Y ahora papá... ¿por dónde empiezo?
Naciste un día de verano en la campiña alemana. Poco podías imaginar en tu infancia que el destino te llevaría al cálido mediterráneo y a ser el padre de una minúscula españolita. Que nunca se han creído mucho que tú, con tus casi dos metros de altura, fueses mi padre. Pero lo fuiste, vaya si lo fuiste.
Me enseñaste a apreciar las delicias de la gastronomía, a nadar en Piscinas y Deportes, a defender lo que era mío, a hacerme valer, a luchar, y a ser feliz. V me escribía ayer. Se acordaba de tus lecciones magistrales sobre cómo no acabar borracha del todo cuando salíamos de juerga. El sobrino de Mr. X me hablaba con cariño de tu sinceridad sin embudos y de tus manos fuertes y a la vez delicadas. No he conocido a nadie más que sepa llamar gilipollas a otra persona en sus narices y encima resulte gracioso.
El corazón se me inunda de momentos junto a ti. De cuando me acompañabas en coche por la noche si había quedado lejos con mis amigos, de aquel día que te reté a partirme un huevo en la cabeza si te atrevías (te atreviste), de tus sabios consejos de hombre de mundo, de las narraciones sin parangón sobre tus aventuras en la selva venezolana, de meternos juntos en la cocina para amasar galletas, de tu complicidad con mamá y de tu amor por ella.
A mis casi cuarenta años me siento huérfana sin las dos personas que han forjado mi personalidad y llenado de amor mi existencia. Me acuerdo de aquel día lejano, cuando contaba apenas siete años y os confesé entre lágrimas mi miedo a no teneros. Me dijisteis que no tenía que estar triste, que vosotros me queríais ver feliz. Y así será.
No quiero despedirme sin dar las gracias a A, que ha sido una especie de hermano para mí en este trance, cuidándote como sólo un hijo puede hacer. Muchas gracias, de corazón.
Te quiero papá, sigues siendo el Rey.