martes, 4 de diciembre de 2018

Relativizar, ser asertivo y el porqué no puedo escuchar música por la calle


Los caminos de la maternidad son inescrutables. Y desde luego, como buena estudiante que una vez fui (y sigo siendo), jamás imaginé que una de las cosas que más me traería de cabeza como progenitora es la actividad académica de mi progenie.

En resumidas cuentas, que estoy de las tablas de multiplicar hasta el hipotálamo. Peque no quiere memorizar y es un dolor ponerse a hacer deberes con él. Pero un dolor gordo, de acabar desquiciada y con el párpado palpitando a toda mecha. Tarde sí, tarde también –porque en el cole le meten caña a lo de los deberes- el estado zen que yo pensaba haber alcanzado en mis cada vez más esporádicas sesiones de yoga, se va a tomar por culo de la manita de la paciencia y el buenrollismo maternal. Y aquí la menda lo vive como una auténtica contradicción vital, porque aunque me formé en escuelas clásicas y fui una alumna repelente sobresaliente, a mí ahora lo que me va es todo ese mundo de pedagogía moderna.

A pesar de mis recientes ramalazos innovadores, me metieron entre ceja y ceja lo de hacer caso al profe e hincar los codos, y ni me planteaba no acatar los mandatos escolares. Peque como que esa tanda de genes no la ha heredado ni de canto. Él va por libre. Y la que lo sufro soy yo, que poseo esa parte obediente de mis entrañas deseando aprenderse las tablas por él y sacar matrícula. Y no puede ser.

Mañana tenemos cita con el verdugo. Digo con la profe. Que ya me sé yo lo que nos va a decir. Y me tendré que recordar el mantra que he confeccionado para la ocasión: relativizar y ser asertiva. Relativizar, porque el mundo no se acaba en tercero de primaria y queda mucha vida escolar para aprenderse las tablas. Y ser asertiva para escuchar, recabar la información que pueda ser útil para mejorar el rendimiento de nuestro vástago sin agobiarlo y decir a todo lo demás –refuerzos y más refuerzos- que, gracias, pero no, gracias.

La cosa es que yo soy una pesada de cojones, y esta mañana en el autobús aún pretendía darle un repasillo a la tabla del nueve. Peque lo que quería era escuchar una canción que le flipa y que ponen en la intro de un videojuego de su hermano. Así que una bombillita reluciente se ha iluminado en mis hemisferios cerebrales y le he propuesto memorizar la del nueve a cambio de ponerle la canción (¿chantaje?, que va…). Ha funcionado, claro, porque no suelo entrar al trapo de los premios y los castigos. Es lo que tiene la desesperación.

He buscado la canción, hemos compartido auriculares, y nada más sonar las primeras notas he recordado porqué no puedo escuchar música por la calle. Estoy programada para bailar al son de una buena canción me halle donde halle. Peque se ha percatado y me ha mirado con horror, así que he controlado mis impulsos en aras del decoro. Eso sí, una vez lo he dejado en la escuela, he vuelto a darle al play, y… ¿alguien más que se sienta la prota de un videoclip cuando va escuchando música por la calle? 




PS: Me ofrezco para hacer de prota de un videoclip. Con el volumen a toda mecha lo bordo fijo. Y te canto la del nueve.
PPS: Tiene buen gusto el tío...