miércoles, 27 de noviembre de 2013

El autocar


Hoy mi Peque, mi niño, mi chiquitajo...ha ido por primera vez en autocar.

El cole tenía prevista una excursión a unos jardines ya la semana pasada, pero la lluvia obligó a posponer el planazo. Hoy sol hace, pero rasca también, ¡que no pasamos de los siete grados, leñe!

Los padres de las criaturas recibimos un correo electrónico invitándonos a despedir a nuestros churumbeles si podíamos esperar hasta las nueve y media, que es cuando estaba programada la partida. Aún a riesgo de llegar un pelín tarde al trabajo, yo tenía claro que me quedaba. Cómo iba a dejar de presenciar un evento así...(es un pequeño paso -hacia el autocar- para Peque, pero un gran paso -con lagrimilla incluida- para mí como madre).

Después de dejar a Peque en el cole como cada día me han dicho que iban a acompañarlos a todos al lavabo, comprobar que tenían sus bufandas y gorros, y que una vez bien equipados, saldrían. Faltaba más de media hora, así que he salido del centro y he buscado un rinconcito soleado para mirar cosillas por el móvil mientras hacía tiempo. A todo eso, poco a poco ha ido disipándose la nube de padres que llevan cada día sus hijos al cole y ha quedado un pequeño reducto de individuos que hablaban entre ellos. A esas horas sólo podían ser otros papis que esperaban como yo para despedir a los niños. ¡Y me he dado cuenta de que no conocía a nadie! Me he puesto a whatsapear con mis amigas E y V retransmitiendo la jugada y preguntándoles si debía hacer un esfuerzo por mezclarme con esa gente o ir a mi bola, y ellas me han contestado rápidamente que ni me lo pensase, que se lo debo a Peque y a su futuro como niño integrado en la comunidad. Como yo no suelo ir a buscarlo, y ese es el momento en el que los padres se socializan, pues no tengo ni idea de quién es quién. Mi amiga E me ha aconsejado adoptar la técnica cangrejo y acercarme disimuladamente a la madre o padre que pareciera más agradable. Parece mentira, cerca de los cuarenta y aún me vienen ramalazos de mi eterna timidez en este tipo de actos sociales...En el fondo a mí me da exactamente igual, yo a mi rollito con el móvil estaba divinamente (bueno, no muy divinamente, que con el frío mis manos han empezado a entrar en hipotermia y casi no podía darle a las teclas), pero estoy de acuerdo con mis amigas en que tengo que hacerlo por Peque. Pues nada, no me ha dado casi tiempo a pensarlo porque justo en ese momento han salido los niños en fila de dos cogiditos de la mano...¡Más monoooos! Babas a tutiplén y como si se tratase de un photocall de famosos, todos los adultos allí congregados hemos sacado nuestros móviles y cuales paparazzis venidos a menos nos hemos lanzado de forma compulsiva a hacer fotografías a nuestra prole. Peque estaba feliz de ir señalándome a sus amigos y al autocar, y al autocar y a sus amigos, así rollo bucle. En esas un niño le ha dicho algo a su mami, que estaba detrás de mí, tendiendo una manita hacia ella y Peque, con cara de pocos amigos y voz autoritaria le ha bajado la mano y le ha dicho: "¡Eh! ¡Esa no es TU mami, es MI mami!". Hombreya.

Cuando han ido subiendo al autocar una madre me ha preguntado algo y he aprovechado la ocasión para quedarme a su lado y socializar como es debido. Vale, han sido menos de cinco minutos, pero por algo se empieza.

Peque se ha puesto justo del lado de la ventanilla y he podido dejarme la mano a gusto en adioses entusiastas y besitos lanzados al aire. Mi niño se ha ido en autocar, emocionado y contento. Y he recordado a la perfección cuando era yo la que me iba y mi madre me despedía. Como si no hubieran pasado treinta y pico años. Qué raro es esto de vivir e invertir los papeles...



jueves, 21 de noviembre de 2013

Adiós, chupete, adiós


De camino a casa solemos pasar por una de esas tiendas de juguetes tan molonas que tienen una puerta para los adultos y otra para los pequeños. Sí, justo ésa.

