martes, 30 de diciembre de 2014

Esperando el autobús


Estoy esperando el autobús. La marquesina está inundada de abundante luz invernal, pero a duras penas contrarresta el frío polar que ha congelado cada uno de los dedos de mis pies (especialmente el de en medio, que a saber por qué extraña razón siempre es el último en entrar en calor). Envío un mensaje a los niños, que están solos en casa -horror- para avisarles de que en nada llego para preparar la comida. Dicen que todo está bajo control. Mejor les creo.
Vuelvo a la marquesina, a mis falanges tiritonas y al sol que sólo calienta mi cara. De verdad que me cuesta encontrarle la gracia al invierno.

Sin proponérmelo empiezo a pensar en el año que se acaba y en el que va a comenzar. No soy de balances. Quizás porque un año solar me parece un período de tiempo arbitrario para hacer cómputo de vivencias. Quizás porque me preocupa lo que pueda ocurrir en el 2015 (aunque estoy consiguiendo aparcar angustias y exprimir el ahora). Quizás porque prefiero vivir sin objetivos que cumplir. Vale, esto último no me lo creo ni yo (véase mi manía de hacer listas de todo lo que quiero leer, ver o experimentar).

Al 2015 le pediría unas cuantas cosas, pero me temo que la mayoría no dependen de mí. En momentos como los actuales siempre me viene a la mente la Oración de la Serenidad. No he sido criada bajo ningún credo, pero religiones aparte, esta plegaria siempre me ha parecido inspiradora y la clave para lidiar con gran parte de los conflictos vitales por los que tenemos que pasar. En un orden más superficial de cosas, tampoco depende de mí que me toque la lotería y por fin pueda tener mi ático con mega patio, así que de momento me limitaré a lo que sí puedo cambiar. Para el año que viene me propongo ser mejor madre para Peque. No voy a decir que me considere una progenitora nefasta porque ya intento currarme mi ente maternal todo lo que puedo y ofrecer a mi churumbel oportunidades varias de disfrute y regocijo, pero reconozco que estas últimas semanas tengo momentos de cero paciencia y malas maneras. Por supuesto, tras una rabieta y mi mala reacción, acude rauda y veloz la la Sra. Culpabilidad sin ser invitada. Ésa que sólo contribuye a empeorar mi malestar y que yo creía controlada. Ahhh amiga, de control nanay. A la que te despistas se desmelena todo. Cierto es que no me ha tocado el niño más tranquilo, dócil y sosegado del universo, pero la adulta soy yo, y no hay vuelta de hoja. Y oye, el crío tiene sus bemoles, pero pocos hay que sean tan cariñosos, besucones y tiernos con su señora madre.

Joder, mira que hace frío, a ver si llega ya el díscolo autobús (es por no decir puto, que en una entrada de propósitos añonueviles queda feo). Por fin, ahí llega. Subo al bus y una anciana empieza a despotricar a troche y moche porque la gente no circula. Pero a ver, alma cándida, esto está petao, tengo la maletita del colega de al lado más metida en el culo que el tanga, un poquito de por favor (que conste que soy una persona considerada y respetuosa con mis mayores... pero cuando estos no demuestran ser merecedores de mi cortesía y encima van de "que-mal-está-la-juventud" me entran los siete males -y me acuerdo de una cínica poesía que una amiga les escribió a las "simpáticas viejecitas del carrito que pululan por el mercado"-). Bueno, bueno, bueno... ¿Dónde está mi espíritu navideño? Me parece que voy a tener que pulir mis propósitos e incluir una sección para los viejetes cascarrabias.

