Lo bueno de tener un blog es que es un excelente método para refrescar recuerdos y momentos que mi ya maltrecha memoria no retienen. Hace más de cuatro años escribí esta entrada relatando el impacto que había tenido en mí la película sobre la tragedia del ’96 en la cima del mundo. Como a obsesiva no me gana nadie, durante semanas, los 8.848 metros de altura del Everest se adueñaron de mi mente. Y desde entonces ocupa un lugar privilegiado en mi rincón privado de ofuscaciones. Por otro lado, es sensacional leer los comentarios de esa entrada y lo que profetizaban.
Cuando volvimos a Katmandú aprovechamos la tarde para hacer compras por Thamel. Hay cientos de tiendas, con vendedores dicharacheros que detectan que eres español a la legua y te intentan camelar para entrar en el juego del regateo. Y me da pereza infinita regatear, así que una vez me hice con los artículos que quería obtener, desistí de entrar en más comercios. Pero mis colegas de expedición estaban ávidos de adquirir material de montaña, y se paraban cada dos locales. En uno intuí que la cosa iba para largo, y aposenté mi trasero en unos escalones para ver la vida pasar. Cuando había cambiado de nalga en la que apoyarme veinte veces por tener todo el culo petrificado de tanto esperar y me habían salido raíces en las bambas, decidí ver si Eu y Mr. X finiquitaban ya o nos daban las campanadas en el chiringuito. Eu no tiene rival en cuanto a dar palique a alguien, y ahí estaban los tres explicándose la existencia. Menos mal que por lo menos compraron todo lo que buscaban y pudimos ir a buscar sitio para cenar (un lugar encantador, por cierto, Thamel está lleno de rincones por descubrir).
Al día siguiente tocaba madrugar, para variar. Esta vez para tomar un vuelo panorámico, algo que no tuvimos cien por cien decidido hasta haber acabado el trekking (si estás planeando un viaje a Nepal y no sabes si vale la pena tomar ese vuelo, deja de dudar y compra el billete). Este tipo de trayectos lo ofertan varias compañías, y Shali nos recomendó la que desde su punto de vista, ofrecía más garantías. Y vamos a ver, si hablamos de garantías para sobrevolar el Himalaya… pues como que las quiero todas. Yeti Airlines (qué apropiado), fue la elegida.
Solo venden pasaje para los asientos de ventanilla, y el vuelo dura una hora. A la ida, los viajeros de la izquierda pueden disfrutar de las vistas, a la vuelta, los de la derecha (y cuando no te toca, te dejan ir a cabina para observar el paisaje desde una perspectiva privilegiada). Cuando despegamos las azafatas nos dieron un díptico con un dibujo de las montañas y su altura que nos sirvió de guía para identificarlas. De todas formas, ellas iban pasando y te señalaban los picos. En cuando Katmandú desapareció del suelo y nos acercamos a la cordillera, empecé a sentir escalofríos. Es tan impresionantemente bello que cuesta describirlo con palabras. El primer pico que reconocí (gracias al folleto, of course) fue el Gaurishankar, 7.134 m. Al lado, el Melungste, 7.181 m. Fui resiguiendo sus contornos, sus nieves, que espolvoreaban las cimas como en unos dulces hercúleos, su magnificencia. Un poco más adelante, asomando entre el Nupste y el Lhotse, Everest. Me emociono solo de recordarlo. Piramidal y regio. Imaginar a Tenzing y Hillary coronando el pico en los cincuenta del siglo pasado me parece una hazaña imposible. Qué extraños somos los seres humanos y las cosas que nos mueven.
El vuelo acabó con una copa de champán, y brindamos los tres por la vida y el momento compartido. Chin-chin Everest, te he podido ver colega.
Después del subidón, nos fuimos a conocer Patan. Es una ciudad adyacente a Katmandú, aunque si no te dicen que se trata de otra urbe, está tan pegada a la primera que parecería la misma. Su plaza Durbar forma parte del Patrimonio de la Humanidad y es un lugar precioso por el que perderse, repleto de historia y de edificios de más de quinientos años. Paseando por sus templos Eu me confesó que en el vuelo panorámico se había pillado el anorak (no hacía frío para nada esos días en Katmandú). Le pregunté para qué y me explicó que había tenido una paranoia rollo ¡Viven! y descojonada perdida de la risa me confesó que el anorak le daba seguridad por si nos estampábamos en mitad del Himalaya. Claaaro, claaaro, muy lógico todo. Y la muy capulla no me avisó para que yo cogiese el mío. Cría amigos.
