viernes, 14 de octubre de 2011

Y después del parto...

...viene el posparto. Y en mi caso fue algo durillo.

El día que parí me sentía exultante de felicidad, pero también bastante cansada (y por lo que me decían, estaba paliducha). A medida que pasaban las horas comencé a notar ganas de hacer pipí, pero como me habían puesto la epidural no tenía permiso para levantarme hasta las seis y media de la tarde. Me ofrecieron la opción de usar la cuña, y les dije que no sería capaz de orinar ahí, que me dejasen ponerme de pie, pero no había tu tía. Lo intentamos con la cuña, pero fui incapaz (es un invento del demonio, ya lo había probado en mis otras operaciones de rodilla y jamás he sido capaz de echar gota en ese cacharro). Así que nada, a esperar a la hora convenida. Cuando por fin me dieron permiso vinieron tres enfermeras muy amables para ayudarme a incorporarme (yo pensé: "¿Tantas? Jolín, que tampoco es pa tanto..."). Y menos mal que me cogieron, porque al dar cuatro pasos y dirigirme al váter (en el que por cierto también me habían colocado la dichosa cuña ahí, pesaítas...), me fui al suelo. El primer desmayo de mi vida. Totalmente surrealista, porque mientras perdí el sentido, delante mío comenzaron a desfilar unos músicos de jazz en la calle...(¿?, una amiga me dijo que a ella le había pasado algo similar al desmayarse en una ocasión, también vio músicos, qué cosa...). De pronto recuperé la consciencia, me noté empapada en un sudor frío y me vi a las tres enfermeras delante mío dándome aire y diciendo: "Ya está, ya recupera el color, ya está guapa...". Y pum , fundido a negro de nuevo. Segundo desmayo de mi vida. Total, que de mear nada. Directa a la cama otra vez. Pero claro, tenía la vejiga a punto de explotar, así que decidieron sondarme.

Yo recordaba el sondaje en el paritorio, y que no me había molestado nada (ofuscación mental del momento, no caí en que en el paritorio llevaba la epidural) y no pensé ni por un momento en que fuese doloroso. Pues sí, duele. No una barbaridad, pero duele. Pero bueno, al fin vacié la vejiga. Un rato más tarde volví a tener ganas de ir al lavabo y una enfermera vino a ayudarme. Me puse en pie sin mareos y aunque en el váter el pipí no se decidía a salir, para evitar otro sondaje traté por todos los medios de concentrarme en la misión y abstraerme de la presencia de la enfermera (que estaba para controlar que no me fuera de morros al suelo, pero inhibía totalmente mi capacidad mingitoria).

Bueno, parecía que acababa lo más difícil, pero la episiotomía me dolía a horrores, no me podía sentar para dar de mamar a Peque, y aprendí a darle estirada. En el hospital ya no tuve más contratiempos a excepción de que tuvieron que administrarme hierro intravenoso porque estaba un poco anémica, y ...sí, también duele.
El viajecito a casa tuvo su aquel. Mientras esperaba a que Mr. X fuese a buscar el coche yo paseaba con mi bebito en brazos y una mujer se detuvo a mirarlo y me dio la enhorabuena por lo guapo que era. A mi se me caía la baba...Fueron pasando los minutos y Mr. X no llegaba. Intenté sentarme de lado en una butaca, pero no podía aguantar el dolor. Cuando por fin vino el padre de la criatura a buscarme, resulta que se había olvidado el MaxiCosi en casa, o sea que tuve que llevar a mi pequeñajo en brazos "sentada" en el asiento trasero. Un espectáculo (medio retorcida, con el bebé cada vez más escurrido de mis brazos...). Pero llegamos sanos y salvos, y sin multa por no llevar a Peque en el receptáculo reglamentario.

Los primeros días en casa fueron maravillosos...pero difíciles. El dolor de la episio no remitía, y yo me pasaba el día tumbada. Peque lo llevaba bien, yo no tanto, y Mr. X estaba agotado de encargarse de todo (incluido papeleos varios, etc.). Yo esperaba que la segunda semana me encontrase bastante mejor, pero no. Iba a peor. Un día, curándome la herida Mr. X, me dijo que olía mal, que estaba infectada. Yo le dije: "No, no puede ser, ¿cómo que huele?, ¿pero se ve algo?". Él intento explorar la herida, pero chillaba sólo de notarlo cerca. En la siguiente cura me di cuenta de que había pus en la compresa, así que era definitivo, la episio estaba infectada. Decidí llamar a mi gine al teléfono de urgencias, y al explicarle lo que ocurría me dijo: "¿Infectado? No puede ser, si las mucosas apenas se infectan, a mi no me ha ocurrido casi nunca...". Yo no le llevé la contraria, pero por dentro pensaba "A ver, no soy médico de personas, pero coño, mal vamos si con tantos años de carrera no sé distinguir una herida infectada...". Total, que me dijo que para salir de dudas me fuese pitando a la consulta.

Cuando llegué a la clínica estaba hecha un asquito, me dolía todo de haber caminado hasta allí desde el coche. Le dije a la enfermera de recepción que el doctor me esperaba y como me vio con mala cara me ofreció sentarme. Y yo pensando "¡Si pudiera...!". Le dije medio llorando que necesitaba estirarme y me pasaron a una consulta para poder echarme en una camilla. El gine vino enseguida y se puso a explorarme mientras yo le agarraba la mano a la enfermera con un miedo espantoso a que me tocase la cicatriz. Pero claro, me la tenía que mirar. Confirmó la infección (ya lo sabía yo...) y de pronto apretó para ver si salía algo. El dolor atroz que sentí en ese momento fue mil veces peor que cualquiera durante el parto. Tuvo que quitarme los puntos y yo no me desmayé de milagro...La enfermera me ofreció un algodón empapado en alcohol y me puse a esnifar como una loca para sentirme mejor. Me curaron la herida y el gine me miró y me dijo: "¿Has defecado desde el parto?" (defecado, qué bonito palabro...). Pues no, tal y como tenía los bajos mi esfínter se había contraído hasta la mínima expresión (ya de por si sufro estreñimiento y he pasado épocas sin ir al váter durante días). Así que me recetó unos enemas.

La verdad es que una vez puesto tratamiento (antibiótico, antiinflamatorios, analgésicos y antisépticos...yo estaba cagada con la lactancia, pero el médico me dijo que todo era compatible), la cosa mejoró rápidamente. Excepto el tema enemas. Fue un suplicio conseguir una regularidad en el tema, y cada vez que tenía que ir al lavabo notaba como se me abría la herida de la episio. Gore ¿eh? Como suelen decir, al final te olvidas de todo lo malo. Sabiendo hoy lo que me ocurrió, habría sospechado de infección antes (tengo un vecino médico que dice que el 50% de las episios se infectan -y mi gine decía que no, pero ya he sabido de otros casos, o sea que tan raro no es-). Y creo que incluso hubiese accedido al enema en el parto con tal de aligerar mis intestinos en el posparto. Y hubiese seguido una dieta más suave y laxante. Pero claro, eso es a todo pasado.

Una de las cosas que más miedo me daba era sufrir una depresión posparto, y pasé algunos días triste, pero por el malestar que sentía. A la que la herida curó, pude disfrutar por completo de mi nueva condición de mamá recién estrenada. ¡Y sigo disfrutando!

2 comentarios:

  1. Buf...Que cosilla me ha dado lo de la epi! Eres una valiente!
    Muchos besos!

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  2. Drew, qué va, de valiente nada...Una vez que estás en el fregao apechugas cómo puedes, qué remedio! Besotes!

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