jueves, 27 de diciembre de 2012

En Navidad


Saco la naricilla desde mi letargo navideño para explicaros algo que me sucedió el otro día...Era Nochebuena y cenábamos en casa de mi padre. Vive en un pueblecito cerca de la costa, y como estos días tenemos a toda la troupe de Mr. X en casa y nuestro coche es de cinco plazas, alguien se tenía que buscar transporte alternativo, y ese alguien suelo ser yo. Pero no me quejo para nada, el ratito de tren me entusiasma. Me permite quedarme embobada mirando el paisaje, disfrutar de la cháchara animada de la gente a mi alrededor y, si me apetece, leer un poco sin tener a Peque exigiéndome insistentemente que mire como hace cabriolas en el sofá.

En la estación de salida me fijé en un chaval de unos veinte años que llamaba a su madre por teléfono. Me lo quedé mirando un rato sin mucho disimulo preguntándome como sería la relación con Peque cuando llegase a esa edad. Al ser una noche señalada, se respiraba un ambiente especial por todas partes. La gente que cogía el tren a esa hora iba, en su mayoría, a reunirse con familiares y amigos, y me lo pasé en grande observando cachitos de su existencia e imaginando las historias de sus vidas.

Al llegar a mi destino, como Mr. X iba a tardar unos minutos en venir a buscarme, me quedé dentro del edificio para resguardarme del frío y vi como el chico que había visto antes iba charlando con otro joven negro. Le preguntaron a la encargada de la terminal a qué hora pasaba el siguiente autobús hacia el centro y ella no pudo resolverles la duda porque la compañía de autocares era distinta a la del tren y desconocía si por ser Nochebuena habían cancelado algún trayecto. Los dos chavales le dieron las gracias y salieron al exterior. Asumí que eran amigos y que se iban a algún sitio juntos. Un rato más tarde, cuando creí que ya llegaría Mr. X, salí afuera a esperarlo y me volví a encontrar con los chicos. Estaban hablando con mucho entusiasmo...Bueno, sobre todo el que yo ya conocía de antes, que avasallaba a preguntas al otro. Entonces me di cuenta de que no eran colegas. Se habían conocido porque el chico negro le había pedido ayuda al otro con el horario de los buses. El que yo había visto primero no paraba de preguntarle a su interlocutor de dónde venía, cuánto tiempo hacía que estaba aquí...Y así me enteré de que el chaval negro había llegado hacía muy poquito de Senegal para ganarse la vida en España. El prota de nuestra historia saltaba de un idioma a otro, chapurreando francés e inglés (e incluso algo de árabe) para que el otro lo pudiese entender y le explicó que su padre estaba a punto de llegar y que irían a cenar con la familia a su casa, en un pueblo cercano. Dicho y hecho, a los dos minutos llegó el padre. Ambos muchachos se despidieron y mientras el primero iba a saludar a su progenitor, el otro se quedaba apoyado en el poste de la parada de autocares, pegando saltitos para trampear el frío. En eso, que nuestro prota, justo antes de llegar al coche, se giró y le dijo al otro: "¡Eh, oye! ¿Te vienes a conocer mi pueblo?". El otro no sabía qué decir...pero no hizo falta, porque nuestro amigo lo dijo todo: "Sí, venga, te vienes a cenar a casa, y luego ya veremos...venga, ¡ven!". Y se lo llevó. Me asombró darme cuenta de que el padre del chaval no puso ninguna pega y ni siquiera se extrañó de recibir ese huésped inesperado. El invitado subió al coche mostrando en su cara al mismo tiempo sorpresa por el convite y alivio por no tener que esperar a la intemperie un autocar que quizás no llegaría.

Me gustó mucho la energía de aquel chico que en Nochebuena decidió invitar a alguien que apenas conocía a pasar una cena en familia. Me dio qué pensar y dibujó una sonrisa en mi cara.

Dudo mucho que pueda escribir antes de Nochevieja (mi casa es una olla de grillos y no me dejan ver el ordenador ni de canto), así que os deseo una inmejorable entrada de año, y que en el 2013 se hagan realidad todos vuestros deseos. ¡O por lo menos los que os hagan más felices!


jueves, 20 de diciembre de 2012

Rabietillas y buenos deseos


Peque lleva unos días rabietoso perdido. A veces lo gestiono con humor y entereza, y otras me supera el agobio y me siento la peor madre del mundo cuando le alzo la voz o acabo malhumorada...Reconozco que alguna vez he pensado: "Con la de mimos que le hemos dado, y la mala leche que se gasta el colega...". Porque sí, mi niño de vez en cuando hace gala de un humor de perros. Y yo, con lo que no puedo, es con que me pegue. En ocasiones, su frustración es tan grande, que me arrea un golpe con lo que tenga en la mano. Como ayer. Yo estaba cocinando y le puse unos potecitos de pasta y cuatro cosas para que se entretuviese a mi lado...pero no. Él quería meter la cuchara de madera en la cremita de calabaza que estaba haciendo, y como me daba miedo que se la tirase encima, le expliqué que no podía ser. Pues hala, rabieta y cucharazo que te crió. Y la cosa no mejoró mucho el resto de la tarde...
Lo de los tortazos me pone de una mala uva inmensa. Y tengo que templar los nervios porque mi primera reacción sería devolverle el cachete (es algo que siempre me ha pasado, si tu me das, yo te doy, no hay más...), pero como soy del parecer que los golpes no educan sino que destruyen las relaciones, pues me pongo seria, le digo que no, y salgo un minuto de la habitación para cagarme en todo y volver a mi estado...¿zen?
Por otra parte, cuando Peque se porta mal y se lo digo me suelta en medio de un gruñido: "¡Peque es malooooo!". No sé de dónde lo saca, porque yo no se lo digo. Siempre insisto en que su comportamiento es ese momento es malo, pero él no. Porque también soy de las que cree que si le colgamos una etiqueta a un niño, al final acaba comportándose según la etiqueta. Para variar el repertorio, el otro día me dijo: "¡Te vas a la clase de los conejitos!". Creo intuir que cuando a algún niño se le va la pinza en el cole, lo llevan un rato a otra clase para que se disperse...

Al final debo reconocer, que como tras alguno de estos episodios me quedo con semblante tristón, Peque viene todo amoroso, me pide perdón y me da un besito, y esos mimitos son de lo más reconfortantes (me gusta ver que se da cuenta cuando hace algo mal). Acto seguido, con una sonrisota en la cara me pregunta: "¿Estás contenta?". Porque siempre que hace cosas bien o cuando acepto sus disculpas, lo abrazo fuerte y le digo que lo estoy. El muy bribón, en alguna ocasión, se ha puesto en modo ogro justo después de hacer las paces y como yo me enfado de nuevo, me dice: "¿Porque no estás contenta si te he dado perdón y besito?". Qué tío, se cree que con cuatro arrumacos me tiene en el bote y puede hacer lo que se le antoje...

Estaba yo pensando en todo esto cuando al repasar algunos blogs que sigo he llegado a esta maravillosa entrevista de Míriam Tirado a Josep Maria Garcia, psicólogo infantil (además de padre y abuelo). En el fondo no me descubre nada nuevo, pero necesitaba oírlo otra vez, leerlo y empaparme de ello para volver hacia mi Peque con los brazos llenos de amor y compresión. Si tenéis un rato, vale la pena leer lo que nos recuerda Josep Maria.

Por mi parte, ya estoy contando las horas para que sea viernes por la tarde y pueda dedicarme a disfrutar de las mini vacaciones navideñas. Espero que paséis unas estupendas fiestas, que haya sonrisas, abrazos, besos, sobremesas interminables, conversaciones a la luz de las velas, honores a las tradiciones de cada uno, y sobre todo, mucho amor.

¡Feliz Navidad!


PS: Queridos Mayas, espero que las mates no fuesen vuestro fuerte ;)



martes, 18 de diciembre de 2012

Pon un motero en tu vida


Hace algunos lustros, cuando la menda era una tierna solterita que no encontraba un buen maromo con el que compartir su existencia, mis amigos tuvieron a bien decidir que la pareja ideal para mí era un motero. De dónde sacaron semejante idea sigue siendo un misterio, porque yo no doy para nada el perfil de motera, peeeero, a ellos se les antojó así. Tal era su insistencia, que a partir de ese momento, cada vez que me interesaba un espécimen XY rápidamente trataba de averiguar si era poseedor de un vehículo a dos ruedas. Cuando conocí a Mr. X, supe enseguida que a menudo se desplazaba por la city con una motito sencilla que casi casi parecía que fuese a pilas (fijaros si soy ignorante del tema que ni recuerdo el modelo), y a pesar de que no es lo que por "motero" entendían mis amiguitos, decidí pasarme su criterio por el forro y arrejuntarme con él.

Mi niño, como ya se sabe todas las marcas de coches y eso ya no representa dificultad ninguna, ha decidido ampliar horizontes y empezar con las de motos. Tanto es así, que mi conversación con él por la calle puede ser muy parecida a esta:

Yo: Mira Peque, ¿qué moto es esa?

Él: Una Mitsibisi.

Yo: ¿Y la verde?

Él: Miaja (léase Yamaha).

Yo: ¿Y esta tan chula de aquí delante?

Él: Hoooooonda.

Yo: Va, esa bajita de allí seguro que no la sabes...

Él: Jalei-Davison.

Yo: Jo, Peque, te sabes más que yo...¿Esta cuál es?

Él: Susuki.

...

Él (tras un rato pensativo): Mami, un día te llevo en Susuki a casita, ¿vaaale?

Yo (partiéndome la caja): Hecho.



Ya he encontrado al motero de mi vida.


miércoles, 12 de diciembre de 2012

Cuentos y una petición


Mi rutina preferida del día es la de ir a dormir. En realidad siempre lo ha sido, porque adoro estar en fase REM (tengo vocación marmotil), pero ahora tiene el aliciente añadido del "momento cuento" previo.

