrió la puerta... Descendí con todo el glamour con el que me fue posible y casi me da un síncope vergüenzil al tener todas las miradas fijas en mí... ¡pero que subidón ver a tanta gente querida junta! Iba alborotada de un lado a otro y al fin me di cuenta… ¡de que tenía a Mr. X delante de las narices! Menuda novia despistada... Abracé a mi churri (que estaba de un buenorro que quitaba el sentido, ganitas me daban de desaparecer con él en algún huerto cercano) y para completar mi felicidad apareció Peque a nuestro lado. El pobre estaba un tanto desconcertado, pero por suerte con tantos primos y amigos fue de flor en flor sin echarnos mucho de menos. De esos primeros minutos recuerdo los abrazos efusivos de los amigos y las felicitaciones. Y veo las fotos y me noto feliz, con una sonrisa franca y sincera. Como siempre soñé en un día así.

Andamos como locos saludando a todo el mundo y al poco vino mi amigo R (maestro de ceremonias) para preguntarme cuando quería empezar con los discursos. Le dije que no podíamos tardar y él me animó a esperar un poco más a mi padre. Eso me recordó que vendría bastante más tarde, pero justo en ese momento R me anunció que ya veía su coche. ¡Había llegado a tiempo! Corrí con Mr. X para darle la bienvenida, y en el momento en que crucé mi mirada con la de mi padre nos echamos a llorar. Por la tensión acumulada, porque no sabíamos si el momento soñado llegaría, porque la vida da muchos palos y porque en ese instante nos lo dijimos todo. Y mi madre estaba allí. Lo estaba, entre los dos, en el amor que construimos como familia.

Una vez calmados, abrazados, besados y felices, fuimos organizando todo para la ceremonia, que consistió en los discursos de varios amigos y familiares. El primero fue el mío. Me emocioné, sí, pero logré hablar desde el corazón y decir el tipo de cosas que sólo se dicen en público en un día así y que sirven para agradecer y devolver una pequeña parte del amor que has recibido. Y mi padre lo escuchó con una sonrisa en sus labios. El mejor regalo.

Después hablaron los hermanos de Mr. X y nuestros cuñados. Palabras divertidas y llenas de cariño.

A continuación llegó el discurso que más me enterneció, el de las hijas de Mr. X. Cuando él y yo empezamos a salir y me hablaba de sus hijos y me enseñaba sus fotos yo me preguntaba qué relación tendríamos. Creo que con los años hemos logrado crear algo bonito y duradero entre todos, y lo que dijeron me lo confirma. Estoy convencida de que lo estamos haciendo bien.

Más tarde hablaron los amigos que nos ofrecieron su casa (en concreto C, la hija, con la que tenemos una buena dosis de complicidad y camadería) y por último mis amigas M, V y E, que hicieron un divertidísimo y conmovedor repaso a nuestra vida juntas. Todos esos discursos los guardo como oro en paño, para leerlos y volver a emocionarme cada vez que mi body tenga ganas de marcha.

Una vez superada la fase emotiva de la boda (o eso pensaba yo), pasamos a la parte lúdico festiva. Mr. X me ofreció su brazo y me dijo que enseguida llegaba nuestra carroza para ir a la zona de las mesas. Su cara de pillo me hizo sospechar alguna travesura, y mientras escuchábamos las primeras notas de "Love is in the air" asomó por la curva nuestro fabuloso vehículo nupcial... ¡¡un tractor!! Molón a más no poder con su esmerada decoración. J, al anfitrión de la masía, lo conducía pletórico, y muy dispuesto a facilitarnos las cosas, bajó la pala para Mr. X y yo subiésemos. De esa guisa recorrimos el trayecto hasta las mesas. Qué risas nos echamos...

La comida estaba espectacular, paella y fideos a la cazuela, aunque ya se sabe que en días así el estómago anda medio encogido y mucho no devoré (pero al día siguiente me jarté de restos). De postres, pastelaco made by Mr. X. Fantabuloso. Y decorado con unos monigotes con nuestras caricaturas que hizo la sobrina de Mr. X. Le quedaron clavaditos.

Después del pastel Mr. X y yo obsequiamos a nuestros distinguidos invitados con lo que habíamos preparado respectivamente (a saber, bombones y puntos de libro). Así aprovechamos para dar un voltio y charlar con la gente. Aunque después me veo en las fotos y apenas recuerdo todos esos momentos. Trampas de la mente...

