jueves, 14 de mayo de 2015

Iguazú


Antes de internarme en la segunda (y última) crónica de nuestro viaje, tengo que hacer una pequeña introducción.
Yo, niña urbanita mediterránea de corazón fantasioso, crecí escuchando las aventuras de mi padre en la selva venezolana. Para mí era lo más aproximado a Indiana Jones que he conocido in person (salvo que en vez de arqueólogo, era panadero).
Sumémosle la cinefilia voraz de mi infancia. Una de las pelis que más recuerdo es La selva esmeralda. Niño occidental es secuestrado y criado por una tribu indígena del Mato Grosso. Su fotografía se me grabó en la retina para siempre jamás.
Una cosa y otra (y muchas más, seguramente) alimentaron una fascinación incipiente por la fauna y flora selváticas. De ahí también mis ganas por ser veterinaria de animales exóticos (de sobras sabemos que al final me quedé con el exótico del veterinario).

Sea como sea, la selva me pone.

Entonces, te asomas a la ventanilla del avión apreciando sorprendida que has dejado de ver campos cultivados para otear un infinito manto jade y te das cuenta de que coño, aunque no estés en el Amazonas, eso es una espesa y jodidamente hermosa jungla subtropical.

Y cuando bajas del avión, ves como la roja tierra de la provincia de Misiones contrasta con el profundo y arrebatador verde que te rodea, el calor húmedo empapa tu ropa, el graznido de aves multicolor envuelve tu cabeza y se te caen las bragas de puritito placer. Un preludio de lo más prometedor.

Dentro de Parque de Iguazú hay dos hoteles, uno en la parte argentina y otro en la brasileña (porque Argentina y Brasil comparten esta maravilla de la naturaleza), el resto están en poblaciones cercanas. Mr. X tuvo la clarividencia de, ya puestos, escoger el hotel dentro del parque (muy, muy recomendable).

Al bajar del remís, lo primero que vimos a través de las cristaleras de la recepción del hotel era una densa efervescencia que nos anunciaba lo que estábamos a punto de descubrir. Después, reparamos en el sonido del agua al caer. Y así, cualquiera hacía caso al pobre recepcionista, al que íbamos esquivando con la mirada para fijarnos en lo que había a sus espaldas (aunque intuimos, por su sonrisa condescendiente, que estaba del todo acostumbrado).

Caminamos hacia la habitación embelesados por el espectáculo que nos rodeaba. No nos tragamos las columnas del hall de auténtico milagro.
Llegamos a eso de las cinco a nuestros aposentos. Una verdadera habitación con vistas. Allí sí pudimos gozar de la visión de las cataratas en casi todo su esplendor (casi, porque para captarlas y vivirlas, hay que arrimarse un pelín más). Nos cambiamos de ropa y nos fuimos directos a explorar los alrededores. Una nubecilla de agua estaba siempre cayéndonos encima. Gotas de agua de las cataratas que recorren por el aire los dos kilómetros de distancia que separan las cascadas de la superficie de tu piel.

Empezábamos a adentrarnos en los senderos cuando una familia de coatíes se cruzó en nuestro camino. Mr. X y yo nos sonreímos. Ese fue el primer contacto con una fauna exuberante -y salvaje, que bien te avisan que no se te ocurra dar comida a ningún bicho si tienes aprecio a tus extremidades- que nos idiotizó y obligó a hacer cerca de dos mil fotografías. Coatíes, agutíes, tucanes, colibríes, mariposas, monos capuchinos... Lamentablemente los guardabosques nos obligaron a recular a las seis de la tarde. ¿Motivo? Nada, que hay unos mininos de hábitos nocturnos (yaguaretés -jaguares- y yaguarundís -pumas-), que disfrutan merendando guiris despistados. Me pareció una razón de peso para hacerles caso.
Decidimos disfrutar de las vistas cenando en el bar del hotel y puedo prometer y prometo que estar sentada apaciblemente delante de tamaña maravilla no tiene precio.

Al día siguiente, por fin, fuimos a conocer las cataratas de cerca en la excursión por el lado argentino. La frondosidad de la selva no te permite ver bien las cataratas hasta que estás próximo a ellas. Las intuyes inminentes por el ruido casi ensordecedor del agua, y de pronto, tras unas cuantas palmeras, llegas al primer mirador y... lloras. El agua llama al agua o soy una sentimental de tres pares de cojones, pero espectáculos semejantes me emocionan hasta el infinito. Como la gente soltaba chilliditos entusiastas en vez de sorberse los mocos como yo, disimulé (las salpicaduras cataratiles lo pusieron fácil). 

                                                             


Cada pasarela nos fue acercando a los diferentes saltos. Imposible no extasiarse a cada paso, rollo síndrome de Stendhal versión agreste. Así pasamos la mañana, con cara de gilipollas de tanto "uau" que soltábamos.