Como en casa conservo los cuentos que mi madre me leía de pequeña, alterno los libritos que le hemos regalado a Peque con los que yo disfruté en mi infancia. Y es alucinante revivir a través de esta lectura las sensaciones que me invadían a mí cuando era una renacuaja. Eso me permite conectar de una forma especial con mi hijo. Hemos adoptado la costumbre de leer a la luz de una linternita y eso lo hace aún más mágico si cabe. Cuando acabo el primer cuento, Peque siempre me dice: "Otro cuento mami, por favoooor...". Y por si no es suficiente, me da un besito para acabar de camelarme. Cuando finalmente cedo, suelta un rapidísimo "¡Gracias, mami!", se sienta a mi lado y me pilla la linterna para enfocar al objeto de su deseo. Y yo sonrío en la oscuridad.
Este año, como sé que a Peque le van a llover regalos en casa de sus abuelos, tíos y amigos, he decidido que nosotros le regalaremos unos cuentos. Gracias a vuestras sugerencias en los blogs que escribís he hecho una listita y hoy mismo me he ido a la librería del barrio a encargarlos. Una vez le he hecho el pedido al librero, me he dado una vuelta por la tienda, regalándome la vista con los cientos de títulos de las estanterías. Qué tentación, madre del amor hermoso...Me hubiese comprado quince o veinte. Lamentablemente, no tengo ni dinero ni espacio suficientes para permitirme ese capricho, y me he quedado con las ganas de hacerme con un libro, porque no me decidía por ninguno. Hace unas semanas me pasó lo mismo. Encontré un momento para escaparme a la biblioteca e intentar escoger un librito y fui incapaz de llevarme ninguno; como no iba con una idea concreta me pasé media hora paseando hasta que me di cuenta de que me tenía que ir a trabajar...Así que aquí va mi petición. Como sé lo mucho que os gusta leer, me gustaría que me recomendaseis algunos de vuestros libros predilectos. Si puede ser, dos o tres, así mi lista tendrá mucha más enjundia. El género me da lo mismo, leo casi de todo, así que lo dejo en vuestras manos.

 Por mi parte, haré lo mismo y os dejo cuatro títulos que figuran en mi lista de favoritos:

 -"Tuareg", de Alberto Vázquez Figueroa.

 -"La insoportable levedad del ser", de Milan Kundera.

 -"La historia interminable", de Michael Ende.

 -"Mecanoscrito del segundo origen", de Manuel de Pedrolo.


                                              
                                                     

Estoy deseando oír vuestras sugerencias...



lunes, 10 de diciembre de 2012

Más clientes curiosos


Un día de estos estaba yo en la consulta, enfrascada en la apasionante lectura del prospecto de un pulguicida, cuando el timbre me sacó de mi ensimismamiento. Nota mental: pedirle a la jefa que cambie el tono -o por lo menos el volumen- del dichoso timbre si quiere mantenerme con vida (pego cada bote cuando suena que los clientes se parten la caja al verme, para mí que alguno lo hace incluso con premeditación y alevosía...). Sigamos. Me dirigí a la puerta y una sonriente señora me dijo eso de...

-"Perdona, ¿te puedo hacer una pregunta?".

Yo asentí sonriendo a mi vez, porque sabía que con toda probabilidad lo que soltase por su boquita me daría material para un post (ya conocemos la peligrosidad que esa frase lleva implícita...).

Señora: "Verás, es que tengo una vecina, que vive arriba del todo de mi edificio, y ya me ha pasado tres veces que cuando su perro aúlla, se muere alguien que conozco...¿Eso pasa?".

Yo: O_O

¿Qué contesto yo a eso? A ver...Yo había oído hablar de un gato americano que preveía la muerte de los pacientes del hospital en que vivía..., pero aún no había tenido ningún cliente que me relatase historias similares...Lo que pasa es que según creí entender por la información extra que me dio la señora, en el caso que nos ocupa el perro aullador presintió la muerte de gente que conocía la señora que me hacía la pregunta, no de gente cercana a la familia con la que el can convive...con lo que damos una vuelta de tuerca a los poderes extrasensoriales de nuestros animales de compañía. La señora buscaba una explicación científica al fenómeno y tuve que admitir con resignación que ese es aún un campo por explorar en la medicina veterinaria y que no tenía respuesta a su pregunta. Ella insistía: "Es que es un aullido muy peculiar...y claro, me interesa saber si eso va en serio, porque como lo oiga otra vez me voy a echar a temblar...". Decidí mitigar su padecimiento explicándole que lo más probable es que todo se debiera una casualidad, porque de lo contrario ya me la veía a la pobre pendiente de las vocalizaciones de su canino vecindario, esperando la agorera alarma...

Para finalizar el curioso encuentro, la señora me explicó: "Pues me dejas más tranquila, porque el otro día leí en el periódico que un gato había anulado su cita en el veterinario por telepatía...aunque yo eso no me lo creo, claro". Y yo pensando: "Menos mal...porque el día que los gatos puedan hacer eso, yo me quedo sin trabajo".

¡Feliz semana!


miércoles, 5 de diciembre de 2012

Aventuras en el zoo: De vuelta a casa


A lo tonto a lo tonto fueron pasando las semanas y me encontré en medio de mi última semana en el zoo. Cada mañana, al ir hacia el hospital trataba de retener un poco de todo lo que me rodeaba: lo verde del paisaje, la fragancia de las plantas, la textura de la gravilla bajo las ruedas de mi bicicleta...Algo tan diferente a mi mediterránea vida habitual se había convertido en una exótica rutina, y me daba pena decir adiós. Pero también tenía muchísimas ganas de reencontrarme con mi familia y con Mr. X.

Una de las tareas que me tocó disfrutar esa semana fue la anestesia de un dragón de Komodo. Para variar, el Dr. B me relató las excelencias de esa especie, notificándome, como no, que era un reptil agresivo y peligroso.


                                     
                                              Un Komodo, cortesía de Wiki

Su saliva es tan tóxica que a veces, si se le escapa una presa tras morderla, sólo se dedica a seguirla sigilosamente y a esperar que las bacterias que hay en sus babas rematen a la víctima. Pues bien, nuestro Komodito se había zampado una piedra enorme que debíamos extraer de su estómago. Teníamos dos posibles formas de sacarla: mediante un gastroscopio o con el sofisticadísimo sistema manual ingeniado por el Dr. B (es decir, meterle la mano por el gaznate y sacar el pedrusco). El Dr. B nos iba mirando a todos y mi brazo se le antojó el ideal para el trabajo...pero al final cambió de opinión y lo hizo uno de los cuidadores de los reptiles...(¡meeeenos mal!). El chico estuvo intentándolo quince minutos y justo cuando me fui a buscar la cámara de fotos lo consiguió. Un método poco ortodoxo, pero muy efectivo, sí señor.

A mitad de semana, como todavía estábamos disfrutando del Swamp Festival, quise escaparme para dar una vuelta por ahí pero nos avisaron desde una de las secciones de que había muerto un guanaco (por lo que tocaba hacer la necropsia). El Dr. B me dijo que la haría yo. Andaba yo preguntándome (como siempre) "¿Qué será un guanaco?" cuando el Dr. B me explicó que era un camélido sudamericano...¡Un camello! ¡YO SOLA! Casi me caigo al suelo del susto...Puse cara de agobio pensando por dentro: "¡¡¡¡Este hombre está loco!!!!". Y riéndose, el Dr. B me tranquilizó explicándome que un grupo de estudiantes de la Facultad de Veterinaria que habían venido de visita me echarían una mano...Me fui a la biblioteca a empollarme la anatomía del bicho y un rato después tenía a cuatro solícitos alumnos deseosos de hincarle el bisturí a la fallecida bestia.

                                          
                            
                               Para que nos hagamos una idea...de la Wiki, cómo no


Fue algo estimulante. Unas semanas antes había pisado esa sala de necropsias hecha un manojo de nervios y chapurreando spanglish. Ahora estaba dirigiendo yo el procedimiento, contestando a las preguntas que me hacían y rellenando el informe. Tardamos casi tres horas en acabar. Ellos estaban emocionadísimos y yo más. Eso sí, al día siguiente las agujetas fueron del quince tras tanto menear arriba y abajo un cadáver de 120 kg. Me sentía muy orgullosa de mi hazaña. Tanto por el trabajo en si como por haber podido comunicarme sin problemas con todos los chicos. Ya sentía que me podía defender sin problemas (exceptuando a los cajeros automáticos de los supermercados -sí, estaban en los súper, con razón al principio no daba con ellos- a esos no los entendí jamás...).

Una vez finalizado el trabajo, me fui al Swamp Fest. Aunque evité por todos los medios que me pillasen otra vez para bailar, mi sex appeal fue superior a mis tácticas de escaqueo. Los atraía como moscas (véase prototipo de cincuentón, con shorts, camisa hawaiana y calcetines hasta la rodilla...si es que...un primor). Me habían dicho que había un grupo de canarios por allí, y como toda persona fuera de su tierra, andaba loca por encontrar algo que me recordase a mis raíces. En Nueva Orleans hay una colonia de canarios afincada desde 1770. Tenían una paradita, iban vestidos con trajes típicos regionales y explicaban cosas de su cultura. Pero todo en inglés, de castellano ni papa. Me quedé con las ganas de hablar en mi lengua...

Una noche antes de irme mi casera me invitó a cenar a un restaurante caribeño. Estaba todo riquísimo. Nos sirvieron patatas fritas que en realidad era "sweet potatoe", es decir, boniatos...riquísimos! (eso me recuerda que un día los tengo que cocinar así...). Yo pedí tortas de pescado con "habanero aioli" (lo que me emocioné al ver eso en la carta) y descubrí que la salsa en cuestión era como algo remotamente parecido al "allioli" pero que tenía más de habanero, sin duda alguna.

Un día más tarde, ya me encontraba empaquetando mis cosas para volver a mi casa. Me había ido despidiendo durante la semana de todos mis compañeros. El que sabía que más echaría de menos era el Dr. B, pero por suerte hemos mantenido el contacto todos estos años, y no dudaba de que así sería. Mi casera me llevó al aeropuerto y emprendí el viaje de vuelta. Otra vez los dichosos aviones, qué poquito me gustan...

