lunes, 16 de junio de 2014

Chácharas


Conversaciones bajo la ducha:

Yo: "¿Sabes que me encantan tus ojos?".

Peque (con sonrisa zalamera): "¿Ah siiii?".

Yo: "Pues sí... ¿A ti te gustan los míos?".

Peque: "No, porque no son como los míos (N de la A: Peque los tiene entre azules y marrón clarito, efecto gris arrebatador); los tuyos son todo negro".


Moraleja: ¿Pa qué coño preguntas?



En otra conversación acuática (parece que el agua nos da verborrea), disertando sobre la vejez:

Yo: "Así, cuando yo sea mayor, ¿me cuidarás?".

Peque (con gesto de hastío): "Pero mamá, si tú ya eres mayor, ¿no lo ves que no vas a crecer más?".


Moraleja: Pronto empieza el chaval a vacilarme.



Mientras lo cojo como puedo para subirlo al coche:

Peque: "¡Ay, mami! ¡Que me haces daño en los testículos!"

Yo para mis adentros y con orgullo: Qué fisno se queja mi niño...

Peque (amonestándome al tiempo que lo ato a su sillita): "Jo, me has hecho daño en el huevito que hay en el testículo".



Moraleja: Toca repaso de la lección de anatomía, con lo bien que íbamos...




jueves, 12 de junio de 2014

Una de parques


Ayer Peque y yo estábamos de subidón, y como unos Magallanes de los parques urbanos decidimos explorar un territorio ignoto. Nos había llegado el chivatazo (vía abuela) de que cerca del cole de mi churumbel inauguraban una nueva área de recreo, y a pesar del solano de las cuatro y pico de la tarde, nos encaminamos jubilosos a nuestra misión. A medida que nos acercábamos intuí el primer escollo de nuestra travesía. Allí no había sombra ni de un miserable arbusto. Bueno, la había en un rinconcito, pero cuatro madres más rápidas que nosotros estaban de palique monopolizando el oasis de penumbra...

Abrimos la cancela del recinto y nada más meter un pie dentro se me coló kilo y pico de arena en la sandalia. Y no hay sensación que odie más. Arenisca abrasadora lastimando mis pobres piececitos. Emulando a Rocky Balboa y su "no hay dolor" busqué una zona donde aposentar mi trasero mientras Peque saltaba como una pulga de un rincón a otro. Por el camino nos tropezamos con un instrumento de tortura cuya visión me heló la sangre al recordar aquella otra aventura materno-filial que acabó con hostiazo por parte de la menda, pero por suerte no nos entretuvimos mucho allí.

Yo iba libro en mano ("La trilogía de Nueva York", de Paul Auster -¿cómo he llegado a los treinta y siete sin leer nada de este hombre...?-), pero pronto me di cuenta de que no tendría oportunidad ni de abrirlo. Como si estuviésemos en una rave en la que se repartiesen consumiciones gratis, aquello se llenó en cinco minutos hasta los topes. Enjambre de progenitores e hijos atraídos por flamantes instalaciones a estrenar.

Peque iba dando tumbos de la torre al tobogán y de ahí a la pala del arenero, intentando que alguno de los niños que acaparaban la codiciada herramienta la soltasen por un segundo. Yo trataba de seguir su silueta entre los tropecientos seres humanos que lo rodeaban.

A todo eso, un bebote de no más de catorce meses (me he venido arriba con eso de calcular tiernas edades) empezó a rondarme. El tío se acercó a mi banco y solito se subió. Yo buscaba con la mirada a su madre, pero nada, fracaso absoluto. El niño era un peligro. Arriba, abajo, ahora me descalabro por aquí, ahora me rompo la crisma por allá... Bueno, como son de goma no se hacía nada, pero yo estaba acojonada perdida. Una abuela sentada en la vecindad me miraba con mala cara, como si el niño que le reptaba por el bolso fuese cosa mía. Aburrido de nuestra poca voluntad de juego se fue al tobogán y a punto estuvo de que una niña de cinco años se lo llevase por delante. Entonces, una de las cotorro-madres de la anhelada zona fresca del parque se levantó para recoger a su niño. Yo lo flipo, francamente. O quizás soy muy agonías, que también puede ser, pero cuando Peque tenía esa edad me pasaba el día pululando a su alrededor para evitar desgracias.

El caso es que mi hijo, y no el postizo que me había ocupado los últimos diez minutos, vino a buscar mi ayuda para conseguir la pala. Yo le animé a presentarse a los críos que copaban los recursos areneros y pedirles si podía jugar con ellos. Y, oh milagro, me hizo caso. Olé él, yo a su edad, con mi timidez cuasi patológica, no me habría lanzado ni harta de Nesquick.

De todas formas no funcionó y tuve que intervenir, pero eran niños majetes y al final se la dejaron. Lo malo es que con tanta afluencia de público enseguida surgieron competidores. Peque me miraba por rencor por no haber traído su propio cubo y supe que era el momento de ahuecar el ala.

Justo al lado del recinto han colocado unas estructuras para niños más mayores. Son de cemento y con tableros en medio para poder jugar al ajedrez. Los críos las usan como naves-barcos-similares, pero tienen unas aristas que más tarde se revelaron peligrosísimas.

Peque se subió a una entusiasmado. Allí había tres chicos más y los muy bribones lo echaron. Lo animé a que jugase con ellos, pero volvieron a quitárselo de encima y lo empujaron. Y ahí, sí, señores y señoras, me sale la madre tigre me-cago-en-los-piojos-como-tú-que-empujan-a-mi-hijo. Me acerqué y con voz bajita y mirada láser les expliqué que el parque era para todos (gracias mamá por haberme enseñado la mirada láser, no veas lo que mola).