Esto puede considerarse una ventaja o un inconveniente. Veo a muchos padres estirando de las manos de sus retoños cuando a éstos se les van los piececillos hasta la micro-puerta. Pero a mí me gusta pensar en positivo. Y digamos que a menudo soy yo la que se muere de ganas de entrar en la tienda.

Ayer, como no, Peque me pidió recalar en el local. Yo sólo le dije una cosa (que luego lo jodido es salir): "Vale, pero hacemos un trato, entramos y miramos, pero nada de comprar". Peque aceptó con énfasis y yo quise creer, ilusa de mí, que iba a cumplir su promesa.

Ya tiene un par de juguetes fichadísimos. Uno de ellos es una cocinita (lo que me gusta a mí con lo cuca que es...). Ya nos íbamos a ir cuando empezó a pedirme que se la comprase. Yo le dije que nanay de la china, que la pidiese por Navidad. Entonces probó con una presa más modesta: una cesta llena de cajitas de cartón de productos para vender y trajinar. Usé el viejo truco: "Si esta noche duermes sin chupete, mañana venimos y te lo compro". Sí, aún anda con chupete por la noche. Y ya, ya sé que lo de chantajear/manipular a tu descendencia está muy mal. Pero ya he dicho que me gusta pensar en positivo, y prefiero considerarlo un incentivo motivador. Peque contestó que esa noche dormiría sin chupete, que porfi, porfi, porfi (manitas en la cara y expresión angelical mediante) se lo comprase. Hasta ahora he probado a la inversa (por la noche trato de apartar el chupete con una promesa suculenta) y no ha habido manera, así que decidí darle una oportunidad y le propuse otro de nuestros tratos: "Vale Peque, yo te compró la cestita y esta noche duermes sin chumi, ¿estamos?". Y mi vástago aceptó dando saltos de alegría. Cuando cogí el regalo casi me da un pasmo. No sabía yo que el cartón se cotizase a precio de caviar iraní. Pero ya no había marcha atrás.

Una vez en casa, yo había planeado cocinar un par de cosas nuevas con Peque como pinche, pero él quería estrenar su juguete. Para dotar de aires ceremoniales al evento y recalcar el objetivo de haber comprado la cesta, le pedí a mi churumbel que fuese a la habitación y recogiese todos sus chupetes. Me los dio y los puse en una lata. Me senté frente a él y como si fuese a nombrarle caballero de la mesa redonda le solté: "Peque, tú me das tu lata de chupetes y yo te doy tu cesta de cajas de caviar, digo, de cartón, y así hacemos el trato que no se puede romper de dormir sin chupete, ¿sí?". Él chilló que sí veinte veces y dando por finiquitado el ritual le hice un hueco en la cocina y empezó a abrir paquetes. Rápidamente cacé la decepción en su cara. Claro, él esperaba que dentro de cada cajita hubiese lo que anunciaba en la tapa (galletitas mini, cafecito, cereales para liliputienses...). Lo sé porque yo viví la misma decepción de pequeña (qué manera de engatusar a las criaturas). Previsora que es una, saqué el tupper de judías blancas que tenemos para comerciar los fines de semana y le dije que rellenase las cajitas con eso. Dos horas se tiró el tío. Cajitas de toda clase, tipo y color (y marca) inundaron mi reino. Por unos momentos me sentí en el comedor de Médico de familia (esa publicidad "encubierta" que se gastaban tenía mucha tela).

El caso es que a medida que avanzaba la tarde Peque empezó a abonar el terreno para practicar aquello de donde-dije-digo-digo-Diego: "Oye mami, que yo sí que voy a querer chupete, ¿ehhhh?". Je, que te lo has creído amigo. Le expliqué que una promesa es una promesa y me hice la loca.