Me emocioné muchísimo al reencontrarme con mis padres en el aeropuerto. Mr. X trabajaba y no pudo venir. Al llegar a mi casa descubrí su precioso regalo de bienvenida: una flamante bicicleta roja, para que no echase de menos la que dejé en Nueva Orleans. Desempaqueté mis cosas y a la hora de cenar llegó Mr. X. ¡Menudo abrazo! ¡Casi me tumba! (sí, y menudo beso también...). Fue tan bonito que casi me dan ganas de pirarme otra vez un par de meses para que me reciba así...


Y hasta aquí mis aventuras en el zoo. Gracias por seguirlas, ha sido un gustazo compartir con un público tan selecto mis andanzas animalescas.

 

 

lunes, 3 de diciembre de 2012

Voyage, voyage


Tal y como avisaba en mi último post, estos días hemos estado disfrutando de un preciadísimo Kit-kat vacacional. Mr. X tenía que ir por trabajo a una de las Islas Afortunadas y Peque y yo pudimos acompañarlo en su gesta. Y no digo gesta porque sí. No. Lo digo porque este viaje nos ha deparado unas cuantas aventuras...

Para empezar, todo apuntaba a que Murphy nos iba a tocar los bemoles a base de bien. Nos levantamos el jueves con esa energía que da el saber que dentro de unas horas te librarás del abrigo y el jersey para solazarte en una terracita tomando algo en manga corta...Y la sonrisa nos duró exactamente diez minutos, el tiempo que tardó Peque en despertarse y demostrarnos con su abrazo matinal que tenía algo de fiebre...Pero bueno, eran sólo un par de décimas y se encontraba bien, así que incluimos en la maleta el consabido ibuprofeno infantil, alias Dalsy y seguimos adelante con el plan (acojonaditos, pero con la esperanza de no tener que cancelar el viaje). Por si acaso, le dimos una dosis antes de embarcar. El niño andaba entusiasmado con lo de subir al avión. Aunque esa emoción también tuvo una caducidad precoz. Cuando se dio cuenta de que tenía que permanecer sentado y atado con el cinturón durante el despegue la lió parda (desde aquí mis disculpas si algún viajero de ese vuelo da con este blog...). De todas formas fueron un par de estallidos relativamente cortos y luego cayó frito, así que la ida fue bastante soportable.

Al llegar a nuestro destino Peque no tenía fiebre pero se le notaba algo alicaído. De camino al hotel iba diciendo que le dolía la "panchita" y asumí que sería por el ibuprofeno (alguna vez le ha pasado), así que al llegar nos fuimos a una farmacia y nos hicimos con el primo hermano del ibuprofeno, osease, el paracetamol, que le sienta mejor si bien no le resulta tan eficaz. Una vez en el hotel subimos a la habitación y yo lo veía raruno...Tanto que se me encendió la alarma y lo llevé en volandas al lavabo, justo a tiempo para que se pusiese a vomitar enfrente del WC. Sí, enfrente.
Lo limpiamos todo y nos fuimos a dar un paseo y a cenar. Mientras tanto avisamos en recepción de que nuestro cuarto de baño apestaba a vómito olía un poquito mal, y se pasaron a darle un repaso. Durante esas horas Peque se reanimó, dijo que ya no estaba malito y se puso las botas en el buffet. Para eso siempre he sido muy feliciana, y le dejé comer lo que quiso y en cantidad que le vino en gana. Como la tertulia post-cena se alargaba demasiado, decidí dejar a Mr. X de palique con sus colegas y me llevé a Peque a la habitación. Cuando ya estábamos en pijama y en la cama, se irguió, me dijo que le dolía la barriga y entre eso y el torrente de vómito que me cubrió enterita no medió ni un cuarto de segundo...El pobre vació el depósito y se quedó tan a gusto, pero yo permanecí ahí quieta un poco en stand by preguntándome porqué le había dejado zamparse un helado XXL de chocolate que ahora estaba esparcido en forma de chapapote en la cama y mi pijama...Llamé al servicio de habitaciones y mientras venían a socorrerme limpié y cambié a Peque y retiré las sábanas para facilitar el curro a quien viniese a ayudarme. Me quité los pantalones y recibí a mi salvadora con un aspecto bastante precario (menos mal que era una mujer...). A todo esto Peque ya estaba roncando en su cama. La mujer que me cambió la ropa de cama era un encanto, le quitó importancia al sarao y se despidió con una sonrisa de lo más reconfortante. Yo me puse otro pijama, apagué la luz y de camino a la piltra, ¡clinc!, le di un toquecito a algo que resultó ser la botella de vino que nos había obsequiado el hotel...Visualicé el percal en mi mente antes de que oyese el estruendo que hizo la botella al romperse en mil millones de fragmentitos de cristal. Me quedé ahí a oscuras, petrificada y sabiéndome rodeada de un mar de vino y minas en forma de vidrio...Podría haber llamado a la camarera otra vez, pero se me caía la cara de vergüenza. Por otro lado, no tenía ni escoba ni mocho ni nada...así que pillé el papel higiénico (suerte que había de sobras) y con una paciencia infinita lo recogí todo mientas blasfemaba por lo bajini en todos los idiomas en los que sé blasfemar...

A la mañana siguiente Peque estaba fresco como una rosa. Había programada una excursión en dromedario y Mr. X no podía venir por el curro. Yo dudé bastante, porque me daba pánico que el niño se pusiese a vomitar desde lo alto del camélido, pero como lo veía tan bien, me animé. Cuando llegamos a las dunas que servirían de escenario a nuestra aventura, el jefe del tinglado nos dijo que nos pusiéramos en fila y que los cuidadores de los dromedarios nos seleccionarían por parejas para subirnos al bicho. Por lo visto la experiencia los ha dotado de un sistema infalible para calcular a ojímetro el peso de las personas y poner a individuos de masa similar a ambos lados de la montura. Cuando quedábamos pocos por ser elegidos -Peque y yo íbamos en pack- uno de los chicos dijo: "O la mujer y el niño o la señora...". Si yo llego a ser la señora me da un bajón...Raudos y veloces nos subimos a Daniel, nuestro dromedario. Peque estaba entre ilusionado y acojonado. Yo sólo acojonada. Mentalmente me iba repitiendo: "Por favor, que no se me escurra el niño...y que no me vomite...y que no comience a gritar como un poseso..porfa, porfa, porfa...". Y no, no hizo ninguna de esas cosas, aunque a veces se giraba y al ver el morro del dromedario que iba detrás nuestro y cómo me lamía el pelo a través del bozal soltaba: "¡Qué asco!". Fue divertido, aunque un poco largo para mi gusto (sobre todo por la tensión de mantener bien abrazado a Peque, que a ratos se quería bajar en pleno trayecto...). Al descender tenía los brazos agarrotados, pero nos sirvieron un té caliente en la jaima para guiris y me relajé al ver que habíamos sobrevivido con notable alto a la experiencia.

Al día siguiente, otra aventura, esta vez con Mr. X. Nos fuimos en barquito a buscar ballenas, delfines o similares. Peque sólo quería ver delfines, de lo demás pasaba soberanamente. Yo justamente ese día iba un poco resacosa de la cena del día anterior y no me sentía muy en forma para surcar los mares, pero una madre lo da todo por el divertimento de su estirpe. El trayecto duraba dos horas y nos avisaron de que podíamos mojarnos, pasar frío por el viento y quizás (sólo quizás) marearnos. De todas formas, avistar cetáceos estimula a cualquiera y obviamos los inconvenientes. Tras una hora de trayecto en el hermano gemelo marítimo del Dragon Khan ya no pensábamos lo mismo. Cada vez que veíamos algo que podía ser una ballena la embarcación viraba para seguir su rastro, con lo íbamos todo el rato de arriba a abajo, de un lado a otro...Nosotros tres aguantamos estoicamente (Peque incluso se durmió, qué tío...), pero las vomitonas no tardaron en llegar. Ahora a babor, ahora a estribor...Un festival de regurgitaciones por doquier. Yo ni miraba, porque aguantaba en el límite, y si llego a oler ni de lejos el contenido estomacal de mi vecino saco hasta la primera papilla. Y ver bichos…pocos, pero alguno vimos. Un par de rorcuales tropicales, aunque de refilón, y una tortuga. Yo con poco me conformo y viendo el lomo de una ballena me di por satisfecha, pero observando las jetas cetrinas de más de uno, creo que de haberlo sabido se ahorraban las dos horas de mareo...Como dijo nuestro guía, para muchos los cetáceos debían andar escondidos en el fondo de una bolsa de plástico...Peque no vio nada de nada, porque se durmió durante la parte más interesante, y se quedó un tanto frustrado, pero por suerte la actividad de la tarde compensó todo lo demás. Fuimos a un parque zoológico precioso y pudimos disfrutar de lo lindo con los delfines. ¡Incluso pudo tocar uno! Un sueño hecho realidad.

En lo social, Peque se hizo famosete entre los colegas de Mr. X. Más que nada porque siempre la estaba liando parda y porque aguantaba cada noche hasta las tantas en medio del sarao. Tanto que hasta me lo rebautizaron. Ahora se hace llamar "el incombustible Peque". Para que os hagáis una idea...

Ya se sabe que lo bueno pasa volando, y en un plis nos encontrábamos en el avión de vuelta a casa. Esta vez Peque fue el típico niño toca-cojones que te ameniza el vuelo con sus llantos y pataletas. A ratos se calmaba, claro, pero después volvía a la carga: "¡Me quiero bajaaaaaar!". Mr. X y yo nos las vimos y nos las deseamos para mantenerlo en relativa calma. Eso sí, en el taxi de vuelta a casa le pregunté: "Peque, ¿qué es lo que más te ha gustado de todo lo que hemos hecho?". Y sonriente me contestó: "¡El avión!". Este niño es un cachondo mental...

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Dr. Jekyll y Mr. Hyde


Comienzo a sospechar que el prota de la novela de Robert Louis Stevenson vive en mi casa, mide unos noventa centímetros y responde (o no, según le pille) al nombre de Peque.

