viernes, 28 de octubre de 2011

Mentirijillas paternas

Hoy estaba recordando cosas de mi infancia y pensaba en que mis padres tenían una habilidad fuera de serie para contarme todo tipo de bolas y que yo me las tragase hasta el fondo. Los motivos solían responder a dos motivaciones principales: tomarme el pelo o protegerme de alguna manera. Ahí van un par de historias...

Mi padre es alemán (un día os explico la historia de amor de mis padres, que siempre me ha emocionado mucho) y cuando yo era peque, solíamos ir de vacaciones a Alemania. Nos alojábamos en la casa de unos campesinos que alquilaban habitaciones. No recuerdo cómo los contactaron mis padres por primera vez, pero cada año repetíamos. Su granja estaba situada en una carreterita bávara con un nombre ideal: la Romantische Strasse. Desde allí programábamos excursiones al castillo del rey Loco (el Neuschwanstein, que para mí era un castillo de cuento de hadas), a los pueblos pintorescos de la zona, y al bosque. Me encantaba ir al bosque. Buscábamos setas y las llevábamos a la granja. Allí la campesina descartaba las venenosas (¡glups!) y con las comestibles nos hacía una sopa que era un pecado de lo buena que estaba. Uno de los años que viajamos allí había una plaga asquerosa de avispas (imagíneseme corriendo de un lado a otro y chillando cada dos por tres) y para ahuyentarlas íbamos equipados con unos matamoscas. Yo estaba harta de tanto insecto, la verdad. En los bares colocaban jarras de cerveza en cada mesa para que las avispas fuesen allí a morir de coma etílico...En fin, que me despisto...Un día de los que íbamos al bosque, mis padres me dijeron que como en los árboles se había acumulado mucha resina, cuando pasase debajo de un árbol debía colocarme el matamoscas en la coronilla. Pos vale, tú me lo dices, yo me lo creo. Por allí andaba yo, dando botes y buscando sapos con el matamoscas en la cabeza. Al final ya se me olvidaba lo de la resina e iba a lo mío, la caza del sapo. Y cantaba (ojo al dato a lo cursi que era): "¡Un sapito sapón para mi colección!". Por cierto, en una de estas, persiguiendo a un sapito hasta el agujero que había en la base de un árbol, salió una pedazo bestia de batracio que me pegó el susto del siglo con su "CROA" de ultratumba...Ese bicho debía pesar medio kilo por lo menos y salí corriendo y gritando como la niña de ET...Bueno, a lo que iba...Al día siguiente mis padres me confesaron que en realidad lo que había en los árboles era una plaga de garrapatas de tres pares de cojones. Caían desde las alturas y habían picado a bastantes personas...Me pillé un cabreo monumental, me sentía indignada porque no me hubieran dicho la verdad desde el principio. Claro que si lo hubieran hecho, la menda no pisa el bosque ni de coña...

De vez en cuando, mis padres se iban de escapada romántica y me dejaban al cuidado de mi abuela. En una de estas, yo, con ganas de tocar las narices, les conté una mentira. Cuando me llamaron para saber cómo iba todo les expliqué que en el armario de los abrigos había encontrado polillas y que habían destrozado toda la ropa. Y se lo creyeron, jejejeje. Me encantó ser yo por una vez la que les colaba un gol. Unos meses después se fueron otra vez de finde, esta vez a San Sebastián y coincidiendo con el Festival de Cine. Me llamaron para darme el parte del día y mi madre comenzó a explicarme súper emocionada: "¡No te lo vas a creer! Hemos ido a cotillear un poco al Festival y ¿¿¿a que no sabes a quién hemos visto??? ¡A Tom Cruise!". Lo confieso, en aquella época me tenía el corazón robado (ahora no me gusta nada...), y esa noticia me dejó en estado de shock. Me explicaron detalles del encuentro, yo babeaba, estada lerda perdida. Y de pronto mi madre me dice: "Por cierto, Tom estaba un poco raro, tenía cabeza de polilla". ¿Eh? ¿De polilla? Mecagoen...sí, me estaban tomando el pelo. Ni Tom Cruise ni leches habían visto, era la venganza por mi bromita...

Me pregunto si seré igual de malévola con Peque, jejejeje. A mi me da que sí...

