martes, 31 de marzo de 2015

Puto Patuco


El ganchillo se ha convertido en mi mejor aliado. Empecé a tejer cuando papá ya estaba muy malito como forma de evasión, y durante el duelo ha sido la manera perfecta de no pensar en lo que me hacía sufrir. A la que detectaba nubarrones en mi mente, respiraba hondo y buscaba mi bolsa de labores (una bolsa preciosa, por cierto, que me confeccionó mi amiga E).

Pensé en hacer unos patucos para mis amigas embarazadas, me compré un libro fantástico con varios modelos y así nació Puto Patuco, de la frustración que me generaba no lograr un puñetero patuco decente. La práctica hace al maestro y he llegado a un nivel bastante digno de perfeccionamiento.

Este fin de semana ha habido temas diversos que han mareado mi cerebro y mi corazón. Sin apenas pensarlo he ido directa a mi rincón de sofá, he apartado los pelos (imposible conseguir que Perro y Perra no se suban cuando no les veo) y me he puesto a contar puntos. Las manos adquieren una velocidad pasmosa, a veces me sorprende a mí misma verlas en acción y ralentizo el movimiento para ser capaz de entender algo que mi cuerpo ya hace como un automatismo. Sólo existen el hilo y el ganchillo. Tejo, cuento, repaso, doy otra vuelta. A veces descubro que por un despiste llevo media labor mal. No pasa nada, tiro de la hebra, como Penélope, y vuelvo a empezar. No me molesta, sólo añade horas de apacible trabajo a mi empresa.

Y luego está el amor. Hay algo mágico en tejer para un bebé. Te conecta con ese ser que se está formando en el vientre de su madre. Con la alegría que traerá su nacimiento, con la aventura que supondrá verlo crecer. Y también con la madre expectante que fuiste, con tus miedos, tus esperanzas, tus anhelos...

La semana pasada nació por fin la bebita de mi amiga T. Fue, en sus palabras, un parto duro y precioso de tres días de duración (¡jabata!). Aquí están los patucos que le tejí.





   

                                                 



Y en menos de una semana ha de nacer el bebé de mi amiga E. Se está haciendo de rogar (¡ánimos E, falta muy poquito!), pero cuando salga también tendrá su ajuar de patuquitos, faltaría plus.






viernes, 27 de marzo de 2015

Querido Pediculus humanus


Conmigo no vas a poder.

Mi idilio con los piojos viene de antiguo. De pequeña tenía cada dos por tres, cosa que desesperaba hasta el infinito a mi madre. En casa no podía faltar nunca el frasquito de Filvit (todavía me acuerdo de la musiquilla del anuncio "Filvit champú, Filvit mamá, porque más vale Filvit que tenerse que rascar"). Tentaciones tuvo mamá de raparme al uno, pero eso hubiese sido el apocalipsis para mí, niña introspectiva donde las hubiese, cuya única seña de identidad y reclamo para la socialización era precisamente su cabellera. Además, todo progenitor informado sabe que por poco pelo que haya siempre pueden poblarlo cientos de parásitos, y que además tienen predilección por las cabezas limpias, lo cual supone un cierto consuelo para esa madre que compungida observa el pelazo habitado de su hija pensando que por lo menos tiene la niña parasitada pero como los chorros del oro.

De adulta no me he escapado a mi amigo Pediculus. Los hijos de Mr. X han sido una fuente inagotable de insectos capilares. Decenas de veces habré limpiado sus cabecitas. Con parasiticidas de farmacia, con alcohol, con vinagre... Hago cole de liendreras.



                                                    Pediculus, cortesía de la Wikipedia


Pediculus ha estado presente en los momentos estelares de mi existencia. Aún me acuerdo de estar recién parida en el hospital observando un bichillo que avanzaba por el esparadrapo de mi catéter intravenoso. Pensé... "¿no será?". Era. Mr. X lo confirmó tras la caza y captura del espécimen.

También el día antes de mi boda estuvimos mis sobrinas, hijos varios de Mr. X y la menda con nuestras cabezas impregnadas en alcohol de cháchara en el jardín y hurgándonos la pelambrera en cadena cuales monos en pleno proceso de desparasitación. Esas cosas unen. Doy fe.

Tarde o temprano la historia tenía que perpetuarse en mi progenie. Dos veces he cazado algún piojillo despistado en la cabeza de Peque, siempre tras descubrir que sus hermanos estaban plagados y que él se rascaba de forma sospechosa.