Dr. Jekyll

Hace ya unos findes (y en muy buena compañía) cogimos el metro para acudir a una cita largamente esperada. El trayecto era largo y yo llevaba a Peque a coscoletas. Una empática viajera nos cedió su asiento y me acomodé con mi niño en las rodillas, al lado de una chica que llevaba una bolsa con madalenitas (error, pero no pude evitarlo, necesitaba sentarme y el destino quiso colocar esos dulces cerca del Dr. Jekyll). El susodicho se quedó mirando fijamente la bolsa. Luego a la chica. La bolsa. La chica. La bolsa...y sonrisa pícara. Ya la tenía engatusada. Ella me miró buscando mi aprobación para darle una madalenita a mi Don Juan en miniatura y antes de que yo pudiera oponer resistencia una voz angelical dijo: "Mamiiii, quiero unaaa...". Nos puso ojillos y ya no hubo marcha atrás. Objetivo conseguido y madalena en la zarpa. A todo esto Carmen me había ofrecido unas madalenas que ella llevaba en su mochila (mucho mejor preparada que yo, todo hay que decirlo), pero sabiamente no insistió porque tenía claro que Peque quería ESAS madalenas, y no otras. Y el muy pillastre no cejó en su empeño hasta conseguirlo, porque cuando saca la artillería pesada (dulzura y sonrisita a tutiplén) no hay misión imposible para él.

Mr. Hyde

Una tarde de esta semana, volviendo a casa después de pasar un rato con los abuelos, subimos al autobús. Pensaba que el cansancio mantendría tranquila a la fierecilla. Pues no. Enseguida vi (por como torcía el gesto), que estaba entrando en modo ogro. La gente aún no se había percatado del sutil cambio y una señora lo miraba risueña, pero yo sabía lo que se me veía encima. Un pobre hombre se puso al lado de nuestro cochecito y Peque, sin más miramientos, lo señaló y le soltó: "¡Raaas-ta-plas-mmmmmmmm-placa! ¡¡¡¡Este autobús nosssssssstuyo!!!!". El tío sonrió por hacer algo, pero yo vi claramente que por dentro pensaba que se había dado de bruces con el hermano gemelo de Damien...La señora que lo había mirado sonriente aún se divertía con la escena hasta que le tocó recibir. Y así con unos cuantos sufridos usuarios del transporte público. Y yo...pues tratando de mimetizar cual camaleón con las puertas del autobús hasta llegar a nuestro destino, porque caso lo que se dice caso, el niño no me hacía mucho.


Suerte que de momento predomina la fase encantadora...A ver qué pasa estos días, que vamos a disfrutar de unas mini vacaciones y pondremos a prueba su sociabilidad en nuestro destino (ayyyy...).


¡Nos vemos a la vuelta!

lunes, 26 de noviembre de 2012

Cómo sabotear un día de descanso (tutorial gratuito)



El sábado pasado prometía ser un día dedicado al relax y la paz espiritual. Bueno, relax relativo porque Mr. X estaba dando unas conferencias en Valencia y yo me quedé a cargo de toda la tribu (o sea, Peque más tres). Después de preparar el desayuno, barrer, ducharme, vestir a Peque, hacer la compra y guardarlo todo (¿he dicho relax?) ya estábamos preparados para ir a comer a casa de mis suegros. La salida de casa siempre es un momento crítico donde los haya (uno tiene pis, otro sed, dos están a grito pelao...) y yo andaba loquita. Los concentré a todos fuera del piso, apagué la luz, cerré la puerta y cogí las llaves. ¿Os habéis percatado del error en esta frase? Pues sí, mi cerebro ordenó mal la secuencia y me di cuenta al instante de hacerlo de que la había cagado. Hasta el fondo. No me di un cabezazo contra la pared porque con la sesera revuelta iba a ser más complicado encontrar solución al problema. Mi precioso manojo de llaves (con foto kitsch de Peque inclusive) se había quedado en el mueble del descansillo de mi piso. Sudor frío al pensar que hasta las doce de la noche no volvía Mr X. Primera opción: “Tendrán copia de las llaves mis suegros?”. Los llamé y me dijeron que nanai, que habían algunas llaves sin identificar en un cajón y que quizás tenía suerte, pero que no lo creían. ¡Arrrggggg! Segunda opción (después de cagarme en todo durante un par de terapéuticos minutos): “¿Mi seguro cubrirá mi despiste?”. Tengo dos seguros. El primero me dijo que sólo lo cubría en caso de robo con la cartera y las tarjetas. Mierda. Mierda. Mierda. Llamé con tembleque al segundo pensando en el sablazo a mi maltrecha cuenta corriente que el cerrajero de guardia me iba a pegar si el seguro que decía que no...Y hubo suerte, sí lo cubría (aunque la tipa que me atendió era de lo más borde...). Le expliqué a la imbécil simpática teleoperadora que iba a intentar buscar una llave en casa de mis suegros y que si no era la mía la volvía a llamar. A ella le pareció genial (seguramente pensó que me merecía todo lo que me estaba pasando...).

Esta no es (se la he tomado prestada a Wiki), pero ilustra a la perfección el objeto de mi deseo.                                              

Llegué a casa de mis suegros cuando estaban a punto de comenzar a comer y rebuscamos entre las llaves perdidas. No hubo éxito. Volví a llamar a la aseguradora, y la chica que me atendió en este caso fue un encanto. Me dijo que llamaba a un cerrajero y que él se pondría en contacto conmigo. A todo esto yo ya salía por la puerta, pero en la calle de camino a casa me di cuenta de que no llamaba y de que igual la cosa iba para largo, así que me volví a comer algo con la family. En ese momento me llamó Mr. X y me dijo: "¿Qué tal?¿Cómo va todo?". Y yo, entre la risa y el llanto, le contesté: "¿De verdad lo quieres saber?". Ojiplático se quedó (más que nada porque no suelo ser así de despistada...).

Cuando empezaba mi plato XL de macarrones (dile tú a mi suegra que me no me ponga tanto...) llamó el cerrajero. Me dijo que tardaba tres cuartos de hora en llegar a casa, así que comí a la velocidad del rayo y me pillé un taxi para ir a casa. Al subirme al vehículo me di cuenta de que el pasajero anterior se había dejado una bolsa y se la di a la taxista, que me sermoneó: "Es que la gente va con la cabeza en otra parte, es la tercera cosa que se dejan en el coche hoy, blablabla...". Mi sentimiento de culpa era una losa demasiado pesada para llevarla en solitario y utilicé a la muchacha como confesora de mi pecado. La chica se animó enseguida y me explicó: "¡Vaya! ¡A mi vecina Puri del quinto le pasó lo mismo y con una radiografía entramos en el piso! Bueno, era una mamografía mía, ¡pero funcionó divinamente!". Mi suegra ya me había hablado de las bondades de las radiografías, pero yo no suelo llevar ninguna encima para estos menesteres, llámame rara...

Llegué a mi destino bajo la mirada de conmiseración de la taxista y me puse a esperar en el portal. Como había llegado temprano y no me apetecía quedarme en la calle llamé por el telefonillo a mi vecino de arriba. Le pregunté si me podía abrir y lo hizo encantado y sorprendido a la vez. No quería dejarle con la intriga y subí a explicarle mi situación. Es un hombre encantador, médico radiólogo, y Mr. X y yo tenemos muy buena relación con él y con su mujer, que es enfermera. Siempre nos explicamos anecdotillas de nuestros pacientes. El caso es que cuando le relaté mis desventuras me dijo: "Calla, que creo que tengo una cosa por aquí...". Y yo entonces caí en su profesión: "¿Una radiografía?". Y él me miró triunfante con un precioso tránsito intestinal en sus manos. A mí me daba apuro montar el espectáculo y le dije que no hacía falta, que total el cerrajero estaba de camino, pero me dijo que me iba a costar un riñón. Yo le expliqué que mi seguro me cubría la incidencia hasta cien euros y él me contestó que me podía costar el doble, así que le seguí sin rechistar escaleras abajo.

Estuvimos quince minutos de reloj intentando emular a James Bond con la cerradura. No hubo manera. Aunque en cierta manera me congratula comprobar la seguridad de mi casa...El vecino me preguntó: "¿Y no te has dejado ninguna ventana abierta?" (al ser un bajo podríamos acceder a la vivienda desde casa de mi otro vecino) y le expliqué que nunca lo hago, y que además en este caso le había preguntado a los niños si por casualidad habían dejado la ventana de su cuarto sin cerrar, a lo que me contestaron que no.

Total, que me subí otra vez con el vecino, que me invitó a una cervecita, para esperar la llegada del cerrajero (que ya llegaba media hora tarde). Mientras estábamos de palique mi vecino se asomó un momento a mi patio y de pronto me dijo: "Oye, ¡que la ventana de la habitación de los niños está abierta!". Salí a comprobarlo y efectivamente así era (¡bendita desobediencia infantil!). Ahora sólo faltaba que mi vecino de al lado estuviera en casa. Es un alemán circunspecto y no suelo hablar con él, así que me daba un corte tremendo irle con mi historia, pero la necesidad aprieta y...¡bingo! ¡Estaba en casa! Flipó un rato con nosotros tres (la mujer del radiólogo se había sumado a la cuchi pandi) y dijo que ya saltaría él para abrir la puerta. Estábamos los tres exultantes y el teutón nos explicó que iba a cambiarse los zapatos. Como no nos íbamos de su casa soltó: "¿Me esperáis a fuera?" y dándonos cuenta de nuestro poco savoir faire nos retiramos de su morada. Minutos después me abría la puerta de mi pisito...Llamé al cerrajero para anular el servicio y me contestó: "Pues yo en un cuarto de hora ya iba para allí...". Anda que eso es puntualidad y lo demás son tonterías...Di las gracias efusivamente a mis vecinos varios y me fui a casa de mis suegros para disfrutar de mi merecido descanso...

Por cierto, el domingo, para agradecer la labor a mis salvadores, les hice este pastel de manzana que vi en el blog de Teresavet, Etología Familiar. Quedó de rechupete y encima me regalaron una botella de vino. No hay como tener un buen vecino.

viernes, 23 de noviembre de 2012

¡Celebrando que por fin es viernes!


Hoy toca agradecimientos mil. Me habéis concedido un montón de premios, así que voy a ponerlos en la vitrina.