Diez minutos antes de ir a dormir Peque sacó la artillería pesada: "Es que mami, a mí el juguete no me ha gustado...". Sí, claro, después de jugar dos pedazo de horas con sus ciento veinte minutos. No hay piedad. Seguí con el plan establecido y nos metimos en la cama sin chupete. Entonces empezó con el mono, a dar vueltas, gemir, los temblores, el "no me voy a dormir sin chupete", los lloros...Y yo venga a mecerlo, ponérmelo encima, acariciarlo...En mi mente sonaba la canción "Y nos dieron las diez, y las once, las doce y la una...". A puntito estuve de tirar la toalla, lo confieso, pero estábamos tan cerca de la victoria...Probé a cantarle y tres "Hijo de la Luna" más tarde noté como su cuerpo empezaba a relajarse. Nos tumbamos chocando la nariz cogidos de la mano y el milagro...llegó.

Y así Peque, es como cumpliste tu promesa de chico mayor y dormiste por primera vez como un campeón sin chupete. A ver qué pasa esta noche...


PS: Quiero un Árbol de los chupetes en mi city. He dicho.




lunes, 18 de noviembre de 2013

De niños y niñas


No es la primera vez que hablo de esto en el blog. Aquí ya expliqué mi vivencia y mi punto de vista, pero creo que la perspectiva del tiempo que ha pasado me sirve para hablar desde otra óptica.

Cuando estaba embarazada y me dieron la noticia de que gestaba un niño, muy a mi pesar, me sentí triste. Casi me avergüenza decirlo. Pero es que ahora sé muchas cosas que entonces ignoraba. No habían llegado las miradas de amor zalameras, ni las caricias, ni los besos apretados, ni los paseos compartidos, ni las conversaciones al anochecer, ni...Ni tantas cosas que no se pueden resumir en palabras.

En esos días de incertidumbre, por haber imaginado la maternidad de una niña pero no la de un niño, me pasé horas en la red buscando testimonios de mujeres que explicasen su experiencia tras haber dado a luz un bebé del sexo contrario al deseado. Sólo recuerdo un relato que me caló. El resto eran historias muy similares las unas a las otras en las que no se ahondaba demasiado en la frustración y cómo superarla.

Este fin de semana, hablando del tema con mi amiga A, me recordó lo mal que lo pasé esos días ante la inesperada noticia. La verdad es que yo no lo recuerdo como ella lo explicaba. Quizás porque ya ha pasado mucho tiempo o quizás porque mi maternidad me ha colmado tanto que me parece increíble que me sintiera así.

Supongo que es imposible llegar a un embarazo sin expectativas. Todas nos hemos imaginado un escenario, unos sentimientos, una forma de vivirlo. Y lo bueno, lo genuinamente maravilloso de esta experiencia, es que hasta que no te conviertes en madre no descubres el mundo que se abre ante ti. Y suele pasar que te tienes que reinventar día a día, que las cosas no son como te figuraste. Que esa personita que diseñaste en tu mente tiene personalidad propia (por fortuna), y la relación con ella crecerá y se nutrirá con cada momento vivido, esbozando su propio camino, único y misterioso.

Escribo estas palabras con dos objetivos. El primero, por si me lee alguna futura madre con esa inquietud, esa angustia de no saber si sabrá querer a su hijo o hija como merece por haberlo pensado distinto. Ojalá mis palabras sirvan para mitigar ese malestar. Te puedo asegurar que amarás a tu bebé con todas tus fuerzas. Ninguna deberíamos proyectar relaciones futuras que no sabemos como serán, sino más bien regarlas, mimarlas y amarlas poquito a poco. Así crecerán sanas y fuertes.

Mi segundo objetivo es más personal. Este blog es en gran parte un diario de mi maternidad. De mi relación con Peque. Y si algún día lo lee quizás sienta dolor al pensar que no fue lo que yo había querido.

Peque, perdóname por haber sido tan ignorante, por haber tenido esos momentos de dudas. Espero que si alguna vez tienes ganas de leer el pedazo de tocho que tu madre escribió ebria de amor por ti no te quede resquicio de dudas y tengas claro y meridiano que sí fuiste lo que yo quería. Sí lo fuiste. Lo fuiste y lo sigues siendo.


