martes, 22 de diciembre de 2015

Navidad again


Las Navidades se han ido acercando y las he visto venir sin demasiadas expectativas. En ningún sentido. Suelen ser fechas amargas para los que echamos en falta a los que no están, pero ellos me dejaron tan buenos recuerdos de estas celebraciones que no me sentía muy identificada con ese pesar. Ahora que las tengo encima escuece algo más, la verdad. Por eso, imagino, no me sale un post decente, porque todo tiene un poso de nostalgia demasiado grande. Y a mí lo que me apetece es un poco de cachondeo para solazar el alma, qué le vamos a hacer. Así pues, unamos las inconexas ideas que navegan por mi mente en esta extraña entrada navideña.

Ayer Peque se olvidó de mirar su calendario de Adviento. Creo que este año no he conseguido motivarlo tanto como el pasado, claro que está más ocupado tratando de averiguar cómo carajo se lo monta un tronco con ojos pintados y barretina para comer golosinas, digerirlas, y transformarlas en heces que son regalos. No le culpo.

Una de las actividades que nos ha proporcionado el calendario ha sido ir al cine. Con las pelis infantiles no suelo interesarme por el argumento, el factor sorpresa le da un puntillo emocionante al tema. No teníamos mucho donde escoger, así que Peque, yo, y las japutas de mis hormonas en pleno reglazo nos metimos a ver El viaje de Arlo con dos bolsas de palomitas. Acabé sonándome con la bufanda porque las mangas de mi camiseta no absorbían más mocos y/o lagrimones. A pesar de haber leído varias críticas negativas, a nosotros nos encantó (ni que sea sólo por el tremendo efecto terapéutico de la llantina, para mí valió la pena verla).

Por otra parte, en mi caso Papá Noel se ha adelantado y ha puesto el yoga en mi vida. De momento seremos amantes durante ocho semanas. Más adelante, la logística y la economía decidirán si lo nuestro ha sido un romance pasajero o si va en serio. Por ahora estoy en fase de enamoramiento. Aunque, debo decir, que por mucho que me meta en el papel, me sienta yogui hasta la médula, haga el gato-vaca y diga namasté, cuando mi profe (genial, por cierto) hace sonar las campanillas, tengo que luchar contra mi yo canalla para impedir que la risita floja que me nace en las entrañas no se convierta en un descojone sideral por la esterilla.

En fin, la Navidad. Si cierro los ojos puedo ver a mi padre bajándome el árbol del altillo para que lo monte, a mamá buscando su disco de villancicos franceses, a mi abuela preparando el caldo y a mis tíos haciendo el ganso. Puedo recordar el sabor del asado alemán, las kartoffelknödel y las tradicionales galletas. Puedo evocar las risas, la emoción, los abrazos y el amor.

Ahora me toca a mí forjar esos recuerdos para que Peque los atesore. De momento ha aprendido un villancico “alternativo” que me enseñó mi abuela:

“Ande, ande, ande, la Marimorena, ande, ande, ande que es la Nochebuena:
En el portal de Belén hay un viejo haciendo botas, se le escapó la cuchilla y se cortó las pelotas”.

A voz en grito, en el bus y a hora punta. La próxima vez a ver si le enseño algo que no me deje en ridículo.

Por si no vengo por aquí en unos cuantos días, que paséis unos días maravillosos en la mejor compañía posible. Comed, reíd y celebrad. Como tiene que ser.

Ah, se me olvidaba. Fueron varias las peticiones, así que espero que mi regalo os haga ilusión. Ojalá pudiese enviar un paquetito a cada uno de vosotros, pero no me da la producción para tanto, así que sortearé entre todos los que dejéis un comentario y seáis de los habituales de estos lares, un pequeño lote de mis -nuestras- galletas de Navidad. Os dejo hasta fin de año para apuntaros.


¡Feliz Navidad!