Primero empiezo con los repes. Alguno me ha llegado previamente varias veces, así que excusadme si me salto las penitencias y los repartos. Allá vamos....


Gracias a Una madre desesperada por pensar que soy muy natural y concederme este premio:




Gracias a mi queridísima Carmen de La Gallina Pintadita  por pasarme en pack estos dos...(pero no te cuento más cosas de mí, que estoy sin ideas, ¡jajaja!):





Gracias a Inma de Mi Cucolinet, por pasarme el premio Fúndete conmigo :               




                                                              
Y gracias a Opiniones Incorrectas por pensar en mí para el...:


                                                                     

Con este último voy a hacer una excepción, porque a pesar de que ya lo tengo, Eva se ha currado sus preguntas y quiero contestarlas, así que ahí van mis respuestas:

1.- ¿Crees que hay vida en otros planetas?
Con lo inmenso que es el Universo, me parece una opción bastante plausible.

2.- ¿Te has olvidado del libro de Ana Rosa?
¿Qué libro? Sorry, ni idea de lo que me hablas...

3.- ¿Rosquillas con limón ó con anís?
¡Con anís!

4.- ¿Qué ventajas tiene ser un angora turco?
Se dice que son muy inteligentes y cariñosos...¡No está nada mal! Bueno, y son muy guapos.

5.- ¿Vales más por lo que callas que por lo que hablas?
Of course, jejeje...

6.- ¿Planeas un cambio de color de pelo a corto plazo?
No, pasé por mi época de mechas y tuve suficiente.

7.- Cuando seas vieja, ¿te dejarás el pelo blanco?
No lo sé, depende de cómo me quede. Probablemente me tiña.

8.- ¿Cómo prefieres cocinar La Gula del Norte?
Salteada con ajitos.

9.- ¿Te gusta la tarta de zanahoria?
No la he probado, pero me encanta la zanahoria, así que...

10.- ¿Quieres más a tu mejor amig@ que a la mayoría de tus familiares?
Desde mi punto de vista son amores diferentes y complementarios.

11.- ¿Cuál es tu pan favorito?
Me chifla el pan, pero por elegir uno, el de nueces.



Para acabar, el premio inédito. ¡Tachán!

                                                            


Me lo pasa Amagic mother y es un premio muy original porque hay que rellenarlo con lo que quieras para pasarlo a los blogs que elijas. Antes que nada, ¡gracias Amagic mother por pensar en mí! Ella lo llenó de esperanza, mimos y suerte (no está nada mal, ¿eh?). Pues ahí van mis blogs escogidos y su adobo personalizado...

 -Carmen, de La Gallina Pintadita. A ella le envío una burbujita lleeeena de sol para que pueda celebrar como se merece la inauguración de El árbol de los chupetes.

-Una terapeuta temprana. Para ella una burbujita muy especial que la ayude a cumplir su sueño.

-Eli, de Elisabet Rules y su hermana Mir, de El taller de Mir. Les envío una pompa como las del Parque Güell de grande (pero sin pringue alguno, ¡jajaja!) llena de risas, buen rollo y mucha suerte para que logren todo lo que se proponen.


¡Buen fin de semana a todos!

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Aventuras en el zoo: Al rico cocodrilo


Cuando apenas faltaban dos semanas para volver a mi hogar, dulce hogar, una de mis muelas comenzó a dar por saco. Lo de mis dientes y yo es antológico: caries a mansalva, infección en una muela (con la consiguiente endodoncia -eso de "matar el nervio", qué bonito todo- y final extracción) y muelas del juicio porculeras donde las haya. En este caso era una de las del juicio la que decidió jorobarme la existencia. Por suerte, mi querido Dr. B me otorgó la llavecita mágica de la farmacia del zoo y me dio permiso para abastecerme hasta los topes de analgésicos (la opción B era ir al dentista para quitarme la dichosa pieza, pero no quería pasar mis últimas dos semanas en los "iuesei" a base de sopitas, así que me atiborré de pastillas y listos). Y menos mal, porque el Dr. B decidió hacer una barbacoa en su casa, y no era plan de ir y no comer nada...He de decir que durante mi estancia en los EEUU no confraternicé demasiado con la gente. Yo iba bastante a mi rollo y los demás también (ya me avisó la chica que hizo la estancia antes que yo de que no era una gente que te integrase mucho en sus actividades). Tampoco me importó, la verdad. Pero ya que se montaba una BBQ con la gente del zoo, no me lo pensé dos veces y para allí que me fui. Hablar, no hablé mucho (por lo que decía de que iban a lo suyo), pero comer...Madre mía, me puse las botas. Que si hamburguesas, que si patatas con queso, brownies, madalenas -perdón "muffins"-...No cabía en mí. Eso sí, el dulce típico de la región me resultó asqueroso. Le llaman "moonpie" y son una especie de tortitas rellenas de malvavisco -"marshmallow"- y bañadas en azúcar con aroma a plátano o similar. Lo de malvavisco suena muy fashion, pero no son más que nubes, por favor, ¡que hay cosas más ricas con las que rellenar un dulce! Total, que una vez entré en modo modorra postpandrial me apoltroné en una silla a ver la fauna autóctona (casi tan divertida como la del zoo) y dos chicos se sentaron a mi lado. Uno empezó a flirtear descaradamente conmigo. Yo pasaba bastante de él y además los efectos del analgésico estaban desapareciendo, con lo que apenas podía articular palabra...El amigo de mi pretendiente tenía una cara de aburrimiento que no podía con ella y asentía mirando hacia otro lado cuando el otro le decía algo. Desde luego, no hay como tener novio para que te tiren los trastos cada dos por tres (eso, o el irresistible atractivo de nuestro acento español, que se ve que les pone majaretas -eso dice mi amiga V, que vivió allí varios años-...). Creo que esto resume bastante mi bien mi vida social en las américas.

Por suerte, las emociones con bichos exóticos seguían. Teníamos programadas unas gastroscopias en los alligators albinos. Se hacían periódicamente porque los bichos se tragaban todo lo que caía en su estanque y algunas sustancias eran peligrosas (monedas, piedras, etc.). Para la ocasión, vino el equipo de gastroenterología del hospital de la Universidad de Tulane (médicos, no veterinarios). Los alligators llegaron en unas cajas de metal con el morrito previamente precintado. Me parecieron bastante tranquilos y más pequeños de lo que me imaginaba (medían unos tres metros y algo y pesaban cerca de ochenta kilos, otros cocodrilos son más grandotes y llegan a los doscientos kilos). Os pongo una fotico:



                                               Imagen de mi amiga Wiki
                             

El Dr. B me dijo que los anestesiase yo y me lancé sin miedo. Mientras los cuidadores los sujetaban, yo les pinchaba en la patica. Yo andaba a mi aire entre los bichos y entonces me di cuenta de que ya estaba totalmente integrada en mi rol, porque los médicos y enfermeras que habían venido a trabajar estaban con cara de susto en una esquina de la estancia (o eso, o la medicación que tomaba para el dolor de muelas me tenía alelada perdida). Una vez dormidos colocamos al primero de los dos en la camilla y se les desprecintó la boca. Le colocaron un cilindro en la boca para pasar el gastroscopio por ahí y el Dr. B me dijo: "Venga, intúbalo". Me lo quedé mirando y pensé: "¿Que ponga mi manita ahí dentrooo?". Y contesté: "Vale". Sí, estaba integrada (eso y que el cilindro de protección era mega robusto, claro está).

Durante la semana hubo muchas conversaciones de pasillo en el hospital comentando las últimas noticias que nos habían llegado del zoológico de Boston. Por lo visto, un gorila joven se había escapado de su recinto. Pero no sólo eso, el animal logró llegar a la calle. Por el camino tumbó a un niño y a un adolescente voluntario del zoo (por suerte no les ocurrió nada grave, se encontraban bien...bien preparados para denunciar al zoo). Al poco tiempo se recibió una llamada de una señora que estaba asustada porque un tipo muy amenazante y con chaqueta negra se había sentado a su lado en la parada del autobús. Os podéis imaginar quien era el sujeto en cuestión...

Acabamos la semana en medio de una de las fiestas grandes del zoo, el "Swamp Festival" (o Festival del Pantano). El Dr. B, otra chica del departamento de educación y la menda nos fuimos a dar una vuelta y disfrutar del ambiente. El parque estaba lleno de tiendecitas que vendían artesanía, una comida excelente (todo el mundo me había dicho que Nueva Orleans es de los pocos sitios de EEUU con una gastronomía autóctona impresionante, y no se equivocaban) y música de fondo. El Dr. B nos invitó a un pan con queso caliente que podía ir relleno marisco o alcachofas. Yo escogí alcachofas, porque lo del bocata de gambas como que no me molaba, pero al tenerlo en las manos vi que también habían espinacas y me dio asquito (las verduras y yo no somos amigas), pero por aquello de que mi jefe me invitaba, me dio cosa rechazarlo y...¡estaba buenísimo! Cuando se lo expliqué a mis padres casi me matan. Tanta lucha para que probase brotes verdes y un garbeo sola por el mundo y voy y me harto de espinacas...De segundo plato, comida exótica: cocodrilo frito. Al principio me dio un poco de angustia el tema, pero tenía buena pinta, y me gustó muchísimo. Era una extraña mezcla entre pollo y pescado...Si alguna vez os lo ponen delante no dudéis, está para chuparse los dedos. Después de comer fuimos a ver una banda de música cajún, la música emblemática de Lousiana. Tiene raíces francesas y se toca con guitarra, violín, un tipo de acordeón y una especie de "fregadero" contra el que pasan un palo (soy tela de técnica, ya lo sé...). Sonaba parecido a esto:



                                    


Un ritmillo estupendo. Ahí andaba yo escuchando al grupo cuando un hombre se acercó a bailar conmigo...¡Qué vergüenzaaaa! Con lo tímida que soy y lo raro que se baila eso...pero no hubo forma de rechazarlo. Además el Dr. B y la otra chica me empujaron contra el tipo. Pues nada, a darlo todo por mi público...Me daba mucho corte pero el hombre era simpático. Y la musiquilla alegraba el ánimo.