¿Por dónde iba? Ah sí... Mi lista de pendientes para el 2015. Venga, me pido sacarle provecho a mi cámara nueva y conseguir fotos molonas; llevar a Peque a patinar sobre hielo, que ya me vale no haberlo hecho aún; ensayar toooooooodas las recetas de galletas que le he copiado a mi paterno de su libro secreto y demostrarle que me salen tan bien como a él; reír más (siempre se puede reír más); no ser tan sargento con el orden (bah, eso es imposible, descartado); sentarme mejor (si me despisto acabo hecha un ocho en la silla); conseguir un minutito de meditación a la semana (si pido más me rajo fijo); ver las pelis de mi lista/leer los libros de mi lista/hacer las actividades materno-filiales de mi lista; no hacer tantas listas; buscar más momentos de solaz parejil con Mr. X (no hablo sólo de eso que estáis pensando, mentes lascivas... pero también, jeje); montar más cenas/salidas/excusas-para-quedar con mis amiguitos y partirnos de la risa con nuestras paridas. Ya paro, que esto no tiene fin. Y a ver, en el fondo no es tan complicado, sólo se trata de amar cada día que pasa y no dejar que se me escape sin haberlo aprovechado.

¡Mi parada!

Que el 2015 sea buen chico y os traiga todo lo que deseáis. Mil gracias por pasaros por aquí, a todos y cada uno de vosotros.


¡Feliz Año Nuevo!




domingo, 21 de diciembre de 2014

Recta final before Xmas


Se hace saber a todo el reino (bloguero) que mi germano padre tuvo a bien abandonar la reclusión hospitalaria esta semana pasada. Y menos mal, porque lo del contrabando se estaba poniendo peliagudo con sus últimas exigencias (bandejita de makis le tuve que llevar el domingo por la noche...).

Lo tenemos delicadito, pero al menos puede pasar las Navidades en casa, como era su deseo y el nuestro. Y amenaza con cocinar por Nochebuena, se va a resarcir de todos los días comiendo arroz pasado y pechuga de pollo deshidratada.

Por otro lado, seguimos con nuestra aventura con el Adviento. Debo reconocer que me ha sorprendido la buena predisposición de Peque ante la mayoría de las actividades que le he propuesto. Estamos apuntados a las cajitas de My Little Book Box y en general le gustan los libros pero no le entusiasman las actividades que los acompañan (para frustre de servidora). Con el calendario me he llevado una grata sorpresa. Aunque, todo hay que decirlo, alguna actividad se ha quedado en el tintero. El día que le propuse el cuadro de ceras derretidas (¡con lo que debe molar!) se le antojó que fuésemos a bañarnos. Le hacía tanta ilusión que guardé con un suspiro las ceras en el cajón y me lo llevé a la piscina. Peque aún no sabe nadar, pero nos estamos acercando mucho al día en que por fin me suelte la manita para lanzarse al agua sin ayuda.

Este fin de semana estoy cuidando a mi paterno, en Alemania, you know (o me cuida él a mí con sus delicatessen, no sé yo) y Peque y Mr. X están en casa con el resto de los niños. Me resulta extraño tener tanto tiempo libre para mí, para leer si me apetece, ir al WC sin un observador de metro diez delante de mis narices, sin una vocecita que me reclame cada dos nanosegundos... Eso de lo que las madres tanto nos solemos quejar cuando nuestra individualidad se disuelve en el universo para ir en pack de forma casi constante con nuestra prole. Y aunque tiene su gracia, será la Navidad o será que soy una mamá gallina sin remedio, pero lo echo muchísimo de menos. Mr. X me tiene al corriente de los altercados/incidentes que ocurren en nuestro hogar vía cibernética. Bendito guasap.

A las puertas de la Navidad he leído muchas entradas sobre el tema. Yo no soy ni la fan número uno ni la detractora más acérrima. Como conservo buena parte de la niña que fui, me es imposible no sentir cierto cosquilleo en el estómago al pensar en los regalos amontonados, las mesas de gala, las opíparas comidas... Pero a mitad de las fiestas ya necesito volver a la normalidad, dejar los excesos y guardar la decoración en su cajón. Las ausencias se sienten más que nunca, las notas en los abrazos apretados y en el brillo de los ojos de tus personas queridas durante un brindis.

Vuelvo la vista atrás en el tiempo y veo a una niña cantando villancicos en francés, emocionada por tener junta a la familia y deseando que bajo el árbol esté el teclado electrónico que ha pedido.

Miro hacia delante y aunque a ratos me canse toda la parafernalia navideña, Peque se merece vivirlo con esa ilusión que me regalaron mis padres, así que a ponerse las pilas, que Mariah ya suena en la radio y pienso ponerme las botas llorando con Love actually.


