De la marisma de incógnitas que se generan en tu cuerpo de madre cuando te enfrentas a la titánica tarea de educar a tu churumbel, la de la educación sexual nunca fue una de ellas para servidora.
Mi madre utilizó un método muy expeditivo para iniciarme en los misterios de la sexualidad humana: respondiendo a mis preguntas conforme las formulaba sin recurrir a circunloquios ni eufemismos variados. A ver, que de vez en cuando hablábamos de “chichis” y de “pichas”, pero cuando se ponía didáctica, mamá se refería al pene, la vulva y si me apuras hasta el prepucio y el periné. He de aclarar que mi progenitora se ganó una muy merecida fama en lo que a sexología se refiere y cuando mis amigas y yo andábamos adolescentes perdidas, ella era nuestra gurú del sexo, nuestra dalai lama del erotismo, nuestra puñetera ídola, vamos (y mi padre no se quedaba corto en sus aportaciones, vaya uno…). No olvidemos, además, que aquí la menda redactora fue fruto de una socorrida marcha atrás que mi madre –gracias a su nefasta educación sexual- creyó ingenuamente el súmmum de la anticoncepción. Gracias a lo vivido siempre tuvo muy clarinete que a mí me iba a dar toda la información y medios para que no me pasara lo mismo y gozase del sexo sin el miedo a una maternidad no deseada.
Con Peque empezamos su instrucción con el mismo libro que mi madre utilizó conmigo (y que guardo como un tesoro) para ilustrarle con facilidad la maravilla de la génesis de un ser humano. A partir de ahí ha sido un no parar de ahondar en dudas cada vez más específicas a la par que comprometedoras (y que por supuesto, son formuladas a voz en grito en medio del autobús).
He de confesar que a veces me dejo llevar por la vena científica y me paso en mis explicaciones profundizando más allá de lo meramente necesario. Y si no, a las pruebas me remito.
Una tarde de la semana pasada. Cinco PM. Salida del cole. Algarabía generalizada y un sudoroso Peque que sale precipitadamente a buscarme a mí y a su merienda. Le pregunto cómo le ha ido el día y me suelta a bocajarro con una sonrisa (y bien alto para que puedan oírlo todos los padres que nos rodean):
-¡Muy bien mami! Ya le he explicado a mi amiga A que me cuelgan los testículos porque necesitan estar más frescos que el resto del cuerpo para hacer espermatozoides.
Ole ahí, con un par. De testículos, claro.