Ayer, esperando el bus, Peque se rascaba. Cuando le pedí que dejase de hacerlo porque me estaba poniendo nerviosa y los otros humanos cercanos nos miraban con suspicacia, empezó a frotarse el cabolo contra el botón de mi abrigo. Blanca y en botella...

Una vez en casa empezó el proceso de investigación. Peque al principio no se dejaba, pero cuando encontré una liendre decidió claudicar. Consejo de despiojadora experta: vale la pena saber si esa liendre está "viva" o no (es decir, si alberga bichillo en proceso de formación o está más seca que la mojama). Si no lo está, será antigua y quizás no haya alimañas en ese momento. ¿Cómo saberlo? Fácil, se aplasta con la uña. Si hay chasquido asqueroso, estaba viva y hay que seguir buscando. Pues eso hice tras confirmar su frescura, y tras mucho hurgar, di con un ejemplar. Peeeero, era muy chiquitín, es decir, una ninfa, y esas aún no ponen huevos. Lo sé, lo sé, lo mío es high level de bichología, es lo que tiene ser madre piojosa y veterinaria. Por mucho que busqué ahí no había nada más, así que asumí que la pioja adulta ponedora de huevos había asaltado otra cabeza.

Ya relajada y disfrutando de mi merecida cena, sin ser consciente de ello me sobé el pelo. Debo decir que tengo costumbre de hacerlo y buscar imperfecciones en mi cuero cabelludo. Y mientras mi dedo fisgaba por ahí dio... con una liendre. Y luego otra. Y otra. Vivas. ¡Mecagoentoloquesemenea! Yo suelo detectar la vida no inteligente en mi cabeza por el picorcillo, ¡y esta vez no había tenido una mísera señal! Pasé la liendrera mechón arriba, mechón abajo y di con dos liendres más y por fin... ¡la gran ponehuevos! ¡Qué bicha más enorme, la jodía! Me dio algo de pena cargármela, últimamente estoy muy sensible con esas cosas, pero no estoy para poner una granja de piojos en casa, así que de un golpe certero y mortal me la cargué.

Hoy toca revisión, y espero, Pediculus de mis amores, que no te encuentre en mi territorio, porque no voy a tener piedad.


PS: No me lo digáis... Os pica todo. ;)




martes, 24 de marzo de 2015

Ansiedad por separación


Con cierta regularidad acuden a mi consulta propietarios preocupados porque sus canes muestran síntomas de ansiedad por separación.

Pues bien, así me veo yo dentro de unas cuatro semanas cuando un avión ponga tierra de por medio entre Peque y servidora: paseando pasillo arriba pasillo abajo, jadeando por los rincones y arañando la puerta de la aeronave mientras aúllo ante unas azafatas acojonadas que ya habrán ido a buscar la camisa de fuerza. Bueno, igual esto último me lo ahorro por no jorobar el vuelo a los otros pasajeros (espero que mis amigas las benzodiacepinas tengan a bien hacer el efecto deseado y me mantengan aletargada con sonrisa bobalicona en mi asiento, que yo me dopo con doble objetivo, evitar los aullidos y trampear la aerofobia –menuda azafata de pacotilla hubiese sido yo-).

Resulta que hace unos meses surgió la posibilidad de acompañar a Mr. X en un viaje de trabajo. Lo de los viajes quedó aparcado cuando nació Peque, y con lo numerosa que es nuestra familia durante las vacaciones de verano el bolsillo no da para muchas filigranas, así que este viaje es una oportunidad única. A mí me ha costado lo mío tomar la decisión de ir con él. Por una parte estaba la enfermedad de mi padre, el motivo principal que me hacía dudar. Papá estuvo varias veces en el país que vamos a visitar, y no dejaba de insistir en que fuese, en la de cosas que iba a descubrir y disfrutar. Dadas las circunstancias, ha desaparecido la razón principal que me anclaba aquí, y Mr. X ha logrado convencerme. Al final papá, te voy a tener que hacer caso.

Eso ha supuesto que tenga que enfrentarme a separarme de Peque durante diez días ya que por varios motivos es complicado que venga con nosotros. Va a ser jodido. La semana pasada lo dejamos una noche con sus tíos E y J, que serán los que lo cuiden, y el experimento fue razonablemente bien, aunque al día siguiente Peque me dijo algo así como “ha sido muy chulo, pero que no se repita”. Estoy en plena campaña para demostrarle las bondades de hacer un stage en casa de sus tíos. Y creo que lo tengo casi persuadido. Ahora me falta convencerme a moi-même.