¡Buen finde!

jueves, 27 de octubre de 2011

No llores

A veces en mi profesión vivo momentos muy emotivos, a flor de piel, y eso ocurre sobre todo cuando debo eutanasiar a un animal. No es fácil, pero con la experiencia eres capaz de vivir la situación con la distancia suficiente como para no pasarlo demasiado mal. A veces es imposible, porque tú estás sensible o porque le tienes un cariño especial a ese animal o cliente. Pero no es de eso exactamente de lo que quiero hablar...

Hace unas semanas tuve que eutanasiar a la gata de una clienta. Esta chica, a la que llamaré L, tiene un hijo de unos cuatro años aproximadamente. Solía venir a las visitas sola o con el niño. Así como hay niños que lo miran todo con curiosidad, te hacen preguntas sobre su animalito, te piden que les enseñes el fonendo...este niño es de otro tipo, de los que no se interesa mucho por el bicho y se dedican a interrumpir continuamente porque quieren irse al parque. Muy ocasionalmente L venía con su marido, un hombre de cuarenta y tantos, trajeado, inmaculado y profundamente arrogante. Yo periódicamente tenía que sedar a la gata para poder cortarle el pelo en la peluquería, cosa que no me gustaba hacer con frecuencia porque tenía un soplo cardíaco. En una de esas ocasiones apareció el marido, que es médico. En vez de preguntarme por el proceso de la sedación en lo que podría haber sido un intercambio de conocimientos, me habló con autosuficiencia y vino a decirme que si se moría la gata mala suerte...

Un día vino L llorando con la gata y el niño porque se había encontrado al animal en casa prácticamente agonizando. Le sugerí la eutanasia porque la gata era muy mayor y estaba muy enferma, y L se bloqueó, no era capaz de tomar una decisión. Llamó a su marido y pude intuir por la conversación que él no se estaba mostrando muy comprensivo. L me pidió que por favor esperásemos a su marido (ya era la hora de cerrar) y así lo hicimos. Cuando llegó y vio el percal le dijo a L que estaba claro que había que eutanasiar. Mientras yo lo preparaba todo, L no paraba de sollozar, cosa que me parece de lo más normal y a lo que estoy habituada. El niño miraba sin entender mucho qué pasaba, y su padre se iba sulfurando por momentos. De pronto, se giró hacia su mujer y le dijo: "¡No llores! ¡Deja de montar el espectáculo! ¿Quieres que el niño te vea así, llorando sin parar? ¡Yo veo la vida y la muerte cada día!". L contestó en un susurro que ella no estaba acostumbrada como él a esas cosas y trató de sorber los mocos y aguantar el llanto para no enfurecer más a su marido. Me sentí fatal, tenía ganas de echar a ese hombre fuera de la consulta y animar a L a que llorase todo lo que quisiese. Y de hecho, como él se marchó antes, fue lo que hice, consolarla y tratar de hacerle ver que era normal expresar su dolor. Hice mi trabajo y ellos se fueron.

Cuando volvía a casa iba pensando en lo ocurrido, en que me entristecía que L tolerase que la tratasen así, que ese hombre no sabía lo que era la empatía (¡si alguna vez voy a parar a su consulta pienso salir corriendo!)...y sobre todo, pensé en el niño. Viendo como se comportó su padre, entiendo más cosas de su carácter. Quizás, su padre fue un niño al que también le prohibieron llorar.

martes, 25 de octubre de 2011

¿Niño o niña?

Hace años alguien me explicó que en los pueblos, cuando nacía un bebé, las campanas de la iglesia repicaban de forma distinta para anunciar si el recién nacido era niño o niña de esta forma:

No és nen, que és nena, no és nen, que és nena (niña).

No és nena, que és nen, no és nena, que és nen (niño).

No tengo ni idea de si esto se sigue haciendo. Mucho me temo que las modernidades habrán sepultado una costumbre bien bonita.