Ya sólo me quedaba una semana para volver a casa. El próximo día, os explico el último capítulo...


lunes, 19 de noviembre de 2012

Y llegó el día


Todo llega y todo pasa. Siempre me lo decía mi abuela, refranera como ella sola y no por cierto da menos penilla...Aquí estoy, narrando ya en pasado mi fin de semana de desvirtualizaciones.

El viernes por la noche llegaba nuestra terapeuta preferida. Peque y yo fuimos a buscarla a la estación de metro. El reconocimiento, a pesar de nuestras mutuas miopías, fue instantáneo. Abracé su dulzura feliz por el encuentro y nos fuimos a casa con esa euforia de alcanzar lo esperado. Raquel vino cargada de buen rollo y de unos regalitos que nos llegaron al corazón, para muestra un botón (mil gracias otra vez, guapetona):





Cenamos con Mr. X y mientras él ponía a dormir a Peque, nosotras nos quedábamos charlando hasta las tantas...Cuando nos venció el cansancio nos fuimos a dormir con la emoción de encontrarnos al despertar con nuestra Carmen. Mr. X se despertó prontito para ir a buscarlos al aeropuerto y yo le di un cartelillo que había hecho para que le reconociesen (no era otra cosa que un dibujo del logo del blog de Carmen, porque ella me había hecho saber sin subterfugio ninguno que le hacía mucha ilusión lo del cartel aeroportuario, como en la mejor de las películas, pero como se reconocieron la jeta al segundo, Mr. X sólo lo levantó un momento para cumplir -y porque las misiones que le encomiendo a veces le dan un poco de corte a este hombre mío...-). Cuando Mr. X se fue hacia El Prat ya no pude pegar ojo. Me conecté y leí la última entrada de Carmen, de sólo unas horas antes de partir de su tierra, cuando su propio insomnio y nerviosismo por el viaje también la habían llevado al ordenador. Que conexión más extraña. Le escribí cuando sabía que ya estaba a punto de llegar a casa y ella lo leyó en su móvil unos minutos después de aterrizar en BCN. Al poquito tiempo Peque y Raquel se despertaron y mientras preparábamos el desayuno llegaron Carmen, su marido, y el saleroso de su retoño. Nos abrazamos las tres blogueras y la sonrisa no se nos fue de la cara en todo el día. Carmen y su familia también nos trajeron unos regalitos maravillosos (entre ellos una bolsa mega fashion para mí para hacer la compra con elegancia y un toque chic; adivinad quien quería llevársela hoy a la escuela...-y lo ha conseguido-). No deja de maravillarme todo lo que ha aportado Peque a mi vida. No sólo su existencia en sí, que me colma de felicidad, sino la oportunidad de escribir aquí y de conocer todas estas personas maravillosas.

Una vez organizados, nos fuimos pal evento. Llegamos de los primeros, nos hicimos nuestra foto de rigor en el photocall (¡cuanto glamour reconcentrao, por favor!) y dimos una vuelta a la caza y captura de bloggers conocidos. Los niños decidieron que la piscina de bolas de la ludoteca era lo mejor del mundo mundial y tuvimos que inspeccionar el territorio un poco por turnos. Aproveché la ocasión para saludar a Marta y su compañero de Chincha Rabincha y agradecerles de nuevo su estupendo regalito del sorteo de Papá Lobo. Un ratito más tarde pude desvirtualizar a los papis de Peluchín y hablar un ratito con Yaiza y Papi Suchel. Fue estupendo conoceros chicos, ¡aunque breve! Nuestra intención inicial era quedarnos a comer, pero nos dimos cuenta de que los niños estaban agotadísimos por el cansancio y la emoción acumulados y que algún adulto que había dormido menos de dos horas también necesitaba un rato de sofá. Nos quedamos un ratillo más mientras duraba el espectáculo infantil y decidimos ir a casa a comer. A los cinco minutos de salir los peques ya se habían quedado fritos...Fue una pena no poder coincidir con algunos blogueros y blogueras que nos hubiese gustado conocer. Ojalá haya otra oportunidad para lograrlo.

Después de llenar la panza y descansar el body, Mr. X propuso pasar un rato rodeados de animales y nos llevó de expedición científica a su clínica. Niños y mayores tocaron tortugas, serpientes, loros...y David y Peque descubrieron que lo de alimentar una cotorrita enferma con papilla y jeringuilla es de lo más divertido (la cotorra llenó el buche hasta límites insospechados, porque los dos voluntarios le atiborraban de comida a la velocidad del rayo, ¡vaya dos!).
                                                         
Volvimos a casa y cenamos jamoncito dando gracias a la buena fortuna de la menda y su familia. Carmen y yo pusimos a dormir a los niños y le dijimos a Raquel: "Va, a ver si aguantamos y cuando se duerman los peques venimos a seguir con el palique". Pero a los diez minutos las tres estábamos en brazos de Morfeo...

Al día siguiente, ¡las desvirtualizaciones seguían! Esta vez, quedamos con Eli  y Mir para dar una vuelta por el Parc Güell. ¡Qué buen rollo que tienen estas dos hermanas! Carmen y Eli llevaban mucho tiempo con ganas de conocerse y doy fe de que disfrutaron muchísimo del momento. La parte mala es que Raquel ya se volvía para Madrid...Se me ha hecho muy cortito Raquel, esto hay que repetirlo, ¡ya lo sabes! Nos despedimos de ella y arrastrados por la energía de los pequeños nos fuimos a pasear por el parque. Tuvimos la suerte de dar con un grupo de música -The Mañaners- que dejó hipnotizados a David y Peque (tanto, que sus madres, imbuidas por el ritmo enganchoso de los músicos, se hicieron con sendos CD's...). Después de satisfacer nuestro sentido lúdico-auditivo seguimos saciando sentidos, esta vez el del gusto gracias a las bueniiiisimas galletas que Eli nos había hecho, podéis ver la receta aquí, y yo fijo que la hago, porque las cookies estaban de escándalo.

Terminamos nuestro paseo matinal descubriendo uno de los misterios del Universo. Un chaval joven estaba haciendo unas espectaculares pompas de jabón que fueron el entretenimiento perfecto para nuestros bichillos. Corrían, saltaban y perseguían a las fluctuantes burbujas soltando grititos de placer cada vez que lograban reventar una (a Mir no le hizo tanta gracia descubrir que su cabeza era un imán para las pompas y que todas decidían explotar encima suyo...). Cuando ya nos íbamos, Mr. X, con su desparpajo habitual, le preguntó al chico cuál era la receta milagrosa para unas pompas tan sensacionales, y el chaval le chivó el secreto (supongo que fue incapaz de negarse después de que Peque me vaciase los bolsillos pidiéndome moneditas para el artista...). Pues ahí va: ocho litros de agua, una cerveza, una Coca-Cola y Fairy...A cuadros nos quedamos (Mir más al descubrir la composición del pringue que adornaba su pelo). Pero esta receta también la voy a probar...                



                                                                                   
                                              ¿Es o no es una pompa espléndida?


Comimos en un bar tranquilo de Gràcia, más tarde merendamos en casa, e ineludiblemente llegó el momento de decir adiós. Pero me gusta pensar que no es un adiós, sino un hasta luego. Porque las cosas buenas hay que repetirlas, así que ya sea aquí, en Madrid o en Sevilla, nos veremos de nuevo. ¡No os quepa duda! Gracias a todos y todas por compartir estos momentos con nosotros. Un beso grande.


jueves, 15 de noviembre de 2012

Aventuras en el zoo: ¿Quién dijo miedo?


Cuando llevaba cosa de un mes es Nueva Orleans los telediarios empezaron a informar de que un huracán de fuerza cinco (es decir, de la máxima categoría), se acercaba por el Atlántico. Yo veía a la gente relativamente tranquila, y eso me ayudaba a no caer en la paranoia, pero en el fondo me sentía inquieta. Por lo visto, se esperaba que antes de llegar a la costa el huracán virase hacia Florida evitando un problema de los gordos. Quedaban unos cinco días para que la cosa se decidiese y aún había tiempo para evacuar la población si era necesario. El Dr. B me explicó que la ciudad estaba construida a unos tres metros por debajo del nivel del mar (razón por la cual los muertos no pueden ser enterrados y por la que tienen unos cementerios llenos de criptas majestuosas que son visitadas por miles de turistas), con lo que si un huracán entraba por el río, arrasaría la ciudad...Al existir únicamente dos carreteras de salida, en caso de tener que abandonar la urbe se debía hacer con dos días de antelación, por eso era importante estar pendiente de las noticias. La hermana de mi casera vivía en Pensacola, Florida, y era un fanática del tiempo, enganchada al canal meteorológico las 24 horas del día. Ella nos iba a avisar si las cosas se ponían feas y nos iríamos a su casa. El Dr. B, amante de las anécdotas truculentas, me relató que unos años antes, un loco con ganas de experimentar lo que se sentía al estar en medio de un huracán, se ató a un puente con cadenas cuando todo el mundo se atrincheraba en sus casas. El huracán, en aquella ocasión, era de mucha menor intensidad que el que se nos venía encima, pero del pobre hombre no encontraron ni rastro...Por fortuna, no tuvimos que evacuar la ciudad. El huracán viró y llegó como tormenta tropical a Florida. Cuando dos años después el Katrina destrozó Nueva Orleans sentí una pena enorme...

Un día, mientras trabajábamos en el hospital veterinario, recibimos una llamada para auxiliar a un perro que había sido atropellado muy cerca de allí. El Dr. B me explicó que en Lousiana existe la Ley del Buen Samaritano. Se tuvo que inventar esta treta legal para ofrecer protección a los médicos, veterinarios, etc. que ayudaban a alguien fuera de su lugar de trabajo. Como los norteamericanos son tan fanáticos de pasar por los juzgados, cuando una persona era auxiliada en público por un médico y la cosa al final no iba bien, el doctor se ganaba una demanda millonaria. Consecuencia: los sanitarios dejaron de asistir a la gente fuera de su consulta por temor a ser denunciados. A raíz de esa situación se creó la Ley del Buen Samaritano. Si uno actúa amparándose en esta ley evita meterse en problemas. Lamentablemente, en el caso de este perrito, poco pudimos hacer por él.