¡Feliz Navidad!




viernes, 12 de diciembre de 2014

Contrabando germano


Me cuesta saltarme las normas. Siempre me ha ocurrido, tengo asumida mi naturaleza sumisa... aunque eso no quita que de vez en cuando me tome mis licencias. Esto me recuerda los ímprobos esfuerzos de mi amiga V por hacer de mí una delincuente. De jovencitas, a ella le gustaba colarse en el transporte público, hacer algún simpa, dar el cambiazo a las etiquetas de los productos a la hora de pagar... Yo era incapaz. Un día me animó a decirle a la que cobraba en el bar de la facultad que lo que llevaba entre mis manos era un cortado en vez de un pedazo de carajillo de Baileys para ahorrarme unos centimillos y lo intenté. Se me debió ver a la legua la cara de culpable, y cuando la mujer me señaló que el camarero le estaba chivando que de cortado nada, que era un caraja como la copa de un pino, quise fundirme cual casquete polar.

Lo chungo viene cuando el que te incita a infringir la norma es que el que siempre te ha llevado por el camino de la rectitud. El que viene siendo mi padre. Resulta que el hombre ya está en planta y no soporta la comida que le sirven (normal, esos platitos no huelen cuando levantas la tapa, hieden), ergo anoche cogió su móvil y sin miramientos me llamó eligiéndome como ejecutora de su plan. Tras tomar nota del recado colgué circunspecta y acto seguido llamé a Mr. X para convertirlo en cómplice de la misión. Después de hacernos con el material solicitado en un garito que frecuentamos, cargamos la mochila y fuimos a la clínica, en la cual entramos con mucha sangre fría aparentando normalidad. Conseguimos franquear las barreras enemigas (era el turno de las enfermeras chungas) y al fin llegamos a la habitación de mi paterno sin contratiempos. Cuando le pusimos el objeto de su deseo en las manos, los ojos le hacían chiribitas. Me pregunto cuánto nos puede caer por contrabando de una barra de pan crujientita…

Además del botín le llevé un bloc de dibujos de Peque que nos habían dado en el cole. Quería que viese uno en concreto que nos proporcionó a los padres de la criatura un buen rato de risas. La colección de ilustraciones era de los eventos más representativos de estos últimos meses. Cuando se reincorporó a la escuela tras el descanso estival, le pidieron a mi churumbel que dibujase dónde había pasado las vacaciones. Él se entregó al trabajo y plasmó la casa de mi padre, con el jardincito, la bañera de hidromasaje que adora… Y debajo, escrito por la profe, ponía: “Este verano hemos ido a Alemania”. Me pregunto qué pensarán las maestras cuando el crío cuenta las bondades de la tierra de su abuelo, con ese pedazo de clima, ese solazo y esas playas alucinantes… de la Costa Brava. Porque mi padre sigue viviendo a una hora de nuestra casa. Es lo que tiene que siempre esté conectado el satélite alemán al televisor y allí el niño se empape de cultura germana.

Y hablando de tele. Empiezo a preocuparme por las horas que invierte mi niño delante de la caja tonta. Ayer, al llegar por la noche a casa, yo no encontraba las llaves y Peque cogió un palito que llevaba en la mano, lo usó a modo de varita mágica señalando la puerta y soltó: “Esto lo arreglo con un toque de Vanish”. Houston, tenemos un problema.



Bonus track: Todavía tengo el volcán-tomate secándose en el horno. Igual para el Adviento del año que viene lo podemos pintar.









                                 


martes, 9 de diciembre de 2014

U2 y el Adviento


Antes que nada, gracias. Mil gracias a todos lo que os habéis preocupado por nosotros y nos habéis mandado mensajes a través de todas las vías posibles. Me he sentido tremendamente acompañada estos días.