De jovencita me hacía ilusión tener un niño, porque era algo distinto a lo que había vivido en mi familia, donde las chicas ganaban de mayoría. Además siempre pensaba que lo llamaría David (porque me gustaba un chico que se llamaba así). Pero a medida que fueron pasando los años cambié de opinión. Mi madre me contaba que cuando supo que estaba embarazada sólo podía concebir que yo fuese una niña, no quería un niño para nada. Supongo que esa idea caló en mí, y comencé a pensar lo mismo que ella, que yo quería una niña. Mi madre y yo hablábamos mucho de mi posible maternidad. Sobre todo porque en esa época Mr. X no quería más hijos y a mí me preocupaba mucho el tema, llegando a plantearme si seguir con él o no. Ella siempre me decía que le hacía ilusión que yo tuviese una “rorita” (era su forma de llamar cariñosamente a los bebés).

Supe que estaba embarazada dos años y medio después de la muerte de mi madre, y deseé más que nunca que ese bebé fuera niña. Cuando en la segunda ecografía me dijeron que parecía un niño me quedé inmóvil en la camilla. Sabía que era cara o cruz, pero esperaba que fuese como yo quería. De todas formas, lo que importaba es que estaba bien, y tuve varios meses por delante para mentalizarme. En general no fue algo que me quitase el sueño, pero a veces veía madres con sus hijas por la calle y pensaba en mi propia madre. Creo que había concebido la maternidad como una manera de revivir mi vínculo con ella, y era un error. Me di cuenta de que el hecho de tener un chico era la mejor forma de no esperar nada del tipo de relación que tendría con él, de no estar comparando siempre. Partía de cero, y esa idea comenzó a motivarme mucho.

Me fijo mucho en las madres con sus hijos, chicos y chicas, y ahora sobre todo en los niños. Y veo cosas que antes no veía. Como los chicos y hombres de mi familia materna eran muy brutotes y peleones creo que de alguna manera mi imagen mental de los varones iba en ese sentido (imagino que por eso mi madre siempre quiso una “rorita”). Ahora veo a chicos sensibles, que ayudan a sus madres, que hablan con ellas, que son cariñosos. He desechado los clichés que tenía. Todavía es pronto para saber qué tipo de relación tendré con Peque, pero espero que sea feliz para los dos y llena de amor y compresión. Me siento la madre más satisfecha y feliz del mundo.

Por cierto, al final a Peque no le llamé David...

viernes, 21 de octubre de 2011

¡Premio!



Hoy Drew, de Viviendo en mi nube azul, ¡me ha dado un premioooooo! Y me ha hecho mucha ilusión. Supongo que ya conocéis de sobra a Drew, pero si no es el caso, su blog es de los primeros a los que me enganché en esta aventura cibernética y me encanta, se lo curra un montón (¡no sé de dónde sacas tiempo para trabajar, ocuparte de tus peludos y escribir dos blogs!). Así que el hecho de que ella haya sido la que me ha premiado me emociona especialmente.

No hay premio sin sus preguntas correspondientes, así que, allá voy…

1. Escribir el título de tres canciones favoritas.

Difícil misión, la verdad, porque debo haber tenido miles de canciones favoritas. Me he dejado llevar por una especie de lluvia de ideas y he colado las tres primeras que me vienen a la cabeza:

-“With or without you" de U2. Un clásico. Pero yo lo asocio a mis comienzos con Mr. X, así que le tengo mucho cariño.

-“Bohemian Rapsody” de Queen. Mi madre era una fan absoluta de Queen. Cuando pintaba (era pintora, y muy buena) ponía música en su estudio a tope, toda la casa vibraba, y esta era una de sus favoritas. Cuando murió tuve que ser yo la que preparó el funeral y ella siempre me dijo que no quería algo triste y deprimente, así que pusimos Queen a toda mecha. Como a ella le habría gustado.

-“Be my man” de Asa. Esta canción la descubrí hace poquito. Una amiga, A, me pasó un USB con fotos de Peque de su cámara y una selección de canciones que le gustaban. Esta me ha enganchado.

2. Contar un sueño.

Yo suelo soñar cosas rarísimas y elaboradísimas, tanto que me puedo tirar media hora para explicar un sueño (cosa que poca gente aguanta…mi amiga E es de las pocas que lo hace, supongo que porque a ella también déjala correr con lo que sueña…). El caso es que no consigo recordar ninguno digno de mención, pero prometo que el primer sueño que valga la pena relatar va directo al blog.

Ahora tengo que darle yo el premio a otro blog (¿uno, dos, más?). No tengo ni idea de si ya lo tendrán, pero se lo doy a…

-Mama mimosa. Su última entrada me tocó la fibra sobremanera, espero que se cumplan todos sus sueños.