Argentina, nos vemos el mes que viene.




jueves, 19 de marzo de 2015

Fever


Cuarto microplaneta interior. El Delegado se acerca a la plataforma abisal. Tras un escarpado precipicio tres piedras flotantes levitan en un pasillo virtual hasta el vacío.
Lo han enviado para investigar el suicidio del ciudadano F438. Mientras trata de alcanzar con la vista el fondo del barranco se acerca a sus espaldas el gobernador del planeta.

-Bienvenido Delegado 44. Veo que ya ha empezado a inspeccionar la zona.

Sobresaltado, D44 se gira y saluda a su interlocutor. Lo reconoce por la información del expediente que ha estudiado durante el viaje en el transbordador. Los suicidios son investigaciones prioritarias desde el gran éxodo de la Tierra. Tras una breve charla, el gobernador, mirando al suelo, afirma apesadumbrado:

-No fue un suicidio.

El Delegado levanta la vista de su informe y parpadea.

-¿Y qué fue entonces?





¿Qué cómo sigue? Ni pajolera idea. Que si el gobernador había diseñado las piedras flotantes, que si al principio tras el éxodo servían para sacrificios rituales… En el momento en el que el diálogo se gestó, la conversación entre D44 y el gobernador estaba clarísima en mi mente, todo tenía una lógica supina, y lo mejor es que ¡era interesante! Pero fue hacerme efecto el gramazo de paracetamol que había ingerido media hora antes y mi fantasía cienciaficcionesca se fue a la mierda.

Vaya, que todo fue fruto del casi delirio en el que me sumieron mis 39'7 grados centígrados de temperatura. Cortesía de Peque y de las anginas que me regaló (y de las que ya me he recuperado, por cierto).

Suelo quejarme de que para lo mucho que me mola escribir soy nefasta ideando ficciones que relatar. Pues ya tengo el remedio, febrón al canto y solucionado. Lo malo es que a mí me sube la fiebre cada cinco años bisiestos, así que está magro el tema (y casi mejor, que tener el cuerpo como para usarlo de sartén es de lo peorcito que hay). Tendré que hacer como la Jo de Mujercitas y seguir hablando de las cosas que conozco…

Desde mi sueño con papá la tristeza se ha difuminado, sin desaparecer del todo, pero sin oprimir de forma constante mi corazón. Con ese gesto dándome sus llaves, siento (o quiero sentir), que mi padre ya está con quien debía estar, en su hogar. Y allí no necesita más llaves.


Por cierto, felicidades a todos los padres de este mundo mundial… y del otro.






jueves, 12 de marzo de 2015

No me quiero olvidar...


… de que…

-Soñé con papá. Estaba en casa y de pronto quería hacerle una pregunta a mi padre. La formulaba en voz alta y para mi sorpresa papá aparecía. Guapísimo. Joven y fuerte. Me daba la respuesta y me decía que cada vez que me necesitase vendría, y que el resto del tiempo permanecería muerto. A mí me parecía algo maravilloso, y hacía uso del prodigio cada vez que lo precisaba. Sólo tenía que llamarlo y tras un chisporroteo verde ahí estaba él. De repente me daba cuenta de que no era muy normal lo que estaba ocurriendo y me preguntaba si serían alucinaciones. Se lo explicaba a mi jefa y hacía aparecer a papá delante de ella. A la pobre casi le daba un soponcio. Inmediatamente entendía que recurrir de ese modo a él no podía ser muy bueno. Que tenía que dejarlo ir y cerrar el ciclo, y se lo decía. Él me preguntaba: "¿Estás segura? Si así lo decides ya no volveré...". Y yo le contestaba: "Sí papá, ya puedo yo sola, no te preocupes". Entonces veía aparecer su mano entre otro chisporroteo y caían unas llaves que yo recogía.

Tuve ese sueño la semana en que acabamos de vaciar la casa. Al despertarme me sentí muy feliz y relajada, aunque me puse a llorar al contárselo a Mr. X. Fue una especie de última despedida.


-Recibí un regalo maravilloso. La mamá pediatra sorteó entre sus lectores tres de sus libros (Diario de una mamá pediatra) y tuve el enorme privilegio de ser la ganadora de uno de ellos. Aquí lo tenéis.

                                     


He podido leerlo durante estas semanas y es una obra fantástica, completa y rigurosa, pero no por ello carente de la parte más humana y maternal de la autora. Una joya que os recomiendo. Muchísimas gracias Amalia.


