jueves, 27 de diciembre de 2012

En Navidad


Saco la naricilla desde mi letargo navideño para explicaros algo que me sucedió el otro día...Era Nochebuena y cenábamos en casa de mi padre. Vive en un pueblecito cerca de la costa, y como estos días tenemos a toda la troupe de Mr. X en casa y nuestro coche es de cinco plazas, alguien se tenía que buscar transporte alternativo, y ese alguien suelo ser yo. Pero no me quejo para nada, el ratito de tren me entusiasma. Me permite quedarme embobada mirando el paisaje, disfrutar de la cháchara animada de la gente a mi alrededor y, si me apetece, leer un poco sin tener a Peque exigiéndome insistentemente que mire como hace cabriolas en el sofá.

En la estación de salida me fijé en un chaval de unos veinte años que llamaba a su madre por teléfono. Me lo quedé mirando un rato sin mucho disimulo preguntándome como sería la relación con Peque cuando llegase a esa edad. Al ser una noche señalada, se respiraba un ambiente especial por todas partes. La gente que cogía el tren a esa hora iba, en su mayoría, a reunirse con familiares y amigos, y me lo pasé en grande observando cachitos de su existencia e imaginando las historias de sus vidas.

Al llegar a mi destino, como Mr. X iba a tardar unos minutos en venir a buscarme, me quedé dentro del edificio para resguardarme del frío y vi como el chico que había visto antes iba charlando con otro joven negro. Le preguntaron a la encargada de la terminal a qué hora pasaba el siguiente autobús hacia el centro y ella no pudo resolverles la duda porque la compañía de autocares era distinta a la del tren y desconocía si por ser Nochebuena habían cancelado algún trayecto. Los dos chavales le dieron las gracias y salieron al exterior. Asumí que eran amigos y que se iban a algún sitio juntos. Un rato más tarde, cuando creí que ya llegaría Mr. X, salí afuera a esperarlo y me volví a encontrar con los chicos. Estaban hablando con mucho entusiasmo...Bueno, sobre todo el que yo ya conocía de antes, que avasallaba a preguntas al otro. Entonces me di cuenta de que no eran colegas. Se habían conocido porque el chico negro le había pedido ayuda al otro con el horario de los buses. El que yo había visto primero no paraba de preguntarle a su interlocutor de dónde venía, cuánto tiempo hacía que estaba aquí...Y así me enteré de que el chaval negro había llegado hacía muy poquito de Senegal para ganarse la vida en España. El prota de nuestra historia saltaba de un idioma a otro, chapurreando francés e inglés (e incluso algo de árabe) para que el otro lo pudiese entender y le explicó que su padre estaba a punto de llegar y que irían a cenar con la familia a su casa, en un pueblo cercano. Dicho y hecho, a los dos minutos llegó el padre. Ambos muchachos se despidieron y mientras el primero iba a saludar a su progenitor, el otro se quedaba apoyado en el poste de la parada de autocares, pegando saltitos para trampear el frío. En eso, que nuestro prota, justo antes de llegar al coche, se giró y le dijo al otro: "¡Eh, oye! ¿Te vienes a conocer mi pueblo?". El otro no sabía qué decir...pero no hizo falta, porque nuestro amigo lo dijo todo: "Sí, venga, te vienes a cenar a casa, y luego ya veremos...venga, ¡ven!". Y se lo llevó. Me asombró darme cuenta de que el padre del chaval no puso ninguna pega y ni siquiera se extrañó de recibir ese huésped inesperado. El invitado subió al coche mostrando en su cara al mismo tiempo sorpresa por el convite y alivio por no tener que esperar a la intemperie un autocar que quizás no llegaría.

Me gustó mucho la energía de aquel chico que en Nochebuena decidió invitar a alguien que apenas conocía a pasar una cena en familia. Me dio qué pensar y dibujó una sonrisa en mi cara.