Nos gustó mucho uno de los museos de la ciudad, en el que había todo tipo de reliquias y figuras de dioses. Me flipan los cientos de deidades que tienen los hinduistas. Y la paz que destilan los budas. En estas que descubrí un rayo de luz que iluminaba una estancia y le hice una foto a mi mano. Le pedí a Eu que se colocase debajo para una foto artística y la luz la deslumbró haciendo que pusiese un careto que de artístico poco (parece una abducida bizca justo antes de subir a la nave alienígena).
De ahí fuimos al mercado local, una locura total de mercancías, olores, colores y gentes. Estupendo para comprar sal del Himalaya, especies y ropa local a buen precio.
Así llegamos a nuestra penúltima jornada en Nepal, justo antes de emprender el camino de vuelta. Shali nos llevó a primera hora a Nagarkot, una localidad elevada con una cima desde la que ver de nuevo toda la cordillera que la rodea. Pero esta vez el tiempo no estaba de nuestra parte y los nubarrones no nos permitieron disfrutar de las vistas. Mientras Mr. X esperaba en vano a que clareara, Eu y yo decidimos aprovechar el tiempo y volver a las andadas en las escaleras de bajada emulando a Celeste Barber. Épico. Lástima que la vergüenza y el anonimato (relativo) me priven de compartir los documentos grabados con el resto del universo.
De Nagarkot fuimos a Bhaktapur, otra ciudad pegada a Katmandú que vale la pena visitar. La entrada es la más cara que pagamos en los quince días de viaje, pero no puedo dejar de recomendar hacer la inversión. Me enamoró el rojo de los ladrillos que usan en las edificaciones. Y su plaza principal es impresionante. Un templo enorme la preside y las escaleras que lo coronan están flanqueadas por estatuas de animales y guerreros pétreos colosales.
Tuvimos la suerte de distraernos paseando al atardecer, y el naranja que lo dominaba todo creó un ambiente onírico. Las fotos que tengo del momento, charlando con Eu, Shali o Mr. X, tienen algo de mágico. Como mágico ha sido este viaje.
Nepal me ha sorprendido. He vuelto sabiendo más cosas de mí, conociendo mejor mi cuerpo y sus limitaciones. Me ha regalado tiempo de calidad con personas bonitas. Me ha permitido acompañar a Mr. X en el viaje de sus sueños, y se ha convertido en uno propio.
La gente me pregunta si me ha gustado lo suficiente como para volver. Y yo contesto lo que dicen los nepalíes… once is not enough.
ME alegro que lo hayas disfrutado...la próxima vez con tu peque ;-)
ResponderEliminarMuchas gracias Chitin!
EliminarIgual para cuando podamos volver en vez de Peque es Enorme... XD
Muas!
Que fotos más chulas!! debió de ser toda una experiencia!
ResponderEliminarMe encantaría hacer un viaje así, porque además me pasa como a ti, que si algo me fascina me obsesiono y lo quiero saber "tó".
Un beso!!
https://similocuramedeja.blogspot.com/
Lo bueno de las obsesiones es que aprendes un montón de cosas, jajajaja!
EliminarGracias Zhura, fue un viaje inolvidable. <3
Besotes!
Una de mis mejores amigas fue y de lo único que habla desde entonces es de volver... creo que nunca me visitará xD
ResponderEliminarQué alucinante experiencia y qué bueno que hayas podido enfrentarte cara a cara con el objeto de tu obsesión! (de una de tantas, que quienes las sufrimos no nos conformamos con una xD)
Qué cierto eso de las que las obsesivas tenemos muchas neuras donde elegir, jajajajajaja! Así estamos entretenidas en la vida. XD
EliminarNo me extraña lo de tu amiga...
Muas!