A veces en mi profesión vivo momentos muy emotivos, a flor de piel, y eso ocurre sobre todo cuando debo eutanasiar a un animal. No es fácil, pero con la experiencia eres capaz de vivir la situación con la distancia suficiente como para no pasarlo demasiado mal. A veces es imposible, porque tú estás sensible o porque le tienes un cariño especial a ese animal o cliente. Pero no es de eso exactamente de lo que quiero hablar...
Hace unas semanas tuve que eutanasiar a la gata de una clienta. Esta chica, a la que llamaré L, tiene un hijo de unos cuatro años aproximadamente. Solía venir a las visitas sola o con el niño. Así como hay niños que lo miran todo con curiosidad, te hacen preguntas sobre su animalito, te piden que les enseñes el fonendo...este niño es de otro tipo, de los que no se interesa mucho por el bicho y se dedican a interrumpir continuamente porque quieren irse al parque. Muy ocasionalmente L venía con su marido, un hombre de cuarenta y tantos, trajeado, inmaculado y profundamente arrogante. Yo periódicamente tenía que sedar a la gata para poder cortarle el pelo en la peluquería, cosa que no me gustaba hacer con frecuencia porque tenía un soplo cardíaco. En una de esas ocasiones apareció el marido, que es médico. En vez de preguntarme por el proceso de la sedación en lo que podría haber sido un intercambio de conocimientos, me habló con autosuficiencia y vino a decirme que si se moría la gata mala suerte...
Un día vino L llorando con la gata y el niño porque se había encontrado al animal en casa prácticamente agonizando. Le sugerí la eutanasia porque la gata era muy mayor y estaba muy enferma, y L se bloqueó, no era capaz de tomar una decisión. Llamó a su marido y pude intuir por la conversación que él no se estaba mostrando muy comprensivo. L me pidió que por favor esperásemos a su marido (ya era la hora de cerrar) y así lo hicimos. Cuando llegó y vio el percal le dijo a L que estaba claro que había que eutanasiar. Mientras yo lo preparaba todo, L no paraba de sollozar, cosa que me parece de lo más normal y a lo que estoy habituada. El niño miraba sin entender mucho qué pasaba, y su padre se iba sulfurando por momentos. De pronto, se giró hacia su mujer y le dijo: "¡No llores! ¡Deja de montar el espectáculo! ¿Quieres que el niño te vea así, llorando sin parar? ¡Yo veo la vida y la muerte cada día!". L contestó en un susurro que ella no estaba acostumbrada como él a esas cosas y trató de sorber los mocos y aguantar el llanto para no enfurecer más a su marido. Me sentí fatal, tenía ganas de echar a ese hombre fuera de la consulta y animar a L a que llorase todo lo que quisiese. Y de hecho, como él se marchó antes, fue lo que hice, consolarla y tratar de hacerle ver que era normal expresar su dolor. Hice mi trabajo y ellos se fueron.
Cuando volvía a casa iba pensando en lo ocurrido, en que me entristecía que L tolerase que la tratasen así, que ese hombre no sabía lo que era la empatía (¡si alguna vez voy a parar a su consulta pienso salir corriendo!)...y sobre todo, pensé en el niño. Viendo como se comportó su padre, entiendo más cosas de su carácter. Quizás, su padre fue un niño al que también le prohibieron llorar.
Ese chaval va a crecer con la misma falta de empatía que el padre. Se le nota ya. Cualquier otro chiquillo hubiera estado junto a la gata y la madre llorando y este pobre parecía no darse cuenta de lo que pasaba. Creo que la falta de empatía es uno de los problemas más graves de nuestro siglo.
ResponderEliminarMama mimosa, yo también creo que la empatía es fundamental...Ojalá ese niño capte la sensibilidad de su madre, que es mucha.
ResponderEliminarAy Mo, qué triste, y el niño en medio. Ser médico no significa perder la empatía, por mucho que lo veas cada día no deja de dolerte. Tampoco se debe tratar así a la mujer y menos delante del hijo. Me extraña que un niño que conviva con un animal no muestre apego hacia él, espero que no esté saliendo al padre. Pobre.
ResponderEliminarMama de parrulin, sí, un médico debería ser especialmente empático para ser buen profesional, creo yo...El niño sí que quería a la gata, pero creo que el no explicarle las cosas hizo que no entendiese la situación. Y es una pena, porque la muerte de un animal es una experiencia que aunque sea dolorosa, puede enseñarnos muchas cosas.
ResponderEliminarMo, es verdad que falta de empatia, si no puede apoyar a su mujer en un momento duro como ese.. vaya medico¡ No me gustaria tampoco tener que ir a su consulta. Eso de ocultar los sentimientos no hace ningun bien a los niños.. creo. Cuando estamos tristes no tenemos que ocultarlos. Si nuestra mascota se va.. tenemos que reprimir las lagrimas?? me parece de lo mas fuerte. Nosotros tuvimos que elegir tambien con mi gatito de 17 años, y fue algo muy duro para mi, madre reciente con un pitufo de menos de un mes. Me tire llorando dias, y aun hoy si lo recuerdo no puedo evitar las lagrimas. Por supuesto tuve el apoyo de mi marido y de toda la familia... Todos lo sentimos y lo lloramos. A pitufo le encantan los animales lo mismo que a mi, y cada vez que vemos un gatito yo le hablo de Mofly, el gatito que tuvo mama.
ResponderEliminarBesos¡
Annie74, sé lo duro que es despedirse de nuestro perro o gato(o hámster, o perico...), por experiencia profesional y personal, y se tarda mucho en poder pensar en ese ser tan especial sin que las lágrimas lleguen. Haces bien en hablarle a tu pitufo de Mofly, seguro que tu hijo será un adulto sensible y cariñoso, como tú. Besos!
ResponderEliminarPobre mujer, con semejante marido que es incapaz de empatizar con ella... y pobre niño, que como siga el ejemplo del padre terminará ninguneando a la madre, que es quien más le puede enseñar sobre la vida y los sentimientos.
ResponderEliminarHace tres años tuve que dar en adopción a mis peludos, porque sufrían de ansiedad por separación y no era justo para ellos seguir en esa situación. Aún hoy lloro cuando los recuerdo o veo sus fotos, pero pienso que se fueron a una finca enorme con más gatos y una señora que los cuida a todos, y que ahí serán felices.
Pues sí, no me gustaría nada estar en su piel...
EliminarEntiendo que aún te sientas triste por lo de tus gatos, pero como dices, ahí van a estar de coña, seguro.
Un beso!