Dudo mucho que pueda escribir antes de Nochevieja (mi casa es una olla de grillos y no me dejan ver el ordenador ni de canto), así que os deseo una inmejorable entrada de año, y que en el 2013 se hagan realidad todos vuestros deseos. ¡O por lo menos los que os hagan más felices!


jueves, 20 de diciembre de 2012

Rabietillas y buenos deseos


Peque lleva unos días rabietoso perdido. A veces lo gestiono con humor y entereza, y otras me supera el agobio y me siento la peor madre del mundo cuando le alzo la voz o acabo malhumorada...Reconozco que alguna vez he pensado: "Con la de mimos que le hemos dado, y la mala leche que se gasta el colega...". Porque sí, mi niño de vez en cuando hace gala de un humor de perros. Y yo, con lo que no puedo, es con que me pegue. En ocasiones, su frustración es tan grande, que me arrea un golpe con lo que tenga en la mano. Como ayer. Yo estaba cocinando y le puse unos potecitos de pasta y cuatro cosas para que se entretuviese a mi lado...pero no. Él quería meter la cuchara de madera en la cremita de calabaza que estaba haciendo, y como me daba miedo que se la tirase encima, le expliqué que no podía ser. Pues hala, rabieta y cucharazo que te crió. Y la cosa no mejoró mucho el resto de la tarde...
Lo de los tortazos me pone de una mala uva inmensa. Y tengo que templar los nervios porque mi primera reacción sería devolverle el cachete (es algo que siempre me ha pasado, si tu me das, yo te doy, no hay más...), pero como soy del parecer que los golpes no educan sino que destruyen las relaciones, pues me pongo seria, le digo que no, y salgo un minuto de la habitación para cagarme en todo y volver a mi estado...¿zen?
Por otra parte, cuando Peque se porta mal y se lo digo me suelta en medio de un gruñido: "¡Peque es malooooo!". No sé de dónde lo saca, porque yo no se lo digo. Siempre insisto en que su comportamiento es ese momento es malo, pero él no. Porque también soy de las que cree que si le colgamos una etiqueta a un niño, al final acaba comportándose según la etiqueta. Para variar el repertorio, el otro día me dijo: "¡Te vas a la clase de los conejitos!". Creo intuir que cuando a algún niño se le va la pinza en el cole, lo llevan un rato a otra clase para que se disperse...

Al final debo reconocer, que como tras alguno de estos episodios me quedo con semblante tristón, Peque viene todo amoroso, me pide perdón y me da un besito, y esos mimitos son de lo más reconfortantes (me gusta ver que se da cuenta cuando hace algo mal). Acto seguido, con una sonrisota en la cara me pregunta: "¿Estás contenta?". Porque siempre que hace cosas bien o cuando acepto sus disculpas, lo abrazo fuerte y le digo que lo estoy. El muy bribón, en alguna ocasión, se ha puesto en modo ogro justo después de hacer las paces y como yo me enfado de nuevo, me dice: "¿Porque no estás contenta si te he dado perdón y besito?". Qué tío, se cree que con cuatro arrumacos me tiene en el bote y puede hacer lo que se le antoje...

Estaba yo pensando en todo esto cuando al repasar algunos blogs que sigo he llegado a esta maravillosa entrevista de Míriam Tirado a Josep Maria Garcia, psicólogo infantil (además de padre y abuelo). En el fondo no me descubre nada nuevo, pero necesitaba oírlo otra vez, leerlo y empaparme de ello para volver hacia mi Peque con los brazos llenos de amor y compresión. Si tenéis un rato, vale la pena leer lo que nos recuerda Josep Maria.

Por mi parte, ya estoy contando las horas para que sea viernes por la tarde y pueda dedicarme a disfrutar de las mini vacaciones navideñas. Espero que paséis unas estupendas fiestas, que haya sonrisas, abrazos, besos, sobremesas interminables, conversaciones a la luz de las velas, honores a las tradiciones de cada uno, y sobre todo, mucho amor.

¡Feliz Navidad!


PS: Queridos Mayas, espero que las mates no fuesen vuestro fuerte ;)



martes, 18 de diciembre de 2012

Pon un motero en tu vida


Hace algunos lustros, cuando la menda era una tierna solterita que no encontraba un buen maromo con el que compartir su existencia, mis amigos tuvieron a bien decidir que la pareja ideal para mí era un motero. De dónde sacaron semejante idea sigue siendo un misterio, porque yo no doy para nada el perfil de motera, peeeero, a ellos se les antojó así. Tal era su insistencia, que a partir de ese momento, cada vez que me interesaba un espécimen XY rápidamente trataba de averiguar si era poseedor de un vehículo a dos ruedas. Cuando conocí a Mr. X, supe enseguida que a menudo se desplazaba por la city con una motito sencilla que casi casi parecía que fuese a pilas (fijaros si soy ignorante del tema que ni recuerdo el modelo), y a pesar de que no es lo que por "motero" entendían mis amiguitos, decidí pasarme su criterio por el forro y arrejuntarme con él.

