viernes, 31 de octubre de 2014

Malas influencias

"Mami, me he vestido completamente solo".

Esa frasecilla de Peque me dio que pensar. Rebobinando un poco y rememorando otras expresiones que me han impactado al salir de su boca me he dado cuenta de hasta qué punto su forma de hablar es reflejo de la mía. Hace años, alguien me comentó después de leer una dedicatoria de mi puño y letra en una exposición de mi madre que se apreciaba a la perfección mi autoría por el uso de adverbios. Si me leéis con frecuencia lo habréis notado, a mí me mola más una palabra acabada en "-mente" que a Peque un capítulo doble de Tom y Jerry. Tics estilísticos que tiene una.

De la misma forma, a veces, al preguntarle algo a mi churumbel, como por ejemplo si le ha gustado una comida, me responde oraciones del tipo: "¿La sopa de tomate que hiciste, quieres decir?". Ese "quieres decir" había escapado totalmente a mi autoanálisis, y tras percatarme de que siempre lo usa como muletilla decidí escucharme mientras hablo (para variar) y, ¡oh, sorpresa!, lo digo a todas horas...

De este modo, no es raro oír a Peque exponer: "Mamá, el fregadero se ha taponado", "¿Qué uso para proteger a mi muñeco?", "Mami, lo has hecho muy bien, quería exactamente este color".

Por supuesto, el ser un pseudobilingüe (pseudo porque le falta perfección), hace que muchas veces mezcle el castellano y el catalán a su antojo resultando en un batiburrillo que le resta excelencia a su discurso. Y menos mal, porque estas últimas vacaciones, nuestros amigos nos señalaron que Peque habla muchas veces como un adulto rozando la pedantería (lo decían con todo el cariño del mundo, by the way). Supongo que todo se debe a aquello que mi madre me repetía tantas veces: "A los niños hay que hablarles como a los mayores, sin tanto diminutivo, y usando las palabras adecuadas sin dejar a de adaptarse a su edad". Mantras que calan en el subconsciente y que han hecho que yo con Peque hable como lo hago.

Claro que saberse tan reflejada en tu hijo te deja un poco fuera de lugar cuando te subes a un taxi, y mientras el hombre te pide la dirección Peque suelta por lo bajini: "¿Y por qué ha tardado tanto este puto taxi?".

Para lo bueno y para lo malo. Esto es así.



jueves, 30 de octubre de 2014

Una hora menos...

... en Canarias. Millones de veces habré escuchado esa coletilla en la radio y en la tele. Como esta misma mañana mientras el agua caliente sacaba su jugo a los trocitos de té verde que danzaban en mi taza y yo los miraba hipnotizada al tiempo que Peque parloteaba a mi lado. Sólo me había quedado la última palabra impresionada en el cerebro. Canarias... Canarias... Canarias. Un lugar que durante años sólo ha sido la breve añadidura de la cháchara de un locutor. Y ahora es un universo entero de recuerdos, experiencias y sensaciones.

Qué mala es la depresión postvacacional. Porque sí, acabamos de volver de una escapada exprés a Canarias.

Es la tercera vez que visito las Islas Afortunadas, la segunda que vamos con Peque. Y estoy convencida de que no será la última. Observo por mis experiencias vitales en lo que a viajes se refiere, que a mí me plantas en una isla con calorcito y las endorfinas me colonizan hasta las pestañas.

Más que una crónica del viaje, dibujaré un bosquejo de percepciones, porque ando medio rebelde y no me apetece seguir un orden.

-Luz. Este ha sido un viaje lleno de luz. Por el magnífico tiempo que nos ha acompañado y por todas las horas que hemos pasado al aire libre, pero sobre todo por la claridad omnipresente que bañaba la maravillosa casa en la que nos hemos alojado. Es el hogar de un amigo de Mr. X, y sin lugar a dudas, de todos las residencias que he pisado en mi vida, es la que más me ha impactado. La casa de mis sueños, directamente. Amplia, cálida, cómoda, práctica, bella, situada en una localización privilegiada, con un jardín esplendoroso...