-Mama de parrulin. Me encanta como habla de su Parrulin y sus paranoias mentales (en el buen sentido, ¿eh?, véase el post que le dedica a Blancanieves, un must!).

-Annie74, de Las cosas de mi pitufo. Su pitufo es un encanto y ahora es muy mayor, pasaros y os lo cuenta.


Estoy muy contenta, porque si bien en lo profesional esta semana ha sido asquerosilla (un montón de casos “brownie”, es decir, marrones de índole diversa) en lo personal he tenido otro premio: ¡Peque ha aprendido a dar besos! Me derrito cada vez que le pido un besito y me lo da. Todavía no domina el sistema de retención de saliva, así que son besitos babosetes, pero yo encantada de la vida. Además se le ve feliz y contento cada vez que nos besuqueamos. Me encanta.

Y con esto y un bizcocho...¡Buen fin de semana!

martes, 18 de octubre de 2011

Reinventarse

Desde que tengo a Peque mis hábitos de lectura han cambiado sustancialmente. Antes siempre cogía un libro al irme a la cama por la noche. Desde que nació el rubiales me quedo frita casi con el último bocado de la cena, así que de leer poco. Como voy caminando al trabajo, tampoco puedo aprovechar ese ratito que otros tienen en el tren o el autobus. Así que he encontrado mi propio método. Leo por la calle. Sí, un poco freaky, pero me funciona. Escojo calles muy poco transitadas que me conozco de memoria y voy leyendo mientras paseo (no todos los días, sólo cuando estoy en modo "devoralibros").

Y ahora mismo estoy enfrascada en la lectura de un libro que me está atrapando muchísimo. Se trata de "Reinventarse", del Dr. Mario Alonso Puig.

Me lo compré porque había visto alguna entrevista de este médico y me parecía muy interesante. Y me tiene entusiasmada. Me encantaría ser capaz de aplicar cada una de sus enseñanzas, pero me conozco y sé que mucho se quedará por el camino. De todas formas, algunas de las cosas que explica ya las conocía de otras lecturas y algo sí he sabido usarlo en mi vida cotidiana.

El libro habla sobre cómo podemos mejorar nuestra vida al darnos cuenta de la cantidad de comportamientos automáticos y nocivos que tenemos ante las dificultades. Habla de los filtros que nos hacen percibir sólo parte de la realidad, una realidad muy sesgada y limitante. Habla de los muros mentales que construímos para mantenernos en una zona de confort, conocida, previsible, pero nada enriquecedora. En definitiva, lo que pretende es que cada uno de nosotros explote todo su potencial, se abra a la vida y sus oportunidades y evolucione en aquellas facetas que quiere mejorar.

Y al ser médico, expone cómo nuestro cuerpo reacciona a nuestros pensamientos de forma tangible y mensurable. Ese es un concepto que me apasiona. Me encanta que un médico se preocupe tanto por ello. Estoy convencida de que ante la enfermedad somos capaces de sanar (o al menos de colaborar mucho en la curación) si mantenemos una actitud positiva y de crecimiento personal. Y quien dice una enfermedad, dice una adversidad.

También habla de que nuestra forma de pensar moldea literalmente nuestro cerebro, algo que aprendí hace unos años. Leí en un artículo que cuando nos preocupa algo o recordamos algo doloroso de forma repetitiva e insistente, el "camino neuronal" que supone ese recuerdo se refuerza y cada vez se presenta con más facilidad. Si queremos superar algo hay que cortar con los pensamientos negativos. Y tuve la oportunidad de experimentarlo en primera persona. Cuando murió mi madre no dejaba de recordar los malos momentos, el sufrimiento, el dolor. Hasta que dije basta. Cada vez que me asaltaba una imagen triste o dolorosa la frenaba y trataba de evocar algún momento feliz de cuando estuvo enferma. Así una y otra vez. Y lo conseguí, al final inundé mi cabeza de recuerdos positivos y son los que tengo cuando pienso en ella.

Lo dicho, toca reinventarse.

viernes, 14 de octubre de 2011

Y después del parto...

...viene el posparto. Y en mi caso fue algo durillo.