Al mediodía nos propusieron una actividad acuática: paseo en barquita hasta meterte en materia (o sea, bajo un chorrazo de agua que lo flipas). Suerte que nos habían avisado de que llevásemos ropa de recambio. Te dan una bolsa de lona impermeabilizada para las cámaras y la ropa seca y una vez instalados en los asientos, te conducen hasta la cascada. Conste que no te meten debajo del todo porque sería una temeridad, pero con lo que se acercan ya puedes percatarte de la infinita potencia del agua al caer cuando se te viene encima una tromba que ni el diluvio universal. Emocionante y divertido (vale, y un tanto peligroso). 

Una vez remojados bajamos los rápidos del río Iguazú y nos reencontramos con la dicharachera guía, que nos llevó, tras un bocadillo para coger fuerzas, al plato fuerte de la tarde: la Garganta del Diablo. No me diréis que no es un nombre de lo más sugerente...
Para llegar allí hay que andar cerca de un kilómetro por unas pasarelas sobre el agua. Lo que más nos llamó la atención por el camino fueron las miles de mariposas de todos los colores que revoloteaban a nuestro alrededor. Colocando el dedo con delicadeza a su lado, la mayoría subían a bordo y te acompañaban parte la ruta (¡llevé a una en mi índice unos veinte minutos!). De este modo, medio a pie, medio andando, llegamos a la garganta. Me temo que mi prosa se queda corta por mucho que intente describir el impacto que me causó contemplar ese panorama. Mr. X dijo más tarde: emocionante, salvaje, impresionante. Es un lugar de poder. Imagino a los antiguos guaraníes rindiendo pleitesía a la madre naturaleza en la Garganta del Diablo. Creo que uno no puede sino doblegarse ante semejante muestra del ímpetu y el vigor de la tierra y el agua. De haber estado sola en vez de rodeada de cientos de turistas y sus dispositivos digitales, me habría arrodillado y permanecido absorta durante horas.

                       


Esa noche cenamos pronto porque al día siguiente tocaba ir a Brasil para la excursión desde ese lado (y ya sabemos que la burrocracia es universal y necesitas una hora para cruzar la frontera). Nos despertamos tan temprano que pudimos disfrutar de un amanecer en Iguazú. Una neblina lo cubría todo. Los únicos ruidos reinantes eran los de los animales que se desperezaban para empezar la jornada. Poco a poco los rayos de sol se filtraron a través de la bruma creando un efecto tornasolado que dotaba a la atmósfera de un aire onírico. Los tucanes hicieron presencia y empezaron a volar de la copa de un árbol a otra comiendo sus frutos. Graznidos, cantos y silbidos exóticos inundaron con sus ecos el espacio que nos acogía. Hasta que la actividad humana no se hizo presente, esa fue la única banda sonora, y me pareció rozar el paraíso terrenal.




Casualidad o no, fue cosa de entrar en Brasil y notar un ambiente festivo de lo más contagioso. Coincidimos con dos o tres grupos de visitantes que pertenecían a una coral y amenizaron la espera en la cola de entrada con un Mais que nada que invitaba a poner las caderas en movimiento.

Aunque -quizás por ser la primera visita- la excursión argentina me impactó más, vale la pena pasarse a Brasil. Ambos lados se complementan y así puedes hacerte una idea mucho más completa de la magnificencia de las cataratas. Además, desde Brasil se ven mejor los vencejos de Iguazú, icónicos del lugar, y que nidifican tras las caídas de agua. 



                                               


También me fijé en las rocas cubiertas de vegetación. En un momento dado se me asemejaron a una especie de monjes en procesión hacia su altar natural. Eso es lo que define mi sensación de Iguazú, que hasta las piedras tienen vida propia.

         


Por la tarde visitamos un parque de aves cercano. Creo que no hay viaje en que Mr. X y yo no hayamos recorrido algún parque, reserva o similar para ver bichos. Ni en vacaciones oye. El centro es precioso, muy bien cuidado y con espacios gigantescos. La flora es sensacional. Ya de por sí el país la posee, así que no han de importar gran cosa para que el resultado sea extraordinario.

Nos costó mucho despedirnos de Iguazú. Un oportuno retraso en el avión de salida nos permitió disfrutar de un último amanecer allí. Mr. X y yo nos marchamos compungidos y con el firme propósito de, algún día, volver.




18 comentarios:

  1. Casi lloro yo también, que bien contado!! Que maravilla de naturaleza. Gracias por compartirlo, no puedo decir nada más :)

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    1. Me alegro de que te haya gustado, disfrutamos muchísimo!!
      Besos Rocío!