-Miedos. Creo que no he comentado que adolezco de cierto grado de vértigo. No es algo muy limitante, pero me mareo cada vez que me acerco a un balcón que tenga la barandilla demasiado baja para mi gusto. Si mis rodillas no fuesen el principal handicap para acompañar a Mr. X en sus excursiones, lo sería el vértigo, porque este hombre mío parece que ha nacido con vocación de provocarme un infarto. Una tarde, nuestros amigos, veterinario él, psicóloga ella, nos acompañaron de excursión al Roque Nublo. No es una excursión especialmente peligrosa, y Peque no era el único niño que iba dando botes por ahí, pero cada vez que se acercaba de lejos a un barranco el corazón me botaba histérico en la caja torácica. Mr. X me decía que no me pusiese nerviosa, que él controlaba, y nuestra amiga apostillaba que no pasaba nada, y que con mi actitud iba a transferir mis miedos al niño. Supongo que tenía razón, pero hay cosas que escapan a mi control, y el pánico a que se cayese por ahí es una de ellas. Hasta que no llegamos de nuevo al coche no estuve tranquila. Eso sí, las vistas del Teide desde el picacho eran una delicia. Aunque a mí en fotos casi que ya me vale.

-Tursiops truncatus. Cuando acabé la carrera, uno de los sueños de veterinaria recién licenciada que tuve fue dedicarme a la fauna marina, en concreto a la medicina de cetáceos. Para acercarme un poco al mundillo hice un curso en el Zoológico de mi ciudad, y me enamoré (si no lo estaba ya) de los delfines. Incluso me apunté a una bolsa de trabajo y voluntariado de avistamiento de cetáceos (y tentada estuve de solicitar una plaza vacante en Hawai, en esa época en que todos los caminos están por explorar y no hay nada que parezca imposible). Al final mi trabajo se ha centrado en especies algo más peludas, pero sigo sintiendo una fascinación absoluta por esas criaturas de mirada inteligente y piel suave.

Este viaje me ha proporcionado la oportunidad impagable de estar cerca de ellos. Decidimos con Mr. X hacer una salida en barquito para verlos donde deberían estar todos, en su medio natural. Dos horas y media pegados a la proa de la embarcación oteando el horizonte. Morenito saludable cogimos, pero el único bicho que vimos fue un pez volador (bueno, doce, para ser exactos). Los encargados del bote nos dieron un vale para repetir cualquier día de la semana, y tanteamos a Peque para ver si se animaba a pasar dos horas y media más ola arriba, ola abajo. Ni se lo pensó. Sí rotundo.

Al día siguiente a la misma hora nos plantamos allí. El agua estaba algo más agitada, y eso, según nos contaron, era buena cosa, porque los animales se acercan a la costa cuando hay mala mar. Después de hora y pico de travesía, la primera emoción, el lomo inconfundible de una ballena, un rorcual común. Casi se me cae la lagrimilla y todo... Unos diez minutos después oí que la gente murmuraba excitada y Mr. X me avisó: "Allí delante hay un montón de delfines" (cosas de la miopía). Por suerte nos acercamos lo suficiente como para poder ver a dos palmos de nuestras narices una manada de veinte o treinta delfines que aprovechaban la estela del barquito para jugar, saltar y hacer cabriolas. Una emoción indescriptible me hizo abrazar a Peque y disfrutar juntos de esa experiencia inigualable. Y de paso, el vientito disimuló los lagrimones de felicidad y emoción que esta vez no pude contener.

