jueves, 24 de abril de 2014

Sincronización


Hace unos días leía este post de Suu, de Construyendo una familia, en el que hablaba de la perfecta sincronización que existe entre su hija y ella durante los despertares nocturnos. Me gustó mucho recordar aquellos momentos en los que durante la noche, activada por un resorte mágico e intangible, me despertaba apenas unos minutos antes de que Peque se desperezase para reclamar su ración de teta.

Hoy lo que me despierta en el palpable e hipertangible porrazo de su pie en todo el rostro. Lo digo así, sin anestesia, porque para qué dulcificar lo que es una manera del todo chocante de despertarse por la noche. Asumo con deportividad que eso no me pasaría si no colechásemos, pero qué le vamos a hacer, en casa nos va la marcha y una se ha vuelto una yonqui de los ronquidos de su churumbel.

La noche siempre empieza bien, él en su camita en sidecar, yo contándole un cuento... él en su cacho, yo en el mío... unos cariñitos por aquí, ya comienzo a bizquear por allá... y listos, me quedo frita antes que el susodicho. Lo próximo que llega a mi ser es una la patada supersónica a lo Jean Claude Van Damme aterrizando en todo mi cabolo. La verdad es que la cosa empezaba a mosquearme, pero la naturaleza es sabia, y han vuelto las sincronizaciones. Durante unas cuantas noches me he despertado sin motivo aparente para observar (o medio observar, que a esas horas las legañas hacen de Super Glue en mis ojos...) como Peque empieza su personal baile de San Vito horizontal, a veces a cámara lenta mientras trata de liberar sus piernas de la colcha, a veces como una anguila en un cubo de pesca, para producirse a continuación el impacto. Gracias a ese breve despertar intercepto el proyectil humano con un movimiento a lo Karate Kid y con el mismo gesto devuelvo a Peque a su posición original.

Lo mejor es que por no sé qué tipo de extraña mutación de los acontecimientos, las últimas noches parece que envíe a mi niño a la cama con un Pacharán entre pecho y espalda, porque lo que acontece de madrugada es un episodio de exaltación de la amistad en toda regla. Bueno, más bien exaltación del vínculo materno-filial. Peque abre de pronto los ojos (recordemos que yo los tengo abiertos -legañosos, pero abiertos- gracias a la sincronización) y en vez de darme un guantazo grita exaltado y totalmente despierto: "¡¡¡¡Mamiiii, guapaaaa!!!!" o en su defecto: "¡¡¡¡Mamiiii, te quieroooo!!!!" y se lanza a abrazarme y darme un beso para quedar soponciado al minuto siguiente.


Ahora mi duda es qué tocará esta noche...¿truco o trato?




miércoles, 23 de abril de 2014

Libros


Me he metido en el Slow Blogging de lleno (que viene a ser escribir cuando buenamente se puede y sobre todo, se quiere). Y es que abril es un mes lleno de celebrations -como diría Rosa de España- en el que la vida 1.0 manda y manda mucho.

Hoy puedo por fin pasearme por mi casita virtual, que ganas le tenía. Nada menos que el día de Sant Jordi. Con los aguaceros recientes me daba miedo que no luciese el sol, pero por suerte el día ha amanecido de lo más resplandeciente, así que si todo va bien esta tarde me daré un garbeo por la paraditas de libros con Peque para salivar un rato (digo salivar porque no tengo apenas espacio para seguir adquiriendo libros en papel y últimamente todas mis lecturas son vía Ebook).

Aunque tenía en mente otro post, haber empezado hablando de libros me empuja a seguir en la misma línea y hacer un poco de desahogo terapéutico. Resulta que entre otros menesteres, esta Semana Santa me he dedicado a repasar toda la biblioteca de mis padres y seleccionar los libros que quería para mí. ¿Por qué? Porque entre mi padre y yo hemos decidido buscar un hogar a todos los ejemplares que tenemos, que no son pocos (más o menos once cajas de mudanzas llenas hasta los topes). Ha sido una labor agridulce. Agria porque para mi madre cada uno de sus libros era un pequeño tesoro y siempre me decía que los tenía que guardar (lo malo es que sencillamente en mi casa no caben, y creo que hemos optado por la mejor opción, pero no puedo evitar sentir un atisbo de traición). Dulce porque con cada libro evocaba imágenes de mi infancia, en las que mi madre devoraba ávida cada volumen. Además, entre las hojas de muchos de ellos he encontrado notas que yo le escribía, recortes de periódico, tarjetas antiguas de transporte que usaba como marcapáginas...Un universo de recuerdos.