Pero vayamos a la chicha de mi historia, las hazañas animalescas. Periódicamente teníamos que revisar los tapires. ¿Tenéis en mente a un tapir? Os presento a uno:



                                                      Imagen de la wikipedia

Como siempre, el Dr. B me advirtió de que los tapires pueden resultar muy peligrosos, bla bla bla...A esas alturas ya me había dado cuenta de que el hombre disfrutaba metiéndome el miedo en el cuerpo. Por suerte, la colección de tapires del zoo estaba formada por individuos de lo más pacíficos. En su instalación tenían un lago enorme y se pasaban todo el día a remojo. Llegamos con nuestros bártulos y la cuidadora comenzó a silbar. Poco a poco una cabezota enorme emergió del agua y a un ritmo del palo "vengo, pero sin prisas, chata", se nos fue acercando un precioso espécimen mientras respondía a la llamada de la cuidadora con otro silbido. Una vez a nuestro lado se echó al suelo esperando que lo acariciásemos. Así lo mantenían quieto para poder explorarlo (e incluso le sacaban sangre, un santo el pobre bicho). Cuando acabamos de examinar al primer animal, la cuidadora me pidió que le diese un plátano lejos de los demás para que no molestase y chino chano me lo llevé al quinto pino. Le di su premio y durante los siguientes veinte minutos se dedicó a perseguirme en busca de una segunda golosina. Yo iba dando vueltas como una peonza por todo el recinto, y lo de "¡Va, vete al agua, a nadar, venga!", no sirvió más que para que los que me veían se cachondeasen de mí a gusto. Al final la Dra. E me llamó para enseñarme un par de cosas y mientras hablaba con ella mi nuevo amigo se acercó sigilosamente y trató de pegarle un bocado a mi coleta para ver si dentro escondía alguna banana. Menudo susto me pegué...(aunque salí ilesa, que lo hizo con mucho cariño).

Una de esas mañanas, al llegar a mi puesto de trabajo y leer la orden del día, vi que nuestra primera tarea consistía en tratar una mamba por una lesión mandibular. ¿Mamba? Pues no me sonaba...Me fui a la sala de tratamientos y me encontré al personal de reptiles que justo en ese momento entraba cargado de tres cajas de suero antiveneno. Mal rolloooo....(no me llegué a acostumbrar a lo de trabajar con animales letales). Mi amiga la mamba, mamba verde para más señas:




                                                       Wikipedia again


Aunque la mamba negra es más chunga, la verde no se queda atrás. Una gota de su veneno te asegura una muerte lenta y dolorosa. Esa mañana repasé mis conocimientos sobre ponzoñas varias. Las serpientes de cascabel suelen tener hemotoxinas, substancias que comprometen la circulación venosa de forma que la extremidad afectada por la mordedura se gangrena rápidamente (aparte de matar a la víctima). El Dr. B (como no) me relató que unos años antes, una cuidadora fue mordida en el dedo por una serpiente de cascabel y necesitaron usar veinticinco dosis de suero antiofídico, las reservas de toda la ciudad. Pero no se queda ahí el tema...para evitar las lesiones asociadas al veneno hay que hacer fasciotomías, es decir, cortes en profundidad a lo largo de la zona afectada. La pobre chica necesitó tres. Y no busquéis la palabra fasciotomía en Google, que da mucha, pero que mucha grima (el Dr. B se encargó de dejarme un librito ilustrado para que no se me ocurriese hacer tonterías delante de ninguna serpiente). A diferencia de las cascabel, la mamba segrega neurotoxinas, y la muerte se produce tras episodios de dolor, convulsiones y parálisis. Bueno, bien, informada estaba. Acojonada, también. Sacaron a la bicha de su urnita y con mucha maestría y sangre fría, los cuidadores lograron meterla en un tubito de metacrilato. Yo, con mucha calma me incrusté cómodamente en la pared del fondo y no salí de ahí hasta que el Dr. B me llamó. La serpiente estaba anestesiada (a través del tubito) y una vez mi jefe la hubo explorado me pidió que le pusiese suero y antibiótico. Como hasta ese momento no había abierto la boca solté un: "¿Yoooo?" que salió ronco de las profundidades de mi ser. El Dr. B asintió complacido y tras tragar saliva y encomendarme a mi ángel de la guarda cumplí con mi cometido.

Siguiendo con la temática, "los peligros de currar en un zoo", el Dr. B esa misma tarde dio una conferencia para el personal de seguridad y de las tiendas turísticas del recinto para reciclarse en los protocolos de actuación ante eventuales fugas de animales, etc. En cierta ocasión se había escapado un alce al que se le disparó un dardo anestésico. El chico al que se le había escapado, desoyendo al Dr. B, se acercó mucho al animal, y eso fue peligroso por dos motivos. Por una parte, porque el alce podía embestirlo, pero es que además de eso, la sustancia usada en el dardo (carfentanilo) es un opioide tremendamente potente, miles de veces más fuerte que la morfina y se absorbe a través de la piel, con lo que el contacto con una simple gota puede ser letal. De esas y otras lindezas versó el seminario.

Para relajarme tras unos días tan adrenalínicos, el Dr. B me dijo que me llevaría de excursión. Le encantaba ir a los pantanos de paseo al atardecer, en una barquita. ¿Para qué? Pues para ejercer su deporte favorito, acojonar un rato al personal. En una ocasión se llevó de paseo a una veterinaria sevillana. La chica iba remando y no paraba de darle toquecitos a lo que pensó eran troncos. Partiéndose la caja, el Dr. B le dijo: "¡No son árboles, mujer!". ¿Adivináis?




                                                           Wiki, of course


Ni que decir tiene que no se me ocurrió irme de juega nocturna a los pantanos...


lunes, 12 de noviembre de 2012

Mi querido diario


Hace unos sábados tuve el inmenso placer de poder estar una mañanita navegando por internet a mi bola sin ninguna prisa. Mr. X se había llevado a toda su descendencia de compras mientras yo disfrutaba de uno de esos rarísimos momentos de soledad. Mientras esperaba a que una página se cargase, algo llamó mi atención. La hija mayor de Mr. X se había dejado una libretita abierta y paseando mis ojos por ahí di con mi nombre. Deduje rápidamente que se trataba de su diario (al principio no lo había identificado porque hasta hace poco tenía otro cuaderno) y mi tentación de seguir leyendo fue enorme, pero cerré la libreta y seguí con lo mío -no sin vencer la tentación veinte veces más-.

Yo escribo diarios desde que tengo memoria. Creo que el primero me lo dieron con cinco o seis años. Fue un regalo de mi madre y gracias a ella (como con tantas otras cosas) empezó un idilio que nunca ha finalizado. Al principio me dedicaba a hacer dibujitos. Más tarde comencé con mis primeras redacciones, llenas de garabatos casi ilegibles y atiborradas de faltas de ortografía. En la adolescencia abarroté páginas con recuerdos de viajes, fotos de mis amigos, entrevistas a mis actores preferidos...(son los diario-tocho, cerrados a presión, y ojo si un día me atrevo a abrirlos, ¡me puede llenar la habitación de papeles en un nanosegundo!). Alternaba esos contenidos con las digresiones metafísicas, buscando mi yo y la respuesta a tantas preguntas...Más tarde comencé a relatar mi relación con Mr. X, y últimamente, toda la evolución de mi Peque. Lo cierto es que desde que estrené el blog he abandonado un poco mi afición, pero es que al fin y al cabo el blog no deja de ser otra forma de escribir mis recuerdos.

Volviendo a lo que explicaba sobre el cuaderno que encontré de la hija de Mr. X, me sorprendió descubrir que ella hablase de mí. Algo tonto, porque al fin y al cabo formo parte de su vida. Y me he quedado con las ganas de saber si es para bien o para mal (no me hago muchas ilusiones, yo dejaba verdes a mis padres cuando tenía quince años...). Pero me gusta comprobar que confía en mí. Porque de lo contrario no dejaría un documento así a mi alcance. Y la confianza es mutua, porque yo hago lo mismo cuando escribo. Nunca he temido que Mr. X ni ninguna otra persona cotillee en mis apuntes. Con mis padres era exactamente igual (si bien es cierto que en una mala época que pasé mi madre un día miró mis notas y gracias a ello me ayudó mucho; no lo vi como una traición, lo hizo como último recurso y superado el bache seguí escribiendo como hasta entonces, a la vista de todos).

A veces he tenido tentaciones de quemar todos mis diarios (unos veinte si no he perdido la cuenta), porque en ciertos momentos se piensan cosas que luego ya no se consideran de la misma forma, pero más tarde me digo que sería una pena decir adiós a tantos instantes reflejados ahí. No suelo releer mis libritos, pero si alguna vez lo hago redescubro anécdotas totalmente olvidadas.

Mr. X nunca ha escrito, no lo necesita, y eso es común a la mayoría de hombres que conozco (de igual manera, casi todas mis amigas han tenido uno o varios diarios). Y no sé si a Peque le parecerá remotamente interesante dejar constancia de sus pensamientos en un trozo de papel. Pero por mí que no quede, a su debido tiempo, ya sé qué regalo le haré a mi niño...

viernes, 9 de noviembre de 2012

Aventuras en el zoo: La veterinaria forense


Como ya os comentaba en mi último post de la sección, una de mis tareas en el zoo era encargarme de todas las necropsias que tuvieran que hacerse. La verdad es que aunque el tema sea un poco gore, me sentía a gusto realizándolas, porque rápidamente me dejaron sola ante el peligro y podía trabajar a mi bola y sin mucho estrés. De entre todas las que hice, hay dos que me marcaron for ever and ever.