El día que parí me sentía exultante de felicidad, pero también bastante cansada (y por lo que me decían, estaba paliducha). A medida que pasaban las horas comencé a notar ganas de hacer pipí, pero como me habían puesto la epidural no tenía permiso para levantarme hasta las seis y media de la tarde. Me ofrecieron la opción de usar la cuña, y les dije que no sería capaz de orinar ahí, que me dejasen ponerme de pie, pero no había tu tía. Lo intentamos con la cuña, pero fui incapaz (es un invento del demonio, ya lo había probado en mis otras operaciones de rodilla y jamás he sido capaz de echar gota en ese cacharro). Así que nada, a esperar a la hora convenida. Cuando por fin me dieron permiso vinieron tres enfermeras muy amables para ayudarme a incorporarme (yo pensé: "¿Tantas? Jolín, que tampoco es pa tanto..."). Y menos mal que me cogieron, porque al dar cuatro pasos y dirigirme al váter (en el que por cierto también me habían colocado la dichosa cuña ahí, pesaítas...), me fui al suelo. El primer desmayo de mi vida. Totalmente surrealista, porque mientras perdí el sentido, delante mío comenzaron a desfilar unos músicos de jazz en la calle...(¿?, una amiga me dijo que a ella le había pasado algo similar al desmayarse en una ocasión, también vio músicos, qué cosa...). De pronto recuperé la consciencia, me noté empapada en un sudor frío y me vi a las tres enfermeras delante mío dándome aire y diciendo: "Ya está, ya recupera el color, ya está guapa...". Y pum , fundido a negro de nuevo. Segundo desmayo de mi vida. Total, que de mear nada. Directa a la cama otra vez. Pero claro, tenía la vejiga a punto de explotar, así que decidieron sondarme.

Yo recordaba el sondaje en el paritorio, y que no me había molestado nada (ofuscación mental del momento, no caí en que en el paritorio llevaba la epidural) y no pensé ni por un momento en que fuese doloroso. Pues sí, duele. No una barbaridad, pero duele. Pero bueno, al fin vacié la vejiga. Un rato más tarde volví a tener ganas de ir al lavabo y una enfermera vino a ayudarme. Me puse en pie sin mareos y aunque en el váter el pipí no se decidía a salir, para evitar otro sondaje traté por todos los medios de concentrarme en la misión y abstraerme de la presencia de la enfermera (que estaba para controlar que no me fuera de morros al suelo, pero inhibía totalmente mi capacidad mingitoria).

Bueno, parecía que acababa lo más difícil, pero la episiotomía me dolía a horrores, no me podía sentar para dar de mamar a Peque, y aprendí a darle estirada. En el hospital ya no tuve más contratiempos a excepción de que tuvieron que administrarme hierro intravenoso porque estaba un poco anémica, y ...sí, también duele.
El viajecito a casa tuvo su aquel. Mientras esperaba a que Mr. X fuese a buscar el coche yo paseaba con mi bebito en brazos y una mujer se detuvo a mirarlo y me dio la enhorabuena por lo guapo que era. A mi se me caía la baba...Fueron pasando los minutos y Mr. X no llegaba. Intenté sentarme de lado en una butaca, pero no podía aguantar el dolor. Cuando por fin vino el padre de la criatura a buscarme, resulta que se había olvidado el MaxiCosi en casa, o sea que tuve que llevar a mi pequeñajo en brazos "sentada" en el asiento trasero. Un espectáculo (medio retorcida, con el bebé cada vez más escurrido de mis brazos...). Pero llegamos sanos y salvos, y sin multa por no llevar a Peque en el receptáculo reglamentario.

Los primeros días en casa fueron maravillosos...pero difíciles. El dolor de la episio no remitía, y yo me pasaba el día tumbada. Peque lo llevaba bien, yo no tanto, y Mr. X estaba agotado de encargarse de todo (incluido papeleos varios, etc.). Yo esperaba que la segunda semana me encontrase bastante mejor, pero no. Iba a peor. Un día, curándome la herida Mr. X, me dijo que olía mal, que estaba infectada. Yo le dije: "No, no puede ser, ¿cómo que huele?, ¿pero se ve algo?". Él intento explorar la herida, pero chillaba sólo de notarlo cerca. En la siguiente cura me di cuenta de que había pus en la compresa, así que era definitivo, la episio estaba infectada. Decidí llamar a mi gine al teléfono de urgencias, y al explicarle lo que ocurría me dijo: "¿Infectado? No puede ser, si las mucosas apenas se infectan, a mi no me ha ocurrido casi nunca...". Yo no le llevé la contraria, pero por dentro pensaba "A ver, no soy médico de personas, pero coño, mal vamos si con tantos años de carrera no sé distinguir una herida infectada...". Total, que me dijo que para salir de dudas me fuese pitando a la consulta.