Mi niño, como ya se sabe todas las marcas de coches y eso ya no representa dificultad ninguna, ha decidido ampliar horizontes y empezar con las de motos. Tanto es así, que mi conversación con él por la calle puede ser muy parecida a esta:

Yo: Mira Peque, ¿qué moto es esa?

Él: Una Mitsibisi.

Yo: ¿Y la verde?

Él: Miaja (léase Yamaha).

Yo: ¿Y esta tan chula de aquí delante?

Él: Hoooooonda.

Yo: Va, esa bajita de allí seguro que no la sabes...

Él: Jalei-Davison.

Yo: Jo, Peque, te sabes más que yo...¿Esta cuál es?

Él: Susuki.

...

Él (tras un rato pensativo): Mami, un día te llevo en Susuki a casita, ¿vaaale?

Yo (partiéndome la caja): Hecho.



Ya he encontrado al motero de mi vida.


miércoles, 12 de diciembre de 2012

Cuentos y una petición


Mi rutina preferida del día es la de ir a dormir. En realidad siempre lo ha sido, porque adoro estar en fase REM (tengo vocación marmotil), pero ahora tiene el aliciente añadido del "momento cuento" previo.

Como en casa conservo los cuentos que mi madre me leía de pequeña, alterno los libritos que le hemos regalado a Peque con los que yo disfruté en mi infancia. Y es alucinante revivir a través de esta lectura las sensaciones que me invadían a mí cuando era una renacuaja. Eso me permite conectar de una forma especial con mi hijo. Hemos adoptado la costumbre de leer a la luz de una linternita y eso lo hace aún más mágico si cabe. Cuando acabo el primer cuento, Peque siempre me dice: "Otro cuento mami, por favoooor...". Y por si no es suficiente, me da un besito para acabar de camelarme. Cuando finalmente cedo, suelta un rapidísimo "¡Gracias, mami!", se sienta a mi lado y me pilla la linterna para enfocar al objeto de su deseo. Y yo sonrío en la oscuridad.
Este año, como sé que a Peque le van a llover regalos en casa de sus abuelos, tíos y amigos, he decidido que nosotros le regalaremos unos cuentos. Gracias a vuestras sugerencias en los blogs que escribís he hecho una listita y hoy mismo me he ido a la librería del barrio a encargarlos. Una vez le he hecho el pedido al librero, me he dado una vuelta por la tienda, regalándome la vista con los cientos de títulos de las estanterías. Qué tentación, madre del amor hermoso...Me hubiese comprado quince o veinte. Lamentablemente, no tengo ni dinero ni espacio suficientes para permitirme ese capricho, y me he quedado con las ganas de hacerme con un libro, porque no me decidía por ninguno. Hace unas semanas me pasó lo mismo. Encontré un momento para escaparme a la biblioteca e intentar escoger un librito y fui incapaz de llevarme ninguno; como no iba con una idea concreta me pasé media hora paseando hasta que me di cuenta de que me tenía que ir a trabajar...Así que aquí va mi petición. Como sé lo mucho que os gusta leer, me gustaría que me recomendaseis algunos de vuestros libros predilectos. Si puede ser, dos o tres, así mi lista tendrá mucha más enjundia. El género me da lo mismo, leo casi de todo, así que lo dejo en vuestras manos.

 Por mi parte, haré lo mismo y os dejo cuatro títulos que figuran en mi lista de favoritos:

 -"Tuareg", de Alberto Vázquez Figueroa.

 -"La insoportable levedad del ser", de Milan Kundera.

 -"La historia interminable", de Michael Ende.

 -"Mecanoscrito del segundo origen", de Manuel de Pedrolo.


                                              
                                                     

Estoy deseando oír vuestras sugerencias...



lunes, 10 de diciembre de 2012

Más clientes curiosos


Un día de estos estaba yo en la consulta, enfrascada en la apasionante lectura del prospecto de un pulguicida, cuando el timbre me sacó de mi ensimismamiento. Nota mental: pedirle a la jefa que cambie el tono -o por lo menos el volumen- del dichoso timbre si quiere mantenerme con vida (pego cada bote cuando suena que los clientes se parten la caja al verme, para mí que alguno lo hace incluso con premeditación y alevosía...). Sigamos. Me dirigí a la puerta y una sonriente señora me dijo eso de...