Había contactado con una asociación que se comprometía a recogerlos en casa de mi padre, pero finalmente la persona de contacto se desdijo en el último momento con todo tipo de excusas patateras que me llevaron a un cabreo supino (aunque la tipa ni se enteró porque hice gala de una paciencia y educación que ella sin duda no sabe ni que existen). No veáis lo complicado que es que alguien acepte una donación de este calibre. Como mis amigos vinieron a casa a celebrar mi cumple (sí, soy un año más viejuna) aproveché y les ofrecí que echaran un vistazo a ver si algo los tentaba. Mi amiga E se quedó dos colecciones de libros sobre pintura, A se hizo con una súper compilación de Agatha Christie y T arrambló con unos veinte libros de Vázquez Figueroa. Si os preguntáis por lo que queda...¡de todo! Libros en castellano, catalán, francés y alemán. Muchos nuevos, algunos con más solera. De autores contemporáneos (la mayoría) y algunos clásicos. Tropecientas novelas y también libros de arte, cocina, jardinería...Una pasada. Vamos, que si me tocase la lotería y tuviese dónde guardarlos cómo merecen no me alejaría de ni uno solo, pero es lo que hay. Iré buscando otras opciones respetuosas para el legado en papel de mi madre.

Contradicciones de la vida misma, mientras busco casa para los libros que tengo, como regalo de cumpleaños y aprovechando también el día de hoy, he hecho una listilla de futuribles para que mis amigos/amado Mr. X puedan regalarme placer vía libro electrónico. A saber (entre otros): "Lo raro es vivir" de Carmen Martín Gaite (sugerencia de Paula de La vida con M), "Seda" de Alessandro Baricco (motivada por Y entonces llegó el caos), "La ridícula idea de no volver a verte" de Rosa Montero, "Ácido fólico" de Lidia Herbada, "Mi hermana vive sobre la repisa de la chimenea" de Annabel Pitcher, "En defensa de las vacunas" de Carlos González y "Los confines" de Andrés Trapiello. En realidad hay alguno más (por pedir...), pero si leo todo esto en las próximas semanas me doy por satisfecha.

Que paséis un estupendo día de Sant Jordi.



jueves, 10 de abril de 2014

Esto no está hecho para impacientes


Suelo presumir de paciencia entre abundante y superlativa, pero me he dado cuenta de que ya puedo ir redefiniéndome.

Ayer tocaba prueba del vestido. Me levanté de buen humor y con muchas ganas de ver el resultado, que con el tiempo que ha pasado desde que me lo probé ya casi no me acuerdo de cómo era...(miento como una bellaca, me lo sé de memoria).

Por la mañana recordé coger mi súper sujetador nuevo, comprado ex profeso para conjuntar debidamente la ropa interior de una novia glamurosa. Que por cierto, ya ha pasado por la lavadora, no porque fuera mi intención sino porque la hija de Mr. X quería echarle un vistazo y se olvidó de lavarse los pegotes de mantequilla que llevaba en las manos antes de hacerlo (no comments). Ahora mismo la niña tiene una orden de alejamiento de dos metros de mi armario.

Pregunta filosófica básica: ¿me llevo a Peque a la prueba o le busco un plan B? Como en realidad a mí me va el riesgo, decidí llevármelo.

La hora convenida eran las seis de la tarde, y salimos con tiempo mi suegra, Peque y yo de camino a la tienda. Ya durante el trayecto la cosa prometía. Peque, que suele disfrutar de los paseos vespertinos, andaba como un gremlin (de los chungos, por supuesto) exigiéndome ir a casa o en su defecto al parque más cercano. Yo repetía mi mantra "voy a ver el vestido-voy a ver el vestido-voy a ver el vestido" para no desfallecer en mi gesta y tratar de consolar-motivar a mi churumbel para disfrutar de la experiencia. Podría haberlo sobornado con la promesa de algún juguetito, pero hemos abusado de esa treta recientemente y ya se sabe que al final el chantaje continuo pasa factura y no en mi favor precisamente.

