viernes, 2 de febrero de 2018

Time goes by


A estas alturas del invierno ya comienzo a soñar con la llegada de la primavera, y eso que vivimos en un lugar relativamente cálido. Llego a nacer en Alaska y sería expat hace décadas. Y es que con más horas de luz, brisa cálida y menos ropa que ponerse por la mañana, la vida sabe mejor.

Supongo que no debe faltar demasiado para que le pregunten a la marmota de turno cuando va acabar esta estación, y eso me hace pensar en varias cosas. La primera, que me siento en un bucle. No hace nada deseaba que llegase la primavera del 2017, y la del 2016 y del 2015, y ya deseo la del 2018. Las estaciones se suceden como en un tiovivo acelerado, como el flashforward de alguna película de ciencia ficción. La segunda, que se ha cumplido el tercer aniversario de la muerte de mi padre. Tres años. ¿Sientes como avanza el carrusel? La tercera, que a mi hijo le falta menos que un suspiro para alcanzarme en altura, y hace un momentito era un deseo en forma de semilla voladora.Y podría seguir contando lo vertiginoso que me parece esto de vivir pasados los cuarenta, pero me quedaré con la nota mental de enseñarle a Peque Atrapado en el tiempo.

El tiempo siempre me ha sorbido los sesos. Uno de los primeros cuentos que escribí años ha fue precisamente sobre una máquina para viajar al futuro. Era un trabajo para la asignatura de castellano y la profe me dijo que no estaba mal, pero que abusaba de los tópicos del género. Supongo que haberme tragado todas las pelis que versaban sobre el tema no ayudó a ser creativa y original. Unos amigos físicos se encargaron de jorobarme la ilusión de ver los jardines colgantes de Babilonia cuando me explicaron con numerosos detalles -más allá de mi capacidad de comprensión- que viajar al pasado es imposible. Menos mal que siempre nos quedará la sci-fi para seguir soñando con una de esas memorables paradojas en las que conoces a tus padres antes de que te hayan concebido.

Y hablando del tiempo, o más de bien, de cómo pasar bien el susodicho, hoy debo confesar -que pantojil me ha quedado-, que tres amigas y servidora nos hemos aficionado a los escape rooms. Supongo que ya nadie ignora en qué consiste esta genial forma de estrujar los hemisferios cerebrales, pero por si así fuera, os recomiendo la nueva web de Remorada: The foodinis. Se ha convertido desde ya en nuestra biblia del arte del escape, y la semana que viene pondremos a prueba nuestro poder neuronal en una misión muy brittish de la que esperamos salir airosas. Veremos qué tal se nos da.


PS: He investigado. ¡A la marmota Phil le preguntan hoy! Espero y deseo que no vea su sombra y que llegue la primavera adelantada. Phil, confío en ti.