Te quiero.





jueves, 14 de noviembre de 2013

El escondite


Miércoles por la tarde. Mi tarde libre. Mi adorada tarde libre.

Le digo a Peque que puede elegir el juego que le apetezca y sin dudarlo me grita: "¡Quiero jugar al escondite!". Vaaaamos que nos vamos.

Él quiere buscar primero, así que se tapa los ojos con la mano y empieza a contar: "uno, tres, catorce, once..¡ya!". Imposible prever cuando va a parar su retahíla aleatoria de números, así que me busco una guarida cercana: el lavabo.

El tío empieza a buscarme partiéndose la caja y preguntando: "¿Dónde estássss?". A ti te lo voy a decir. Ja.

Me encuentra, se tira al suelo de la risa, se revuelca y exige su turno para esconderse.

Volvemos al salón y me pongo de cara a la pared. Cuento: "Uuuuuuno, dooooos, treeees, ¡cuatro-cinco-diez!" (que yo también sé hacer trampas).

Me lo encuentro a un metro de mí a cuatro patas con la cabeza metida dentro de una caja de cartón que usa a modo de cocinita-tren-loquesea. Descojonándose.


Yo no parí un niño. Parí un avestruz.





martes, 12 de noviembre de 2013

Preguntas


Es inevitable. Peque crece y poco a poco se va haciendo las preguntas que todo ser humano se plantea a lo largo de su vida. Y una las responde cómo puede, aunque más de una vez desearía decir eso de "pasapalabra".
Una tarde, Peque y yo estábamos jugando con nuestros queridos legos y de pronto, sin venir a cuento de nada y sin mirarme a la cara, me dijo:

-"Pero mami, yo no quiero morirme".

Le contesté algo así como que no se preocupase, que para eso faltaba muuuuucho, mucho, mucho, y que primero tenía que hacerse muy viejito. Él siguió jugando como si tal cosa y cambió de tema, pero a mí ya me dejó tocada y hundida. La ley de vida, cuando afecta a lo que más quieres en el mundo entero, es una auténtica cabronada.

Hace un par de días, esperando el autobús, llegó la segunda parte, aunque esta vez, en forma de historia algo más elaborada:

-"Mami, el otro díaaaa, yo iba con mi amigo por la calleee...".

Aquí le interrumpí para preguntarle el nombre del amigo en cuestión, imaginario a todas luces, porque de momento no me ha pedido permiso para irse de paseo solito con sus colegas y estaba claro que se avecinaba una historia inventada. Me contestó que se llamaba "Frenic" (como le pirra inventarse nombres -que deben ser escandinavos como poco-). Pero sigamos...

-"Y entonces, nos encontramos...¡con un monstruo sin ojos! Y mi amigo le dio patapumbas (insertar aquí colección de onomatopeyas belicosas) con una espada...¡y lo mató!".

Manifesté en este punto mi disgusto con las peleas en general (porque igual el pobre monstruo venía en son de paz), y entonces él siguió:

-"Y entonces, vino un señor maloooo...¡y se te llevó! ¡Y ya no te vi nunca más!".

A estas alturas (que el pobre se había ido emocionando con su narración), se dio cuenta de golpe de lo que implicaba lo que estaba explicándome, y pasó de un tono jocoso a un mohín triste para añadir:

-"¡Y yo no quiero!" (enfatizando su disconformidad con un cruce de brazos cabreado y un fruncimiento de ceño)

Como si la que inventase el cuento fuese yo, ¡haber ideado un final más bucólico! Pero él ya no estaba nada contento con su relato y con la voz pochita añadió:

-"Mami, que yo no quiero que te mueras".