-La boticaria más blogosférica (aka la mamá del Gremlin) tuvo la deferencia de invitarme a la presentación de su libro El paciente impaciente. Aún no me he hecho con él, pero se acerca mi cumple y ya lo tengo en la lista. Muchos éxitos, boticaria García. 

                                                               


-Sentí mucho cariño de los que estáis al otro lado de la pantalla a través de correos electrónicos, comentarios y mensajes de whatsapp. Una y mil veces gracias.

-Rescaté del coche de mi padre uno de sus cds preferidos, de Abba, y lo escuché de camino a casa. Ese álbum se convirtió en la BSO de la historia de amor de mis padres, y mamá siempre me tarareaba una de las canciones cuando yo estaba triste. Al escucharla no pude reprimir las lágrimas, pero no quiero olvidar a mis padres cantando...


... que las penas vienen y van y desaparecen. Otra vez vas a bailar, y serás feliz como flores que florecen.



                                                                                               







lunes, 9 de marzo de 2015

En mi mente


Trabajo en un distrito de la ciudad que es como un pequeño pueblo. De hecho, hasta no hace muchos años, lo era (hasta 1856, para ser exactos). Tiene un encanto especial, y he aprendido a disfrutarlo con el paso de los años.

Cada mañana, cuando dejo a Peque en la escuela, camino hasta mi curro libro electrónico en mano. De vez en cuando varío la ruta para descubrir nuevas maravillas (aunque vaya leyendo suelo desviar mi mirada para hallar rincones que me habían pasado desapercibidos). En el recorrido me cruzo con varios de mis clientes, que me sonríen y advierten que un día de estos me daré de morros contra el suelo. Sonrío a mi vez y contesto divertida "algún día, supongo". Me debo estar ganando a pulso el título de freaky del barrio con mis excéntricas costumbres.

Hoy me ha saludado desde el estanco el dueño de B, paciente al que extirpé un melanoma hace un año y que sigue queriendo entrar en la consulta a pesar de las mil perrerías que le he hecho.

Un instante más tarde me he cruzado con el propietario de P, un hombre mayor y siempre educado que caminaba con fatiga, soportando el peso de tener a su mujer enferma ingresada en el hospital. Ha pasado a mi lado sin verme.

R, un Pointer hiperactivo y simpático se ha apartado al olerme cerca de él, y la mujer que lo paseaba se ha reído por su reacción, clavadita a la que tenía su anterior perro cuando se acercaba a la clínica.

Me he sentado en el banco de la plaza esperando que fuese la hora de empezar y L me ha husmeado inquieta mientras buscaba un sitio adecuado para orinar. Su propietario no me ha reconocido. Nunca lo hace. Hace años, en un desafortunado accidente, cayó por un pequeño barranco y su mente navega a la deriva desde entonces.

Mi trabajo me acerca a las historias de los animales y de sus dueños, que suelen encontrar en mi consultorio un lugar para hablar de sus penas y angustias, así como de sus alegrías. No me importa, por algo mi segunda opción en la Selectividad fue psicología.

Pero antes de psicología y veterinaria estuvo el cine. Recuerdo que a mis diecisiete años nada me parecía más angustioso que levantarse cada mañana para acudir al mismo puesto de trabajo. Hoy en día ni que decir tiene que he aprendido a valorar la magia de la rutina, porque en el fondo cada jornada es única, y lo cotidiano encierra infinitos tesoros.

Reconozco, aún así, que de vez en cuando mi mente plantea escenarios alternativos. Sobre todo cuando me entrego a mi pasión por el séptimo arte, cosa que he venido haciendo las últimas semanas como forma de evasión y consuelo. Miro series y películas. Buenas, mediocres y excepcionales. Y tras el visionado, busco detalles sobre el rodaje, las localizaciones, el director de fotografía, el proceso de casting, las motivaciones del director y del guionista, los premios recibidos, las críticas cosechadas. Y me mudo con la imaginación a ese otro mundo al que decidí renunciar.

En realidad, no me puedo arrepentir. Conociéndome, creo que lo hubiese pasado francamente mal enfrentándome a la inseguridad de una profesión tan bohemia. Y no hubiese conocido a mi particular Dr. Macizo (aka Mr. X). Pero siempre será un universo fascinante para mí.

El dolor es más soportable, la vida empieza a ser brillante en vez de mate, los recuerdos traen más sonrisas que lágrimas. Aunque de vez en cuando todo haga un fundido a negro y haya que tomar aire y esperar al capítulo siguiente para continuar con la narración.