Peque estuvo un rato revoloteando hasta que un chaval se dio un golpe en el ojo. La verdad es que daba apuro verle. Yo no sabía si acercarme o no. Por un lado me sale la vena "sanitaria", pero por otra yo curo bichos, no personas, y alguien se pueda tomar a mal que pretenda ir de doctorcilla cuando su niño tiene una brecha en el ojo. Como vi que todas las amigas de la madre del afectado lo tenían controlado opté por mantenerme al margen. Le auguro un futuro tirando a breve a las dichosas estructuras.


Así pues, parque inaugurado. Casi que nos quedamos con los clásicos.




miércoles, 11 de junio de 2014

3.0


Podía decirse que tengo tres tipos de vidas. La 1.0 es la de currar, ir a comprar el pan, hablar con la gente en directo, hacer cosquillas y dar besos. La 2.0 de sobras sabemos que la conforman nuestras redes sociales y relaciones virtuales. La 3.0 para mí es la que se comprende entre que cierro los ojos por la noche y los abro a regañadientes cuando suena el despertador al día siguiente.

Y la 3.0 me está jodiendo a base de bien.

En el fondo tanto lío para hablar de mi estrés pre-boda. O no estrés. Porque en la vida 1.0 lo llevo divinamente, a pesar de que las semanas pasan volando y las decisiones brillan por su ausencia. La hija mediana de Mr. X me decía el otro día que se me veía muy tranquila, y yo asentí campechanamente, porque así es, o eso creía (me explico como un libro cerrado, soy consciente).

Pongamos un tema tipo para ilustrar mi situación actual. Los platos. ¿De dónde sacamos los platos? En principio hay dos opciones básicas, lo hablo con Mr. X y nos decantamos por una, pero luego hablo con mi suegra y se le ocurre una tercera opción, que a Mr. X no le parece mal, pero entre que se lo digo, no se lo digo, blablabla, la cosa sigue en el aire (nótese que he resumido un proceso que ha llevado como dos semanas y multiplíquese ahora por mesas, sillas, vasos y cubiertos).

Yo no soy mucho de pesadillas (si obviamos las recurrentes en que me falta un examen para acabar la carrera, ergo estoy ejerciendo ilegalmente). Pero cuando algo comienza a alterarme, los sueños son los primeros en dar la señal de alarma. En mi sueño de hoy yo estaba con los invitados, en una especie de pre-party dándolo todo y bailando coreografías contemporáneas de mi amiga V (es bailarina). Con el vestido de novia puesto. Me miraba en un espejo y descubría que estaba todo arrugado. Algo no muy grave si tenemos en cuenta que el traje era un híbrido entre los modelitos de Abba y los de Madonna, con una coulotte bordada en oro hortera a más no poder. Además apestaba a sudor y tenía el pelo recogido en un moño descompuesto por los meneos. Acto seguido alguien me informaba de que la ceremonia iba a empezar. Me desesperaba buscando al maquillador y nadie me hacía caso. Llegaba a mi propia boda echa una loca histérica tirándome de los pelos. Bien por mí.

De estos ya llevo unos cuantos, con todas las variantes habidas y por haber (el vestido no está listo, la comida se pudre el día antes de la boda, llega un tifón...).


Pero oye, en la 1.0 yo lo llevo divinamente.




miércoles, 4 de junio de 2014

Cuatro


Las madres nos ponemos muy ñoñas con los cumpleaños de nuestra prole. Es inevitable, a una le viene a la mente una marabunta de recuerdos, aunque se trate del primer cumpleaños del prota de la historia.

Ayer me paseaba por el campo de minas en el que se ha convertido mi morada. Coches, pizarras, accesorios de la cocinita, cuentos, una linterna... Por mucho que la menda sea forofa del orden supremo del hogar, la tendencia al caos es marca de la casa. Miraba todas esas cosas y las traducía en recuerdos, experiencias, momentos compartidos, rabietas, sustos, abrazos... Así el desorden pesa menos y la sensiblería se eleva a la enésima potencia.

Peque no es el hijo que imaginé mientras acariciaba la redondez de mi panza. Dibujé en mi pensamiento un crío tranquilo, gafotas quizás, moderado, imaginativo, educado, tímido... Una versión XY de mí misma. Y lo hice sin apenas darme cuenta.

Peque, en cambio, es explosivo, divertido, demandante, con "mucho carácter" (nótese el eufemismo), cariñoso, luchador, extrovertido (aunque a veces necesite cierto margen de tiempo para sentirse a gusto en un ambiente nuevo), creativo. Le gusta el negro y el rosa. Quiere ser cocinero. Nos ha pedido una excavadora por su cumpleaños. Me saca de quicio unas cuantas veces al día, pero lo compensa con infinitos besos y abrazos "de amor". Me obliga a hacer equilibrios entre la exasperación y la carcajada, y me acuesto tan agotada como satisfecha de cada día que paso a su lado.

No, Peque no es el hijo que había imaginado, porque Peque es simplemente mejor que cualquier fantasía. Es real, es él mismo a pesar de mis expectativas, y hace que a diario deba reinventarme para ser la madre que merece. Los días con Peque son de todos los colores del arco iris y huelen a barro, hierba mojada, chocolate y jabón de ducha. Nunca la vida fue tan intensa. Y nunca tan feliz.

Hala, no quería post ñoño, toma post ñoño.


¡Feliz cumpleaños, amor mío!