martes, 31 de diciembre de 2013

Mis uvas


Pensaba que no escribiría durante el día de hoy...pero se me ocurrió pedirle a Mr. X una muestra de su arte para darle la bienvenida al año que está llegando y esto es lo que nos ha preparado...

                                   


Como no me gustan las uvas cada año busco una alternativa molona, y me he decidido por fragmentitos de esas hojas de chocolate que tenéis ante vuestros ojos. Ahora sí que sí... ¡Feliz 2014!






lunes, 30 de diciembre de 2013

Por la mañana


Por primera vez en unos cuantos años, esta Navidad he podido tomarme algunos días libres. Y los he invertido en mis actividades favoritas (léase pasar tiempo con mi churumbel, holgazanear, leer mucho, cocinar cosas nuevas...). El súmmum de la perfección es aunar varios de estos pasatiempos en un mismo momento.

Domingo, diez y media de la mañana (sí, es correcto, diez y media).

Abro los ojos y la habitación está en penumbra por la persiana bajada. Apenas se escucha nada. Sólo la respiración acompasada de Peque a mi lado. Mr. X está haciendo bombones (su nueva afición) y el aroma se filtra desde la cocina. Me quedo echada disfrutando del momento. Noto que Peque se mueve un poco, estira los brazos, se despereza y se queda en silencio. Unos minutos después...

Peque: ¿Mami?

Mo: ¿Si?

P: ¿Estás despierta?

M: Si...

P: Ah...

...

P: ¿Y por qué estamos aún en la cama?

M: Porque nos gusta.

P: Claro...

...

Y así seguimos media hora más.

Me alegra constatar que Peque está aprendiendo las sanas costumbres de nuestra familia y las honra como es debido.

Por si no me paso mañana, os deseo un maravilloso 2014. Espero que este año que está a puntito de llegar se porte bien y os traiga todo lo que deseáis. ¡A por él!




martes, 24 de diciembre de 2013

¡Feliz Navidad!



Os explicaba aquí que a mi churumbel le han enseñado un poema navideño con el que me obsequió por sorpresa hace unos días. Desde entonces ha ido perfeccionando la técnica y abandonando en la cuneta al consabido pánico escénico. Ayer cenamos en muy buena compañía con mis amigos de toda la vida, y cuando comenté que Peque se sabía unos versitos todos lo jalearon para que se arrancase a declamar. Esa súbita atención se le antojó excesiva y empezó a asomar la vergüenza, pero a V se le ocurrió ofrecer una recompensa económica a cambio de la actuación y Peque, al oír esas palabras y como si fuese un lobo famélico olfateando a una presa cercana, se subió ipso facto al sofá para proceder con su cometido. Los ojos le hacían chiribitas mientras localizaba a su mecenas y como diciéndole "va por ti, maja", actuó con desparpajo ante el silencio hipnótico de su público. Finiquitó su performance con un “¿Y el dinerrooooo?" que no dejaba lugar a dudas de cuáles eran sus motivaciones y una vez tuvo sus moneditas en la mano me las confió para que ejerciera de albacea. Menos mal que a última hora pareció invadirle el espíritu navideño y nos confió que su recaudación se donaría íntegramente “a los señores que no tienen dinerito y piden por la calle”. Así da gusto financiar su arte...


¡Feliz Navidad a todos!





viernes, 20 de diciembre de 2013

El beso extraviado


Hace años, muuuchos años (tantos que me niego a contarlos), perdí un beso. Bueno, más que perderlo, lo dejé marchar.

En aquella tierna primera adolescencia estaba yo colada hasta las trancas del hijo de unos amigos de mis padres. No era mi primer amor platónico, ya llevaba entreno en esas lides, que siempre he sido una romántica empedernida y mi primer flechazo fue con doce años...(si no contamos que con siete me pirré por el Atreyu de "La historia interminable"). Pero con este me pilló fuerte. Y a mí, que jamás he sido capaz de disimular mis querencias, se me notaba a la legua que andaba loca por sus huesos (creo que mis padres y sus amigos se codeaban por lo bajini cada vez que yo me quedaba embobada mirando el objeto de mi deseo).

Un día fuimos a comer a su casa, que estaba a las afueras de la ciudad. Nosotros éramos los hijos mayores del grupo y a él se le ocurrió jugar al escondite. Y me pidió que nos escondiésemos juntos. Sí, lo sé, debería haber sospechado...Pero a mí me faltaba mucha, pero que mucha picardía. Nos ocultamos en la sala del billar, y como quien no quiere la cosa él me dijo que yo le gustaba. Estaba tratando de asimilar la información recibida cuando me lo vi venir en busca de su trofeo. ¿Y qué hice entonces? Pues me aparté. ¿Por qué? Pues supongo que por vergüenza a no saber besar, por nervios, por inexperiencia...Creo que le dije algo así como que no me lo creía...(no estoy muy segura, porque el shock debió crear una nube de confusión en mi mente y a partir de ahí la cosa se vuelve borrosa). El caso es que el chaval desde entonces no quiso saber nada más de mí (cosa que no me extraña en absoluto, aunque en aquel entonces no lo supiese comprender...).

Hace un par de noches mi mente volvió a ese instante de mi juventud en medio de un sueño. Tengo un mundo onírico muy fructífero. Con la maternidad he dejado de cultivarlo por cansancio, y porque no tengo tiempo de sentarme a escribir por las mañanas lo que ha ocurrido en mi cerebro durante la fase REM, pero cuando logro recordar cada detalle y construir una especie de película, ese sueño pasa a formar parte de algún lugar de mis recuerdos de una forma muy vívida. Si leo en mi librito de sueños alguno que tuve hace como veinte años, por ejemplo, puedo evocar a la perfección las sensaciones que provocó.

La cuestión es que en mi sueño de hace un par de días, sí hubo beso. Y menudo beso, señores. Nada de besos torpones de principiantes, no, no, no, no...Un beso high level con toda suerte de trucos de experto. Y de alguna manera, he recuperado el beso que perdí. En ese mundo paralelo que construyen mis sueños parece que a veces puedo crear fragmentos nuevos de mi existencia, caminos alternativos que la completan y que hacen el viaje más excitante si cabe.

Para despedirme, una canción. Me la recordó ayer mi amiga V. La ponían siempre en un anuncio de colonia cuando éramos jovencitas. Ella la escuchó hace unos días, recordó cuánto nos gustaba y descubrió que la letra habla ni más ni menos que de "Cumbres Borrascosas" (un libro que nos entusiasmó y que creo que va siendo hora de releer). Me ha encantado traerla a la memoria.
                    

                 






                                         


martes, 17 de diciembre de 2013

Papelitos


Una de las grandes aficiones (¿o debería decir adicciones?) de Peque es coleccionar papelitos. Él ve un papelito que le llama la atención, lo examina, lo hace una bolita, y se lo guarda. Al rato lo busca de nuevo, lo abre, lo estruja, y si cree que no va a ser lo suficiente cuidadoso como para tenerlo a buen resguardo, me pide que sea yo la que lo custodie. Y nada de deshacerme de él, porque Peque tiene una memoria privilegiada, y tres días después puede ser que me solicite recuperar su tesoro...(lo malo es que para él todo tiempo pasado es "ayer", y "ayer" puede ser hace tres meses, una semana, o dos días, con lo que me puedo volver bastante majara hasta dar con lo que me está pidiendo).

Anoche al llegar a casa manejaba con compulsión una pelotilla de papel. Quería compartir el motivo de su dicha conmigo y me lo abrió para que yo pudiese leer lo que ponía, que venía a ser algo así como "Vidente X, soluciono problemas de amor, dinero, etc.". A saber de dónde narices lo había sacado. Se lo devolví explicándole que a él no le hacía falta tener eso y él me preguntó por qué razón osaba yo hacer una afirmación de tal magnitud (bueno, vale, con sus palabras). Le dije: "Porque Peque, tú no tienes problemas".

Y él, todo digno, me miró y se puso en pie contestándome: "Sí que tengo, ya lo verás...". Dirigió su mirada al horizonte, cogió aire, y acto seguido empezó a recitar un precioso poema navideño.

Sí, un poema (ahora los videntes solucionan "poemas").

Y sin prisa pero sin pausa, mi Henry Irving en miniatura declamó con soltura esa pequeña joya de la poesía que tuvo a bien regalarme gracias a un giro del destino en el curioso caso del vidente en el papelito.






jueves, 12 de diciembre de 2013

Dilemas capilares


No recuerdo cuándo vi la primera. Ahí, asomando su inmaculada blancura en un mar cobrizo. Desafiándome a liberarme de ella (porque claro, si hacemos caso a la leyenda, cuando te deshaces de una vuelven siete). Yo, de alma indómita y amante del riesgo -ejem- me pasé por el forro los consejos ancestrales y cada vez que veía aparecer una de ellas, estirón que te crió. Y así he mantenido a raya durante una buena temporada a mis amigas las canas.

Pero los años no pasan en balde, y aunque aún me queda un trecho para llegar al punto crítico, estoy empezando a plantearme LA pregunta: ¿me teñiré, o no me teñiré? (porque está claro que mi técnica actual tiene sus handicaps, y me arriesgo a acabar como una bola de billar si sigo así).

Puede parecer una cuestión banal, pero en el fondo el tema tiene enjundia. Por una parte no quiero aparentar diez años más que los que tengo con una melena plateada, pero por la otra me da una pereza infinita caer en el bucle de teñirme periódicamente y vivir pendiente del grosor de mis raíces (además no me parece que lo de los tintes tenga que ser muy sano, no sé yo).

Con lo de la enjundia me refería al envejecimiento y sus inevitables consecuencias físicas. De adolescente veía con horror en las revistas o la televisión a ancianas recauchutadas y enfundadas en modelitos que ni yo me atrevía a llevar y con caras deformadas por el colágeno, los liftings de marras y otras maniobras quirúrgicas de lo más aberrantes. Ojo, que no estoy en contra para nada de la cirugía plástica y puedo entender perfectamente que una persona con un complejo halle la forma de sentirse feliz con su cuerpo pasando por el quirófano. Pero creo que hay un límite que no conviene traspasar. Sea como sea, el origen de todo es la lucha contra el paso del tiempo y esa imagen de juventud eterna que nos venden por activa y por pasiva.

Recuerdo observar a mi madre frente al espejo estirándose la piel de la cara con las manos diciéndome: "así tenía la jeta hace diez años, ¡qué vieja me hago!". Y me parecía una estupidez. Yo la veía guapa, con sus añitos, pero guapa. No entendía que quisiese borrar las arrugas de su rostro. Como tampoco entendía a las mujeres que se deformaban voluntariamente para estar "más hermosas y jóvenes". En ese punto me prometí que yo aceptaría mi envejecimiento con regocijo y satisfacción.

Pues bien, ayer me encontraba frente al espejo arrancándome tres o cuatro díscolas canitas y de pronto me descubrí estirándome la piel de mi faz. Exactamente como hacía mi madre. Es fácil eso de juzgar a los demás cuando no estás en su pellejo (nunca mejor dicho), y desde luego es muy sencillo decir que no te joderá hacerte mayor cuando eres adolescente y tu piel está tan tersa como la de un bebé. Pues sí que jode.