Por la tarde mis amigos, muy artistas ellos (de verdad de la buena, no es ironía), nos obsequiaron con varias piezas, algunas tuneadas para la ocasión, otras dedicadas por saber que me ponen los pelos como escarpias. Imposible olvidar ese "Sorry" de Tracy Chapman y el solo de "Somebody to love" de Queen que interpretó I. Después, rumbita de la buena de un artista como la copa de un pino.

Ya entrada la tarde Mr. X y mi otro cuñado (el del vozarrón no, otro que es un culo inquieto y que necesitaba quemar calorías) propusieron una mini excursión a un cerro cercano para ver la puesta de sol. Muy bucólico, sí. Pero decían que eran diez minutos. Los cojones. Si algo tiene de bueno casarse con alguien con quien vives hace nueve años es que te conoces sus "diez minutos". Tardaron una hora en ir y volver, ahí las chicas con sus taconcillos por el campo. A mí no me engañaron, jeje. Pero se lo pasaron muy bien y yo aproveché para reponer fuerzas apoltronada en una silla y de cháchara con mis amigas.

Por la noche hubo avituallamiento para mantener el nivel energético y afrontar la madrugada con alegría. La mayor parte de la gente se fue despidiendo antes de eso (sobre todo los que tenían niños o mascotas que recoger), pero unos cuantos nos dimos el gustazo de menear el cuerpo hasta la madrugada. Mr. X pilló una turca de mucho cuidado, pero mientras se mantuvo en movimiento no se percató del desastre, eso llegó a la mañana siguiente.

A las tres de la madrugada dimos por concluido nuestro bodorrio, felices por el exitazo y porque será un día (que digo un día, una semana) para recordar por los siglos de los siglos.

Y lo mejor, amigos y amigas, es que aquí servidora tiene una cuenta pendiente por saldar. ¡A por la despedida de soltera, yihaaaaaa!




jueves, 18 de septiembre de 2014

Preparativos


A lo largo de mi vida he tenido numerosos y variados complejos. A saber: nariz patatuda, cartucheras de escándalo, celulitis galopante, culo XL... No es que pueda presumir de haberlos erradicado de mi vida por completo, pero me atrevo a afirmar que con la edad he ganado en seguridad y amor hacia mi cuerpo. Pero he aquí la menda el día antes de ir a la prueba con el peluquero y maquillador, ambos dos la misma persona. Estábamos de cháchara durante la cena en la casa de veraneo de la familia de Mr. X, lugar en el que se centralizó el comando boda para prepararlo todo, cuando mi suegra me dijo: "Bueno, no te lo tomes a mal, que yo te lo digo con la confianza con la que se lo diría a una hija, pero ya le he comentado a M (el peluquero) que te disimule las orejas". Después de un segundo de estupefacción me dio un ataque de risa, porque jamás en la vida he tenido complejo de orejas de soplillo, y parece por lo que he observado -en el espejo- que algo de verdad hay en su preocupación... Con razón me llamaban Gizmo en la facultad... Pero bueno, no me supo nada mal, la pobre mujer sólo quería velar por un óptimo resultado estético de mi persona. Y no, no he añadido un complejo más a la lista, sigo viéndome las orejas divinas. Con ese consejo suegril bajo el brazo partimos las hijas de Mr. X y yo a la mencionada prueba. Yo no le había dado demasiadas vueltas al tema peinado, estaba por dejármelo tal cual, pero M argumentó que habiendo comprado un vestido tan bonito para el casorio no podía dejar mi pelambrera al viento. Admití que tenía razón y lo único que le pedí fue que no me hiciese un recogido, que quería llevarlo más o menos suelto. Me dejé llevar por su profesionalidad y cuando acabó me vi rarísima. Por una parte nunca me pongo maquillaje (pote, quiero decir), y me daba la sensación de que exageraba muchísimo mis arrugas... Y por otro... ¿¿pelo ondulado yo?? El flequillo no me convencía, daba la sensación de ser un poco de cartón-piedra, pero no podía arreglarme toda la melena y dejar el flequillo a su bola. Supongo que era la falta de costumbre, y al final, después de remirarme veinte veces, el conjunto me acabó convenciendo (y a mis "asistentes personales" también). Y tocó asumir que oye, con casi cuarenta tacos es normal estar un poco arrugá.

Una vez liberado mi padre del hospital decidió irse a su casa, porque su hermana y una amiga habían venido de tierras germanas para el enlace y estaban encantadas de cuidarlo y mimarlo. Saber que se hallaba en buenas manos nos permitió a Mr. X y a mí centrarnos esos últimos tres días en los preparativos más inminentes y disfrutar por fin de la movida en las que nos habíamos metido.