-"Perdona, ¿te puedo hacer una pregunta?".

Yo asentí sonriendo a mi vez, porque sabía que con toda probabilidad lo que soltase por su boquita me daría material para un post (ya conocemos la peligrosidad que esa frase lleva implícita...).

Señora: "Verás, es que tengo una vecina, que vive arriba del todo de mi edificio, y ya me ha pasado tres veces que cuando su perro aúlla, se muere alguien que conozco...¿Eso pasa?".

Yo: O_O

¿Qué contesto yo a eso? A ver...Yo había oído hablar de un gato americano que preveía la muerte de los pacientes del hospital en que vivía..., pero aún no había tenido ningún cliente que me relatase historias similares...Lo que pasa es que según creí entender por la información extra que me dio la señora, en el caso que nos ocupa el perro aullador presintió la muerte de gente que conocía la señora que me hacía la pregunta, no de gente cercana a la familia con la que el can convive...con lo que damos una vuelta de tuerca a los poderes extrasensoriales de nuestros animales de compañía. La señora buscaba una explicación científica al fenómeno y tuve que admitir con resignación que ese es aún un campo por explorar en la medicina veterinaria y que no tenía respuesta a su pregunta. Ella insistía: "Es que es un aullido muy peculiar...y claro, me interesa saber si eso va en serio, porque como lo oiga otra vez me voy a echar a temblar...". Decidí mitigar su padecimiento explicándole que lo más probable es que todo se debiera una casualidad, porque de lo contrario ya me la veía a la pobre pendiente de las vocalizaciones de su canino vecindario, esperando la agorera alarma...

Para finalizar el curioso encuentro, la señora me explicó: "Pues me dejas más tranquila, porque el otro día leí en el periódico que un gato había anulado su cita en el veterinario por telepatía...aunque yo eso no me lo creo, claro". Y yo pensando: "Menos mal...porque el día que los gatos puedan hacer eso, yo me quedo sin trabajo".

¡Feliz semana!


miércoles, 5 de diciembre de 2012

Aventuras en el zoo: De vuelta a casa


A lo tonto a lo tonto fueron pasando las semanas y me encontré en medio de mi última semana en el zoo. Cada mañana, al ir hacia el hospital trataba de retener un poco de todo lo que me rodeaba: lo verde del paisaje, la fragancia de las plantas, la textura de la gravilla bajo las ruedas de mi bicicleta...Algo tan diferente a mi mediterránea vida habitual se había convertido en una exótica rutina, y me daba pena decir adiós. Pero también tenía muchísimas ganas de reencontrarme con mi familia y con Mr. X.

Una de las tareas que me tocó disfrutar esa semana fue la anestesia de un dragón de Komodo. Para variar, el Dr. B me relató las excelencias de esa especie, notificándome, como no, que era un reptil agresivo y peligroso.


                                     
                                              Un Komodo, cortesía de Wiki

Su saliva es tan tóxica que a veces, si se le escapa una presa tras morderla, sólo se dedica a seguirla sigilosamente y a esperar que las bacterias que hay en sus babas rematen a la víctima. Pues bien, nuestro Komodito se había zampado una piedra enorme que debíamos extraer de su estómago. Teníamos dos posibles formas de sacarla: mediante un gastroscopio o con el sofisticadísimo sistema manual ingeniado por el Dr. B (es decir, meterle la mano por el gaznate y sacar el pedrusco). El Dr. B nos iba mirando a todos y mi brazo se le antojó el ideal para el trabajo...pero al final cambió de opinión y lo hizo uno de los cuidadores de los reptiles...(¡meeeenos mal!). El chico estuvo intentándolo quince minutos y justo cuando me fui a buscar la cámara de fotos lo consiguió. Un método poco ortodoxo, pero muy efectivo, sí señor.