Y volviendo al tema que nos ocupa...¿paso de todo y dejo que mi cabellera vaya mutando paulatinamente al color que la naturaleza impone? ¿o me rebelo contra el paso del tiempo -moderadamente, que tampoco voy a hacerme cliente VIP de un cirujano plástico- y sucumbo a la tentación de mantener mi melena castaña? He ahí el dilema.



martes, 10 de diciembre de 2013

Juegos de invierno


Mi nevera apesta. Hiede. Huele mal. Muy mal. Y no, no se me ha podrido nada dentro (que yo sepa). En principio uno no pensaría que el título del post y esta primera frase puedan tener algo en común, peeero...

Este fin de semana pasado la hermana de Mr. X nos invitó a pasar unos días en su casa de la montaña. De año en año hacemos una visitilla al pueblo francés en el que tienen la casita y ello trae implícitas tres tradiciones: comer todo tipo de delicatessen francesas que provocan que mis pantalones se declaren en huelga; hacer excursiones por el lugar (con el pretexto de quemar calorías, cuando lo cierto es que las calorías ingeridas no se queman ni en cinco triatlones) y adquirir pestilentes -y sabrosos- quesos gabachos. He aquí la relación inequívoca entre la fetidez de mi nevera y el sano deporte pirenaico.

Este año me apetecía mucho ir a las montañas por estas fechas por eso de hacer feliz a mi churumbel. Y es que desde que alguien pronunció la palabra "Navidad" él me ha estado preguntado cuándo nevaría. Le he intentado inculcar lo de las latitudes y demás sutilezas que tiene la ciencia de la geografía, pero sigue sin digerir que a nuestra mediterránea ciudad no la cubra un metro de nieve.

La primera actividad que nos propuso mi cuñada fue una excursión con raquetas. Ojo, raquetas para los pies (ya, igual soy la única palurda que la primera vez que visualizó un paseo de ese tipo no acababa de entender que ventaja tenía ir con raquetas de tenis en las manos...). Por suerte esta vez me pillaba experimentada y ya sabía de qué iba el tema. Lo malo fue darme cuenta de que mis tejanos no eran el atuendo más idóneo para la ocasión (que yo pensaba que habría algo de nieve, pero no metro y medio). Por suerte mi querido Mr. X iba preparado por los dos y me prestó unos pantalones aislantes para poner encima de mis vaqueros. Pero no queráis imaginaros la extraña combinación de colores y texturas que conformó mi outfit final. Vamos, que todos iban ideales de la muerte con su ropita fashion para la nieve y Peque y yo (que él también iba poco preparado y rapiñó de unos y otros) parecíamos la Sra. Yeti y su cría por el volumen extraño de nuestros ropajes. Eso sí, en colorines.

El paseo fue de lo más idílico. El cielo azul, el aire puro, la nieve virgen cubriendo el paisaje...Todos íbamos con raquetas excepto Peque, al que acomodamos en un trineo plasticoso, pero de lo más efectivo, que le servía para desplazarse cual maharajá por el monte. Mi cuñado tiraba de él y parecía de lo más liviano. A la vuelta, tras lanzarnos en trineo un rato por una ladera y haber hecho el consabido muñeco de nieve, decidí llevar yo a mi niño. Lo puse en su trineo y me dediqué animosa a la tarea de estirar. Pero íbamos de subida. Comencé a sudar como un pollo dentro de mi cueva de goretex y me resistí a pedir auxilio en un ataque de madrecorajismo de tres al cuarto. Ni que decir tiene que a los cinco minutos abandoné la gesta en aras de mi supervivencia, antes de que una lipotimia decidiese por mí.

Al día siguiente la actividad planificada consistió en pasear por unas pistas de esquí que han cerrado temporalmente y deslizarnos en trineo y "culenbajen" (cosas de jerga de la familia de mi futuro marido) a lo XL. Escogieron la pista más empinada que encontraron y venga, subiendo que es gerundio. Lo mío es el agua, pero en fase líquida y en formato piscina a poder ser, lo de caminar cuesta arriba por una pedazo montaña nevada como que me deja fuera de juego. Mr. X, churumbeles varios y mis cuñados subían a paso ligero mientras yo empezaba a notar como el corazón se me desbocaba y la visión se me hacía borrosa. Cada vez que pensaba que habíamos llegado a la cima ellos querían subir un poquito más. Ni que decir tiene que iba la última de la fila. El último tramo me dejó exhausta. Me quemaba respirar y cada paso que daba me hundía en la nieve hasta las rodillas. Ellos ya habían llegado al destino elegido para tirarnos y estaban haciendo fotos, comiendo mandarinas y mirándome descojonados de la risa mientras yo agonizaba en mi escalada. Pero bueno, llegué. A rastras, pero llegué.
Para bajar elegí un "culenbajen" rojo chillón, aposenté mi cuerpo serrano en el artefacto, grité "Gerónimoooooo" y me lancé cuesta abajo. Pero no pasó nada. Tanta raclette y magret de pato habían surtido efecto y mis lorzas quedaron encalladas en la nieve. Cinco empujones más tarde logré coger algo de impulso...y alcancé lo que mi amiga E llama velocidad absurda (o sea, mucha). En medio de risas histéricas y auténtico pavor noté como el hielo empezaba a colarse por la ropa congelándome la espalda y aledaños y de pronto un desvío en la trayectoria me giró y me dejó deslizándome al revés hasta que una elegante pirueta croquetil acabó con mi aventura. Acabé empapada, haciendo el capullo delante de todos y tiesa de frío. Pero repetí dos veces, así que está claro que me va la marcha.

Después de comer emprendimos el camino de vuelta a una hora que creímos lo suficientemente prudente para no comernos la caravana de vuelta. Los cojones. Nos la comimos con patatas. Cuatro horas para un trayecto de dos. Y yo pensaba que el más problemático sería Peque, pero, oh sorpresa, fue mucho peor gestionar las broncas de las dos adolescentes que compartían el cubículo. Vamos, que semejante tortura debería estar prohibida por la convención de Ginebra. Pero sobrevivimos, llegamos, y aquí estoy para contarlo. Y lo bien que nos lo pasamos, oye.



miércoles, 27 de noviembre de 2013

El autocar


Hoy mi Peque, mi niño, mi chiquitajo...ha ido por primera vez en autocar.

El cole tenía prevista una excursión a unos jardines ya la semana pasada, pero la lluvia obligó a posponer el planazo. Hoy sol hace, pero rasca también, ¡que no pasamos de los siete grados, leñe!

Los padres de las criaturas recibimos un correo electrónico invitándonos a despedir a nuestros churumbeles si podíamos esperar hasta las nueve y media, que es cuando estaba programada la partida. Aún a riesgo de llegar un pelín tarde al trabajo, yo tenía claro que me quedaba. Cómo iba a dejar de presenciar un evento así...(es un pequeño paso -hacia el autocar- para Peque, pero un gran paso -con lagrimilla incluida- para mí como madre).

Después de dejar a Peque en el cole como cada día me han dicho que iban a acompañarlos a todos al lavabo, comprobar que tenían sus bufandas y gorros, y que una vez bien equipados, saldrían. Faltaba más de media hora, así que he salido del centro y he buscado un rinconcito soleado para mirar cosillas por el móvil mientras hacía tiempo. A todo eso, poco a poco ha ido disipándose la nube de padres que llevan cada día sus hijos al cole y ha quedado un pequeño reducto de individuos que hablaban entre ellos. A esas horas sólo podían ser otros papis que esperaban como yo para despedir a los niños. ¡Y me he dado cuenta de que no conocía a nadie! Me he puesto a whatsapear con mis amigas E y V retransmitiendo la jugada y preguntándoles si debía hacer un esfuerzo por mezclarme con esa gente o ir a mi bola, y ellas me han contestado rápidamente que ni me lo pensase, que se lo debo a Peque y a su futuro como niño integrado en la comunidad. Como yo no suelo ir a buscarlo, y ese es el momento en el que los padres se socializan, pues no tengo ni idea de quién es quién. Mi amiga E me ha aconsejado adoptar la técnica cangrejo y acercarme disimuladamente a la madre o padre que pareciera más agradable. Parece mentira, cerca de los cuarenta y aún me vienen ramalazos de mi eterna timidez en este tipo de actos sociales...En el fondo a mí me da exactamente igual, yo a mi rollito con el móvil estaba divinamente (bueno, no muy divinamente, que con el frío mis manos han empezado a entrar en hipotermia y casi no podía darle a las teclas), pero estoy de acuerdo con mis amigas en que tengo que hacerlo por Peque. Pues nada, no me ha dado casi tiempo a pensarlo porque justo en ese momento han salido los niños en fila de dos cogiditos de la mano...¡Más monoooos! Babas a tutiplén y como si se tratase de un photocall de famosos, todos los adultos allí congregados hemos sacado nuestros móviles y cuales paparazzis venidos a menos nos hemos lanzado de forma compulsiva a hacer fotografías a nuestra prole. Peque estaba feliz de ir señalándome a sus amigos y al autocar, y al autocar y a sus amigos, así rollo bucle. En esas un niño le ha dicho algo a su mami, que estaba detrás de mí, tendiendo una manita hacia ella y Peque, con cara de pocos amigos y voz autoritaria le ha bajado la mano y le ha dicho: "¡Eh! ¡Esa no es TU mami, es MI mami!". Hombreya.

Cuando han ido subiendo al autocar una madre me ha preguntado algo y he aprovechado la ocasión para quedarme a su lado y socializar como es debido. Vale, han sido menos de cinco minutos, pero por algo se empieza.

Peque se ha puesto justo del lado de la ventanilla y he podido dejarme la mano a gusto en adioses entusiastas y besitos lanzados al aire. Mi niño se ha ido en autocar, emocionado y contento. Y he recordado a la perfección cuando era yo la que me iba y mi madre me despedía. Como si no hubieran pasado treinta y pico años. Qué raro es esto de vivir e invertir los papeles...



jueves, 21 de noviembre de 2013

Adiós, chupete, adiós


De camino a casa solemos pasar por una de esas tiendas de juguetes tan molonas que tienen una puerta para los adultos y otra para los pequeños. Sí, justo ésa.

Esto puede considerarse una ventaja o un inconveniente. Veo a muchos padres estirando de las manos de sus retoños cuando a éstos se les van los piececillos hasta la micro-puerta. Pero a mí me gusta pensar en positivo. Y digamos que a menudo soy yo la que se muere de ganas de entrar en la tienda.

Ayer, como no, Peque me pidió recalar en el local. Yo sólo le dije una cosa (que luego lo jodido es salir): "Vale, pero hacemos un trato, entramos y miramos, pero nada de comprar". Peque aceptó con énfasis y yo quise creer, ilusa de mí, que iba a cumplir su promesa.