Aunque no acaba aquí la aventura cetácea. El fin de semana visitamos un parque zoológico y botánico de la isla (maravillosamente cuidado, por cierto) y dado que el veterinario del centro es conocido de Mr. X y han colaborado alguna vez, decidió ofrecernos una sorpresita. Nos dijo que acudiésemos al delfinario media hora antes de la actuación y que nos presentásemos ante el jefe de los entrenadores, que nos estaría esperando. Dicho y hecho, llegamos puntuales a la cita. Nuestro anfitrión, encantador y atento nos dijo que Peque se quedase cerca de él durante el espectáculo y lo llamaría. No sé si estaba más emocionado él o yo... A los diez minutos de haber empezado el show, los entrenadores avisaron a Peque y buscaron algún voluntario más, pero los niños que estaban por la zona y que en principio iban a salir sufrieron un ataque de timidez y Peque, más lanzado que un torpedo, cogió la directa hasta la piscina. Lo subieron a una barquita, y al son de una musiquilla pegadiza, los delfines se lo llevaron de paseo por la instalación para saltar luego por encima suyo. Se despidió de ellos con un besito y me devolvieron al crío con la ropa empapada y una sonrisa imborrable. Suerte que estábamos a 35ºC y pudo pasearse por el parque en gayumbos mientras la ropa se secaba. Yo estaba feliz, pletórica, extasiada... pero no me imaginaba que aún habría más. Cuando ya nos íbamos, el entrenador jefe nos hizo unas señas para que nos quedásemos. Unos minutos más tarde nos permitió subir a saludar nosotros mismos a los delfines y acariciarlos. Resbaladizos, tersos, cálidos, simpáticos... todo a la vez. Y juguetones. Mientras Mr. X hablaba con el entrenador, Peque y yo nos sentamos en las gradas a ver cómo nadaban los delfines. Al poco, tres de ellos se nos acercaron con unas pelotas de goma. Al principio las llevaban con el morro de un lado a otro, pero finalmente la lanzaron fuera de la piscina hasta nuestros pies. Peque y yo nos miramos y sin dudarlo aceptamos la invitación y estuvimos jugando un rato con ellos. Todo lo que diga se queda corto, un regalo mayúsculo.

-Paranoias. Ya sabemos que hemos de restar una hora en nuestro periplo a Canarias. Llegamos y el móvil se adecua al cambio de huso automáticamente. Luego llega el cambio de hora estacional, y descubro que mi móvil no ha cambiado de hora, pero el de Mr. X sí. Me levanto a las ocho. En casa serían las nueve. ¿He cambiado ya la hora de mi móvil?  Si no lo he cambiado, ¿qué hora es aquí? ¿Qué hora es para mi cuerpo? ¿Qué desfase horario llevo acumulado? No sirvo para estas cosas.

-Conciliación. No pinta mucho este término en el relato de unas vacaciones, pero pasar tiempo de calidad con Peque siempre me hace pensar en todo lo que no podemos disfrutar durante el año. Ha vuelto con ganas al cole, pero sin dejar de manifestar que él quiere pasar más tiempo con nosotros, que porqué tenemos que trabajar tanto. Y a mí se me queda cara de póquer, porque si bien disfruto de mi trabajo, lo necesito a nivel personal y doy gracias por tener un curro en los tiempos que corren, no es menos cierto que desearía poder pasar más horas a su lado, ahora que él lo requiere, que goza jugando con nosotros. El tiempo vuela, y no veo nada lejano el día en que ya le parezcamos pesados y aburridos.

En fin... Siempre nos quedará Canarias.









lunes, 13 de octubre de 2014

¡Habemus winner!

Este ha sido un finde ajetreado (para variar), pero con la inestimable ayuda de las hermanas de Peque, hemos podido efectuar el sorteo sin demasiados contratiempos. En esta ocasión la mano inocente ha sido la de la hija menor de Mr. X, que se ha ofrecido voluntaria desde el minuto cero.

Debo decir que estas niñas (que cada vez son menos niñas y más chicas) son la alegría de la huerta. Con su desconfianza de serie genuinamente adolescente, no paraban de decirme que mi sistema de sorteo tenía múltiples defectos y que se podía hacer trampa de mil maneras distintas. Que descubrieron la sopa de ajo, vamos... Ni que decir tiene que aquí la menda es la honestidad personificada.


Sin más dilaciones, aquí va la ganadora...

                                                     


¡Felicidades Bichera! En breve me pongo en contacto contigo para hacerte llegar esto:



                                                   








                                                         

viernes, 10 de octubre de 2014

Lista de participantes


Aquí va la relación de personas apuntadas al sorteo:

1. Seoane Melliz.

2. De azul a verde.

3. Paula Fernández Sánchez.

4. Irene.

5. Mi Álter Ego.

6. Xikimami.

7. Madre desesperada.

8. Batallitas de mamá.

9. Inma Tercero.

10. Trax.

11. Nenica.

12. Drew.

13. Matt.

14. Díasde48horas.

15. Opiniones Incorrectas.

16. Dibujos de nube.

17. Cloe.

18. Mamá Ciruela.

19. La Bichera.

20. Carmen de La Gallina Pintadita.

21. Montsequibu.

22. Remorada.

23. Mayra Leiranes.


Creo que no hay errores, pero en caso de que alguna no se vea en la lista, ¡avisadme, por favor! Si los astros son favorables, este fin de semana haremos el sorteo, seguramente con mano inocente de por medio. ¡Suerte!