Miércoles, jueves y viernes me desperté cada mañana poco antes de las siete, incapaz de pegar ojo. No me sentía especialmente nerviosa, pero sí con ganas de ponerme manos a la obra. En casa, mi suegra orquestaba las diferentes tareas. Por un lado el montaje de los centros de flores. Mr. X, sobrinos e hijos recogían ramas de los árboles del jardín. Yo seleccionaba las hojas y mi suegra y las hijas de Mr. X confeccionaban los centros. Además de eso lavamos y rellenamos aceiteras y vinagreras. Elegimos complementos para los modelitos de cada uno. Ordenamos las tarjetas con los nombres de los invitados por mesas. Hicimos asambleas después de cada comida -con una media de veinte asistentes en cada una- y repetimos hasta la saciedad y como si fuera una oración el timing del día B.

Fuimos en tropel a la masía colindante, el lugar elegido para el evento, para ayudar a nuestros vecinos (y amigos además) con toda la preparación. Los jóvenes se encargaron del Photocall (impresionante cómo les quedó...). Los demás nos organizamos como hormiguitas para pintar, barrer, limpiar, acondicionar aperos antiguos con aceite de linaza, colocar flores, ornamentar con herraduras y cestos... Quizás así por encima no parezca gran cosa, pero sólo para barrer estábamos cinco personas y tardamos cuatro horas. Ahí es nada. Estando ocupada en ese menester (ampollas me salieron) la hija menor de Mr. X me preguntó riendo si me había imaginado así mi boda alguna vez. Levanté la mirada y observé a mis cuñados, sobrinos y amigos currando, intercambiando chistes, haciendo todo eso por nosotros… y le dije que no. Porque hasta que decidimos casarnos nunca había fantaseado con mi boda, mi romanticismo no iba en esa línea, pero no podría haber planeado una forma mejor de celebrarlo y prepararlo. En familia, con amigos. Rodeados de cariño. No way. Ni en mis mejores sueños. Como dice mi suegra, la gracia de meterse en un berenjenal semejante es poder recordar, no solo el día de la boda sino también todas las jornadas previas.

El viernes por la mañana las mujeres de la casa nos pusimos en marcha temprano en la cocina. Cortar quesos, trocear tomates, hervir huevos, desmenuzar pescado… La atmósfera que se generó evolucionó paralelamente a los guisos preparados. Se comenzó en frío y poco a poco se caldeó el ambiente, aderezándose con las primeras bromas, con el fuego y la chispa de los nervios, llegando a un chup chup acompasado sazonado con carcajadas, tropiezos en la cocina, armarios que se cerraban y se abrían, niños y no tan niños mendigando algún resto y, aprovechándose de todo ello, las dos perras de la casa aspirando la comida que caía de nuestras manos en medio del vaivén.

A todo esto llegaron las mesas, sillas, copas y mantelería. Como si de un tablero de ajedrez gigante se tratase fuimos ubicando cada mesa. Cuando parecía que estaba bien, alguien se daba cuenta de que la alineación no era correcta. Vuelta a empezar. Caos, risas, nuevos y desordenados ensayos infructuosos… hasta que mi cuñado M, de voz ultra-potente soltó un grito y los cuadró a todos (no me incluyo porque yo estaba a mi bola ensayando el discurso en un rincón). Mi momento relax del día consistió en una escapada que hice al pueblo con la hija menor de Mr. X. Hacía años que me pedía que la llevase a hacer la manicura. Deseo concedido, manicura para ella y arreglo de pies y manos para servidora. First time in my life. No me extraña que la gente se vicie, coño, que da un gustazo apoteósico ese meneo de los pinreles.

Por la noche, después de una cena en la que se notaban el cansancio y los nervios acumulados, Mr. X acabó al fin los pasteles (desde el primer día decidió que se encargaba él de eso), y a las doce nos pusimos a cortar las porciones para prepararlas. Me sentía como el chaval de Karate Kid. Cortar pastel, coger papelito, poner pastel. Empecé ayudada por mi cuñada, pero nos debieron ver lentas (y agotadas), y pronto dos machos alfa de la manada vinieron a ayudar. Menos mal, porque a ese paso la gesta se prometía interminable.


Último repaso mental a las tareas pendientes. Vistazo de control a todo lo que hemos hecho. Ok. Estamos preparados. A dormir, que mañana es el gran día.




martes, 16 de septiembre de 2014

Wie geht's?