Ya tiene un par de juguetes fichadísimos. Uno de ellos es una cocinita (lo que me gusta a mí con lo cuca que es...). Ya nos íbamos a ir cuando empezó a pedirme que se la comprase. Yo le dije que nanay de la china, que la pidiese por Navidad. Entonces probó con una presa más modesta: una cesta llena de cajitas de cartón de productos para vender y trajinar. Usé el viejo truco: "Si esta noche duermes sin chupete, mañana venimos y te lo compro". Sí, aún anda con chupete por la noche. Y ya, ya sé que lo de chantajear/manipular a tu descendencia está muy mal. Pero ya he dicho que me gusta pensar en positivo, y prefiero considerarlo un incentivo motivador. Peque contestó que esa noche dormiría sin chupete, que porfi, porfi, porfi (manitas en la cara y expresión angelical mediante) se lo comprase. Hasta ahora he probado a la inversa (por la noche trato de apartar el chupete con una promesa suculenta) y no ha habido manera, así que decidí darle una oportunidad y le propuse otro de nuestros tratos: "Vale Peque, yo te compró la cestita y esta noche duermes sin chumi, ¿estamos?". Y mi vástago aceptó dando saltos de alegría. Cuando cogí el regalo casi me da un pasmo. No sabía yo que el cartón se cotizase a precio de caviar iraní. Pero ya no había marcha atrás.

Una vez en casa, yo había planeado cocinar un par de cosas nuevas con Peque como pinche, pero él quería estrenar su juguete. Para dotar de aires ceremoniales al evento y recalcar el objetivo de haber comprado la cesta, le pedí a mi churumbel que fuese a la habitación y recogiese todos sus chupetes. Me los dio y los puse en una lata. Me senté frente a él y como si fuese a nombrarle caballero de la mesa redonda le solté: "Peque, tú me das tu lata de chupetes y yo te doy tu cesta de cajas de caviar, digo, de cartón, y así hacemos el trato que no se puede romper de dormir sin chupete, ¿sí?". Él chilló que sí veinte veces y dando por finiquitado el ritual le hice un hueco en la cocina y empezó a abrir paquetes. Rápidamente cacé la decepción en su cara. Claro, él esperaba que dentro de cada cajita hubiese lo que anunciaba en la tapa (galletitas mini, cafecito, cereales para liliputienses...). Lo sé porque yo viví la misma decepción de pequeña (qué manera de engatusar a las criaturas). Previsora que es una, saqué el tupper de judías blancas que tenemos para comerciar los fines de semana y le dije que rellenase las cajitas con eso. Dos horas se tiró el tío. Cajitas de toda clase, tipo y color (y marca) inundaron mi reino. Por unos momentos me sentí en el comedor de Médico de familia (esa publicidad "encubierta" que se gastaban tenía mucha tela).

El caso es que a medida que avanzaba la tarde Peque empezó a abonar el terreno para practicar aquello de donde-dije-digo-digo-Diego: "Oye mami, que yo sí que voy a querer chupete, ¿ehhhh?". Je, que te lo has creído amigo. Le expliqué que una promesa es una promesa y me hice la loca.

Diez minutos antes de ir a dormir Peque sacó la artillería pesada: "Es que mami, a mí el juguete no me ha gustado...". Sí, claro, después de jugar dos pedazo de horas con sus ciento veinte minutos. No hay piedad. Seguí con el plan establecido y nos metimos en la cama sin chupete. Entonces empezó con el mono, a dar vueltas, gemir, los temblores, el "no me voy a dormir sin chupete", los lloros...Y yo venga a mecerlo, ponérmelo encima, acariciarlo...En mi mente sonaba la canción "Y nos dieron las diez, y las once, las doce y la una...". A puntito estuve de tirar la toalla, lo confieso, pero estábamos tan cerca de la victoria...Probé a cantarle y tres "Hijo de la Luna" más tarde noté como su cuerpo empezaba a relajarse. Nos tumbamos chocando la nariz cogidos de la mano y el milagro...llegó.

Y así Peque, es como cumpliste tu promesa de chico mayor y dormiste por primera vez como un campeón sin chupete. A ver qué pasa esta noche...


PS: Quiero un Árbol de los chupetes en mi city. He dicho.




lunes, 18 de noviembre de 2013

De niños y niñas


No es la primera vez que hablo de esto en el blog. Aquí ya expliqué mi vivencia y mi punto de vista, pero creo que la perspectiva del tiempo que ha pasado me sirve para hablar desde otra óptica.

Cuando estaba embarazada y me dieron la noticia de que gestaba un niño, muy a mi pesar, me sentí triste. Casi me avergüenza decirlo. Pero es que ahora sé muchas cosas que entonces ignoraba. No habían llegado las miradas de amor zalameras, ni las caricias, ni los besos apretados, ni los paseos compartidos, ni las conversaciones al anochecer, ni...Ni tantas cosas que no se pueden resumir en palabras.

En esos días de incertidumbre, por haber imaginado la maternidad de una niña pero no la de un niño, me pasé horas en la red buscando testimonios de mujeres que explicasen su experiencia tras haber dado a luz un bebé del sexo contrario al deseado. Sólo recuerdo un relato que me caló. El resto eran historias muy similares las unas a las otras en las que no se ahondaba demasiado en la frustración y cómo superarla.

Este fin de semana, hablando del tema con mi amiga A, me recordó lo mal que lo pasé esos días ante la inesperada noticia. La verdad es que yo no lo recuerdo como ella lo explicaba. Quizás porque ya ha pasado mucho tiempo o quizás porque mi maternidad me ha colmado tanto que me parece increíble que me sintiera así.

Supongo que es imposible llegar a un embarazo sin expectativas. Todas nos hemos imaginado un escenario, unos sentimientos, una forma de vivirlo. Y lo bueno, lo genuinamente maravilloso de esta experiencia, es que hasta que no te conviertes en madre no descubres el mundo que se abre ante ti. Y suele pasar que te tienes que reinventar día a día, que las cosas no son como te figuraste. Que esa personita que diseñaste en tu mente tiene personalidad propia (por fortuna), y la relación con ella crecerá y se nutrirá con cada momento vivido, esbozando su propio camino, único y misterioso.

Escribo estas palabras con dos objetivos. El primero, por si me lee alguna futura madre con esa inquietud, esa angustia de no saber si sabrá querer a su hijo o hija como merece por haberlo pensado distinto. Ojalá mis palabras sirvan para mitigar ese malestar. Te puedo asegurar que amarás a tu bebé con todas tus fuerzas. Ninguna deberíamos proyectar relaciones futuras que no sabemos como serán, sino más bien regarlas, mimarlas y amarlas poquito a poco. Así crecerán sanas y fuertes.

Mi segundo objetivo es más personal. Este blog es en gran parte un diario de mi maternidad. De mi relación con Peque. Y si algún día lo lee quizás sienta dolor al pensar que no fue lo que yo había querido.

Peque, perdóname por haber sido tan ignorante, por haber tenido esos momentos de dudas. Espero que si alguna vez tienes ganas de leer el pedazo de tocho que tu madre escribió ebria de amor por ti no te quede resquicio de dudas y tengas claro y meridiano que sí fuiste lo que yo quería. Sí lo fuiste. Lo fuiste y lo sigues siendo.


Te quiero.





jueves, 14 de noviembre de 2013

El escondite


Miércoles por la tarde. Mi tarde libre. Mi adorada tarde libre.

Le digo a Peque que puede elegir el juego que le apetezca y sin dudarlo me grita: "¡Quiero jugar al escondite!". Vaaaamos que nos vamos.

Él quiere buscar primero, así que se tapa los ojos con la mano y empieza a contar: "uno, tres, catorce, once..¡ya!". Imposible prever cuando va a parar su retahíla aleatoria de números, así que me busco una guarida cercana: el lavabo.

El tío empieza a buscarme partiéndose la caja y preguntando: "¿Dónde estássss?". A ti te lo voy a decir. Ja.

Me encuentra, se tira al suelo de la risa, se revuelca y exige su turno para esconderse.

Volvemos al salón y me pongo de cara a la pared. Cuento: "Uuuuuuno, dooooos, treeees, ¡cuatro-cinco-diez!" (que yo también sé hacer trampas).

Me lo encuentro a un metro de mí a cuatro patas con la cabeza metida dentro de una caja de cartón que usa a modo de cocinita-tren-loquesea. Descojonándose.


Yo no parí un niño. Parí un avestruz.





martes, 12 de noviembre de 2013

Preguntas


Es inevitable. Peque crece y poco a poco se va haciendo las preguntas que todo ser humano se plantea a lo largo de su vida. Y una las responde cómo puede, aunque más de una vez desearía decir eso de "pasapalabra".
Una tarde, Peque y yo estábamos jugando con nuestros queridos legos y de pronto, sin venir a cuento de nada y sin mirarme a la cara, me dijo:

-"Pero mami, yo no quiero morirme".

Le contesté algo así como que no se preocupase, que para eso faltaba muuuuucho, mucho, mucho, y que primero tenía que hacerse muy viejito. Él siguió jugando como si tal cosa y cambió de tema, pero a mí ya me dejó tocada y hundida. La ley de vida, cuando afecta a lo que más quieres en el mundo entero, es una auténtica cabronada.

Hace un par de días, esperando el autobús, llegó la segunda parte, aunque esta vez, en forma de historia algo más elaborada:

-"Mami, el otro díaaaa, yo iba con mi amigo por la calleee...".

Aquí le interrumpí para preguntarle el nombre del amigo en cuestión, imaginario a todas luces, porque de momento no me ha pedido permiso para irse de paseo solito con sus colegas y estaba claro que se avecinaba una historia inventada. Me contestó que se llamaba "Frenic" (como le pirra inventarse nombres -que deben ser escandinavos como poco-). Pero sigamos...

-"Y entonces, nos encontramos...¡con un monstruo sin ojos! Y mi amigo le dio patapumbas (insertar aquí colección de onomatopeyas belicosas) con una espada...¡y lo mató!".

Manifesté en este punto mi disgusto con las peleas en general (porque igual el pobre monstruo venía en son de paz), y entonces él siguió:

-"Y entonces, vino un señor maloooo...¡y se te llevó! ¡Y ya no te vi nunca más!".

A estas alturas (que el pobre se había ido emocionando con su narración), se dio cuenta de golpe de lo que implicaba lo que estaba explicándome, y pasó de un tono jocoso a un mohín triste para añadir:

-"¡Y yo no quiero!" (enfatizando su disconformidad con un cruce de brazos cabreado y un fruncimiento de ceño)

Como si la que inventase el cuento fuese yo, ¡haber ideado un final más bucólico! Pero él ya no estaba nada contento con su relato y con la voz pochita añadió:

-"Mami, que yo no quiero que te mueras".

Jodida la hemos. Yo tampoco quiero vida mía. Yo viviría una eternidad a tu lado, compartiendo descubrimientos, risas, llantos, amores y desamores y un infinito etcétera.
Intentando dominar mis propias emociones y los lagrimones que comenzaban a encharcar mis ojos (que joder, me pilló en pleno síndrome premenstrual), volví a explicarle para eso falta muchísimo tiempo, que antes le daré mucha guerra y me arrugaré como una pasita. Ya sabemos que eso puede que ocurra o puede que no, pero si hay algún ángel de la guarda a la escucha, que ponga la antena, porque doy fe (a pesar de mi poca religiosidad, que no espiritualidad) que si hay algo por lo que rezaría en todos los templos del mundo es por ver cumplido ese deseo y pasar mucho tiempo al lado de ese tesoro que llegó a mi vida en forma bribonzuelo de ojos misteriosos.