En otro orden de cosas, no puedo evitar mostrar mi indignación por todo lo que ha ocurrido con Excalibur y las personas afectadas por el virus del Ébola. Lamentablemente, en estos casos las palabras huyen de mí y me cuesta expresarme con cierta objetividad. Por fortuna, dos blogueras que dominan mucho mejor que yo estas lides nos han dejado sendos posts que reflejan a la perfección lo que yo no sé manifestar ni la mitad de bien. Aquí podéis leer a Drew y aquí a Opiniones Incorrectas.




miércoles, 8 de octubre de 2014

La centrífuga


He tardado en ser una madre de parque. Básicamente porque disfruto más de las delicias hogareñas (un buen libro, una peli…). Pero a medida que Peque crece me doy cuenta de que la casa se le queda pequeña y de que necesita quemar toda esa energía que derrocha por los cuatro costados. Ergo, he acabado sucumbiendo a los encantos de un trozo de césped (o, teniendo en cuenta que vivo en una ciudad, de un trozo de cemento).

Ser una madre de parque tiene ventajas obvias, pero también inconvenientes como los que Paula, la mamá de Baby Mike ha sabido ilustrar en su última entrada.

Sobre todo si no eres Miss Public Relations y no te apetece ponerte de cháchara con la primera madre que cubo en mano cruza por tu camino. No por nada, no soy una antisocial, y si alguien me habla, contesto, palabrita… pero digamos que en general prefiero ir a mi rollo. Aunque luego también sé apreciar esos encuentros casuales con personas que pululan por el mundo y que te brindan conversaciones inesperadas y de las que siempre aprendes algo. Pero bueno, que me desvío, volvamos al momento parque.

Además de madre de parque, soy masoca, en el sentido clásico de la palabra, porque hay que ser una sufridora nata para volver una y otra vez al lugar que os describiré.

Resulta que relativamente cerca de casa hay una pequeña área recreativa vallada con un carrusel y otros artefactos para el solaz infantil. He tenido que recurrir a San Google para encontrar la palabra que describe el instrumento de tortura que tanto le mola a Peque. Pues eso, se ve que se llama carrusel. Yo le llamo la centrífuga. Creo que os podéis hacer una idea de a qué me refiero. Por si acaso, lo podéis ver aquí.

Es un juego giratorio que consta de un palo central con un disco que ayuda a hacer rodar el cacharro y unas barras laterales donde los niños se agarran o sientan. Nada más verlo una ya intuye el peligro, sobre todo dependiendo de la fauna humana que lo utilice (y no me refiero sólo a los niños), pero como soy masoca, acabo regresando.

Solemos ir una tarde a la semana, cuando libro, y siempre me encuentro a las mismas madres, que salen de un cole cercano (que no es el de Peque). Ellas se conocen entre sí, y nosotros somos los forasteros del lugar -y anda que no se nota cuando entramos, que parece que tengan todas rayos X en los ojos-. Si hay algún sitio libre en el banco me quedo sentada en un rinconcito mientras Peque juega y yo me dedico a mirarlo, leer un ratito… lo que se tercie (y lo que el nivel de peligrosidad de sus juegos me permita).

Su primer objetivo es el carrusel. A mí al principio me daba mucho yuyu y me quedaba a su lado controlando el percal, pero viendo que los niños se autogestionaban más o menos bien dejé de supervisar de cerca las maniobras.