Como explicaba en mi último post, estando mi padre en la UCI nos planteamos cancelar la boda. No sabíamos cómo iban a ir las cosas, y por encima de todo yo me sentía sin fuerzas para seguir con un proyecto que requería energía y estar en un momento más optimista que el que estábamos viviendo. Día a día cancelaba citas relacionadas con el casorio (la prueba de maquillaje, la despedida de soltera...) y empecé a hacerme a la idea de que no iba a poder ser. Un día se lo expliqué a mi padre. Me miró cómo si acabase de aterrizar desde Ganímedes y me advirtió que si se nos ocurría cancelar el bodorrio me las iba a tener que ver con él. Ja. Encima pretendía que le hiciese caso. Mi amigas blogueras, que me animaban vía whatsapp, me aconsejaban que esperase un poco antes de tirar la toalla. Me decían que tenía que obedecer a papi. Yo les argumentaba que si papi había sido tan cabezota como para no ver que tenía que ir a un hospital, su criterio acerca de mis nupcias no tenía lugar. Aprovecho aquí para agradecer de nuevo el cariño que me ofrecieron mis chicas. Las horas de hospital son muuuy largas, y poder compartir esos momentos y echarle unas buenas risas quitapenas se agradece un montón. Del mismo modo, leer a ratos vuestras entradas me conectaba con una realidad más alegre y llena de vitalidad. Ni que decir tiene que la familia y amigos 1.0 también estuvieron ahí apoyando, alentando y pintando un futuro mejor. A pesar de ello yo no conseguía visualizarme con una sonrisa el día de la boda, y esa imagen de novia triste aún me deprimía más.

Durante varios días Mr. X y yo pensamos en qué debíamos hacer. Anular o no anular, ese era el dilema. Finalmente, y dado que mi padre iba mejorando y me daba yuyu enfrentarme a su ira si lo contrariaba (modo irónico on) decidimos seguir adelante con el proyecto boda.

Tras once largos días en la UCI, los médicos decidieron subir a mi padre a planta. Aún tenían sus reservas, pero su condición se había estabilizado y no había motivos para seguir en cuidados intensivos. Mi padre se las prometía felices una vez allí, confiaba en salir en dos días a lo sumo, pero Mr. X y yo no lo teníamos para nada claro. De cualquier modo fue un soplo de aire fresco abandonar esa lúgubre y aséptica área del hospital y yo empecé a respirar y re-emocionarme con la boda. Ah, y mi padre tuvo su codiciada tele.

Durante esos días, por la mañana Mr. X y yo hacíamos las últimas compras y recados pendientes y por la tarde nos instalábamos en el hospital. Así como en la UCI los doctores tenían una hora concreta para dar el parte, en planta nunca coincidíamos con el equipo médico. Mi padre estaba pendiente de una última prueba. Toda la planta (enfermeras, fisios, personal de soporte...) sabía que el alemán guasón de la última habitación se quería pirar YA porque no quería faltar al enlace de su niña. Por eso y porque quería comida decente de una vez. Un martes por la mañana le hacían la última prueba. Mr. X y yo fuimos por la tarde para conocer el resultado del estudio y tras dos horas de espera no aparecía nadie. Fui a preguntar a las enfermeras y me dijeron que el médico había pasado a mediodía y que ellas no nos podían decir nada. Yo, que tiendo a ser demasiado sumisa en ese tipo de circunstancias, acepté sus explicaciones y me retiré a la habitación angustiada. Pero Mr. X... ahhh, amigo, Mr. X sacó esa mala leche que no exhibe a menudo pero que acojona hasta a una servidora y me animó a pedir explicaciones a algún responsable del servicio. Total, que volvimos a salir para hablar con las enfermeras, Mr. X alias poli malo y la menda, poli buena, suavizando a mi iracundo marido. Tras cuatro convincentes frases de Mr. X la enfermera llamó al jefe de medicina interna del hospital. Él vino enseguida y nos puso al día. Quedamos en que hablaría con sus colegas y si todo el equipo médico lo veía conveniente procederían a darle el alta a mi padre.