Voy con la primera, y aviso que va a ser bastante repugnante, así que si sois de estómago sensible, pasad al próximo párrafo (¡y quien avisa no es traidor!). En este caso se trataba de dos tortugas. Una era pequeña y sin demasiadas complicaciones, la otra era una tortuga de caparazón blando enorme, de casi un metro de largo. Una curiosidad. El metabolismo de las tortugas es tan lento, que a veces es muy difícil dictaminar la muerte. Auscultarlas es complicado y de todas formas el corazón puede seguir latiendo durante un tiempo más allá del fallecimiento. Así que el Dr. B me explicó su truco: dejas el cuerpo de la tortuga toda la noche sobre un papel en el que has dibujado su silueta. Si 12-24 horas después no se ha movido un milímetro del contorno dibujado, está muerta. A lo que íbamos. Me presenté en la sala de necropsias y fui a ver los dos regalitos que me habían dejado. Antes de abrir la cámara frigorífica pensé: "Empezaré con la grande y así me dejo el trabajo fácil para el final". Pero al ver aquello casi me da algo. Yo no sé cuánto llevaba muerta la tortuga grande, pero entre el calor que hacía en agosto en Nueva Orleans y que el cuerpo había estado en el agua unas horas hasta descubrirla, lo que me encontré fue un cadáver hinchado, repulsivo y que emitía un pestazo insoportable. Cerré la puerta de golpe y me dije: "Ni hablar, yo no abro eso". Pero claro, era mi trabajo, no me podía negar (mira que de pequeña era lo más fifi que uno se puede echar a la cara...la de guarrerías que me ha tocado hacer desde que decidí alegremente ser "médico de animales"). Le eché un par de ovarios al tema, lo preparé todo e hinqué el bisturí...¡Horror absoluto! De golpe empezó a salir grasa podrida, burbujitas varias y se oyó un silbido gaseoso de lo más putrefacto...Me eché atrás de un salto y me sentí incapaz de proseguir. Me senté en el suelo y valoré mis opciones. Nada, tenía que hacerlo. Como necesitaba abrirle el caparazón fui a buscar la sierra eléctrica (ojo, no una rollo "La matanza de Texas", era un instrumento mucho más chiqui que los de podar árboles). A mí el aparato ese me daba un yuyu de tres pares de narices. Se me resbalaba de las manos y temía rebanarme un dedo en plena odisea. Como no adelantaba mucho fui a pedir ayuda a la Dra. E (y así de paso respirar un poco de aire no contaminado) y me facilitó herramientas mucho más potentes. Me ayudó a abrirla y una vez hecho me dejó sola con mi amiguita. Creo que es lo más nauseabundo que he hecho jamás. Los órganos se deshacían en mi mano...En fin, un cromo. But...I did it! Diez puntos para mí.

Vamos con la segunda necro (¿qué? ¿os habéis saltado el párrafo anterior o le habéis hechao valor?). Una de las cosas buenas que tenían las necros es que los animales muertos ya no eran peligrosos: no te podían morder, embestir, arañar o aplastar. O eso era lo que yo creía. Un día el Dr. B me dijo: "¿Tengo un trabajito para ti! Se nos ha muerto una rattlesnake, está ya en la sala, ves a hacerle la necro y sobre todo, ¡córtale la cabeza la primero!, ¿oíste?". Ese día aprendí que una rattlesnake es una serpiente de cascabel. El Dr. B tuvo a bien prestarme un libro con ilustraciones de los efectos de sus mordiscos (sin comentarios, que el párrafo chungo era el anterior). Pues bien, aprendí otra cosa. Aunque la serpiente esté muerta, su veneno sigue almacenado y si por accidente tu mano va a parar a la dentadura del bicho, te puede inocular su ponzoña (cómo me mola esta palabra). Y, por si alguien tiene dudas, sí, algún veterinario ha puesto la zarpa donde no debía haciendo una necropsia, de ahí el aviso. Pensaba que iría con escolta o algo así para hacer mi trabajo, por si tenía un accidente, pero confiaron en mi buen hacer. Cogí con tanto pánico el difunto ofidio que temblaba todo su cuerpo en la bolsa como si aún estuviera vivo. Lo saqué con un cuidado exquisito, le seccioné la cabeza como si aquello fuera plutonio radioactivo y lo metí en un frasco precintándolo por todas partes. Seguí con mi curro y de vez en cuando echaba un vistazo al potecito, no fuera a ser que se cayese, por arte de birlibirloque se abriese la tapa y acabase con la cabeza del animal encima mío...Como es de suponer, porque de lo contrario no estaría aquí dándole a la tecla, sobreviví.

Como no todo van a ser asquerosidades en mi post de hoy, os hablaré de unos de los bichos más bonitos que tuve el placer de conocer: los loris. Son una especie de prosimios que enamoran nada más verlos. Os presento a un precioso loris:



                                      Foto extraída de este artículo de la Wikipedia


De todas formas, por muy cuquis que parezcan, no son inofensivos, y hay que manipularlos con cuidado porque tienen glándulas venenosas en la piel y muerden con ganas si pueden. Para poder examinarlos la cuidadora tenía que manejarlos con guantes de jardinero de los gordos (como los que usamos los veterinarios de pequeños animales con los mininos –esto va por ti Luhay-). He estado tentada de poneros alguno de los videos que circulan con la red con sus monerías, pero esos videos son grabados por gente que los tiene como animales de compañía, lo cual es una aberración. En vez de eso os pongo dos links de una primatóloga (Anne Nekaris) que se dedica a intentar concienciar a la gente para que no quiera tener un loris como animal de compañía. Lo podéis leer aquí y aquí.


¡Buen finde!


martes, 6 de noviembre de 2012

Welcome to Tijuana


En realidad el título de esta entrada es "Welcome to Rabietilandia", pero al redactarlo me ha venido a la cabeza de forma automática el título de la canción de Manu Chao, y una que es muy fan no ha podido evitar homenajear a uno de sus músicos preferidos...

Pero vamos al grano. Peque siempre ha tenido mucho carácter, y nos dio muestra de sus primeras rabietas con poco más de año y medio. Ahora estamos en pleno apogeo. Concretamente el jueves fue un día para el recuerdo...Peque se despierta: rabieta. Peque desayuna: rabieta. Peque se viste: rabieta. Peque juega; rabieta. Non stop, oye. Y si a eso le unimos un Mr. X de guardia y con un humor de perros (eso debe ser el colmo de un veterinario, ¿no?), pues como estar con la sonrisa puesta.

Mr. X y yo no tenemos el mismo punto de vista sobre cómo gestionar las rabietas. Y eso ha cambiado desde que tengo a Peque, porque antes lo veía como él. Había leído algún libro de esos rollo "Supernanny" y mis ideas sobre el tema eran muy diferentes a las que tengo hoy en día. Pensaba más bien como mi madre, que siempre decía que no soportaba a los niños caprichosos en plena pataleta. Y eso que era una madre cariñosísima y me crió con amor a raudales, pero lo de las rabietas...Suerte tuvo conmigo, que le salí buena no, santa directamente y de arrebatos infantiles pocos. Con esos precedentes yo pensaba que rabieta era igual a niño malcriado que no sabe pedir las cosas o que es un antojadizo. Por suerte, los libros de Rosa Jové, entre otros, me han hecho entender que lo que estamos viviendo simplemente es una parte del proceso de crecer, y que si lo vemos desde esa perspectiva es mucho más sencillo ser empático y pasar por el (mal) trago. De todas formas, la teoría es una cosa y un niño de dos años y medio cabreado todo el día es otra muy diferente.

Yo intento sobrellevarlo como recomienda Jové. Siempre que puedo, evito la pataleta (por ejemplo, no dejando a la vista chuches sabrosonas diez minutos antes de comer). Y si es posible, cedo. Y aquí es donde choco más con Mr. X, que a veces cree que se lo consiento todo. Yo no lo veo así. Es decir, hay cosas que no pueden ser (cómo jugar con una brillante cuchilla de afeitar de papi o atiborrarse de galletas antes de cenar cuando sé que eso le joroba el apetito a base de bien). Pero hay otras en las que no veo inconveniente. El sábado mismo, a la hora de la merienda a Peque se le antojaba un heladico (cuando había comido tres pequeñitos de postre tras la comida) y su padre erre que erre que no, que tenía que comer fruta u otra cosa. Rabieta al canto, y desde mi punto de vista, justificada, porque a ver, si el niño más o menos come de todo y tiene un caprichillo, yo no veo el problema por ningún lado. Pero mi padre y Mr. X se aliaron contra mí y me soltaron lo de: "Es que no es bueno que siempre consiga lo que quiere". Y me aguanté porque lo que tampoco voy a hacer es llevarles la contraria y que Peque tenga un cacao mental con lo que dice cada uno...Reconozco que hace unos pocos años lo hubiese visto como ellos, pero ahora ya no.

Si no he podido evitar o ceder, llegamos a la consabida pataleta. Y de nuevo recurro a Jové con su táctica de tres pasos. Un día de estos, mientras yo cocinaba, mi niño se dedicaba a redecorarme la cocina vaciando los armarios. Yo estaba con las manos en la masa y no podía usar la técnica que funciona mejor con él, el despiste (o sea, llevármelo a jugar a otra parte), pero tampoco podía dejarlo a su aire porque me la estaba liando parda. Sabía que si le decía que basta y punto, me ganaba un berrinche de los gordos, así que, maquiavélicamente, apliqué la táctica Jové:

1. Comprensión: "Peque, ya se que es mega divertido sacarme tooodas las cacerolas, cucharas de madera, electrodomésticos en desuso y frascos varios...".

2. Explicación: "...pero es que esto se está convirtiendo en un campo de minas, y como sigas así y yo dé un mal paso voy a acabar tropezando con el cucharón de la sopa y aterrizando con la jeta en los fogones...".

3. Alternativa: "...así que...¿por qué no guardas todo menos las cucharas, que las dejas aquí cerquita y me haces un concierto de percusión como tú sabes hasta que termine la cena?".


¿Funcionó? Pues en este caso sí, pero admito que no siempre es tan sencillo. Hay días en que me sale el "¡pues no porque lo digo yo y punto!". Curiosamente, después de ese jueves de inicio de puente tan movidito, el resto de días mi niño estuvo bastante tranquilo. De hecho, tengo comprobado que cuanto más sosegada y descansada estoy yo, menos rabietas tiene Peque y más llevaderas son. ¿Por qué será?
Me despido con dos clásicos de las pataletas en el súper...