Hace unas semanas Peque, como siempre, se sentó mientras otros daban impulso (a él le mola sentir la velocidad en su jeta, que curren los demás). El chaval que se hizo con el mando era algo mayor que los que suelen estar ahí y le metió mucha caña al carrusel. Peque lo flipaba, estaba en el séptimo cielo lúdico-infantil. En una de esas bajó la cabeza para mirar no sé qué y como la fuerza centrífuga era tan intensa no pudo incorporarla de nuevo, pero se estaba riendo a carcajada limpia. Cuando aflojó el ritmo se levantó sin problemas y siguió jugando.

Unos minutos más tarde el grandullón reemprendió la marcha carruselística y Peque agachó la cabeza otra vez mientras yo le daba a la lectura. Una madre que tenía mi lado me advirtió: “Me parece que tu hijo se está mareando”. Yo le sonreí y le contesté que no pasaba nada, que era cosa de la velocidad, y seguí con mi libro. Noté que la madre me miraba escéptica, pero yo estaba convencida de lo que decía (entre otras cosas porque Peque no se marea nunca). Unos segundos después llegó hasta mí una voz agónica que murmuraba: “Para, para... qué me estoy mareandooo…”. Y sí, era Peque. Amarillo estaba. Salté del banco y lo cogí en brazos. No sólo había mutado de color… un sudor frío le recorría todo el cuerpo. Sin dar muchas explicaciones (vergüenza, le llaman), nos piramos rápidamente del lugar y por fortuna, dándole un poco el aire se le pasó el chungo.

La semana pasada reincidimos. Que no se diga. Esta vez en el carrusel sólo había una nena pequeña de unos dos añitos y me pareció un riesgo razonable. Los cojones.

Sus padres eran algo más jóvenes que yo. El chico sentó a la niña en la centrífuga y empezó a darle impulso. Al principio un poquito, luego algo más fuerte y después… me acoquiné. Pero a Peque se le veía disfrutar de lo lindo, y pensé que si los padres de la nena no advertían peligro alguno estando su propia hija de dos años ahí metida a lo mejor es que yo era un pelín exagerada. Después de esa primera ronda Peque se giró colocando las piernas hacia fuera. El padre impulsor volvió a poner en marcha el carrusel, bajé un momento la vista al móvil y en dos segundos, la hecatombe. Oí una madre gritar “¡¡¡¡Ese niño va a volar!!!!”, giré mi vista hacia Peque y ahí estaba él chillando, expelido hacia el exterior, con el cuerpo en horizontal y agarrado como una garrapata a la barra lateral. Corrí hacia él y me frené en seco, porque no tenía fuerza para parar el artilugio. Peque pasaba volando una y otra vez delante de mis narices chillando a grito pelao y yo no sabía como pillarlo… El padre impulsor, aterrorizado por los resultados de su desatino, enganchó a Peque al vuelo y salieron los dos despedidos hacia un lado. Peque cayó al suelo y el padre saltó por encima de él dando de bruces contra el pavimento. En ese momento mi churumbel se puso a berrear del susto, sin un solo rasguño en su haber y yo lo cogí en brazos para serenarlo. El padre infractor, de color rojo tomate, vino a pedirme perdón mientras yo, malamadre donde las haya, ahogaba a duras penas la carcajada que se me escapaba rememorando la escena recién acontecida de Peque volando ante las estupefactas miradas de un corrillo de mamis.

Igual os preguntáis si volveremos… Va a ser que sí.


PS: El viernes publicaré la lista de participantes del sorteo, ¡si queréis todavía podéis apuntaros!



lunes, 6 de octubre de 2014

Pequecosas de verano


Porque algunas conversaciones no pueden caer en el olvido…


En obras

Hay discursos filiales que una no sabe de qué recóndito recoveco de la mente de su hijo han surgido (ni que experiencias vitales le han llevado hasta ellos). Imagino que parte de la perorata maternal filosófico-existencial con la que a veces le doy el tostón a mi hijo le provocan un batiburrillo cerebral que le conduce a tener ideas peregrinas. Sólo así se puede entender que tras un bucólico paseo por el bosque, ya entrando en casa, y tras un pequeño tropezón, de repente me suelte:

-“Jo mami, ¡ves con cuidado! Yo soy delicado… que tengo el cuerpo en obras, hombre”.

Ni idea de qué parte de mis discursos ha tuneado para llegar a esta conclusión.