Cuando llegué a la clínica estaba hecha un asquito, me dolía todo de haber caminado hasta allí desde el coche. Le dije a la enfermera de recepción que el doctor me esperaba y como me vio con mala cara me ofreció sentarme. Y yo pensando "¡Si pudiera...!". Le dije medio llorando que necesitaba estirarme y me pasaron a una consulta para poder echarme en una camilla. El gine vino enseguida y se puso a explorarme mientras yo le agarraba la mano a la enfermera con un miedo espantoso a que me tocase la cicatriz. Pero claro, me la tenía que mirar. Confirmó la infección (ya lo sabía yo...) y de pronto apretó para ver si salía algo. El dolor atroz que sentí en ese momento fue mil veces peor que cualquiera durante el parto. Tuvo que quitarme los puntos y yo no me desmayé de milagro...La enfermera me ofreció un algodón empapado en alcohol y me puse a esnifar como una loca para sentirme mejor. Me curaron la herida y el gine me miró y me dijo: "¿Has defecado desde el parto?" (defecado, qué bonito palabro...). Pues no, tal y como tenía los bajos mi esfínter se había contraído hasta la mínima expresión (ya de por si sufro estreñimiento y he pasado épocas sin ir al váter durante días). Así que me recetó unos enemas.

La verdad es que una vez puesto tratamiento (antibiótico, antiinflamatorios, analgésicos y antisépticos...yo estaba cagada con la lactancia, pero el médico me dijo que todo era compatible), la cosa mejoró rápidamente. Excepto el tema enemas. Fue un suplicio conseguir una regularidad en el tema, y cada vez que tenía que ir al lavabo notaba como se me abría la herida de la episio. Gore ¿eh? Como suelen decir, al final te olvidas de todo lo malo. Sabiendo hoy lo que me ocurrió, habría sospechado de infección antes (tengo un vecino médico que dice que el 50% de las episios se infectan -y mi gine decía que no, pero ya he sabido de otros casos, o sea que tan raro no es-). Y creo que incluso hubiese accedido al enema en el parto con tal de aligerar mis intestinos en el posparto. Y hubiese seguido una dieta más suave y laxante. Pero claro, eso es a todo pasado.

Una de las cosas que más miedo me daba era sufrir una depresión posparto, y pasé algunos días triste, pero por el malestar que sentía. A la que la herida curó, pude disfrutar por completo de mi nueva condición de mamá recién estrenada. ¡Y sigo disfrutando!

martes, 11 de octubre de 2011

Tiempos de crisis

Hace tiempo leí en algún sitio que crisis en chino significa oportunidad. Tengo la puntillosa costumbre de intentar comprobar este tipo de cosas para ver si son ciertas y...pues no, no es verdad. Aquí lo explican muy bien.

Chasco aparte, la idea sí me gusta y sí la comparto. Cuando las cosas van bien no le das mucho al coco, pero cuando se ponen feas comienzas a buscar soluciones por todas partes (o a intentarlo por lo menos).
Yo he tenido crisis variaditas. Existenciales, profesionales, amorosas...Un poco de todo. Pero ahora mismo, a lo que le doy más vueltas es a qué hacer con mi trabajo.