A mitad de semana, como todavía estábamos disfrutando del Swamp Festival, quise escaparme para dar una vuelta por ahí pero nos avisaron desde una de las secciones de que había muerto un guanaco (por lo que tocaba hacer la necropsia). El Dr. B me dijo que la haría yo. Andaba yo preguntándome (como siempre) "¿Qué será un guanaco?" cuando el Dr. B me explicó que era un camélido sudamericano...¡Un camello! ¡YO SOLA! Casi me caigo al suelo del susto...Puse cara de agobio pensando por dentro: "¡¡¡¡Este hombre está loco!!!!". Y riéndose, el Dr. B me tranquilizó explicándome que un grupo de estudiantes de la Facultad de Veterinaria que habían venido de visita me echarían una mano...Me fui a la biblioteca a empollarme la anatomía del bicho y un rato después tenía a cuatro solícitos alumnos deseosos de hincarle el bisturí a la fallecida bestia.

                                          
                            
                               Para que nos hagamos una idea...de la Wiki, cómo no


Fue algo estimulante. Unas semanas antes había pisado esa sala de necropsias hecha un manojo de nervios y chapurreando spanglish. Ahora estaba dirigiendo yo el procedimiento, contestando a las preguntas que me hacían y rellenando el informe. Tardamos casi tres horas en acabar. Ellos estaban emocionadísimos y yo más. Eso sí, al día siguiente las agujetas fueron del quince tras tanto menear arriba y abajo un cadáver de 120 kg. Me sentía muy orgullosa de mi hazaña. Tanto por el trabajo en si como por haber podido comunicarme sin problemas con todos los chicos. Ya sentía que me podía defender sin problemas (exceptuando a los cajeros automáticos de los supermercados -sí, estaban en los súper, con razón al principio no daba con ellos- a esos no los entendí jamás...).

Una vez finalizado el trabajo, me fui al Swamp Fest. Aunque evité por todos los medios que me pillasen otra vez para bailar, mi sex appeal fue superior a mis tácticas de escaqueo. Los atraía como moscas (véase prototipo de cincuentón, con shorts, camisa hawaiana y calcetines hasta la rodilla...si es que...un primor). Me habían dicho que había un grupo de canarios por allí, y como toda persona fuera de su tierra, andaba loca por encontrar algo que me recordase a mis raíces. En Nueva Orleans hay una colonia de canarios afincada desde 1770. Tenían una paradita, iban vestidos con trajes típicos regionales y explicaban cosas de su cultura. Pero todo en inglés, de castellano ni papa. Me quedé con las ganas de hablar en mi lengua...

Una noche antes de irme mi casera me invitó a cenar a un restaurante caribeño. Estaba todo riquísimo. Nos sirvieron patatas fritas que en realidad era "sweet potatoe", es decir, boniatos...riquísimos! (eso me recuerda que un día los tengo que cocinar así...). Yo pedí tortas de pescado con "habanero aioli" (lo que me emocioné al ver eso en la carta) y descubrí que la salsa en cuestión era como algo remotamente parecido al "allioli" pero que tenía más de habanero, sin duda alguna.

Un día más tarde, ya me encontraba empaquetando mis cosas para volver a mi casa. Me había ido despidiendo durante la semana de todos mis compañeros. El que sabía que más echaría de menos era el Dr. B, pero por suerte hemos mantenido el contacto todos estos años, y no dudaba de que así sería. Mi casera me llevó al aeropuerto y emprendí el viaje de vuelta. Otra vez los dichosos aviones, qué poquito me gustan...

Me emocioné muchísimo al reencontrarme con mis padres en el aeropuerto. Mr. X trabajaba y no pudo venir. Al llegar a mi casa descubrí su precioso regalo de bienvenida: una flamante bicicleta roja, para que no echase de menos la que dejé en Nueva Orleans. Desempaqueté mis cosas y a la hora de cenar llegó Mr. X. ¡Menudo abrazo! ¡Casi me tumba! (sí, y menudo beso también...). Fue tan bonito que casi me dan ganas de pirarme otra vez un par de meses para que me reciba así...


Y hasta aquí mis aventuras en el zoo. Gracias por seguirlas, ha sido un gustazo compartir con un público tan selecto mis andanzas animalescas.

 

 

lunes, 3 de diciembre de 2012

Voyage, voyage


Tal y como avisaba en mi último post, estos días hemos estado disfrutando de un preciadísimo Kit-kat vacacional. Mr. X tenía que ir por trabajo a una de las Islas Afortunadas y Peque y yo pudimos acompañarlo en su gesta. Y no digo gesta porque sí. No. Lo digo porque este viaje nos ha deparado unas cuantas aventuras...

