jueves, 12 de diciembre de 2019

Pokhara


De vuelta a Pokhara tuvimos un día entero para conocer la ciudad y Shali planificó una jornada llena de paradas en los puntos más interesantes.

Empezamos con la Pagoda de la Paz, estupa budista situada en una colina que tiene unas vistas privilegiadas de las montañas y del lago Phewa. Para llegar (sí, escaleras again) se pasa por unas cafeterías en las que muelen el café in situ para que el aroma te invite a entrar, y de bajada nos tomamos un tentempié mientras observábamos unos pajarracos enormes volar a nuestra altura. Lamento no ser más explícita en cuanto a la especie de ave, pero el experto del grupo (AKA Mr. X) no consiguió identificarla. 

                                                                   



                                        


De ahí fuimos al campo de refugiados tibetanos de Tashi Ling. Hay un recinto en el que se explica la historia del éxodo tibetano tras la invasión china y la labor del Dalai Lama como líder espiritual del país que le vio nacer. Otro edificio aloja un centro de artesanos y pudimos ver un grupo de mujeres fabricando alfombras decorativas. Me hubiese quedado horas observando cómo trabajaban. Es hipnotizante ver la actividad de unas manos acostumbradas, a través de años de práctica, a ejercer movimientos que se escapan a tu ojo. Había tres mujeres mayores, de más de ochenta años, ensimismadas en lo que tejían, cardaban o hilaban, sonriendo mientras nos saludaban, sin demasiado interés en nuestra presencia, pero con una cortesía y encanto irrebatibles. Pieles morenas, ajadas por el clima y la edad, y unos ojos pícaros y sabios, que, por lo que aprendí en la visita, habrán visto horrores que no puedo imaginar. 

Nuestra tercera parada fue Davis Falls o Devi’s Falls. Lo escriben de diferentes formas. Yo oigo cataratas y ya viajo mentalmente a Iguazú, y claro, no es lo mismo (para nada), pero tienen su punto. Lo malo es que todo el lugar está hasta arriba de vallas para evitar accidentes... tantas, que restan visibilidad y la cosa es un poco raruna. Como raruno es el origen de su nombre, porque todo viene de una turista suiza que se ahogó allí en los sesenta (Mrs. Davis) y su padre solicitó que el lugar llevase su apelativo. Como en nepalí hay nombres parecidos (Dev y Davi) acabaron bautizando el sitio como Devi’s Falls.

De ahí fuimos a una cueva, Gupteswar Cave. Se accede por una escalera espiral que te lleva hasta una obertura en la roca, y allí me planté y dije que no entraba. Hacía un calor y una humedad de mil demonios, oía un grupo de gente recitar una oración repetitiva que me perforaba el cerebro y adolezco de cierto grado de claustrofobia, así que cuando vi lo estrecho que era eso, el mogollón de gente que entraba, la ropa enganchada al cuerpo como una segunda piel… nooo way. No sé por qué extraña razón, el momento me hace pensar en Indiana Jones y el templo maldito, cuando el sacerdote chungo le arranca el corazón al pobre desgraciado que tiene delante (será la mezcla de calor, cueva y cánticos reiterativos). Deshice al camino y me senté al lado de los que cantaban en una zona en que circulaba el aire. Al fresco, me ensimismé con la salmodia, que me acabó entusiasmando, y esperé tranquilamente a que mis compis volviesen. Por lo que dijeron, no me perdí gran cosa.

De la cueva, a la garganta de Seti. El nombre lo mola todo. Lo curioso de las cataratas, la cueva, o la garganta, es que son lugares a los que se accede desde la calle. Atraviesas la puerta de turno, y ahí en medio te encuentras la sorpresa. Seti es el río que atraviesa la zona, y la garganta, un montonazo de agua circulando a toda velocidad que puedes observar desde un puente construido para tal cosa. Es un lugar pequeño, pero resultón.

La última parada antes de comer fue la que más me impresionó, el puente colgante del río Bhalam. Enorme, altísimo, sensacional. A Eu le daba un poco de yuyu aventurarse a cruzarlo, pero a mí me flipó, aunque no pude evitar acordarme de mi amigo Indi cuando le cortan el puente… Aparte de la claustrofobia moderada, también tengo un puntito de vértigo, pero consigo relativizarlo muchas veces, y esta fue una de ellas, con no mirar a mis pies, solucionado (porque a través de la estructura de hierro se ve perfectamente el suelo que queda muyyyy, muy lejos). 

                                                                     


Tras tanta visita necesitábamos cargar pilas, así que comimos cerca del puente, en un garito que conocía Shali (lo bueno de ir con gente de lugar es que te lleva a sitios que no te llaman la atención para nada y en los que luego descubres una comida estupenda a muy buen precio). Antes de llegar Shali tenía hambre y compró en un puesto ambulante pasta tipo noodles de esa que va empaquetada en plan ensortijado para hacerte una sopita. Abrió el paquete y empezó a comerlo tal cual. Eu y yo le gritamos al unísono que qué narices hacía, que eso era para sopa, y él nos dijo que también se come así. Y sí, está riquísimo y todo el mundo lo hace. También lo trituran y lo mezclan con frutos secos y mejunje picante, y todavía está mejor. Qué cosas.

Por la tarde tuvimos dos planes tranquilos. El primero, visitar el templo Bindebasini. Como tantos otros sitios en Pokhara, está localizado en un promontorio que ofrece buenas vistas a los Annapurnas, pero mientras Shali y Xavi se deleitaban con el panorama, Eu y yo nos dedicamos a hacernos la puñeta para conseguir la mejor foto del lugar. Me sentí inspirada por una fila de velas y en cerocoma Eu estaba copiándome la foto. No sé a quién le habrá quedado mejor, pero gano yo porque la idea fue mía, ea.

                                                                      


El segundo plan fue dar un paseo en barca por el lago. Shali descansó un rato de nosotros y nuestras estupideces yendo al hotel, y Mr. X, Eu y yo nos dejamos llevar por el barquero que nos llevó de un lado al otro del lago. Lo cierto es que fue de lo más relajante. Entre el cansancio acumulado y el runrún somnífero de los remos, de haber tenido asientos más cómodos nos hubiéramos quedado dormidos. 
                 
                               


En el centro del lago hay una islita con otro templo y el barquero nos llevó a verlo. Creo que los tres hubiésemos preferido dar una cabezadita en la barca, pero aceptamos la invitación de bajar de nuestro bote por cortesía y yo me lancé en busca de otra foto que estampar en los morros a Eu (y lo conseguí, muahahaha). 

                                        


A la vuelta a Katmandú nos esperaba otro plan largamente ansiado, un vuelo panorámico para observar una montaña a la que le teníamos muchas ganas. Para volver a la big city podíamos repetir la odisea de siete horas en autocar  o coger un avión. Nos decantamos por el avión. ¿He dicho alguna vez que odio volar? Pues si el aeropuerto en cuestión parece algo así como una estación de autobuses de tercera, mi nivel de canguelo sube hasta la estratosfera. Pero está claro que sobrevivimos. 

Nos quedaban dos días más en Katmandú antes de volver a casa para poder acabar de conocer los alrededores de la ciudad y ver, por fin, el Everest.









2 comentarios:

  1. Qué risa la competición fotográfica xD

    He buscado al pájaro, pero tampoco lo he identificado! u.u

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    1. Si es que somos tan capullas... XD
      Misterioooo!
      Muas!

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