Situación: 4 de enero de 2019, mediodía. WC de mi casa. Yo, sentada en el WC.
Para las madres, el wáter es en un gran sitio donde planificar la jornada, whatsapear y mirar Netflix. Por aquello de que es uno de los pocos lugares donde la prole te deja en paz. En realidad ese día Peque estaba en el cole, y tenía toda la tarde por delante para hacer algunos recados de última hora. Y me puse a planear. Tenía que hacer unas compras –que había decidido ese mismo día-, enviar una de ellas por correo y visitar a mi abuela. Estuve consultando aplicaciones de movilidad de mi ciudad para decidir la mejor ruta y una vez dilucidé un plan perfecto, me subí los pantalones, paseé a Perra y emprendí la odisea.
Primera parada: Mercería Santa Ana. Para los foráneos, aclararé que es una mercería antiquísima en la que tienen de todo, por lo que suele estar frecuentada por un público básicamente integrado por abuelas costureras y otros individuos abyectos como yo. A pesar de ser un local con solera, normalmente frecuento las mercerías de barrio, y acudí allí por primera vez tan solo un mes antes. En hora punta, para hacerlo más complicado, porque para desentrañar su funcionamiento necesitas un máster MBA. Como no pillaba nada me mantuve en un rincón viendo como se desenvolvía la fauna autóctona y acabé entendiendo que había tres mostradores, cada uno con su cola, y que en cada uno de ellos despachaban cosas diferentes (este segundo punto lo descubrí al hacer cola para un hilo en el mostrador de agujas, meeec, error). Cuando has hecho la ruta del bacalao en todos los mostradores, has de pagar en la entrada con un albarán que te van confeccionando y después recoger la mercancía en cada mostrador. Un puto lío vamos. Esa primera vez que fui me dejé unas agujas en el mostrador uno. Pero como ser adaptativo al medio que soy, la segunda vez fue mucho más exitosa y al comentar mi anterior descuido sacaron el arcón de los pedidos olvidados –prueba fehaciente de que el método conlleva confusión- y diligentemente me dieron mis agujitas. Además, me atendió un chico jovencito muy amable y por un momento me pregunté si estaba intentando flirtear conmigo. Debo decir que últimamente he tenido esa sensación en más de una ocasión y empiezo a plantearme mi poder seductor oculto. Quizás como milf lo peto más de lo que lo hice con veinte años, porque en esa época, mal que me pese, no me comía un rosco.
Con el tiempo en los talones me fui corriendo al santuario del consumismo por antonomasia, El Corte Inglés. Aunque no tenía previsto comprar nada a mi vástago por Reyes dada la avalancha de juguetes que se preveía en casa de mi suegra, en el último momento flaqueé. Mr. X había visto un coche teledirigido molón en la octava planta y allí me encaminé rauda y veloz. El primer escollo fue darme cuenta de que las escaleras mecánicas solo llevaban a la séptima planta. ¡¿Dónde habéis metido la octava, pardiez?! Perdí cuatro magníficos minutos buscando un ascensor, que tampoco llevaba a la octava (bueno sí, pero en ese momento de obnubilación no me di cuenta), y acabé subiendo por las escaleras. Por suerte, el coche estaba donde Mr. X me había dicho y luego tardé un poquito más en escoger un segundo regalo para el hijo de una amiga, que le regalábamos y enviábamos entre tres colegas a su tierra, allende los mares (bueno, no tan lejos, pero queda más poético).
Con los dos paquetazos en la mano me puse a hacer la cola para pagar. Ahí me di cuenta de que media Barcelona había tenido la misma ocurrencia que yo de comprar un regalo de última hora. Esperé pacientemente veinte minutos y en los últimos cinco me percaté de que no envolvían los regalos. Que yo lo comprendo, claro que sí, pero eso complicaba mi timing hasta límites insospechados, ya que debía tener el regalo a enviar empaquetado para poder ir a Correos y aún me faltaba comprar una cafetera para Mr. X. No hay dolor. Pregunté a la ajetreada dependienta donde envolvían los regalos y me dijo que en la planta sexta. Pregunté again donde vendían cafeteras y me dijo que en la segunda.
Decidí ir primero a la sexta y casi me da un parraque al ver la cola de empaquetamiento. Cogí un ticket y comprobé consternada que mi número era el ochenta y dos e iban por el sesenta. Dejé reposar mi culo en donde le encontré un hueco y aparqué los fardos mientras observaba a qué ritmo avanzaba la cosa. Las dos dependientas estaban de cháchara mientras embalaban y podrían haber protagonizado el anuncio de Malibú soltando aquello de “me están estresaaaando”. Sentí un nopuedoconmivida atascado en el esófago y se me ocurrió que igual me daba tiempo de comprar la cafetera antes de que llegasen al 82. Mis paquetes y yo bajamos al segundo piso y ni rastro de ninguna cafetera. Pregunté y me dijeron que eso era el quinto o sexto piso. Acabáramos. Subí al quinto y ¡bingo!