Cambiando de tercio, aunque siguiendo con el hilo de las preguntas materno-filiales, la semana ha estado amenizada con otras cuestiones menos comprometedoras y trascendentales, pero no por ello más fáciles de contestar. A saber:

-¿Los arcoiris son de agua?

-¿Por qué ET el "eseterreste" es marrón?

-¿Por qué la nariz está enganchada a la cara?


A curioso no le gana nadie.





lunes, 11 de noviembre de 2013

Ara Malikian y ET


Hasta el viernes por la tarde yo no tenía ni la más remota idea de quién era Ara Malikian. Pero la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, que recibí un correo de la escuela de Peque animándonos a asistir a un concierto protagonizado por nuestro buen amigo Ara. A puntito estuve de ni considerar ir al evento, más que nada porque los fines de semana los suelo tener a tope, y porque no sé yo si Peque me aguantará un concierto de música clásica...Pero, como mujer adicta a las nuevas tecnologías que soy, hice una búsqueda rápida en San Google, y tras un barrido de tres cuartos de hora por la red...me enamoré. Me he enamorado del arte de este señor. Por la noche le expliqué entusiasmada mi descubrimiento a Mr. X y nos pasamos una hora delante del ordenador visionando vídeos de nuestro héroe recién hallado. Os dejo uno de nuestros favoritos. Ya sé que son nueve minutos, y que eso, en el mundo ajetreado de hoy en día, parece una eternidad. Valen la pena. De principio a fin. 




El sábado por la noche cenamos muy tarde por compromisos varios de los niños de Mr. X (pronto tendré que dejar de llamarles niños...¡que son todos más altos que yo! -bueno, casi, al niño le falta un verano-). Mientras yo empezaba a preparar el pescado, dejé a Peque viendo dibujos en la tele. En un paseillo rápido hasta el bolso buscando el móvil, pasé por el comedor y con un sólo fotograma que mis ojos captaron de la pantalla me bastó para identificar la peli...ET. Peque estaba a punto de abandonar el sofá porque se habían acabado los dibujos y yo de un salto lo intercepté y me planté a su lado, lo abracé fuerte, y emocionada perdida, le expliqué que esa era una de mis pelis favoritas. Por un momento dudé si aún no estaría preparado para verla...(y de hecho el principio le dio algo de miedo), pero enseguida se quedó prendado del "eseterreste" y vimos media peli bien agarraditos. La otra media la vio con Mr. X y sus hermanos mientras yo acababa la cena, y el final lo disfrutamos todos juntos. Y mi niño...¡ay mi niño! ¡Ha salido sensible como su madre! Le dio una tristeza terrible cuando el prota se murió...Menos mal que resucita, pero claro, luego se pira con su familia, y entonces Peque empezó a llorar a moco tendido diciéndome que le daba mucha penita porque no lo vería más...Total, los dos a lágrima viva (que yo soy incapaz de ver el desenlace sin sollozar), y el resto comiendo el pescado y mirándonos como si estuviésemos un poco pallá. Le tuve que poner la canción del zorro gritón, que le vuelve loquito, para que se le pasase el disgusto.

Ahora tengo deberes. Peque quiere un ET al que le aprietes un botón y se le ponga rojo el corazón y que estire y encoja el cuello (por lo menos no hay exigencias en cuanto al dedo luminoso). A ver cómo me las ingenio.





viernes, 8 de noviembre de 2013

De vuelta al redil


Me ha costado...vaya si me ha costado. Volver al gimnasio, digo.

Durante el verano hice un "kit kat" en mis sesiones de natación mañaneras, con la firme promesa de retomarlas una vez comenzase el curso escolar. Pero claro, empezó el curso y yo tenía que pillar el ritmo. Y luego estaba la boda de mi amiga E y la despedida, y el discurso, blablabla. No me sentía con fuerzas. Y luego...me quedé sin excusas. Así que, o volvía o me daba de baja de forma definitiva del gimnasio. Reconozco que paladeé esa opción con fruición durante unos días antes de decidir que no podía ser, que tengo que cuidar mi maltrecha espalda, que una de hacer algo de ejercicio para mantenerse vigorosa y espléndida. Que hay que ir, vaya.

Lo más doloroso del tema es que por el horario de Peque en el cole yo me veo obligada a levantarme a las siete de la mañana para estar en el gimnasio a la siete y veinte, nadar, ducharme, volver a casa y llevarme a mi niño al cole. Qué pupita. Las siete. Que yo entro a trabajar a las diez, ¿eh? Pues eso. Las siete.

Este martes, sin pensarlo demasiado, procedí a mi reincorporación a las actividades acuáticas. Sonó el despertador, me cagué en todo, y me encaminé cabizbaja al gimnasio.

Lo cierto es que nada más respirar ese olorcillo a cloro, algo se activó en mí y recordé lo a gustito que se está a remojo y lo tonificada que sale luego una para enfrentarse al día. Pensé que cambiando de franja horaria no habría ninguno de mis viejos conocidos, pero fue maravilloso descubrir que mi querida japo girl seguía al pie del cañón con su fantástico ritual de siempre. No nos dirigimos ni una palabra, pero ni falta que hacía.

Pensaba que al ir más temprano habría menos gente en la piscina. Error. Había más, ¡mucha más! Una de dos, o a los nadadores somos unos masocas redomados a los que nos mola madrugar y lanzarnos a un agua casi helada o ha habido un principio de curso lleno de buenas intenciones y muchos y muchas se han apuntado al gimnasio. Espero que sea lo segundo y vayan cayendo como moscas.

Sólo quedaba un carril libre (mi favorito, por cierto, el del extremo), y compartí espacio con un hombre que lo de "nade por su derecha" no lo ha pillado. Él nada a lo grande, expansivo, ocupando todo el lugar. El primer día me acordé de su familia cada vez que chocábamos. Al principio pasaba de mí, pero creo que por despiste, porque luego ya me pedía perdón. Y a mí con amabilidad se me conquista.

Hoy de nuevo tenía dos opciones, o compartía carril con él (al que denominaremos hombre barbudo, que lo es y mucho) o lo hacía con un desconocido en uno de los carriles centrales. Y a pesar de que tenga que hacer filigranas para evitar tropezar con él, más vale malo conocido que bueno por conocer. Y vaya, que me cae bien. Hemos nadado torpemente durante media hora y él ha salido antes que yo (como el martes). Intuyo que me lo voy a encontrar cada día. Si eso, algún día espero que haya otro carril libre, no se vaya a pensar el hombre que pretendo ligar con él, que yo sonrío tras cada topetazo y al final creerá que ando flirteando.

Dos largos antes de dar por finiquitada mi sesión, un hombre panzudo y sonriente ha invadido brevemente mi carril para poder salir por la escalerilla, y mientras lo hacía me ha mirado y me ha dicho: "Me gusta como mueves las manos, ¡lo haces poéticamente!". Toma ya. Me he descojonao viva, y le he agradecido el piropo, que me ha parecido sincero y saleroso. Luego he seguido nadando con mi (por lo visto) poético estilo y examinándolo a conciencia creo que es más bien fifi, pero si el tío lo ve poético, poético queda.

He salido de la piscina y cuando iba a entrar en el vestidor he visto que el hombre barbudo me decía adiós con la mano. Me parece que he hecho un amiguito (o dos). Así da gusto volver al redil.



jueves, 31 de octubre de 2013

Papá


Estos días mi padre me ha tenido preocupadilla. Parece que ahora está todo bajo control, pero hemos tenido un susto con su salud de los que te hacen temer que se derrumben los cimientos de tu vida. Sé que por ley de vida un día no estará, pero qué coño, espero disfrutar de su compañía unos cuantos lustros más.

Y cavilando sobre mi padre me he fijado en que si bien mi madre tuvo su entrada homenaje (en realidad no hay día que no le dedique un pensamiento o una sonrisa), mi padre aún no la tiene, así que me he propuesto enmendar la situación.

Mi padre...¡ay, mi padre! Si es que para mí su vida es una película de aventuras de principio a fin...De hecho, muchas veces he pensado en pedirle que me relate una vez más sus anécdotas vitales para escribir un libro. Resumir sus peripecias va a ser una micro odisea, y me dejaré muchas historias en el tintero, pero casi mejor, así me pico a mí misma con lo del libro.

Papá nació en un pueblecito germano un caluroso día de verano (vale, lo de caluroso me lo invento, no tengo ni pajolera de cómo era el clima ese día, pero queda más majo que decir "julio"). Faltaban aún algunos años para que acabase la Segunda Guerra Mundial y su familia era muy humilde, por lo que sus comienzos en este mundo no fueron fáciles. Si a eso le sumamos una familia muy, muy numerosa (llegaron a ser siete hermanos si los cálculos no me fallan), el tema se complica. Aderecemos este cóctel con el hecho de que el apellido de mi abuela paterna era de origen judío y tendremos una mezcla explosiva (más, si tenemos en cuenta que mi abuelo trabajaba para el ejército alemán encargándose del aprovisionamiento). El resultado fue tener que huir de un pueblo a otro durante años por el miedo a que alguien los señalase como judíos camuflados.

Pero mi padre, por aquel entonces, poco se enteraba del peligro. Más bien diría que era del todo un inconsciente (para que luego se meta conmigo cuando no me seco el pelo después de ducharme). Sus hermanos y él se dedicaban a incordiar a los soldados norteamericanos y conseguir de ellos chicles y chocolatinas. Se metían continuamente en barullos, robando fruta a los vecinos (en esa época con la comida no se jugaba ni una miajilla) y granjeándose la inquina del profesor de la escuela con sus pillerías.

Ahora, ninguna chiquillada supera a aquella vez que descubrieron armas y munición en el lago del pueblo, lo sacaron todo una noche y no se les ocurrió otra cosa que hacer una pira y prenderle fuego. Si sobrevivieron a aquello es que tenían una corte de ángeles de la guarda haciendo horas extras para salvarles el pellejo.

Cuando llegó a la adolescencia su padre decidió que ya era hora de hacer algo productivo con su vida. A los quince años le explicó que a partir de ese momento sería el aprendiz del panadero del pueblo y que tendría que vivir con él para formarse en el oficio. No tuvo ni voz ni voto, pero aceptó su destino y en unos años salió de aquel hogar adoptivo con un título de Maestro panadero bajo el brazo.

Por edad le tocaba hacer el servicio militar, pero él no se veía para nada en el ejército, así que sin pensárselo demasiado decidió fugarse y emigrar a otro país donde el futuro pintase de otro color. Y aterrizó en Sudamérica.

En Venezuela se asoció con un colega y montaron un bar restaurante que poco a poco fue ganando fama y clientes selectos que lo convirtieron en un local de moda. Mi padre consiguió ganar una pequeña fortuna que dedicó a vivir con holgura y descubrir el mundo que se abría ante él. Se hizo amigo de un piloto con ganas de aventura y con él recorrió la selva venezolana en excursiones de semanas enteras, sobrevolando en avioneta el Salto del Ángel y el resto de Canaima en busca de rutas nuevas que explorar.