Jodida la hemos. Yo tampoco quiero vida mía. Yo viviría una eternidad a tu lado, compartiendo descubrimientos, risas, llantos, amores y desamores y un infinito etcétera.
Intentando dominar mis propias emociones y los lagrimones que comenzaban a encharcar mis ojos (que joder, me pilló en pleno síndrome premenstrual), volví a explicarle para eso falta muchísimo tiempo, que antes le daré mucha guerra y me arrugaré como una pasita. Ya sabemos que eso puede que ocurra o puede que no, pero si hay algún ángel de la guarda a la escucha, que ponga la antena, porque doy fe (a pesar de mi poca religiosidad, que no espiritualidad) que si hay algo por lo que rezaría en todos los templos del mundo es por ver cumplido ese deseo y pasar mucho tiempo al lado de ese tesoro que llegó a mi vida en forma bribonzuelo de ojos misteriosos.


Cambiando de tercio, aunque siguiendo con el hilo de las preguntas materno-filiales, la semana ha estado amenizada con otras cuestiones menos comprometedoras y trascendentales, pero no por ello más fáciles de contestar. A saber:

-¿Los arcoiris son de agua?

-¿Por qué ET el "eseterreste" es marrón?

-¿Por qué la nariz está enganchada a la cara?


A curioso no le gana nadie.





lunes, 11 de noviembre de 2013

Ara Malikian y ET


Hasta el viernes por la tarde yo no tenía ni la más remota idea de quién era Ara Malikian. Pero la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, que recibí un correo de la escuela de Peque animándonos a asistir a un concierto protagonizado por nuestro buen amigo Ara. A puntito estuve de ni considerar ir al evento, más que nada porque los fines de semana los suelo tener a tope, y porque no sé yo si Peque me aguantará un concierto de música clásica...Pero, como mujer adicta a las nuevas tecnologías que soy, hice una búsqueda rápida en San Google, y tras un barrido de tres cuartos de hora por la red...me enamoré. Me he enamorado del arte de este señor. Por la noche le expliqué entusiasmada mi descubrimiento a Mr. X y nos pasamos una hora delante del ordenador visionando vídeos de nuestro héroe recién hallado. Os dejo uno de nuestros favoritos. Ya sé que son nueve minutos, y que eso, en el mundo ajetreado de hoy en día, parece una eternidad. Valen la pena. De principio a fin. 




El sábado por la noche cenamos muy tarde por compromisos varios de los niños de Mr. X (pronto tendré que dejar de llamarles niños...¡que son todos más altos que yo! -bueno, casi, al niño le falta un verano-). Mientras yo empezaba a preparar el pescado, dejé a Peque viendo dibujos en la tele. En un paseillo rápido hasta el bolso buscando el móvil, pasé por el comedor y con un sólo fotograma que mis ojos captaron de la pantalla me bastó para identificar la peli...ET. Peque estaba a punto de abandonar el sofá porque se habían acabado los dibujos y yo de un salto lo intercepté y me planté a su lado, lo abracé fuerte, y emocionada perdida, le expliqué que esa era una de mis pelis favoritas. Por un momento dudé si aún no estaría preparado para verla...(y de hecho el principio le dio algo de miedo), pero enseguida se quedó prendado del "eseterreste" y vimos media peli bien agarraditos. La otra media la vio con Mr. X y sus hermanos mientras yo acababa la cena, y el final lo disfrutamos todos juntos. Y mi niño...¡ay mi niño! ¡Ha salido sensible como su madre! Le dio una tristeza terrible cuando el prota se murió...Menos mal que resucita, pero claro, luego se pira con su familia, y entonces Peque empezó a llorar a moco tendido diciéndome que le daba mucha penita porque no lo vería más...Total, los dos a lágrima viva (que yo soy incapaz de ver el desenlace sin sollozar), y el resto comiendo el pescado y mirándonos como si estuviésemos un poco pallá. Le tuve que poner la canción del zorro gritón, que le vuelve loquito, para que se le pasase el disgusto.

Ahora tengo deberes. Peque quiere un ET al que le aprietes un botón y se le ponga rojo el corazón y que estire y encoja el cuello (por lo menos no hay exigencias en cuanto al dedo luminoso). A ver cómo me las ingenio.





viernes, 8 de noviembre de 2013

De vuelta al redil


Me ha costado...vaya si me ha costado. Volver al gimnasio, digo.