Aquí voy a hacer un inciso. Hay tantos tipos de médicos como de personas, claro está. No pretendo generalizar ni catalogar a los profesionales del sector, pero madre mía, que bálsamo para el alma es encontrar un médico empático, cercano, cariñoso, que te escuche y que te mire los ojos y al corazón cuando habla.... Que sepa ponerse en la piel del enfermo y de su familia. Así fue el doctor que nos atendió. Una luz en el camino (y eso que no puedo quejarme del trato recibido durante todo el proceso, pero a veces uno se topa con el muro de la burrocracia y le dan ganas de sacar la artillería pesada).
Por cierto, cuando la enfermera a la que Mr. X había reclamado información vino a hacer la cura a mi padre confesó que lo había reconocido de la tele... Se va a ganar fama de veterinario gruñón. Je.
Al día siguiente nos presentamos en el hospital a primera hora para hablar con el comité de sabios. Y esperamos, esperamos, esperamos... sin resultado. De nuevo llamamos vía enfermería a nuestro ángel de la guarda particular (AKA Dr. S) y en cinco minutos estaba con nosotros.
Hablamos con él fuera de la habitación y nos dijo que quizás había habido un pequeño malentendido, que hablaba con sus compañeros y nos decía algo. Nosotros que ya pensábamos que nos íbamos ese mismo día… Vuelta a la ansiedad. Esperamos media hora más y por fin llegó el Dr. S. Nada más entrar en la habitación miró a mi padre y le dijo:
Wie geht's?
Y acabó de conquistarme. ¡Ángel de la guarda y encima germanófono! Mi ídolo hecho médico…
Yo no hablo alemán, pero algo pillo. Seguí la conversación entre el doctor y mi padre con el corazón acelerado. El internista explicaba que el comité estaba de acuerdo en "liberarlo", pero no sabían si ese mismo día o al siguiente. Heute vs morgen.
Mi padre juntó las manos en un gesto de súplica enternecedor. Heute, susurraba. Y el médico sonrió y accedió, porque al margen de analíticas, patologías y libros, sabía que la mejor medicina para su paciente era estar con los suyos.
Heute, sentenció asintiendo, y una hora después estábamos en el coche camino a casa. Con un padre ojeroso, débil y delgado que no dejaba de soñar con un plato de jamón.
Faltaban tres días para la boda.





viernes, 12 de septiembre de 2014

Segunda parte


Mmmm… tengo los dedos oxidados. No se deslizan por el teclado con la agilidad habitual. Esperemos que esto sea como ir en bicicleta y no haya olvidado cómo se publica una entrada.

Quizás lo más sensato y práctico sea comenzar donde lo dejé. De otra manera se me hace complicado ordenar los sucesos y sensaciones que me han inundado estas últimas semanas.

Para empezar os diré que la ropa que encargué por internet... ¡Llegó a tiempo! ¡Y les iba bien a los chicos! Ole por la amiga que me pasó el chivatazo. Vale un potosí.

Me despedí explicando que mi padre estaba pochito de salud. No quise en esos momentos ahondar en el tema, pero lo cierto es que estaba muy mal. Mr. X y yo llevábamos semanas con la idea de ingresarlo, pero a teutón cabezota nadie le gana a mi paterno, y hasta que él no se vio tocado no dio su brazo a torcer. Lo que nos sitúa a dieciocho jornadas de la boda. El día que lo llevamos al hospital nos recibió una doctora con mala leche de aires hitlerianos a la que bauticé como “la House” desde el minuto cero. El caso es que haciendo honor a su mote demostró su savoir faire y derivó a mi padre al sitio que le correspondía: la UCI. Los hospitales evocan en mí sensaciones ambivalentes. Por un lado me causan angustia al asociarlos a la pérdida de muchos seres queridos (ese olor a desinfectante que marea al más pintado). Por otro me recuerda a la llegada de Peque a nuestras vidas. Y más allá de todo eso, los hospitales veterinarios y los humanos tienen sus semejanzas, y me despiertan curiosidad y ganas de aprender de una profesión que podría haber sido la mía si en la primera casilla de la ficha que rellené antes de la selectividad finalmente hubiese escrito medicina en vez de veterinaria.

Sea como sea, visitar a tu padre en la UCI es una experiencia que te remueve. Esa persona que recuerdas siempre fuerte, llevándote a su espalda en la piscina en verano, aconsejándote, advirtiéndote, moldeando tu personalidad… es ahora un ser débil, enfermo y conectado a cables y monitores. Bueno, y soberanamente aburrido. Que dejar a mi padre sin tele es la peor tortura a la que se le puede someter.

Durante mi última semana de trabajo me escapaba a diario del curro treinta minutos antes para poder llegar a las horas de visita, hablar con el médico de turno (muchas veces acompañada de Mr. X, qué suerte tenerlo a mi lado para poder estrujarle la mano en los días difíciles) y hacerme una idea de la situación. Cada vez que traspasaba las puertas de la clínica notaba una ligera pero evidente taquicardia que me demostraba que tranquila lo que es tranquila, no estaba.

Y así, sin poder evitarlo, empezamos a plantearnos que seguir adelante con la boda no era un plan viable.




PS: Pedazo cliffhanger me he marcado… Pero yo no sirvo para autora de Best Sellers, que me da penita dejaros con el mal rollete. Siguiendo con la jerga, ahí va un spoiler. Sí hubo boda. :)