Hace semanas que le tenía el ojo puesto a este libro, pero andaba yo perdida entre las páginas de
El amor en los tiempos del cólera y todavía no había llegado su momento.
Por fin, la semana pasada, lo ataqué. A bote pronto, pasar de García Márquez a Marie Kondo ha sido un poco heavy metal. Todos estos libros de autoayuda (yo lo incluiría en esta categoría) tienen a menudo una retórica repetitiva que me carga bastante, pero bueno, lo importante en estos manuales es el contenido, no el continente.
Empezaré por lo que me ha gustado. En primer lugar, la Marie y yo somos unas frikis del orden. Y desde pequeñas. Ella recuerda comprar revistas sobre almacenaje con cinco años, y yo me evoco yendo a casa de mis amigos y poniéndome a ordenar antes de jugar. Así de frikis (aunque ella me gana por goleada). Por esa razón, muchas de sus consignas son las mías desde hace tiempo y hemos llegado a conclusiones y métodos similares en varias cosas.
En segundo lugar, me ha servido para convencerme de que aún tengo que tirar más cosas. Y conste que poco me cuesta, pero hay por casa algunos objetos de los que no me he desprendido no sé muy bien por qué, y ahora ya están en mi punto de mira. Un ejemplo son los apuntes de la facultad. Cuando aprobaba cada asignatura encuadernaba todo el material con esmero y lo iba clasificando por curso. Con los años me he dado cuenta de que ya no lo consulto, y más de una vez rumiaba que lo tenía que tirar, pero luego me acordaba del trabajo que me dio encuadernarlos, blablablá… Marie me ha convencido de que cada objeto tiene su momento, y ahora toca darles carpetazo agradeciéndoles, por supuesto, el servicio prestado.
También me ha gustado la reflexión que hace sobre los recuerdos. A veces no tiras algo pensando que cada vez que lo miras invocas algo bonito/divertido/emotivo que ocurrió y que si te desprendes del objeto –al que, en sí, no le tienes cariño- perderás ese recuerdo, y eso es una falacia. Según Marie, has de coger el objeto y sentir si te da felicidad, y si no, al container.
Ahora vienen las discrepancias. Por un lado, le da una “vida” a los objetos que me chirría cosa mala (no podemos doblar unos calcetines en forma de bola porque es una falta de respeto después de las fricciones que nos ha evitado entre pie y zapato…).
Por otro, me da la sensación de que vive en un universo paralelo que yo no he conocido. Explica que al llegar a casa la saluda (a la casa, sí), se descalza agradeciendo el trabajo duro a los zapatos, entra en la cocina, enciende la tetera, va a la cama, deja su bolso en un tapete, lo vacía, guarda cada cosa en su lugar, se quita el reloj y las joyas, vuelve a la cocina, se sirve el té y se relaja. He resumido, porque hay más ritual por en medio (y siempre agradeciendo a cada objeto su función).
Mmmm… Veamos. Cuando yo llego a casa cada tarde con Peque, Perra, que nos ha oído desde el portal, se pone a ladrar y Peque le chilla que no ladre más. Cuando logro dejar en el suelo las bolsas de la compra, las cartas del buzón y la bolsa de deporte de Peque, hurgo en el bolso durante tiempo infinito hasta que doy con las putas llaves mientras trato de hacer callar a niño y perro de una vez. Abro a la velocidad del rayo para que no salgan los vecinos con la escandalera y Peque se pone a saludar a Perra, Perra a saltar sobre los dos, y yo trato de franquear la puerta cargada como una mula mientras los otros dos se hacen mimitos. Peque comienza a bramar que tiene hambre y Perra me urge para que la saque a hacer pis. Tiro mi bolso en una silla, enchufo unos frutos secos a Peque y nos largamos con Perra para que se relaje. ¿Dónde está mi té?
De esto deduzco que para entrar en el mundo Marie Kondo no has de tener ni hijos ni animales. Y no solo por el momento de paz al llegar a casa. También por lo del tirar alguna cosa. Cada vez que trato de hacer limpieza y vaciar un armario, Mr. X y Peque me hacen un placaje como dos hooligans enfurecidos para inspeccionar lo que me llevo entre manos, no sea que se me ocurra tirar alguna de sus valiosas pertenencias.
Además, Marie dice que sus clientes no rebrotan jamás, que una vez han catado el orden y la paz espiritual asociada, mantienen la armonía
forever and ever. Pues qué mala suerte he tenido yo que no he conseguido reconducir ni a uno solo de los seres desorganizados que pululan en mi hábitat. Pero no desisto.
Podrá parecer que no me ha gustado el libro… todo lo contrario. De hecho, la Marie y yo somos almas gemelas, estoy convencida.
A todo esto, me he enterado de que el año pasado fue madre. ¿Le habrá dado ya un parraque?