Para empezar, todo apuntaba a que Murphy nos iba a tocar los bemoles a base de bien. Nos levantamos el jueves con esa energía que da el saber que dentro de unas horas te librarás del abrigo y el jersey para solazarte en una terracita tomando algo en manga corta...Y la sonrisa nos duró exactamente diez minutos, el tiempo que tardó Peque en despertarse y demostrarnos con su abrazo matinal que tenía algo de fiebre...Pero bueno, eran sólo un par de décimas y se encontraba bien, así que incluimos en la maleta el consabido ibuprofeno infantil, alias Dalsy y seguimos adelante con el plan (acojonaditos, pero con la esperanza de no tener que cancelar el viaje). Por si acaso, le dimos una dosis antes de embarcar. El niño andaba entusiasmado con lo de subir al avión. Aunque esa emoción también tuvo una caducidad precoz. Cuando se dio cuenta de que tenía que permanecer sentado y atado con el cinturón durante el despegue la lió parda (desde aquí mis disculpas si algún viajero de ese vuelo da con este blog...). De todas formas fueron un par de estallidos relativamente cortos y luego cayó frito, así que la ida fue bastante soportable.

Al llegar a nuestro destino Peque no tenía fiebre pero se le notaba algo alicaído. De camino al hotel iba diciendo que le dolía la "panchita" y asumí que sería por el ibuprofeno (alguna vez le ha pasado), así que al llegar nos fuimos a una farmacia y nos hicimos con el primo hermano del ibuprofeno, osease, el paracetamol, que le sienta mejor si bien no le resulta tan eficaz. Una vez en el hotel subimos a la habitación y yo lo veía raruno...Tanto que se me encendió la alarma y lo llevé en volandas al lavabo, justo a tiempo para que se pusiese a vomitar enfrente del WC. Sí, enfrente.
Lo limpiamos todo y nos fuimos a dar un paseo y a cenar. Mientras tanto avisamos en recepción de que nuestro cuarto de baño apestaba a vómito olía un poquito mal, y se pasaron a darle un repaso. Durante esas horas Peque se reanimó, dijo que ya no estaba malito y se puso las botas en el buffet. Para eso siempre he sido muy feliciana, y le dejé comer lo que quiso y en cantidad que le vino en gana. Como la tertulia post-cena se alargaba demasiado, decidí dejar a Mr. X de palique con sus colegas y me llevé a Peque a la habitación. Cuando ya estábamos en pijama y en la cama, se irguió, me dijo que le dolía la barriga y entre eso y el torrente de vómito que me cubrió enterita no medió ni un cuarto de segundo...El pobre vació el depósito y se quedó tan a gusto, pero yo permanecí ahí quieta un poco en stand by preguntándome porqué le había dejado zamparse un helado XXL de chocolate que ahora estaba esparcido en forma de chapapote en la cama y mi pijama...Llamé al servicio de habitaciones y mientras venían a socorrerme limpié y cambié a Peque y retiré las sábanas para facilitar el curro a quien viniese a ayudarme. Me quité los pantalones y recibí a mi salvadora con un aspecto bastante precario (menos mal que era una mujer...). A todo esto Peque ya estaba roncando en su cama. La mujer que me cambió la ropa de cama era un encanto, le quitó importancia al sarao y se despidió con una sonrisa de lo más reconfortante. Yo me puse otro pijama, apagué la luz y de camino a la piltra, ¡clinc!, le di un toquecito a algo que resultó ser la botella de vino que nos había obsequiado el hotel...Visualicé el percal en mi mente antes de que oyese el estruendo que hizo la botella al romperse en mil millones de fragmentitos de cristal. Me quedé ahí a oscuras, petrificada y sabiéndome rodeada de un mar de vino y minas en forma de vidrio...Podría haber llamado a la camarera otra vez, pero se me caía la cara de vergüenza. Por otro lado, no tenía ni escoba ni mocho ni nada...así que pillé el papel higiénico (suerte que había de sobras) y con una paciencia infinita lo recogí todo mientas blasfemaba por lo bajini en todos los idiomas en los que sé blasfemar...