Cuando llegamos a nuestro destino casi se me cae la mandíbula al suelo rollo dibujos animados al ver la cola de gente que esperaba. Y eso que teníamos hora. ¿Pa qué? Pa cagarla, como se suele decir. Porque es cagarla, y mucho, tener a un niño de casi cuatro años con mono de parque en un sitio en el que todos hablan bajito, se mueven con delicadeza y hay montones de vestidos caros que no se pueden tocar. Eso sin hablar de mi suegra, que la pobre está convaleciente de una pequeña cirugía y lo que menos le convenía era pasarse media hora de pie. Empecé a hiperventilar, a sudar como una cerda (nota de la veterinaria: los cerdos no sudan, tenía que decirlo) y evocar mi mantra para relajarme. Peque me miraba con rencor absoluto como sólo un yonqui de los parques en pleno síndrome de abstinencia podría hacerlo, y por suerte lo tenté con un trozo de bocata y picó. Eso sí, yo andaba detrás suyo como Hansel y Gretel recogiendo todas las miguitas que dispersaba. Qué duro es el oficio de madre. Mi suegra aguantando el tipo, la de la tienda disculpándose por el retraso, yo a lo mío entre el mantra y las migas de pan. He de decir que buena parte del retraso se debió -no me cabe duda- a las exigentes clientas que nos precedían. Que si ahora un fular, que si ahora este color combina mejor con este o con el otro (uy no, ese azul no que es el de las damas de honor...). En comparación me doy cuenta que soy de decisión fácil...qué agotamiento. Eso sí, llevaban en brazos un bebote de no más de tres meses que era una ricura. Y eso que dejaba una estela de olor a mierda que tiraba para atrás (hasta que las mujeres se coscaron).

Pero yo iba a ver mi vestido, no hay dolor.

Por fin, tres cuartos de hora después, con la madre de Mr. X sin saber ya cómo sentarse, Peque haciendo el mico de una columna a otra, y yo con un tufillo axilar sospechoso, fuimos convocadas al vestidor.

La modista me hizo pasar al probador y me dijo: "Ahora mismo te traigo el forro, que hoy sólo hacemos prueba de esa parte". Y mientras se iba yo pensaba..."¿el forro?, ¿el forro?, ¿todo esto por el forro?, ¿por un puto forro?...". La parte en la que blasfemaba (más, quiero decir), si eso, me la salto.

Pero bueno, en honor a la verdad debo decir que era un forro maravilloso.

Eso sí, me quedan tres pruebas. Tres. Y la próxima dentro de un mes y medio. A este paso la paciencia no me llega al día de la boda. He dicho.









jueves, 3 de abril de 2014

Llueve


Me levanto. Es una mañana con muy poca luz (pero eso ya lo sabía yo, que para eso hago más caso al pronóstico meteorológico de mi móvil que al tío del tiempo). Ayer recogí la ropa tendida y menos mal, porque al salir al patio veo todo el suelo marrón. Ha llovido barro. Genial. Pero bueno, la ropa está salvada, así que pongamos una sonrisa al día.

Salimos de casa entre lloros porque Peque se quiere llevar un cuento al cole, pero yo voy cargada con paraguas, magdalenas (caseras y exquisitas), la bata del cole y mi bolso. Si pretendo llevar de la mano a Peque no doy para más. Rabieta al canto, pero por suerte, esconderme tras la columna del vestíbulo activa la neurona del juego de mi niño en cerocoma y salimos de casa de buen humor. Además, ahora no llueve.

Peque alucina con el color pardo del suelo. No es habitual ver así la ciudad. Me pregunto de qué sitios remotos vendrán las partículas de fango que arrastra la lluvia (leí una vez que habitualmente vienen del Sáhara). Mi mente empieza a vagar por desiertos infinitos y calores abrasadores. Pienso en Tuareg.

Un tirón del brazo me devuelve al presente y a mi churumbel, que está orgulloso de haberme avisado de que el autobús al que por inercia estaba a punto de subir no es el nuestro. Cien puntos para él.

Nos bajamos y me encuentro con mi amiga T. Coincidimos algunas veces en parte del trayecto y me alegro mucho de verla. Cómo molan las casualidades y las sorpresas matutinas.

Un tío capullo se salta un semáforo en verde para los peatones y le suelto un berrido, pero entre risas, porque no tengo ganas de estar de mal humor y porque me huelo que el tipo no ha empezado el día con buen pie. Esperemos por el bien de los conciudadanos que se relaje un poco...

Dejo a Peque en el cole y voy caminado hasta el trabajo. Chispea algo de lluvia, pero me da pereza infinita abrir el paraguas. Veo mi reflejo en un escaparate y me doy cuenta de que conservo la sonrisa que lucía al salir de casa. Raro para un día de lluvia, pero por lo menos hay dos razones para que el agua no me moleste. Primero, es poca cosa, unos toques leves aquí y allá que más bien acarician partes de mi cuerpo y las hacen sentir vivas. Segundo, porque la luz del día es mágica y evocadora, de un cobrizo algo irreal, como en una película antigua. Tercero, porque la temperatura es absolutamente perfecta. Por una vez desde que empezó la primavera llevo la cantidad exacta de ropa para no sentir ni frío ni calor. Cuarto, porque sé por el chivato del móvil que el fin de semana va a hacer un sol espectacular, y saber que este intermedio acuático será breve lo hace mucho más interesante. Al final eran más de dos razones.

Abro la puerta del trabajo. Y sigo sonriendo.