jueves, 26 de enero de 2017

Time


Ayer leí una entrevista a Eva Bach, una pedagoga y terapeuta familiar, y no pudo gustarme más. Cuenta esta sabia mujer, que para decidir qué actividades programa en su día a día se pregunta si haría una determinada cosa si ese fuese el último día de su vida, y si la respuesta es negativa, no la hace. Tan fácil y tan complicado a veces cuando uno se ofusca con preocupaciones cotidianas.

Leí también en una viñeta que los primeros cuarenta años de la infancia son los más difíciles, y aparte de sacarme una sonrisa (porque sin duda me considero una cría de casi cuarenta) me hizo pensar que acercarme a velocidad absurda a mi cumpleaños me tiene cavilando si estoy donde debo estar y como quiero estar en este momento de mi vida. Y creo que la respuesta es lo más “sí” que puede ser. Hay cosas mejorables, tanto externas como otras que dependen de mi capacidad de pulir miedos y debilidades y abandonar perezas, pero volviendo al truco de Bach, creo que el día está rellenito de momentos que disfruto de una forma consciente. Sé que cada minuto cuenta porque nadie sabe cuándo se acaba la función y que vale la pena deleitarse en los placeres diarios, cabrearse lo justo y necesario, y tratar de pasar por la vida con una sonrisa por delante. Aunque te provoque arrugas, que te las provoca. Joder si te las provoca (o yo estoy ganando vista con la edad, o hace cinco meses no tenía los abismos cutáneos que ahora rodean mis ojos).

Lo de envejecer… eso trato de llevarlo con elegancia. Aunque me va a días. Recuerdo que en mi pava adolescencia, solía creer que envejecer mola mil. Porque cada vez sabes más de la vida, porque total cuatro canas y arrugas no significan nada… Frívolamente hablando, diré que ser yo la que se ve ajada en el espejo y con signos inequívocos del devenir de los años no es ni la mitad de glamuroso de lo que me había imaginado. Llevo meses tratando de decidir si seré de las que ondean una melena plateada al viento o tiraré de tinte del Mercadona. Ni pajolera idea. Cada vez entiendo más a Quino y aquello de que la vida debería ser al revés. Empezar siendo una uva pasa y acabar en un orgasmo. Me parece un buen plan.

A pesar de todo, no cambio nada de mi vida por la lozanía y el vigor de los veinte años. Ahora me conozco de una forma que entonces no podía ni soñar. Bueno, miento. Sí me gustaría volver por un día a los veinte y cruzar el umbral de la puerta de casa para comer con mis padres y charlar con ellos. Les explicaría unas cuantas perlas de Peque (aunque me temo que eso, si existiese algún científico que me prestase su máquina del tiempo, me lo prohibiría taxativamente por el rollo de las paradojas y blablablá, pero las normas están para saltárselas, qué coño).

Hablando de Peque (el que consiguió sin saberlo que me lanzase a tener este blog, que ha mutado una cosa bárbara desde que lo concebí), mi hijo me tiene loca. En todos los sentidos. Me divierte, me abruma, me emociona, me desquicia, me desconcierta y todo esto cada día y en bucle. Ser madre es algo diferente a cada año que pasa, con nuevas preocupaciones e inquietudes, y sensaciones alucinantes que ni siquiera sabía que podría albergar. Es cierto eso de que hasta que no eres madre no te enteras de qué va la movida. Muy, muy cierto. Tendrás tus teorías megachulas, tus consejos hiperprácticos y tu plan-educativo-infalible-a-prueba-de-niños. Y luego nace tu hijo y todo a la mierda. Que oye, en el fondo es lo que mola, sino sería demasiado fácil y autocomplaciente.

Esta misma mañana estaba mi churumbel planteándome cuestiones livianas del tipo:

-Mami, como la Luna se formó a partir de la Tierra, entonces la Tierra no está entera, ¿verdad? ¿Y puede crecer? ¿Y existe vida en otros planetas? ¿Bichitos? Porque en Marte hay agua, ¿lo sabías? Y si en otra parte del universo existiese un planeta como la Tierra, ¿querrías ir? Yo te llevaría a ti… Y a papi… Y a los hermanos… Y… Oye, si la Tierra es redonda, ¿la atmósfera la envuelve como un plástico a una albóndiga? Y si un avión supersónico va todo recto, ¿se sale de la atmósfera?

Creo que los otros habitantes del autobús –el escenario ideal según mi primogénito para taladrarme a preguntas a las ocho de la mañana- aún deben estar descojonándose con mis cutre intentos de respuesta. Que soy veterinaria, no ingeniera aeroespacial, y parece que este crío aún no lo ha pillado.

Envejecer mientras Peque crece y recorre su camino es la mejor manera de comenzar cada día. Sí, estoy donde quiero estar.



                                                                         








10 comentarios:

  1. estás en el lugar perfecto! <3

    (porque además los buses son eléctricos, eso es bueno! xD)

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    1. Este niño no es feliz si no me saca los colores veinte veces al día... XD
      Besototes!

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  2. La teoría esa tiene mucho peligro conmigo. ¿Si fuese mi último día iría a trabajar? No ¿Limpiaría la casa? Otra vez no. Así que acabaría desempleada, muerta de hambre y víctima de las enfermedades infecto-contagiosas. Al final, mi último día iba a llegar antes de lo que espero. Quita, quita...

    Imaginarme la Tierra como una albóndiga ha sido la mejor imagen del día. Besotes!!!

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    1. Jajajajajajaja! Sí que tiene peligro para ti, sí!
      Ya ves, nunca verás al planeta azul de la misma manera. ;)
      Muas!

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  3. Ay este Peque!, menudo personaje.
    Un beso

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  4. Juas juas! Efectivamente, agotador y pleno a partes iguales. A mi las arrugas se me multiplican con cada charla con Akane, pero merece la pena.

    Abrazos!

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    1. Jajajajaja! Me tendré que mirar en el espejo antes y después de una conversación con Peque, que miedoooo! XDDD
      Muas!

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  5. Estás en el sitio perfecto y además con Peque hay risas garantizadas XD

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