Durante el verano hice un "kit kat" en mis sesiones de natación mañaneras, con la firme promesa de retomarlas una vez comenzase el curso escolar. Pero claro, empezó el curso y yo tenía que pillar el ritmo. Y luego estaba la boda de mi amiga E y la despedida, y el discurso, blablabla. No me sentía con fuerzas. Y luego...me quedé sin excusas. Así que, o volvía o me daba de baja de forma definitiva del gimnasio. Reconozco que paladeé esa opción con fruición durante unos días antes de decidir que no podía ser, que tengo que cuidar mi maltrecha espalda, que una de hacer algo de ejercicio para mantenerse vigorosa y espléndida. Que hay que ir, vaya.

Lo más doloroso del tema es que por el horario de Peque en el cole yo me veo obligada a levantarme a las siete de la mañana para estar en el gimnasio a la siete y veinte, nadar, ducharme, volver a casa y llevarme a mi niño al cole. Qué pupita. Las siete. Que yo entro a trabajar a las diez, ¿eh? Pues eso. Las siete.

Este martes, sin pensarlo demasiado, procedí a mi reincorporación a las actividades acuáticas. Sonó el despertador, me cagué en todo, y me encaminé cabizbaja al gimnasio.

Lo cierto es que nada más respirar ese olorcillo a cloro, algo se activó en mí y recordé lo a gustito que se está a remojo y lo tonificada que sale luego una para enfrentarse al día. Pensé que cambiando de franja horaria no habría ninguno de mis viejos conocidos, pero fue maravilloso descubrir que mi querida japo girl seguía al pie del cañón con su fantástico ritual de siempre. No nos dirigimos ni una palabra, pero ni falta que hacía.

Pensaba que al ir más temprano habría menos gente en la piscina. Error. Había más, ¡mucha más! Una de dos, o a los nadadores somos unos masocas redomados a los que nos mola madrugar y lanzarnos a un agua casi helada o ha habido un principio de curso lleno de buenas intenciones y muchos y muchas se han apuntado al gimnasio. Espero que sea lo segundo y vayan cayendo como moscas.

Sólo quedaba un carril libre (mi favorito, por cierto, el del extremo), y compartí espacio con un hombre que lo de "nade por su derecha" no lo ha pillado. Él nada a lo grande, expansivo, ocupando todo el lugar. El primer día me acordé de su familia cada vez que chocábamos. Al principio pasaba de mí, pero creo que por despiste, porque luego ya me pedía perdón. Y a mí con amabilidad se me conquista.

Hoy de nuevo tenía dos opciones, o compartía carril con él (al que denominaremos hombre barbudo, que lo es y mucho) o lo hacía con un desconocido en uno de los carriles centrales. Y a pesar de que tenga que hacer filigranas para evitar tropezar con él, más vale malo conocido que bueno por conocer. Y vaya, que me cae bien. Hemos nadado torpemente durante media hora y él ha salido antes que yo (como el martes). Intuyo que me lo voy a encontrar cada día. Si eso, algún día espero que haya otro carril libre, no se vaya a pensar el hombre que pretendo ligar con él, que yo sonrío tras cada topetazo y al final creerá que ando flirteando.

Dos largos antes de dar por finiquitada mi sesión, un hombre panzudo y sonriente ha invadido brevemente mi carril para poder salir por la escalerilla, y mientras lo hacía me ha mirado y me ha dicho: "Me gusta como mueves las manos, ¡lo haces poéticamente!". Toma ya. Me he descojonao viva, y le he agradecido el piropo, que me ha parecido sincero y saleroso. Luego he seguido nadando con mi (por lo visto) poético estilo y examinándolo a conciencia creo que es más bien fifi, pero si el tío lo ve poético, poético queda.

He salido de la piscina y cuando iba a entrar en el vestidor he visto que el hombre barbudo me decía adiós con la mano. Me parece que he hecho un amiguito (o dos). Así da gusto volver al redil.