A la mañana siguiente Peque estaba fresco como una rosa. Había programada una excursión en dromedario y Mr. X no podía venir por el curro. Yo dudé bastante, porque me daba pánico que el niño se pusiese a vomitar desde lo alto del camélido, pero como lo veía tan bien, me animé. Cuando llegamos a las dunas que servirían de escenario a nuestra aventura, el jefe del tinglado nos dijo que nos pusiéramos en fila y que los cuidadores de los dromedarios nos seleccionarían por parejas para subirnos al bicho. Por lo visto la experiencia los ha dotado de un sistema infalible para calcular a ojímetro el peso de las personas y poner a individuos de masa similar a ambos lados de la montura. Cuando quedábamos pocos por ser elegidos -Peque y yo íbamos en pack- uno de los chicos dijo: "O la mujer y el niño o la señora...". Si yo llego a ser la señora me da un bajón...Raudos y veloces nos subimos a Daniel, nuestro dromedario. Peque estaba entre ilusionado y acojonado. Yo sólo acojonada. Mentalmente me iba repitiendo: "Por favor, que no se me escurra el niño...y que no me vomite...y que no comience a gritar como un poseso..porfa, porfa, porfa...". Y no, no hizo ninguna de esas cosas, aunque a veces se giraba y al ver el morro del dromedario que iba detrás nuestro y cómo me lamía el pelo a través del bozal soltaba: "¡Qué asco!". Fue divertido, aunque un poco largo para mi gusto (sobre todo por la tensión de mantener bien abrazado a Peque, que a ratos se quería bajar en pleno trayecto...). Al descender tenía los brazos agarrotados, pero nos sirvieron un té caliente en la jaima para guiris y me relajé al ver que habíamos sobrevivido con notable alto a la experiencia.

Al día siguiente, otra aventura, esta vez con Mr. X. Nos fuimos en barquito a buscar ballenas, delfines o similares. Peque sólo quería ver delfines, de lo demás pasaba soberanamente. Yo justamente ese día iba un poco resacosa de la cena del día anterior y no me sentía muy en forma para surcar los mares, pero una madre lo da todo por el divertimento de su estirpe. El trayecto duraba dos horas y nos avisaron de que podíamos mojarnos, pasar frío por el viento y quizás (sólo quizás) marearnos. De todas formas, avistar cetáceos estimula a cualquiera y obviamos los inconvenientes. Tras una hora de trayecto en el hermano gemelo marítimo del Dragon Khan ya no pensábamos lo mismo. Cada vez que veíamos algo que podía ser una ballena la embarcación viraba para seguir su rastro, con lo íbamos todo el rato de arriba a abajo, de un lado a otro...Nosotros tres aguantamos estoicamente (Peque incluso se durmió, qué tío...), pero las vomitonas no tardaron en llegar. Ahora a babor, ahora a estribor...Un festival de regurgitaciones por doquier. Yo ni miraba, porque aguantaba en el límite, y si llego a oler ni de lejos el contenido estomacal de mi vecino saco hasta la primera papilla. Y ver bichos…pocos, pero alguno vimos. Un par de rorcuales tropicales, aunque de refilón, y una tortuga. Yo con poco me conformo y viendo el lomo de una ballena me di por satisfecha, pero observando las jetas cetrinas de más de uno, creo que de haberlo sabido se ahorraban las dos horas de mareo...Como dijo nuestro guía, para muchos los cetáceos debían andar escondidos en el fondo de una bolsa de plástico...Peque no vio nada de nada, porque se durmió durante la parte más interesante, y se quedó un tanto frustrado, pero por suerte la actividad de la tarde compensó todo lo demás. Fuimos a un parque zoológico precioso y pudimos disfrutar de lo lindo con los delfines. ¡Incluso pudo tocar uno! Un sueño hecho realidad.

En lo social, Peque se hizo famosete entre los colegas de Mr. X. Más que nada porque siempre la estaba liando parda y porque aguantaba cada noche hasta las tantas en medio del sarao. Tanto que hasta me lo rebautizaron. Ahora se hace llamar "el incombustible Peque". Para que os hagáis una idea...

Ya se sabe que lo bueno pasa volando, y en un plis nos encontrábamos en el avión de vuelta a casa. Esta vez Peque fue el típico niño toca-cojones que te ameniza el vuelo con sus llantos y pataletas. A ratos se calmaba, claro, pero después volvía a la carga: "¡Me quiero bajaaaaaar!". Mr. X y yo nos las vimos y nos las deseamos para mantenerlo en relativa calma. Eso sí, en el taxi de vuelta a casa le pregunté: "Peque, ¿qué es lo que más te ha gustado de todo lo que hemos hecho?". Y sonriente me contestó: "¡El avión!". Este niño es un cachondo mental...