El mejor amigo del niño

Está claro que en casa siempre hemos alentado el amor por los animales (por todo tipo de animales, además, que lo mismo nos mola un juguetón Canis familiaris que un exótico Rhacodactylus) y tarde o temprano eso se tenía que traducir en la eterna petición filio-maternal: “Quiero un perro”. Bueno, en el caso de Peque quiere dos. Ganas no me faltan, desde luego, pero con nuestra logística actual el pobre animal se pasaría el día solo en casa, y no lo veo factible. Así se lo estaba intentando explicar a mi niño cuando me argumentó:

-“No pasa nada mami, porque el perro 1 hará compañía al perro 2”.

Claro, claro…


Iluminada

En un arrebato de amor de esos que te salen de las entrañas (y, todo hay que decirlo, corroída por el arrepentimiento después de una tarde harto difícil en la que no me salía el lado zen por ninguna parte), apretujé a Peque entre mis brazos y le dije: “¡Es que eres la luz de mi vida!”. Él me miró con suficiencia y me largó:

-“Mamá, que no soy una linterna”.



En el museo

Una tarde ociosa de finales de verano prometí a Peque que después de comer iríamos a la piscina. Tras deglutir la comida a un ritmo frenético (nota mental: no hay que anunciar un plan molón a tu prole hasta que estés en la puerta con la chaqueta puesta o sufrirás sus prisas corregidas y aumentadas de forma directamente proporcional al tiempo que falte para el evento) por fin llegó la hora de irnos. Cual sería nuestra decepción (y la megarabieta asociada) al descubrir que el gimnasio estaba cerrado. Tocó improvisar, y la verdad es que nos salió de lujo. Cogimos el tranvía, paseamos hasta el Museo de la Ciencia (AKA Cosmocaixa), nos deleitamos observando el submarino que hay enfrente y descubrimos extasiados que la entrada al Museo era gratuita ese día por ser su aniversario y que además nos invitaban a espectáculo y chocolatada. Dicho y hecho, nos adentramos en el museo. La bienvenida nos la dio el cráneo de un Triceratops impresionante. Animé a Peque a que se pusiese a su lado para poder hacerle fotos y verlo bien cerquita. Yo estaba alucinada, Peque iba más a su bola. Le di la mano para seguir el recorrido y buscar más animales y me dijo:

-“Vale mami, pero ahora no quiero ver bichos muertos, los quiero vivos, ¿vale? Bichos VI-VOS”.

Se ve que mi entusiasmo por los fósiles no le llegó…



Tenemos invitados

Este año Peque ha hecho amiguitos nuevos en el cole. Una noche, durante la ducha antes de la cena me dijo:
-“Mami, mañana vienen a cenar y dormir mi amiga A y mi amigo P”.

Yo le dije que eso sería si se lo preguntaban a sus padres y luego hablaban con nosotros, y él me explicó con seguridad:

-“Sí, ya está, tú no te preocupes, que ya han hablado con sus padres, y mañana vienen, ¿vale?”.
¿Dónde ha quedado el pedir permiso a la autoridad competente, osease, sus padres?



Motorroto

He aquí una forma clara de ejemplificar la poca paciencia de Peque.

Estábamos cenando tranquilamente, y de pronto Peque nos preguntó: “¿Verdad que los motorrotos rompen los ladrillos?”.

Mr. X y servidora nos miramos interrogantes y empezamos a hacer preguntas a Peque para saber a qué se refería…

Yo: “¿Te refieres a un martillo de los que se usan en las obras para perforar el suelo?”.

Peque (suspirando ante nuestra incompetencia): “Noooo, mami, un motorroto, lo que va por debajo de la tierra…”.

Yo: “¿Quieres decir un tren, el metro?”.

Peque (yugulares ingurgitadas, paciencia zero level): “¡No, mami!¡Los motorrotos no van por las vías! ¡Van por la tierra, se mueven sin vías!”.

Mr. X y yo preguntamos mil cosas más, desorientados a más no poder… ¿taladradora?, ¿tranvía?, ¿motosierra?... ¿¿¿quéééé, por Diossss???, ¿¿¿qué coño es un motorroto???... Peque exasperado se daba golpes en la cabeza, estaba a punto estaba de tirarse al suelo cuando... ¡clinc!, Mr. X tuvo una revelación…

-“¡Ahhhhhh! ¡Tú quieres decir un terremoto!”.