Normalmente los posts salen casi solos, tengo una idea que me ronda, sucede algo gracioso, me planto delante del ordenador y dejo fluir las palabras. Ahora me cuesta un poco más. Pero diré que esta experiencia, aunque toque fibras sensibles de mi ser y provoque a ratos tristeza y desasosiego, también me hace sentir otras muchas cosas buenas. Justo ayer retomé un libro que había dejado a medias para acabar otro. Se trata de “Sano y salvo” de Juan Gervás
Veo claro que tenía que leerlo en estos momentos. Me acerca a una visión de la vida (y de la enfermedad y la muerte) con la que comulgo totalmente. Rumio sus reflexiones y tomo nota de lo que no quiero olvidar: “¿Murió? No, acabó, que empezó a morir cuando nació… Nacemos y morimos cumpliendo un anatema vital, lleno de oportunidades de disfrute incluso en los últimos momentos. Así, una música o sonido preferido, una mano cariñosa, un beso cálido, una palabra sentida, un olor agradable y/o conmovedor, una caricia sensual, una lágrima amiga, una broma tonta y risueña, etc. […] La salud tiene muchos grados. La salud no es una variable dicotómica en la que sólo quepan el sí y el no. La salud tiene variaciones y modulaciones, altos, bajos y extremos. Si somos humanos, la salud tiene siempre un grado compatible con la enfermedad y la muerte. La salud no es un estado perfecto, sino posible y cambiante”.
Y así andamos, adaptándonos a los cambios. Una cosa está clara, a cabezota y tenaz no le gana nadie a mi padre. Y yo creo que se ha propuesto cocinar la cena de Navidad. Por cierto, U2 es la unidad de cuidados intensivos en la que está mi padre. A Mr. X y a mí nos pareció un buen augurio por ser fans de la banda de Bono. Veremos.

Una de las consecuencias del proceso en el que andamos inmersos es que las rutinas se resienten, y Peque no acaba de entender que tengamos que ir y volver del hospital continuamente. Asociado a ello, anda en modo ogro casi todo el día. Sé que parte de su mal humor es una expresión de todas las eventualidades vividas, sé que debería tener más paciencia, sé que debo dejar de tirar por la vía rápida de las órdenes y la poca empatía. Lo sé, y sigo tropezando. En fin… poco a poco.

Eso sí, aquí la menda se ha currado el Calendario de Adviento propuesto por la Parrulina, y trato de encontrar un rato al día para las actividades. Bueeeeno, vaaale, no todo han sido actividades. Mea culpa, una noche delegué en Mr. X la tarea de pensar algo para el día siguiente y por la mañana me levanto y me encuentro un polvorón metido a presión en la casita. Si es que… (para ser ecuánimes admitiré que yo también tiré de golosina un día –piruleta de chocolate made by Mr. X-).

A estas alturas podemos hacer una valoración de algunas de las actividades realizadas. Las guirnaldas de palomitas fueron un exitazo. Los hermanos de Peque se sumaron a la cadena de montaje y acabamos en una horita. Lo malo es que no se puede esperar que esas guirnaldas sirvan de decoración porque a la hora de fabricación ya habían desaparecido entre las fauces de los niños (y te encuentras palomitas hasta en las bragas durante dos días).

La otra actividad a la que le tenía ganas era la pasta de sal. Mi padre hacía figuritas con esta pasta cuando yo era pequeña y le quedaban de alucine. Si rescato alguna foto del baúl de los recuerdos la pondré por aquí. En un vano intento de emular aquellas obras de arte, ayer Peque y servidora le dimos a la masa. Bueno, en fin, para qué dar detalles… Yo hice un muñequito de nieve y una serpiente (deformación profesional) y Peque hizo un monigote de nieve –picasiano- y un mamotreto de medio kilo de pasta que no va a secar en la p..a vida que primero dijo que era un volcán y después un tomate. Prometo fotos en cuanto tenga un rato. Ya me estoy preguntando cómo deshacerme de ese artefacto sin que se dé cuenta…




viernes, 5 de diciembre de 2014

Encontrar la sonrisa


Lo miro, dormitando en su cama de hospital, respirando con dificultad, y entreabriendo los ojos para echarme un vistazo y soltar algún taco.

Lo miro, y sigo viendo al hombre grande que me ha criado, echado alguna bronca y enseñado a nadar.

Lo miro y a veces llegan lágrimas a mis ojos, y otras sonrisas a mi corazón.