A todo esto mi padre se había casado y tenido una hija, y su familia quería regresar a Alemania. Él dudó mucho, era feliz en su país tropical, pero finalmente cedió a los deseos de su mujer y cuando fue seguro volver a Europa, regresaron. Empezó a trabajar en una empresa alemana con sucursales en diferentes países, y por su conocimiento del castellano, pronto le asignaron España como destino. Su relación de pareja hacía tiempo que navegaba a la deriva, y al llegar aquí conoció a una morena muy resolutiva dispuesta a echarle el lazo.

Lo cierto es que yo tengo pocos recuerdos de mi vida antes de que mi padre llegara a ella, para mí siempre ha estado ahí. Aunque por lo que me han explicado no lo recibí de muy buenas maneras, y eso de que besase a mi madre me cabreaba cosa mala...Pero puedo prometer y prometo que si le di alguna patadilla fue sin premeditación y alevosía. A veces las historias con futuro tienen comienzos agitados. Y total, con un par de viajes a la Isla Fantasía nadando a sus espaldas me tuvo en el bote para siempre jamás.

A veces la gente me pregunta si alguna vez he sentido curiosidad por conocer a mi padre biológico. Y no, nunca la he tenido. Yo ya tengo un padre. El mejor.




jueves, 24 de octubre de 2013

Volver


De vez en cuando siento que mi yo cinéfilo anda alborotado y peleón en un intento de salir a la luz y liberarse del yugo al que mi yo actual (atareado por los quehaceres del curro, la maternidad y la marujidad) lo tiene sometido.

Cuando eso ocurre, sólo hay una solución: dosis de películas en vena hasta que el mono desaparece. Una solución sería peliculear por la noche, una vez dormida la fiera de mi niño, pero resulta que servidora se queda soponciada cada noche cuando lo pone a dormir. Plan A descartado.

Por suerte siempre hay un plan B. En este caso se ha presentado en forma de bajón de trabajo en el curro. Y aunque esté muy mal (y eso que cuento con el beneplácito de mi jefa), me he puesto a ver pelis en la consulta.

La cuestión era...¿qué pelis? Tenía una lista suculenta que había ido elaborando a base de recomendaciones blogueras (a saber: "El concierto", "La delicadeza", "El verano de sus vidas", "El amor y otras cosas imposibles"...). Me decidí por la última de esta lista, y el hartón de llorar fue tan colosal que me propuse cambiar de tercio. Y no sé por qué, misterios de la vida, resolví solucionar ese conflicto que tengo con Almodóvar. Las últimas pelis que recuerdo haber visto de él ("Kika" y "Tacones lejanos", que además vi a cachos, fatal por mi parte), me habían dejado mal sabor de boca, sentenciándolo a una lista de directores non gratos. Como no había visionado ninguna de sus últimas obras, esta semana me he puesto las botas con "Volver", "Todo sobre mi madre" y "Hable con ella". Y debo decir que me he reconciliado con Pedrito. Incluso voy a echarle un ojo a alguna más.

Pero de las tres, lo que se me ha quedado en el córtex cerebral es la canción de "Volver" (sí, la que canta Penélope, aunque no sea ella sino Estrella Morente), y eso que no es la peli que más me ha gustado. Pero la canción, sí.

Total, que ando toda la jornada tarareando eso de "Volver, con la frente marchita, las nieves del tiempo platearon mi sien...". Y una que pasa muchas horas con un mini XY que está en fase esponja, ha acabado contagiándole al pequeño de la casa la fiebre Gardel.

A ver cómo encaja la profe de Peque que el niño se ponga a cantar el medio de la clase "Volveeeeeer, con la frente marchiiitaaaa..." en vez de La gallina ponicana.








martes, 22 de octubre de 2013

Cosas de la crisis


Cuando alguien llama al timbre de mi consultorio, una nunca sabe a quién le va a abrir la puerta (por cierto, es un timbre horroroso, y si ando concentrada en algo siempre pego un bote cuando lo oigo, como decía Eva en un post, voy a hacer un Change o algo para pedir que me lo cambien). Es de esperar que la gente que llama a la consulta venga con un perrito o gatito para que le eche un vistazo, pero con la crisis, el abanico de personas que vienen a intentar ganarse la vida a mi puerta es interminable.

Por un lado tenemos a los comerciales. Los hay que vienen a ofrecerme productos relacionados con mi profesión, a esos tengo que atenderles para estar al día de lo que se cuece en mi mundillo. Pero otros tratan de colarme cualquier cosa (y cualquier cosa es cualquier cosa: seguros médicos/del hogar/del coche/de los dientes, tarifas planas a tutiplén, sistemas de seguridad ultramodernos y súper-fashion, máquinas para comprobar la autenticidad de los billetes...). Yo trato de ser empática y cordial, y hacer ver en el menor tiempo posible (para que el comercial no gaste saliva inútilmente) y con la mayor educación de la que soy capaz de hacer gala, que el producto no me interesa. Pero si hay algo con lo que no puedo es con el comercial pesado/insistente/cabezota. Ese que cree que colando un pie en tu local, desparramando folletos, sonrisas Profident y llamándote por tu nombre cada dos frases ("porque Mo, seguro que querrás pagar la tarifa más económica del mercado...¿verdad Mo?"), te tiene en el bote. Y no amigo mío, no (o amiga). Cuando quiero adquirir el producto que sea soy proactiva, y como el del anuncio, busco, comparo, y si doy con algo mejor, lo compro, pero no me dejo embaucar por el primer zalamero de turno. En fin, que yo sé que se han de ganar la vida y he tenido amigos currando puerta a puerta, pero creo que alguien que sepa vender lo primero que ha de calar es a quién no le va a poder vender.

Aparte de los comerciales, está la fauna exótica. Sin exagerar ni un pelillo, estas son las cosas que han venido a ofrecerme: bragas y sujetadores, pinturas de un artista del barrio (y muy pesado el pobre, intenta venderme un cuadro cada dos meses), bizcochitos caseros (y diría -por la indumentaria de la cocinera- que aderezados con hierbas psicoactivas), figuritas de barro, calendarios solidarios (prácticamente los únicos a los que les compro de vez en cuando), poemas, percheros decorativos (muy molones por cierto), religiones varias...

Pero me quedo con uno que me hizo pasar un rato divertido. Al principio flipé con el sujeto. Soy mala para las etnias, pero parecía asiático y llevaba gafas de culo de bote (y bizqueaba). Llamó, y sin apenas saludar me dijo: "Coge esto, por favor", plantándome una caja en la mano. Yo me resistía y él añadió: "Tranquila, no muerde" (broma que después ya me han hecho veinte veces y que nunca me hace reír, todo sea dicho). De mala gana sujeté la cajita que resultó contener un aparatejo de esos para cortar los pelos de la nariz. El tío estaba entusiasmado explicándome las bondades del cacharro, y a mí me entró la risa floja por lo surrealista de la situación...Hasta intentó hacerme una demostración in vivo, a lo que me negué al ver que desenfundaba el dispositivo. El pobre hombre se quedó un poco chascado al ver que no conseguía vendérmelo, pero es que las cosas como sean, yo soy muy difícil de convencer...


viernes, 18 de octubre de 2013

La no proposición


Me preguntaba el otro día Nenica cómo me había pedido Mr X que nos casásemos...En ese momento escurrí el bulto, pero creo que es una historia que merece ser contada.

En realidad yo hacía unos años que daba la vara con eso del bodorrio. Más o menos las conversaciones eran del tipo yo preguntando: "¿Y cuándo dices que nos casamos?" y él contestando: "Cuando llevemos los mismos años viviendo juntos que los que llevaban tus padres antes de casarse..." (es decir, dieciocho...menudo ejemplo). Ya era una especie de juego del gato y el ratón, hasta que un día, a finales de verano, su respuesta cambió de pronto y dijo: "Pues el año que viene, ¿no?". Hala, y se quedó tan pancho. Yo ojiplática y él pidiéndome que le pasara la sal. Se lo hice repetir para asegurarme, y cuando ya fue notificándolo a sus familiares vi que iba en serio...Así que estaba feliz como una perdiz, pero claro, como buena fémina que soy, necesitaba una dosis de romanticismo, que explicado así queda mu soso, y le pedí que un día se lo currase un poquito más y me lo pidiera de forma "oficial". Él dijo que vale, y yo a esperar.

Hace algunas semanas, un sábado si no me equivoco, Peque y Mr X se fueron a hacer la compra. Al volver, una de las bolsas que llevaba mi prometido me pareció sospechosa. La abrí con cierta cautela mientras él sonreía y de pronto unas antenas tililantes asomaron a modo de saludo. Casi me caigo de culo. Eran dos bogavantes bien vivitos y coleantes (y nunca mejor dicho). Madre del amor hermoso, qué sofocón. Mr X sabe que no soporto pasar por la agonía de matar un pobre bicho para comérnoslo, que soy una carnívora con muchos remordimientos de conciencia, ¡y va y me trae eso a casa! Salí indignada de la cocina y él flipó en colores. Le tuve que explicar por enésima vez que me pongo mala al ver bichos vivos en casa que luego vayan a acabar en mi estómago, y él venga a reír. Por supuesto, estuve de morros durante toda la mañana. Al cabo de un rato, mientras jugaba con Peque, oí un ruido en la cocina, y al ir a comprobar si había algo roto descubrí que no era otra cosa que uno de los pobres bogavantes, que se había despeñado por la nevera. Ayyy...¡qué mal lo pasé!

Mr. X consultó con un tío suyo que fue dueño de una marisquería cómo cocinarlos con el menor sufrimiento posible y por la noche me obsequió con una cena a base de artrópodos al horno regado con un vino gran reserva. Ni que decir tiene que al final se los tuvo que comer él porque yo no podía...(a mí con la ensaladita de acompañamiento me bastó y me sobró).

Ahí quedo la cosa, hasta que unos días después, le pregunté a Mr X cuándo iba a pedirme románticamente que fuera su media naranja for ever and ever, y él medio mosca me contestó: "Jo, para un día que me curro una cenita chula con los bogavantes y vas y te cabreas...". Esa, señoras y señores, tenía que ser la noche en que me lo pidiese con velitas y música de violín de fondo. Pues que quieres que te diga, quizás a una muchacha del imperio azteca le molase mazo que su futuro marido la obsequiase con el sacrificio ritual de unos invertebrados, pero a mí, como que no.

Por si acaso, ya no le pido más romanticismo, me quedo con que nos casamos y listos, no vaya a ser...


¡Feliz finde!




miércoles, 16 de octubre de 2013

La foto prometida

Este es el post más cortito que he escrito, creo yo. Venga, ¡va por ustedes!




Lo que no se haga por los cibercolegas...:)




martes, 15 de octubre de 2013

Tópicos


El domingo por la noche Mr X y servidora nos deleitamos con una americanada de esas que los cinéfilos aborrecen, pero con la que te partes la caja a base de bien (y sí, a pesar de adorar el buen cine, disfruto de lo lindo con este tipo de productos).

Se llamaba "La boda de mi mejor amiga", y habiendo pasado por una boda este fin de semana y compartiendo con la protagonista el papel de dama de honor, tenía que verla sí o sí.

En realidad, pocos puntos en común unían a los dos bodorrios, porque si el peliculero era hortera, lleno de clichés y con un presupuesto hiperbólico que ni el maharajá de Kapurthala; el real fue emotivo, divertido, sencillo y en una palabra, maravilloso.