Mi profesión me gusta. Y supongo que me gusta mucho si sigo dedicándome a esto. De mis compañeros de promoción, un gran porcentaje no quiere saber nada de una carrera que le ha dado más disgustos que satisfacciones. ¿Por qué? Desde fuera nuestro trabajo se ve bonito y bucólico, pero desde dentro hay muchas cosas que no lo son, y sin entrar en detalles que tampoco vienen al caso, lo que a mi más me preocupa hoy por hoy es el mísero sueldo que cobramos y la escasísima posibilidad de concicliación que hay. Yo, por ejemplo, curro en una pequeña consulta por cuenta ajena. Estoy sola y trabajo por las mañanas y las tardes. ¿Cómo le digo a mi jefa que ahora que tengo un hijo quiero trabajar sólo por las mañanas? Aparte de la ridiculez de sueldo que me quedaría, ella no puede permitirse tener dos trabajadoras, y no va a dejar el turno de tarde, que es el que mejor funciona, sin cubrir. Y lo más bueno de todo es que yo en el cole iba para letras, que era lo que se me daba mejor con diferencia... Pero cabezota como soy y propensa a los objetivos difíciles, decidí emparrarme en una carrera de ciencias. Si ya te digo yo...

Me he planteado cambiar de sector dentro de mi profesión, pero las opciones que hay no van conmigo. También he intentado cambiar de actividad profesional, y durante un tiempo envié curriculums a varias empresas, pero viendo mi perfil supongo que me descartaban de entrada. He valorado iniciar un negocio propio (tanto de lo mío como de cosas más dispares -muy dispares-), pero no tengo dinero para hacerlo ni puedo permitirme estar sin un sueldo mientras sale adelante.¡Ah! También juego de vez en cuando a la lotería, por si acaso...jajaja.

A veces tengo una sensación extraña, como cuando no te viene una palabra a la mente y notas que te ronda, que la tienes "en la punta de la lengua". Pues lo mismo me pasa a mí con mi trabajo, me da la sensación de que hay una idea que no acaba de concretarse y que es el trabajo de mi vida, ¡pero no doy con él! Pero trato de ser optimista y doy gracias de tener un currito en los tiempos que corren. A ver si me ilumino de una vez y encuentro lo que busco...

viernes, 7 de octubre de 2011

Mr. X y servidora love story

Después de una semana llena de viracos varios (Peque ha estado tres días con fiebre), hoy me he levantado romanticona, y estaba pensando cómo conocí a Mr. X, la manera en que se cruzaron nuestras vidas...y que esa es una historia que me gusta recordar...

Yo nunca fui una ligona nata. Bueno, ni nata ni nada de nada. Mientras mis amigas entraban y salían de diversas relaciones, yo apenas tenía algún ligue que no daba mucho de sí. Además, a los dieciocho años me enamoré hasta las trancas de un mocetón que no me convenía y para el que yo sólo era una amiga con derecho a roce. Resultado: dos años rozando la depresión clínica (o más bien sin el "rozando"). Conseguí superarlo, pero el panorama hombril era más bien deprimente (los que me gustaban eran inaccesibles, los que se fijaban en mí eran para salir corriendo y aquellos con los que ligaba, sólo buscaban pasar el rato). Debo confesar que yo no estaba en mi mejor momento y que a veces cuando algún especimen se me acercaba, yo más que hablar, ladraba. Pero bueno, fui dulcificando mi carácter y abriéndome un poco más a nuevas oportunidades.

Cuando estaba a punto de acabar la carrera me surgió una oportunidad que no pude rechazar. Se trataba de currar en una clínica de renombre en la ciudad, y lo más interesante (aunque en ese momento no fue un motivo de peso, sólo un divertimento añadido), el jefe estaba requete (y el jefe se llamaba...pozi, Mr. X). Yo ya lo tenía más que clichado, porque en su día había aparecido en un programa de la televisión local causando cierto furor en el sector femenino de las aulas de mi facultad. Recuerdo que medio en coña yo le decía a mi madre cuando lo veía en la tele: "¡Yo quiero uno así!". Y ella se reía. El primer problema -alguno tenía que haber- era que llevaba un anillaco de casado que debía pesar tropecientas toneladas. El segundo problema era que no lo conocía in person. Pero cosas de la vida, el segundo problema pasó a ser historia cuando me contrataron para trabajar por las mañanas como personal de laboratorio y hospitalización. Y el primer problema dejó de serlo cuando me enteré de que se había separado hacía varios meses. De todas formas, no se me pasaba por la cabeza que se fijase en mí, así que me limitaba a disfrutar de las vistas mientras trabajaba taquicárdica perdida...