Cuando nos enfrentamos a la enfermedad y la muerte, parece que todo nuestro ser debe sumergirse en la pena y el dolor. Pero hay lugar para la sonrisa. Y por suerte, con un hijo pequeño es casi una obligación.

Hoy le explicaba a Peque que debe tener un poco más de paciencia conmigo de la habitual. A veces estoy algo ausente, cascarrabias o con pocas ganas de jugar. A veces él está más quejicoso, irascible y respondón. Al fin y al cabo estamos en el mismo barco, y cada uno muestra su pena y desconcierto como puede. Pero no quiero que Peque se quede sólo con eso, así que al final he obligado a mi cara a sonreír y le he hecho unas cosquillas. Y verlo reír a carcajadas en mis brazos ha hecho que la falsa sonrisa inicial cobrase vida y me alegrase el alma.








miércoles, 3 de diciembre de 2014

Memoria


Cada vez entiendo mejor a la gente mayor. Hablo de cuando son capaces de explicarnos con pelos y señales batallitas de la infancia y se olvidan de lo que han comido hace dos horas. Así soy yo.

El cine lo ejemplifica a la perfección. Conozco mucho mejor los actores, directores y títulos de pelis de hace veinte años que los de ahora.

Eso me lleva a la terrible deducción de que tengo una caca de memoria. Terrible por muchas cosas, pero principalmente, porque es un golpe bajo para mi amor propio. Resulta que con catorce años vino una psicóloga al cole, nos hicieron una par de tests y yo obtuve resultados de casi superdotada (vale, igual exagero una miajilla, pero me pintaron un panorama muy halagador). Entre otras virtudes, exaltaron mi memoria. Pero ahhh, amigo, memorias las hay de muchos tipos. Dame un tocho de cincuenta páginas y lo memorizo en dos días, pero no me preguntes nada de lo que explica diez meses después porque no podré evocar ni el color del papel. Y ese es el quid de la cuestión. Todos los cracks que conozco en mi profesión son personas que retienen información ingente durante años bisiestos y más allá. Mr. X inclusive (y él aún tiene más depurado el sistema, porque memoriza exactamente aquello que le interesa, pero no le pidas que enchufe el lavavajillas cuando salga de la cocina porque NO lo recordará en un noventa y cinco por ciento de las ocasiones).

Espoleada por el informe psicológico, acepté con humildad mi más que probable genialidad y pensé que mi futuro académico estaría jalonado de premios y éxitos diversos. Un sólo año en la facultad me valió para sacudirme las gilipolleces de encima. Que una cosa es retener cuatro teorías de las clases de filosofía de insti y otra muy diferente empollar de pe a pa Anatomía Veterinaria I (de la II ya ni hablamos). Y qué coño, no sólo de memoria vive el genio. Digamos que en pensamiento lógico y deductivo ando más perdida que Wally en una convención de gondoleros (y aquella borrachera de juventud debió matar selectivamente a las dos neuronas que tenía de guardia para esos menesteres). Como le decía a Matt en su blog, el mundo se habría quedado anclado en la prehistoria de haber dependido de seres como yo.

Así pues, he asumido que tengo mala memoria. Si quiero que una información cale en mi maltrecho cerebro tengo que repetirla como un mantra día sí, día también. La que dejo de usar durante unos meses, es absorbida por el agujero negro que debo tener al lado de las neuronas etílicas del pensamiento deductivo.

Acabo de darme cuenta de que no sé a santo de qué escribía yo esta entrada...



lunes, 1 de diciembre de 2014

Si te toco tú me tocas


Extraño título de post, ¿eh? Quizás alguien ya lo haya pillado (has estado en el agujero, pillín...).

Todo tiene su explicación, no preocuparse.

El sábado por la mañana me levanté con cosquillas en el estómago, inequívoca señal de que la expectación dominaba mi ser. Motivo: la despedida de soltera. Que vale, ya estoy casada -hace siete meses para ser exactos-, pero es lo que tiene hacer todo en mi vida sin orden ni concierto (mucho más divertido, dónde va a parar). Primero me arrejunto, luego tengo un hijo, más tarde me caso legalmente, después lo celebro con un bodorrio, y para rematar la jugada, me voy de despedida.