Para las que os quedasteis con la curiosidad de mi vestido...seguiréis con ella (que mala soy). Tengo setecientas imágenes que descargar de la cámara y aún no me he puesto a la faena, espero que me sepáis perdonar.

El discurso famoso salió de perlas. Lo preparamos a medias con mi amiga V y a la gente (y sobre todo a la novia, que era a quién queríamos agasajar) le gustó mucho, lo cual fue un gustazo. Además, fui capaz de aguantar las lágrimas hasta la última frase y resultó inteligible y todo.

Los artistas de nuestro grupo de amigos formaron un cuarteto y compusieron una canción para la pareja que se me ha quedado grabada en la cabeza. Me paso el día tarareándola, y yo creo que tiene madera de canción del verano. Si eso, me voy a plantear un curro alternativo como manager de mis amigos. Estos chicos prometen.

Algún tópico bodil si hubo, como por ejemplo amigos del novio que tiraban los trastos a todas las féminas del lugar, o la manida borrachera de la dama de honor. Ups, se me ha escapado. Sí, confieso que justo al final de la noche me tomé una cervecita que me sentó como un tiro (debió ser culpa de las tres cervecitas anteriores). Por lo menos aguanté el tipo con elegancia y primor hasta que me subí al coche (ni yo misma me había dado cuenta de que había cruzado la línea de la sobriedad). Cuando después de cinco kilómetros noté que tenía que fijar la vista en un punto concreto del salpicadero y sacar la mano por la ventana para airearme me empecé a oler el percal (y los demás lo olieron cuando tuve que bajar la ventanilla a la velocidad del rayo para lo que os podéis imaginar a la perfección). En fin, cosas que pasan.

Un fin de semana para saborear en el recuerdo. Y para tomar muchas ideas e inspiración para un evento que tengo que preparar para el año que viene. ¿Lo pilláis?

PS: ¡Sí! ¡Nos casamos!


¡Feliz martes!



jueves, 10 de octubre de 2013

El Neverending test


Como ya expliqué hace unas semanillas, aunque haya adoptado una política propia con los premios, no quiero dejar de agradecer a todas las que pensáis en mí a la hora de repartirlos, así que...¡Ahí van mis agradecimientos!

A la Mamá de una Monita por...el Premio Primavera:

                                              


....el Liebster Award:

 


...y el Premio Conóceme:

                                                                                


A la Madre desesperada por el Lovely Blog Award:

  


Y a Eva, de Opiniones Incorrectas por tres que van de la manita (uno va de incógnito, no tiene foto y se denomina "Sin Nombre"...pues eso, de incógnito):

                                                                 



¡Muchísimas gracias a todas!

Ya sabéis que las entrevistas/tests/similares me pueden, así que ahí van mis respuestas al test Conóceme:

¿Cómo te llamas? Mo
Edad: 36
Color de ojos: Marrón oscuro, muy oscuro.
¿Donde vives? En un pueblooo, muy lejanooo, al pie de la montañaaaa...Vale, no, vivo en mi city.
Color preferido: Depende del día.
Cosmético preferido: Lápiz de ojos negro.
Producto de maquillaje: Lo mismo que en la pregunta anterior.
Gloss o barra de labios: Barra.
Perfume o colonia: Para una ocasión especial, perfume. Para el día a día, colonia.
¿Cómo sueles llevar el pelo? Suelto.
Lo más imprescindible que llevas en tu bolso: Llaves, móvil, cartera, libro electrónico, agenda, libretita mil usos, boli, algún cochecito extraviado...
Lo más imprescindible que llevas en el neceser: Lo más, lo más...Pues el cepillo de dientes, el lápiz de ojos y la copa menstrual.
Color de pelo: Castaño oscuro.
No puedes salir de casa sin...Ahora mismo diría que sin mi libro electrónico.
¿Eres "adicta" a algo? Intento redimirme de mis adicciones, pero haberlas, haylas.
Olores que más te gustan: Colonia Nenuco, chocolate, incienso, limón...
¿Qué no soportas? Siempre digo lo mismo, el borderío.
¿Qué producto te ha decepcionado? Pues...ninguno que me venga a la cabeza.
¿Qué producto te ha sorprendido? Mi última crema hidratante.
¿Tienes algún apodo? Sí, Mo.
¿Qué es lo que no puede faltar en tu maleta? Pues...seré original: ropa.
La serie más reciente a la que te has enganchado: Vivo una desconexión forzada de la tele...¡con lo que yo he sido!
Un capricho cumplido: Viajar al Caribe.
Mi prenda favorita de otoño: Mmm...no tengo ropa otoñal.
Un objeto de deseo: Una entrada de cine.
Un diseñador: No sabo, no contesto.
Un sabor: Para el helado, fresa y chocolate.
Una fruta: Kiwi.
Un lugar para visitar: El claustro de la catedral de Barcelona.
Una ciudad: Girona, tiene rincones preciosos.
Un lugar para enamorarse: Venecia.
Un complemento: Siempre llevo los mismos, anillos y collar.
Un plan para un domingo otoñal: La Fageda d'en Jordà.
Una cadena: Kiss FM (de tele ya he dicho que vamos regulín).
La última canción que se instaló en tu cabeza: "Quién vive en la piña debajo del mar..."
Una actriz: Meryl Streep.
Un actor: Anthony Hopkins.
Una musa: No uso.
Una revista: Durante años compré Año/Cero.
Un sueño: Que me toque la loto. Tengo muchos planes para ese dinero, jejeje...
Último vicio: La vida sana.
¿Con qué regalo siempre aciertas? Con un regalo siempre te la juegas.
Mi postre favorito: Ahora mismo, los bombones que me hace Mr X.
Lo que te molesta: Lo ya dicho, el borderío, la mala educación, la poca empatía...
Blanco o negro: Negro.
Tu mayor fobia: Ahora no caigo...
Actitud de todos los días: Me he tomado en serio lo de los físicos, así que: Cada día es un gran día.
¿Qué es la perfección? Algo que da un poco de miedito.
Animal preferido: Perro.
Número favorito: 7.
Perfume que estoy usando: Ahora, ninguno.
Última vez que usaste sombra: Ni me acuerdo...(la que proporciona el Sol no vale, ¿no?).
Días de la semana favoritos: Viernes, sábado, domingo y cualquiera que sea festivo.
¿Tienes las uñas pintadas ahora mismo? Nop.
Mi pasión: Peque.


Si habéis llegado hasta aquí, os merecéis un premio, ¡así que tenéis licencia total para elegir el que más os guste!



miércoles, 9 de octubre de 2013

Otoño


El otoño suele traer a mi vida un montón de sensaciones melancólicas y tristoides. Eso, en general. Porque este otoño, por contra, ha empezado con un batiburrillo de actividades y emociones que me tienen loquita perdida (espídica, diría yo).

Son todas esas cosas, eventos, noticias y maravillas que revolotean por mi existencia, las causantes -y no la falta de inspiración- de que la menda no tenga tiempo ni neuronas libres para escribir prácticamente nada.

Bueno, mentira. Escribir he escrito, y mucho. Centenares (no exagero) de correos para organizar una despedida de soltera. Otros tropecientos mensajes para quedar y comprar los regalitos a los bebés de amigas que están naciendo por doquier. Y, ojito al dato, el discurso que tengo que hacer en la boda -este sábado- de mi amiga E. Llevo toda la mañana ensayándolo y doy fe de que voy a llorar.

Uno de los hitos que me esperaban, la despedida de soltera, salió a pedir de boca. De entrante, sesión de risoterapia para ocho mujeres sin complejos y con ganas de desgañitarse riendo. De plato fuerte, cenita en buena compañía con pruebas para la ojomeneada y regalitos varios. Y de postre, salida nocturna y con alevosía a una discoteca fashion de la zona (dónde descubrimos que la fauna humana estaba compuesta por un 75% de yogurines y un 25% de maduritos -ejem- trajeados con cubata en mano a la caza y captura de una especímen del primer grupo).

Por otro lado, he tenido que hacerme con un atuendo lustroso y molón para la boda. Y yo andaba contenta con mi vestido, hasta que me lo probé en casa y el hijo mediano de Mr. X me soltó (y lo decía en serio):

-"Anda, ¿vas de payasa?"

Antes siquiera de reaccionar apareció Peque en el escenario y mirándome me preguntó:

-"¿Dónde vas a cantar, mami?"

De lo cual deduzco que mi vestido hace pensar en una especie de saltimbanqui cantarina. Será interesante ver el efecto que causo soltando mi discurso ataviada así, hipando, y con los lagrimones desdibujándome el maquillaje.

Pero después del estrés acumulado durante semanas de preparativos, que sea lo que tenga que ser. No en vano mi amiga E, la que se casa, me explicaba emocionada hace dos días que su futuro marido oyó en la radio que unos físicos -no gurús de autoayuda- plantean que si uno se convence al principio de la jornada que ése va a ser un gran día, acaba siéndolo (por no sé qué rollo de física cuántica y blablabla).

Pues eso, que el sábado va a ser un gran día. Y ya puestos, hoy también.





martes, 1 de octubre de 2013

Anarquía


A mí, creo que ya lo he dicho más de una vez (y más de dos), me gusta el orden. Me gusta la casa limpita, que huela a una pizca de incienso y que al entrar en mi hogar den ganas de repanchingarse en el sofá a leer mientras se pasea la mirada por las superficies limpias e inmaculadas de los estantes en los que los libros forman filas armónicas y estéticamente atractivas.

El orden desapareció de mi casa hace cosa de tres años, y más o menos puedo convivir con el caos que supone tener un vástago XY. Peeero, lo que ya llevo más malamente es cuando los hermanos de Peque aterrizan en nuestro hogar. Además, a medida que suman años en su haber, más barullo generan (¿no debería ser al revés?).

Tener adolescentes en casa es muy divertido. Modo irónico "on". Si además son chicas, más divertido todavía. Trapitos varios por sus camas, pares de zapatos por la habitación y el pasillo; pintauñas, lápiz de ojos y cepillos por el lavabo, el comedor y ¿la cocina?; música a todas horas y en todos los formatos posibles (radio, ordenador, portátil, Ipod, Ipad y móvil)... Además, como cada uno tira para un género distinto, me puedes encontrar a mí en la cocina haciendo pizza con Kiss FM mientras Mr. X le da a las teclas en el despacho escuchando Bocherinni, la mediana mira el móvil en el sofá tarareando Rihanna, la mayor en su cuarto baila al son de Efecto pasillo, y los XY de la casa cantan la melodía de Bob Esponja...Algo enajenante es, aunque ritmo no nos falta.

Este sarao implica que me paso los fines de semana haciendo viajecitos colocando las cosas en su sitio y dando algún berrido solicitando al infractor de turno que tire de la cadena/apague la luz (la leche que nos va a caer de electricidad con la subida de la luz)/recoja el calcetín de la lámpara.

A mí, hija única y amante del silencio y de la paz, aún se me hace raro que haya ido a parar a una familia numerosa, que si bien no es la mía exactamente, porque los churumbeles de Mr X tienen su papi y su mami, no deja de ser parte de mí también.

