Hace unos días leía este post de Suu, de Construyendo una familia, en el que hablaba de la perfecta sincronización que existe entre su hija y ella durante los despertares nocturnos. Me gustó mucho recordar aquellos momentos en los que durante la noche, activada por un resorte mágico e intangible, me despertaba apenas unos minutos antes de que Peque se desperezase para reclamar su ración de teta.
Hoy lo que me despierta en el palpable e hipertangible porrazo de su pie en todo el rostro. Lo digo así, sin anestesia, porque para qué dulcificar lo que es una manera del todo chocante de despertarse por la noche. Asumo con deportividad que eso no me pasaría si no colechásemos, pero qué le vamos a hacer, en casa nos va la marcha y una se ha vuelto una yonqui de los ronquidos de su churumbel.
La noche siempre empieza bien, él en su camita en sidecar, yo contándole un cuento... él en su cacho, yo en el mío... unos cariñitos por aquí, ya comienzo a bizquear por allá... y listos, me quedo frita antes que el susodicho. Lo próximo que llega a mi ser es una la patada supersónica a lo Jean Claude Van Damme aterrizando en todo mi cabolo. La verdad es que la cosa empezaba a mosquearme, pero la naturaleza es sabia, y han vuelto las sincronizaciones. Durante unas cuantas noches me he despertado sin motivo aparente para observar (o medio observar, que a esas horas las legañas hacen de Super Glue en mis ojos...) como Peque empieza su personal baile de San Vito horizontal, a veces a cámara lenta mientras trata de liberar sus piernas de la colcha, a veces como una anguila en un cubo de pesca, para producirse a continuación el impacto. Gracias a ese breve despertar intercepto el proyectil humano con un movimiento a lo Karate Kid y con el mismo gesto devuelvo a Peque a su posición original.
Lo mejor es que por no sé qué tipo de extraña mutación de los acontecimientos, las últimas noches parece que envíe a mi niño a la cama con un Pacharán entre pecho y espalda, porque lo que acontece de madrugada es un episodio de exaltación de la amistad en toda regla. Bueno, más bien exaltación del vínculo materno-filial. Peque abre de pronto los ojos (recordemos que yo los tengo abiertos -legañosos, pero abiertos- gracias a la sincronización) y en vez de darme un guantazo grita exaltado y totalmente despierto: "¡¡¡¡Mamiiii, guapaaaa!!!!" o en su defecto: "¡¡¡¡Mamiiii, te quieroooo!!!!" y se lanza a abrazarme y darme un beso para quedar soponciado al minuto siguiente.
Ahora mi duda es qué tocará esta noche...¿truco o trato?