Debo decir que cierto remordimiento me corroía, porque Peque no acababa de entender que me pirase todo el día de fiesta, pero una vez dejé a mi churumbel en manos de su padre me desentumecí la espalda, sacudí la melena y me encaminé a disfrutar de mi día, que buena falta nos hace dedicarnos a nosotras mismas de vez en cuando.

En una parada de metro me esperaba mi amiga A para llevarme al primer destino de la jornada. Debo decir que me olía hace tiempo el sitio al que me llevaba. Por una parte porque yo había insinuado que me apetecía muchísimo ir allí, y por otra porque me avisaron de que me llevase bañador. No hay que ser Sherlock precisamente... Los árabes nos dejaron muchas cosas maravillosas en la ciudad, pero lo mejor, a mi parecer, los baños termales. Qué cosa, qué relax, qué calma, qué té más rico... y qué pesao el tío que nos hacía callar cada dos por tres. El hombre tenía razón, pero claro, seis chicas sueltas no callan ni debajo del agua (nunca mejor dicho). Al final bajamos las revoluciones y flotamos en silencio las unas junto a las otras como cuerpos en suspensión en una peli de ciencia ficción. En serio, esto tengo que hacerlo por lo menos una vez al año. ¡Me relajé tanto que me di cuenta de que no pensaba en nada! Con el tiempo que llevo tratando de conseguirlo con la meditación...

Cuando la campanilla nos avisó de que nuestro tiempo de relajo se había acabado nos fuimos a los vestuarios a ponernos monas y hacernos setenta fotos en todas las poses cuquis conocidas. Hermosas, relajadas e hidratadas nos fuimos a la siguiente parada. Ya eran casi las cinco y no habíamos comido, así que nos fuimos a merendar a un restaurante del centro donde nos esperaban dos amigas más. No me esperaba que me llevasen allí, ¡qué recuerdos! Siempre comíamos en ese lugar cuando estudiábamos juntas en la biblioteca. Preparan unas recetas vegetarianas espectaculares. Y el ambiente es cálido y agradable a más no poder.

Una vez llena la panza la modorrilla empezaba a adueñarse de mi body... pero enseguida nos tuvimos que activar de nuevo para llegar al siguiente hito en el camino. Que en realidad era un plan B decidido en el último minuto por culpa de la meteorología. El plan A era una ruta esotérica por la ciudad (que eso habrá que hacerlo, porque mola mil). Pero qué queréis que os diga. Benditos rayos y centellas que nos llevaron al plan B, porque aquí una servidora se lo pasó de lujo en el agujero. Pero un agujero molón, nada de socavones de obras u otras oquedades misteriosas.

Era EL agujero.

Mis amigas del alma me llevaron a ver The Hole 2 y yo me reí, me emocioné y me divertí como hacía siglos que no me ocurría con un espectáculo. Algo había oído sobre la función, pero hay que ir al agujero para saber cómo es. Y dejarse llevar por sus movidas (de ahí el título del post). No os explico mucho, porque lo chulo es ir y sorprenderse.

Para rematar la velada me llevaron a cenar a un tailandés exquisito. La tertulia postpandrial fue de todo menos aburrida. A mí se me ocurrió mentar las cremas de rejuvenecimiento genital que tan famosas se están haciendo (hasta en las Nonabox las incluyen, de piedra me quedé cuando nos lo explicó Drew) y atribuladas comenzamos a preguntarnos por la tersura y coloración de nuestros bajos... pero claro, sin comparar, una no sabe si lo suyo está lozano o chuchurrío como una lechuga pocha, y llegamos a la conclusión de que teníamos que hacernos unos selfies para poder tenerlo claro. Selfies no faciales, se entiende. No preocuparse de nuevo, no hubo ovarios. Casi mejor no conocernos tan bien.

Estoy planteándome casarme de nuevo por el rito zulú o lo que sea. Porque con el planazo que me 
prepararon mis amigas yo quiero una despedida al mes como poco. He dicho.

Y gracias, amigas. ¡Sois las mejores!