El domingo, cosa excepcional, se quedaron a dormir en casa. Cenamos todo lo pronto que pudimos, y mientras yo arreglaba algunas cosas para el día siguiente, todos disfrutaron de un rato de ocio antes de ir a la cama. Las niñas estaban en el despacho, enseñándonos las fotos que habían subido al FB y los comentarios que recibían (que adolescencia tan tecnológicamente distinta a la mía...), Mr. X ayudaba al mediano a hacer deberes de matemáticas y Peque escuchaba música en el portátil de su hermana A. Cada vez que se acababa la canción pedía a gritos: "¡¡¡¡AAAA, "Eip mi op" otra vez, por favoooooor!!!". Entoces me miraba con cara de súplica y me decía: "Mami, una vez "Eip mi op" y ya está, ¿valeeeee?". Y así cada vez que se acababa. El concepto de "ya está" no lo tiene depurado (porque no le interesa, claro). Me quedé un momento quieta en medio del comedor disfrutando de la escena, y a pesar de lo agotador que resulta a veces lidiar con tanto crío, me sentí feliz y agradecida de que Peque tenga los hermanos que tiene y de que ésa sea su familia. Claro que eso fue justo antes de la mayor se pusiese a gritar a la mediana por no sé qué problema con el cepillo del pelo, el otro se hartase de los deberes y Peque me mirase con odio por apartarle de su amada canción. Si es que nada es perfecto...







jueves, 26 de septiembre de 2013

Cicatrices


Un día, hace poco, leyendo un tanto distraída, me fijé en una pequeña señal que tengo en el dedo índice izquierdo. Es apenas visible, pero observar esa leve línea blancuzca me llevó directamente a un momento que queda ya lejano. Pensando en mi trocito de piel marcado me di cuenta de que con las cicatrices me pasa lo mismo que con los aromas, que viajo en el tiempo y recuerdo con muchísima claridad una fotografía antigua de mi vida.

Volviendo a mi índice, ese corte me lo hice hace como veinte años, en una excursión al norte con mis amigos. Ellos eran muy de ese rollo (montaña, tiendas de campaña y sacos de dormir), yo bastante menos. Pero me apunté a la salida. Decidimos, no sé por qué razón, hacer una especie de "amigo invisible" durante el fin de semana y regalarnos mutuamente algo que hubiésemos recogido o hecho nosotros mismos. A mí me dio por emular a algún escultor renacentista y traté de tallar un pequeño tronco para que pareciese algo así como un hombrecito. Me senté en una roca y antes de darme cuenta la navaja que estaba usando salió disparada y me rebané el dedo. No fue un gran corte, pero sí aparatoso, y sangraba mucho. La señal, ahí ha quedado, me recuerda de forma perpetua que el manejo de utensilios afilados no es mi fuerte.

Si hago inventario de mis cicatrices, las manos han sido las que han quedado más mal paradas. Sobre todo mi pobre dedo meñique derecho. Y encima, las dos magulladuras que lo lastimaron las recibió con pocos días de diferencia. La primera fue un regalo de una gata despertándose de la anestesia. No le sentó muy bien que digamos y lo pagó con la yema de mi dedito...Hincó su zarpa como un anzuelo y literalmente la destripó. Suerte que mi amiga T (con la que trabajaba ese día) me curó, porque yo andaba hipotensa y medio espachurrada por el suelo de la impresión. Como recuerdo de ese día, una fina frontera divide mi meñique en meñique del este y meñique del oeste (pero ambos cachos se llevan muy bien). La segunda herida me la hice apenas unos días más tarde trasteando con un ordenador. Intenté encajar una pieza con la "suerte" de tropezar en mi camino con un saliente metálico que le pegó un bocado a mi convaleciente meñique. Dolió más lo del gato.

Por proximidad, mi siguiente cicatriz es la que tengo en el brazo derecho. Recuerdo a la perfección el instante. Era San Juan y yo jugaba con una bengala en la terraza de mi casa con mi abuela y mi tío. Debía tener como cinco años. Mi tío hizo una llave de judo de coña, la bengala voló, fue a topar con mi brazo y en un plis fundió mi epidermis. Al quitar la bengala, una tirita de piel se fue con ella, y así quedó la señal. Desde entonces las bengalas me parecen de todo menos inocentes.

Siguiendo el recorrido, llegamos a las cicatrices de mis piernas. Hay dos tríos de ellas en ambas rodillas que como minúsculos triángulos de las Bermudas bordean las zonas de mis pasadas artroscopias (hechas para corregir esos defectos de fábrica que llevo de serie).

La penúltima cicatriz es de las que más grima me dio. Cumplía diecisiete años y vinieron unos familiares a cenar a casa. Fui a buscar una botella de agua con gas a la despensa y al sacarla de la caja golpeó suavemente otra botella. Y explotó. Me quedé con el tapón en la mano y la seguridad absoluta de que me había cortado sin saber dónde. Repasé mi ropa angustiada hasta dar con un orificio en la pernera derecha. La noche acabó en el servicio de urgencias de un hospital y con una doctora con muy mala leche que empezó a suturar cuando la enfermera aún me estaba inyectando la anestesia local...

La última cicatriz es la más reciente y la única que aún me duele según la época. Es la de la episiotomía. La que se llevó más puntos. Y la que, a pesar de todo, recuerdo con más cariño...



¡Feliz jueves!


viernes, 20 de septiembre de 2013

En la plaza


La entrada de Peque en el cole de mayores ha supuesto un gran cambio en su vida y en la nuestra a diferentes niveles. En más de un sentido me ha generado intranquilidad, pero poco a poco siento cómo las piezas encajan en su sitio y vamos haciéndonos al nuevo camino.

Por fortuna, y como suele ocurrir con cualquier cambio, también han llegado cosas nuevas que me ilusionan y me motivan. Una de ellas es redescubrir un pequeño espacio para mí.

Soy hija única, y a lo largo de los años he tenido que aprender a entretenerme sola y disfrutar de esa "soledad". Antes de nacer Peque era una de las cosas que más me preocupaba, renunciar a mi tiempo y mi espacio (lo hacía con gusto, por supuesto, pero era un tema que no sabía cómo llevaría).

La maternidad no es un camino de rosas, pero para mí una de las claves es olvidarte de tu antiguo yo y crear el nuevo al lado de tu pareja y de tu hijo. Y no me ha ido mal del todo. Pero con los meses una aprecia esos momentos de intimidad, de abstraerse con cualquier nimiedad, de vaguear y remolonear.

El blog ha sido una manera de crear ese sitio personal que necesitaba, pero claro, siempre lo digo, yo escribo cuando estoy en el curro, y obviamente, si hay trabajo eso es lo primero, así que ando un poco en tensión pendiente del teléfono, las visitas programadas, etc. La desconexión no es tan absoluta como yo quisiera.

Con mis nuevas rutinas dejo a Peque en su cole a las nueve de la mañana y yo entro a trabajar a las diez. Si tenemos en cuenta que de su escuela a mi trabajo hay poco más de quince minutos caminando, eso me regala cuarenta y cinco minutos para mí solita cada mañana. Tiempo muerto, que se suele decir. Tiempo vivo, que digo yo ahora.

Después de besar y despedirme de mi niño me encamino hasta mi consulta a velocidad de paseo. Ya os hablé una vez del barrio en el que trabajo. Tiene mucho encanto, y es prácticamente imposible no enamorarse de cada rincón, de las historias que emergen de sus calles.

Cuando estoy cerca de mi consultorio, me desvió brevemente y me siento un ratito en la plaza que hay al lado.

A esas horas sólo se ve algún abuelo observando las palomas. Yo en teoría me siento para leer un rato al fresco, ahora que la temperatura es tan agradable...Sin embargo he descubierto que soy incapaz de pasar de la primera frase. Me encandilo con los olores de la mañana, a jabón de los que se acaban de duchar, a colonia de niños, a pan recién hecho...Y por supuesto, con la gente que cruza la plaza. Cuando mi madre era joven y vivía en el barrio gótico, uno de sus pasatiempos favoritos era sentarse en una sillita de Las Ramblas y ver la gente pasar. Se podía quedar horas allí. Y supongo que para una pintora era una forma de saturar los sentidos de formas y colores que la inspiraran más tarde. A mí me gusta imaginar historias. Preguntarme por qué esa chica anda rápido mirando el reloj y con una sonrisa en la cara...o por qué la señora que viene desde la izquierda va negando con la cabeza mientras camina mirándose los pies.

Algunas historias no tengo ni que inventarlas. Muchos de mis clientes están paseando a mis pacientes para que hagan sus necesidades y me saludan (ligeramente extrañados de encontrarme ahí en vez de dónde habitualmente lo hacen). Llevo tanto tiempo trabajando en el mismo sitio que conozco mucho de las vidas de esas personas. Telenovelas enteras, en ciertos casos.

Me gusta esta plaza porque la mayoría de edificios pueden tener más de cien años de antigüedad. Porque es pequeña, luminosa y acogedora. Aunque imagino que cuando el tiempo sea menos benigno tendré que adentrarme en algún café para mis entretenimientos matinales.

De momento, me quedo en la plaza. Eso sí, voy a tener que buscarme otro banco, porque ayer una paloma soltó lastre intestinal a diez centímetros de dónde yo estaba. Y hoy a cinco. La próxima acierta fijo.



¡Feliz finde!



martes, 17 de septiembre de 2013

El curro de mamá no mola


Un día de estos, paseando con Peque, un precioso Chihuahua se cruzó en nuestro camino. A Peque le encanta enseñarme los perros que vemos por la calle y recordarme que él tuvo uno grande que se llamaba Rocko...(cómo se le echa de menos, leñe). El caso es que en esta ocasión Peque me miró excitado y me dijo:


-"Mira mami, ¡una perrita muy bonita! ¿A que sí, que es bonita?".


Yo: "Sí cariño, pero bonito, no bonita, que es un nene".


Peque: "Noooo, ¡que no tiene tículos!".


Yo: "Ya lo sé, pero fíjate, tiene pene, es un nene".


Peque (muuuy extrañado): "¿Y por qué no tiene tículos?".


Yo (temiéndome la conversación que se me venía encima): "Pues porque los veterinarios a veces operamos a los perritos y les quitamos los testículos".


Peque (horrorizado): "Pero a mí no me vas a quitar los tículos, noooo???".


Yo (modo descojone "on"): "No cielo, que tú no eres un perrito".



Creo que Peque va a comenzar a replantearse su futuro como veterinario.


¡Feliz martes!


lunes, 16 de septiembre de 2013

De compras

Este fin de semana pasado me he sometido voluntariamente a una especie de ejercicio de masoquismo extremo: me fui de compras con las hijas de Mr X. ¿Por qué masoquismo? Pues para empezar, porque probarse ropa junto a dos sílfides adolescentes requiere poner a prueba a base de bien la autoestima de una misma...Eso por no hablar de los modelitos clónicos y estrafalarios que abarrotan todos los establecimientos en una especie de bucle sin fin. Pero lo peor sin duda es que las "niñas" me ganan por goleada en cuanto a energía consumista se refiere, y cuando yo ya no podía con mi alma y me iba arrastrando de mostrador en mostrador por el dolor de espalda, de pies y hasta de cuero cabelludo, ellas estaban tan frescas y animosas pensando en que si nos dábamos prisa aún llegábamos a una tienda que estaba a tomar por saco y más allá.

