miércoles, 24 de febrero de 2016

Cuarenta y siete


Hoy Mr. X cumple años. Todo un cuarentañero sexy que dentro de no mucho será un cincuentañero sexy y eso que hace nada empezábamos nuestra historia… él en sus treintas y yo en mis veintes. Decir que el tiempo vuela se queda corto, pero en esta ocasión y sin que sirva de precedente, voy a intentar no quejarme de ese discurrir vertiginoso de los días y los años.

Soy una tipa con suerte. Me enamoré por televisión de un veterinario buenorro que curaba camaleones y cada mañana ese hombre se levanta a mi lado. Bueno, en realidad me levanto yo primero, pero tampoco hay que ser puristas. El caso es que compartimos catre, vida, desdichas e ilusiones y aún siento mariposillas en el estómago cuando lo veo en el curro con su pijama de Dr. Macizo.

Para placer de unos cuantos, le ha pillado afición a la chocolatería y día sí día también inunda nuestro salón de bombones exóticos que elabora por la noche. Yo, que soy más de salado, no valoro su savoir faire goloso como merece, pero en cualquier caso me gusta que sea un chico dulce.

Como la vida no es perfecta ni debe serlo, a veces nos cabreamos, nos mandamos a la mierda mutuamente en silencio, y nos reconciliamos (que es lo más mejor), pero puede decirse que formamos un buen equipo. Él pasea a Perra y yo baño a Peque, él diseña un bombón, y yo le hago un arroz negro, él necesitar subir a un monte para desconectar, y yo me voy a la piscina y me hago unos largos.

Por todo eso y mucho más Mr. X se ha convertido en uno de los pilares de mi vida, en mi hogar. Espero evolucionar a uva pasa a su lado y poder decirle durante muchos, muchos años… ¡feliz cumpleaños mi amor!


T’estimo!





miércoles, 17 de febrero de 2016

La culpa no fue del malvavisco


Una se da cuenta de que ha dejado atrás la fase bebuna de su cría cuando tras una noche toledana se le resienten hasta la puntas del flequillo.

Si hace unos días Peque se vanagloriaba de no vomitar casi nunca, hoy vengo yo a apostillar que las excepciones a esa norma son escasas pero triunfales.

Todo empezó el sábado volviendo de Ikea. Sí, sábado e Ikea en la misma frase. Porque yo lo valgo (y porque mis edredones estaban pidiendo a gritos que los jubilase).

Voy a hacer un inciso para deleitarme en el universo Ikea. No sé si me gusta más embelesarme con el buen hacer de los decoradores (don del que no he sido provista, ergo mi casa, a pesar de estar amueblada 75,87 % con Ikea no se asemejará a lo que allí enseñan en la puta vida –hemos de añadir el factor “niño/adolescentes” como agravante-) o por lo que disfruto observando a la fauna humana en todo su esplendor (parejas al borde del divorcio por una cómoda Askvoll, niños haciendo acopio de lápices y cintitas de papel, abuelos tratando de dirigir los ingobernables carritos que se emperran en chocar contra cualquier esquina y darte en la rabadilla si te despistas…). Y yo me pierdo entre todos esos detallitos cucos que sé que no tienen lugar en mi cueva del caos… mientras Mr. X me chilla desde la otra punta si queremos edredón fresco o cálido y Peque me mira con odio porque no atiendo a su peticiones peregrinas.

Al final siempre te gastas más de lo planeado y encima aún has de pasar por la tienda de comida que tienen a la salida. Y ahí precisamente comenzó nuestra odisea. Decidí delegar en Mr. X la compra de manduca mientras yo seguía con mi estudio antropológico. Vi salir a una niña comiendo una especie de pastelito de chocolate de aspecto infame (la bollería industrial no es lo mío) y mientras pensaba en lo poco nutritivo que tenía que ser eso como merienda, apareció Peque con un pastelito idéntico en las manos y una sonrisa victoriosa en la jeta. Eso por delegar en Mr. X, a ver si aprendo.

En el coche mi churumbel dio cuenta de dos pastelitos (que para más horror eran de malvavisco) y al rato empezó a quejarse de cierto malestar. En ese punto presumí que podía deberse al mareo por ir en coche y ahí quedó la cosa.

Por la noche Peque cenó poco (culpa nuestra por haberle dejado ingerir las cosas esas) y pronto cayó rendido.

2:43 de la mañana. Una voz quejicosa me susurró:

-Mami, me duele un poco el estómago.

Examiné por encima a mi churumbel, no advertí signos de gravedad, le hice carantoñas y mimitos y se calmó.

2:57 de la mañana:

-¡Ayyyyy! ¡Me duele muchoooo!

Le palpé la carita y estaba perlada de sudor, lo cual es sinónimo de alerta 1 en la escala de riesgo de vómito. Le pregunté si quería devolver y asintió en medio de nauseas.

-¡Rápido Peque! ¡Al baño!

Peque fue rápido, pero la fuerza de su malestar aún más, y cuando estábamos a medio metro de la taza del váter una arcada explosiva decoró mi lavabo. Trocitos de malvavisco chocolateado a medio digerir por cada jodido rincón de mi aseo. Desde luego, Ikea y yo no tenemos el mismo concepto de decoración.

Durante tres horas Peque vació el depósito y al día siguiente estuvo convaleciente. Finalmente, la causa de sus males creemos que fue un virus que ha inhabilitado a media ciudad anclándola al señor Roca.

Lo bueno es que Peque ha pasado a odiar el malvavisco y que, contra todo pronóstico, mis edredones nuevos han sobrevivido a la hecatombe.







martes, 2 de febrero de 2016

Mans


No lo puedo evitar. Sé que corro el riesgo de llegar a la saturación, pero no lo puedo evitar (empiezo a sonar como el vizconde de Valmont).

Cuando una canción activa ese yo-que-sé-que-qué-se-yo en mi cerebro que hace que necesite oírla a todas horas, no lo puedo evitar… y la escucho hasta la saciedad.

En esta ocasión, además, lo que me transmite es algo más potente que lo que habitualmente puede hacer que me enganche a una melodía. Si encima de sonar bien y hablar de algo precioso, el que canta y compone es un buen amigo, la adicción alcanza límites estratosféricos.

Ya son veinticinco años de amistad. Unas cuantas aventuras. Lugares, sentimientos y anécdotas.

Con “Mans” es imposible no emocionarme. “Manos de aprendiz, que ahora son escuela”. En mi memoria no está tan lejos el ir de la mano con mi padre abarcando sólo su meñique con mi minúscula manita. Del mismo modo en que ahora Peque me prende uno o dos dedos cuando paseamos juntos a la salida del cole. Ciclos que se repiten, ayer, hoy y siempre, de mano en mano.

Senyor Roigé, tot un plaer.


Espero que la disfrutéis, al menos, tanto como yo.