Eché un vistazo rápido, pregunté por una Nespresso pequeña y me derivaron al área Nespresso, donde los dos únicos dependientes estaban ocupados. Pues nada, me puse a hacer cola detrás del que parecía más expeditivo. Lo malo es que la pareja que le estaba consultando, de expeditiva no tenía nada. Estaban interrogando al empleado sobre la presión del agua de la cafetera con cara de estar desentrañando algún misterio de física cuántica a lo que el subalterno contestaba encantado. ¿La presión del agua? ¿¿¿WTF??? Desconecté de la perorata intentando calmar mi taquicardia, y tras unos eternos minutos, me tocó. Y no me anduve por las ramas. La quiero pequeña. El chico me mostró dos modelos y antes de que se me enrollase señalé una. Me preguntó si negra, roja o pistacho y grité: ¡pistacho! Satisfecha con mi resolución me dirigí a pagar, pero resulta que la cafetera estaba en oferta y regalaban veinte cápsulas. Aunque no te las daban así como así. No. Después de pagar el dependiente me llevó hasta su compañera, la que yo había descartado en un inicio por no tener pinta de ser muy diligente, y pude comprobar in situ que no me había equivocado. Cordialmente me pidió que rellenase mis datos y preferencias en una tablet para hacerme llegar las cápsulas. Lo hice lo más rápido que podían teclear mis dedos y al terminar ella se quedó mirando el cacharro unos momentos para acabar dictaminando que se había colgado, por lo que tenía que encender otro dispositivo. Me lo tendió y me dijo: ¿Puedes repetirlo todo, por favor?. ¿Todooooo? ¿¿¿WTF??? Vale, venga. En diez días tendría mis capsulitas.
Me largué pitando a la sexta, sección empaquetamiento, e iban por el 84. Me habían pasado por dos putos números. Volví a coger un ticket y me salió el 102. Amos no me jodas que no llego. Consulté a Mr. X por whatsapp si en Correos había algún tipo de papel para enviar y me dijo que normalmente tenían sobres, así que me fugué de allí cagando leches, mirando en Maps donde estaba la oficina de Correos más cercana, y repartiendo mamporros a diestro y siniestro con mis bolsas a todo el que me rodeaba (se me ha olvidado añadir que llevaba una ensaimada y una sobrasada de Mallorca para que mi abuela merendase, lo cual empeoraba mi movilidad una cosa mala).
Mirando el puto móvil pasé por delante de la oficina sin verla, tuve que recular veinte números y di con ella. Por fortuna no había nadie delante y me atendió un chico muy solicito. Aunque no había sobres. Horror. El tío se apiadó de mí y encontró una caja donde cabía el regalo que tenía que enviar. En principio pensaba enviarlo certificado, pero quería que el remitente fuese “Las tres reinas magas”, y para eso tenía que ser ordinario porque el certificado exige una identificación real. Pues ordinario se ha dicho. Me dejó un rotulador para plasmar mi arte en la caja mientras atendía a otros clientes y cuando acabé tomó el paquete para proceder a su envío. Le dije que había sido muy amable, que queda muy de abuela, pero yo que estoy de cara al público, sé lo mucho que se agradece un cumplido semejante. Lo hice feliz. Eso, o realmente soy una milf y no estaba feliz sino tontorrón.
Tenía veinte minutos para cruzarme la ciudad y llegar a la residencia de mi abuela para darle la ensaimada, la sobrasada y los adminículos de la mercería. Con autobús no llegaba ni por asomo, me lancé a un taxi y llegué, contra todo pronóstico, a tiempo. Dejé un riñón en el taxi y subí a darle todo lo adquirido a mi abuela, que esa noche cenó ensaimada de Mallorca al aroma del tráfico de Barcelona tan ricamente.
Dos autobuses más tarde llegué a mi barrio. Mr. X estaba convenientemente de paseo con Peque y me envió un mensaje para decirme que ya volvían. Le dije que ni de puta coña. Le pedí diez minutos de gracia y a ritmo no caribeño compré papel de regalo subiendo hacia casa, llegué al piso, envolví coche y cafetera con el abrigo puesto, la perra oliendo el efluvio de la sobrasada del fondo de la bolsa y el celo colgándome de una ceja, escondí los regalos, me serví un vaso de agua con gas y simulé un falsísimo relax mientras mis dos hombres entraban por la puerta y yo me desprendía del abrigo y daba un sorbo despreocupado justo en el momento en que me encontraban en la cocina.
¡Felicidades por lograrlo! Yo compré el regalo de Santa Claus con la niña en brazos, acomodada para mirar hacia otro lado. Conté con la complicidad de la cajera y de la mujer delante de mí en la fila: llegué y coloqué el objeto en la caja, atravesándome y disculpándome con medias palabras que ellas entendieron; la cajera, además, tuvo la amabilidad de usar dos bolsas para asegurarse de que no quedara a la vista. Fue una tapete-pista con cuatro cochechitos. Además hubo una bolsa de dulces preparada con anticipación que fue muy fácil de ocultar.
ResponderEliminarCon los Reyes no pude repetir el acto; hubo que esperar a que su papá llegara para hacerle la encomienda. Me puse nerviosa porque tardó mucho. Luego, la niña no quería dejarlo salir !! Finalmente lo consiguió: pastel y galletas.
Cómo se agradece cuando la gente te echa un cable en momentos así! Me alegro de que pudieses hacer la compra sin despertar sospechas :)
EliminarLo importante es que lo consiguió!
Besotes!
Madre mía que estressss. Yo acabaría con una ataque de histeria importante. Eres mi heroína!!
ResponderEliminarJajajajajaja! Ya tú sabes, entrenamiento zennnnn! XDDD
EliminarMuas!
Con este post Netflix hace una peli, ahí lo dejo xD
ResponderEliminarJajajajajajaja!
EliminarLes regalo el texto si sale Tom vendiendo Nespressos. XDDDDD
Besotes!