Las semanas iban pasando, y yo, con mi tendencia natural a fijarme en objetivos poco realistas, no pude evitar comenzar a flirtear de forma más o menos evidente (que si una caída de ojos por aquí, que si una mirada furtiva por allá...aix, no podía evitarlo). A mi padres, la idea de que fuese a encapricharme de un hombre separado y con tres criaturas, como que no les entusiasmaba mucho, pero tampoco me decían nada (al fin y al cabo, en mi familia ha habido para todos los gustos...).

Cuando ya llevaba varios meses trabajando allí y vi que Mr. X no me hacía ningún caso en absoluto, decidí que eso no llevaba a ninguna parte y traté de quitármelo de la cabeza. Hubo una tarde en que él y yo nos quedamos trabajando solos hasta tarde, y pensé que si esa noche no pasaba nada, no pasaría nunca. Eran casi las diez, y traté de inducir a Mr. X para que me acompañase a casa, pero el tío no se daba por aludido. Decidí irme y coger un taxi por lo tarde que era. Mientras esperaba en la calle se puso a diluviar y eché un vistazo a la clínica, por si él me veía y se apiadaba de mí...Me vio, pero siguió a lo suyo, así que tuve claro que realmente no había nada que hacer.

Al día siguiente amanecí con ánimos renovados y la idea de disfrutar de la vida. Además, un par de meses más tarde tenía previsto el viaje de mi vida, una estancia en un zoo de Nueva Orleans, y seguro que el futuro traería nuevas emociones.
Al mediodía, cuando iba a irme, surgió una cirugía inesperada y Mr. X me pidió si podía quedarme a echarle una mano. Y añadió: "Si te quedas, te invito a comer". Supongo que me enrojecí al microsegundo y el corazón me iba tan rápido que estaba segura de que se oiría desde la sala de espera. "Sí, sí, ya me quedo". Y pensaba: "Una comida...algo es algo, aunque una cena pintaría mejor, pero bueno...". El caso es que nos pusimos a operar y cuando estábamos acabando va y me suelta "Bueno, ¿y dónde quieres que te lleve a cenar?". Casi me da un algo: "¡¡Arrrggg, que me acaba de cambiar la comida por una cenaaaa!!!!". Le dije que me parecía bien cualquier sitio. Terminamos la cirugía y me escondí corriendo en la salita del fondo para llamar de estrangis a mi madre y comentarle la jugada. Flipó un rato largo, y yo más. Cotilleamos lo justo y necesario y volví al curro. Antes de irnos Mr. X me pidió que le ayudase a cambiar un vendaje de la patita de un canario, y le dije que vale. Pobre canario. Yo estaba sujetándolo mientras él le quitaba la venda, y al dejarlo en su jaula estaba totalmente remojado...Estaba tan nerviosa que las manos no paraban de sudar...(el canario lo superó, no preocuparse).

Una vez en casa me dediqué a llamar a mis amigas y preguntarles si ellas creían que había tema o no, y la sentencia unánime era que obviamente, Mr. X quería tema, pero yo me resistía a creerlo. ¿El Dr Requete se había fijado en mí? ¿Era posible de verdad? ¿Tenía una cita de las que hacen historia?

El día D a la hora H quedamos cerca de la clínica y fuimos caminando hasta un restaurante que no quedaba muy lejos. El sitio es espectacular, porque está en una torre modernista impresionante, así que me quedé un poco a cuadros. Digamos que el nivel adquisitivo de mis amigos en esa época no nos permitía manjares tan suculentos...Pero lo de menos era la comida en sí (estaba tan nerviosa que me limité a picotear). Hablamos y hablamos hasta tarde, y como ninguno de los dos tenía ganas de volver a casa, alargamos la noche todo lo que pudimos de bar en bar hasta que los cerraron todos. Ya de madrugada decidimos volver caminando hasta la clínica, donde él tenía el coche, para poder acompañarme a casa. Y de pronto, al cruzar un calle, sin venir a cuento de nada, sin momento de miradas sostenidas ni algo remotamente parecido, se giró y me dio un beso. Así, pim pam. Visto y no visto. Y yo a cuadros. Alucinando. Eso no me estaba ocurriendo a mí...Pero sí, esta vez la protagonista de la historia era yo. Quedamos al día siguiente, y al otro, y al otro...Y yo dejé el trabajo, por lo de no mezclar las cosas, y me quedé con el jefe. Sin duda, salí ganando.

T'estimo, Mr. X.