Y, voilà, el niño-ogro se metaformoseó de terrible Hulk en querubín risueño murmurando… “Síííí, terremoto, jejejeje…”

La madre que lo parió… (sí, sí, ya lo sé, servidora…)



PS: ¡Os recuerdo que tenéis hasta este miércoles para apuntaros en el sorteo del libro! 





miércoles, 1 de octubre de 2014

¡Sorpresa!


A principios de año, en medio del jaleo de la boda, una buena sequía creativa y otros temas adyacentes, decidí que este blog estaba llegando a su fin, y que después del bodorrio lo finiquitaría. No era la primera vez que lo pensaba, pero sí la primera que lo hacía con cierta determinación. Y me di cuenta de que me daba mucha pena no tener todas las entradas escritas guardadas en un formato "molón".

Hace ya unos años, mi amiga E me explicó que una prima suya se había autoeditado. A mí, que siempre me ha gustado escribir, me parecía una idea maravillosa, pero no tenía nada "editable".

Mientras me planteaba como guardar todo el material del blog, me vino a la cabeza la anécdota de mi amiga y me puse a investigar. Y di con Lulu.

A partir de ahí me tocó currar un poquito. Como ya sabéis soy ordenada. Muy ordenada. Cuando escribo una entrada lo hago en un documento Word. Primero la vomito, luego la pulo y más tarde la releo tres o cuatro veces para corregir los errores. Una vez publicada la guardo en mi disco duro y al cabo de unos días, cuando la gente ha comentado, guardo otra copia en PDF para tener todos esos comentarios de recuerdo. Cuando decidí llevar a cabo mi proyecto Lulu vi que necesitaba modificar el formato, así que cada día dediqué un ratito a ordenar las entradas en un nuevo documento, numerarlas para saber cuantas páginas llevaba y corregirlas otra vez (y aún hoy salen fallitos, es lo que tiene no ser una pofesioná).

Al fin, en julio, lo tuve acabado, y un domingo lo edité todo y lo envié a Lulu. Ese día estaba con la hija mayor de Mr. X en el despacho. Ella no sabía de la existencia del blog, pero me apeteció explicárselo y juntas encargamos mi proyectito (y debo decir que es algo que ha añadido un plus de complicidad a nuestra relación). Nos decidimos por tres ejemplares, y tres días más tarde (porque no podía esperar más y solicité un envío exprés) llamó un repartidor a mi puerta. Aluciné con la rapidez y la eficiencia de la empresa. Y cuando tuve en las manos mi libro... ¡qué emoción! (si ya te lo publica una editorial de verdad tiene que ser la leche en patinete). Un ejemplar fue para Mr. X, el otro para su hija mayor (que encima lo devoró en dos semanas ¡y le gustó!) y el otro...

... el otro es para vosotr@s. Es mi regalo de cumpleblog. No encontraréis nada que no haya publicado antes, y os he de confesar que la edición tiene sus defectos (como por ejemplo que la letra ha salido muy chiquitaja y las hojas no están numeradas, no caí en que debía numerarlas una por una yo misma), pero está hecho con muchísimo cariño, y estoy orgullosa de mi "obra".

Así pues, dejo un plazo de una semana (hasta el 8 de octubre) para que todo aquel que lo quiera se apunte en esta entrada con un comentario. No hace falta ningún requisito, sólo quererlo. :)

Intentaré publicar la lista de participantes el 10 de octubre y ese fin de semana haré el sorteo para anunciar el ganador o ganadora durante la semana siguiente (perdonadme si soy un poco laxa con los plazos, pero prefiero no comprometerme a un día exacto y luego fallar por alguna cosa).

Et voilà!

                                 

                                      (Tochaco de 500 páginas, avisados quedáis…)


PS: A pesar de mi intención de cerrar el blog, me he rajao. Si es que soy una bocas...
PPS: De momento el libro no está a la venta, no lo concebí para eso, pero si al final me decido os lo haré saber ;)