Lo bueno es que tienen tanta práctica en esto de procurarse trapitos varios que las dos me hacen de "personal shopper" y me asesoran en la búsqueda de aquello que a mí se me haya puesto entre ceja y ceja adquirir (en este caso, un vestido para la boda de mi amiga E, que es el mes que viene...).

Pero no venía yo a hablar de lo agotada que llegué a casa y de las horas que estuvimos pateando tiendas.

Resulta que en una de estas tiendas me quedé embobada mirando unas camisetas molonas de chico con motivos peliculeros: "Superman", "Tiburón", "Grease"...Y la que más me gustó de todas: ¡"ET"! Era una pasada y estaba valorando seriamente comprársela a Mr X, pero mientras la miraba me di cuenta de que no es que sea su estilo precisamente...A todo esto, un chico recientemente púber y empleado de la tienda que estaba ordenando ropa me dijo: "Es chula, ¿verdad? Aunque esa peli tengo que decir que no la he visto nunca...". Iba a preguntarle que cómo era posible que no hubiera visto ET, pero mi mente procesó a la velocidad adecuada y lo que le dije fue un maternal: "Ayyyy, es que somos de generaciones diferentes...". Y él contestó: "Ya será menos, mujer...".

Nos despedimos y salí dándole vueltas a la microconversación...No sé si me jodió más su respuesta, zalamera y claramente destinada a ponerme una sonrisa en la boca y quitar hierro al asunto, o darme cuenta de que mi propio comentario era de abuela pleistocénica a más no poder...

Lo dicho, que me hago vieja, coño.


¡Feliz lunes!




viernes, 13 de septiembre de 2013

Comienzos


He tenido atragantada esta entrada durante varios días. No me apetecía nada hablar de la vuelta al cole. No quería adelantarme a un momento que me daba dentera...Y así lo iba dejando pasar, imaginándome cómo sería, si Peque se adaptaría rápido o no, si yo lo haría, si nos habremos equivocado o no con la escuela (que mis dudas existenciales tengo al respecto)... Leí hace poco que cuando anticipamos mentalmente un momento que nos angustia solemos recrearlo mucho peor de lo que al final acaba siendo. Pues eso.

Me pasé el miércoles (festivo aquí) ordenando la casa compulsivamente y mirando a Peque con pena...Sintiéndome como si lo estuviera traicionando y llevándolo al matadero (aka escuela de mayores). Y eso que él ya ha ido dos años a la escuela infantil... (¿he hablado alguna vez de lo mucho que me jode cabrea enfada la mierda estupenda no conciliación?).

El día D a la hora H, con los ojos legañosos por eso de madrugar más de la cuenta, estábamos en el nuevo cole de Peque. Él, al salir de casa, decía que no quería ir, pero para sorpresa nuestra, al llegar a su clase y descubrir los tropecientos juguetes que había por los rincones comenzó a pasearse interesado haciendo inventario de futuribles. Al cabo de un rato Mr. X se fue y me dejó sola ante el peligro (cobarde), pero se nos acercó una maestra de refuerzo muy, muy dulce que cameló a Peque con su sonrisa -y su tren molón- y Peque accedió a quedarse sin soltar una sola lágrima. Me dio un besito y yo me fui. Contenta por dejarlo tan sereno. Triste por ver que se me hace mayor y que cada vez es más resolutivo e independiente. La eterna contradicción materna. Que ya no tengo un bebé…y escuece. Vaya si escuece.

Al mediodía lo fuimos a buscar con la madre de Mr. X y nos dijeron que todo había ido estupendo. Yo alucinaba. El primer año de escuela infantil Peque se adaptó bastante bien, pero el segundo lo dejaba llorando muchos días. Y éste parece que lo ha cogido con optimismo (claro que el año pasado también empezó bien y a la semana comenzaron los llantos). Sea como sea me alivia infinitamente que se lo tome así. Espero que dure.

Nadie nos quita lo mierdoso que es el caos de la comida y la siesta, porque cuando lleva apenas una hora durmiendo lo tengo que despertar para ir al cole el ratito de la tarde…pero prefiero eso y verlo a la hora de comer que no poder estar con él esas horillas.

Como no todo iba a ser ideal, este mediodía Peque ha estado infernal una vez ha llegado a casa. Se quejaba por todo, nos ha deleitado con media hora de rabieta continua, tirando cosas, dando golpes al sofá...El buen rollo que llevaba yo en el cuerpo por la adaptación se me ha ido de un plumazo, pero por algún sitio tenía que salir la tensión acumulada. Esperemos que poco a poco todo se encauce.



Antes de despedirme, hoy quiero enviarle un beso especial a Trax, Cloe y Alpaca. Uno grande y reconfortante, todo lo que puede llegar a serlo un beso blogosférico.




jueves, 12 de septiembre de 2013

¡Ganadora de las entradas para Micropolix!

Este mediodía he realizado el sorteo y... ¡ya tenemos ganadora!


     



¡Felicidades Rocío! Ahora mismo te envío un correo electrónico para que puedas recoger tus entradas.

¡Feliz jueves!





lunes, 9 de septiembre de 2013

Sorteo exprés con...¡Micropolix!


¡¡Estoy que no quepo en mí de gozo!! Primero la foto, y después me explico...


                                                                 



Hace muy poquito se han puesto en contacto conmigo desde Micropolix de Madrid... ¡para ofrecerme dos entraditas para sus instalaciones! ¿Mola, o no mola? (mola, mola, ya os lo digo yo).

Micropolix es una ciudad en miniatura donde los peques de la familia pueden experimentar lo que se siente trabajando como bombero, o periodista, o payaso, o...¿veterinario? ;) Hay un montón de actividades divertidas para hacer...(a mí me ha cautivado el "Desafío de la torre", ¡entrad en la web y cotillead!). Vamos, que se me están poniendo los dientes largos, porque me encantaría ir y no tengo previsto visitar la ciudad en breve, ¡así que me tendré que conformar con hacer felices a los que disfruten de las entradas!

Bueno, vamos con las normas del sorteo:

-Se sortea un pack de dos entradas (una de adulto -turista- y otra de niño -ciudadano-) para este fin de semana (se puede escoger entre viernes 13, sábado 14 o domingo 15...he aquí lo de "exprés").

-Para conseguirlo tenéis que dejar un comentario en esta entrada con un correo electrónico de contacto.

-Tenéis que dar al Me gusta de la página de FB de Micropolix.

-El sorteo acabará el jueves 12 al mediodía para poder publicar por la tarde quién ha ganado. Yo os escribiré un mail, tenéis que estar pendientes porque es importante reservar la entrada antes de ir, ¿ok?


Pues eso, ¡me parece que no me dejo nada! ¡Gracias a Micropolix por ofrecerme una manera de celebrar el cumpleblog!


¡Suerte!



viernes, 6 de septiembre de 2013

Juventud, divino tesoro


Por si alguien tenía dudas a esta altura de la película, lo cierto es que soy una persona con la vena infantil muy desarrollada. Eso se traduce en que me pirra entrar en un parque (véase mi última experiencia al respecto), me gustan las películas de dibujos animados, disfruto probando los juguetes de Peque...Pero claro, mi cuerpo no se ha estancado en la primera decena de vida (menos mal).

Estas vacaciones he tenido ocasión de comprobar que esta actitud tiene sus pros y sus contras.

A principios de vacaciones nos fuimos unos días a la casa del pueblo de mi amiga E. Es un clásico que este año pensaba que no podríamos disfrutar porque ella se había ido a trabajar a China, pero como ha vuelto (¡qué alegría tenerla aquí de nuevo!), pues al final ha habido suerte. En esta ocasión hemos estrenado una actividad a la que nunca habíamos asistido: la fiesta del agua y de la espuma. Sonaba muy bien y teníamos la mañana libre, así que no nos lo pensamos y nos lanzamos a la aventura. En principio la fiesta estaba pensada para los peques, pero estaba claro que iba a ser imposible no mojarse un poco, así que E y yo nos preparamos para el evento y fuimos con bikini bajo la ropa. Mojarse un poco...¡Ja!

Al llegar a la plaza vimos que habían montado varios toboganes inflables de agua. Sólo verlo ya noté mariposillas en el estómago, pero nos dimos cuenta con consternación de que ningún padre o madre se subía a los toboganes...Caca de la vaca. Total, que nos pusimos a hacer cola con Peque en el primer tobogán y a él le entró el canguelo y dijo que solito no subía. E fue rauda y veloz a preguntarle al monitor si los adultos podían subir y le dijo que no había ningún problema. Vino corriendo a explicármelo y nos dimos cuenta de que nos moríamos de ganas por probar. Ahí es cuando una ha de vencer la vergüenza de subir por una rampa gomosa mientras niños y adultos observan estupefactos como tu culo celulítico se menea al son de la música playera. Pues como se suele decir, si hay que ir, se va. Nos tiramos desde todos los toboganes y varias veces. Y una chica se nos acercó a preguntar si ella también podía porque no acababa de entender que sólo nosotras disfrutásemos del privilegio...Seguro que más de una y de uno se quedaron con las ganas. Eso sí, Peque con los toboganes grandes se giñaba un poco, y en el último, cuando ya estábamos arriba, se negó a bajar. En principio no podíamos tirarnos juntos, pero no había manera de convencerlo, así que lo pillé en brazos y nos lanzamos por la rampa...Y claro, ahí entiendes porque no permiten ir de dos en dos. Nuestro peso sumado (y claramente, mi peso más que el suyo) hizo que nos deslizásemos con tanto ímpetu que casi salimos despedidos fuera de la estructura...Me quedé con el niño en brazos, la cabeza bajo el agua y el culo medio salido del tobogán. Debió ser una imagen de lo más bucólica para las treinta o cuarenta personas que hacían cola y nos estaban mirando. Lo que no se haga por un hijo...

Después, cuando las endorfinas del ejercicio y la adrenalina nos tenía pletóricos perdidos, empezó la fiesta de la espuma. Música marchosa y kilotones de burbujitas para bailar desenfrenadamente. Manda huevos que mi primera fiesta de la espuma sea a los treinta y tantos y rodeada de niños. Nos lo pasamos de miedo. El año que viene repetimos fijo.

Otro día, ya en la city, nos fuimos con todos los primos de Peque a un parque de atracciones precioso que tenemos en lo alto de una montañita. De adultos éramos pocos, sólo cuatro. Y yo no cuento porque me miraban raro por querer subirme a todo. Cómo disfruto en estos sitios, aix...Que si montaña rusa por aquí, que si "Huracán" por allá...El pobre Peque se quedó con las ganas de subir a más de una atracción, pero por suerte pudo repetir hasta la saciedad de las que eran para su estatura.

Menos mal que al día siguiente aún no trabajaba, porque me tuve que dopar a base de antiinflamatorios para superar los dolores de las agujetas, lumbalgias y demás gracias que asolaron mi cuerpo una vez que la adrenalina desapareció.

Pero que me quiten lo bailao.



¡Feliz finde!