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  2. Jo, que bonito, que pasada la verdad, mira que nunca me lo había imaginado así. Me alegro de que disfrutarais y espero que volváis. Un beso

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    1. Yo tampoco me lo imaginada así... En realidad no me lo imaginaba de ninguna manera, no era un sitio que tuviese controlado mentalmente para nada. Ojalá podamos volver algún día...
      Besotes!

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  3. ¡Qué envidiaaa!

    Siempre he querido ir a Iguazú.

    A mí también me encanta todo lo referente a la selva y con 19 años me mordió en un pie una hormiga carnívora xD

    Mais que nada me encanta y me la sé entera en portugués. ¡Ea!

    Besos

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    1. Uix, qué pupa!! ;)
      Cuando pienso en canciones brasileñas, entre muchas otras acuden a mi mente Mais que nada y Pais tropical (me encanta la versión de Daniela Mercury... https://www.youtube.com/watch?v=dedluXYc5KY).
      Muas!

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  4. guauuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu, sabia yo que me ponia verde de la envidia!! parezco una espinaca jajajajaja! pero que maravilla y que bien transmites tus emociones y vivencias, parece que estemos todos allí ! que impresionante, para no olvidarlo nunca.
    Un pasada , a mí hay tantos sitios que me gustaria visitar, todos de naturaleza si señor .... por dónde empezaria?
    besos guapetona!!

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    1. Qué ilusión que me digas que os he podido transportar un poquito allí! El mejor piropo que hay!
      A mí me encantan las ciudades, pero en realidad, como la naturaleza no hay nada. Es asín. ;)
      Muas!

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  5. ¿Te acuerdas que te comenté que mi amiga estuvo un mes en Argentina desde Iguazú a Usuaya? Pues chica, Iguazú lo has explicado muchísimo mejor tú. Que emoción chiquilla, me has puesto la piel de gallina y una lágimita en la comisura del ojo izquierdo. Será la salpicadura de las cascadas que llega hasta aquí.
    Mi amiga me dijo que el lado Brasileño no es tan espectacular que el Argentino que es muchísimo mejor. También recuerdo que me habló de lo del paseo en barca y de lo de enfundar las cámaras. Pero hasta que no lo has contado no he recordado esta parte de su relato. Me parece que algo me contó del Cañon del Diablo, pero eso lo tengo más diluido en mi memoria. Me ha impresionado como lo narrabas. Tendrías que habernos puesto una foto de este sitio para que se nos cayera la baba y los ojos acabaran de robotar sobre el teclado de lo mucho que los tenemos abiertos.
    Confieso que me encantaría ir a visitar un sitio así, pero hay varias cosas que me tiran patrás. La primera es el tiempo y el dinero, jajaja. La segunda es que tengo una alergia a las picaduras de bichos y me da que en esos sitios tiene que haber unos mosquitos y unos bichos del tamaño de unos camiones que me daría un yuyu muy jodidito con sus picaduras. Aaaaiiiinnnnsss... seguiremos sobreviviendo viendo los viajes de los demás y disfrutandolos en la distancia. Gracias por este maravilloso post. Nos veremos en otros entradas, un beso guapos.

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    1. Bueno, por escrito siempre es más fácil pararse a pensar un rato y buscar las palabras que mejor definan lo que sentiste... ;)
      La Garganta del Diablo la puedes ver en la tercera foto! Pero sólo un cachito de ella.
      Sobre los mosquitos, nosotros íbamos preparados y no nos hizo falta usar el repelente, quizás al ir en otoño nos salvamos de su ataque.
      Besos guapetona!

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  6. Mi viaje idílico: recorrer Argentina y llegar hasta Usuaya. Sin palabras me has dejado con Iguazú... y con el corazón temblando. He notado hasta la humedad... Escribes con tanta magia que produces vértigo.

    Abrazos!

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    1. Gracias Dibujos!
      Ojalá hagas algún día ese viaje, tiene que ser una pasada poder recorrer todo el país!
      Besotes!

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  7. Ya sabía yo que leerte el post de Iguazú iba a ser una pasada. Impresionante! he podido trasladarme hasta allí. Ains espero poder ir algún día...hay tantos lugares que visitar, tan poco tiempo y tan poco dinero, jajaja
    Me alegro que lo hayáis pasado así de bien, un beso

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    1. Qué bien que te haya gustado!!
      Y sí, cuanto mundo por ver... Ains...
      Besotes!

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  8. Efectivamente me has puesto los dientes largos... qué envidia por dios!! Si fuera rica me pasaría toda la vida viajando. Hay tantos sitios que ver...
    Tus fotos me han dejado impactada, y además tal y como lo has contado, parece que puedo sentir las gotitas de agua mojándome... una pasada

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    1. Yo también me pasaría la vida viajando... a ver si así se me pasaba el yuyu a los aviones, jajajaja!
      Me alegro de que te haya gustado. :)
      Besotes!

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