lunes, 9 de diciembre de 2019

Poon Hill o cómo flipar de lo lindo viendo ochomiles



En teoría Shali nos había recomendado ponernos a caminar hacia Poon Hill (3210 m) sobre las cinco menos cuarto de la mañana, pero viendo lo averiada que estaban mis extremidades inferiores, nos dijo que mejor lo adelantásemos un cuarto de hora, así que a las cuatro y media Eu, Pardip, Mr. X y yo emprendimos la subida a Poon Hill. En una hora había que salvar los más de trescientos metros de desnivel que nos separaban de la cima por un tramo de… ¿lo adivinas?... sí, escaleras, of course

Si yo pensaba que el día anterior había sido duro, me equivocaba. La subida a Poon Hill fue heavy-metal. Mis agujetas a esta altura de la película ya eran de siete sobre diez en la escala de mecagoenlaputaquédolor de Mo. Avanzaba robóticamente y a un ritmo lento, tanto por el desnivel como porque todos los excursionistas alojados en Ghorepani íbamos a lo mismo. Llevábamos frontal para alumbrar el camino y el silencio de la romería sólo se rompía por el roce del calzado al subir y los jadeos de los sufridos caminantes. Tuvimos que aflojar varias veces el ritmo porque a mí se me salía el corazón por la boca y Eu, que las pasa canutas con el asma, sentía que le faltaba el aire.

Una hora después, la cima.

Y vale la pena. Joder si vale la pena (ya me perdonaréis la dosis extra de exabruptos, pero es que el paisaje era lo puto más).

                                                     


Mientras recuperábamos el aliento Pardip nos fue a buscar unas tazas de té que nos supieron a gloria bendita y nos calentaron las manos mientras los primeros rayos de sol empezaban a iluminar los gigantescos Annapurnas. Una se siente privilegiada de poder estar delante de una maravilla así. Montañas legendarias, surgidas de las tripas del planeta hace millones de años y cubiertas de nieves perpetuas. Soberbias, imponentes, magníficas. 

                                                                       

                                                             Miss Annapurna South


Pasamos cerca de una hora disfrutando del espectáculo. Lo miraba todo como si las retinas de mis ojos fuesen capaces de tomar fotografías y grabarlas a fuego en mi cerebro para siempre jamás. Queriendo no olvidar nunca lo que una vez vieron. 

Era el momento de cumplir la promesa que le hice a Remorada, que me confió a su pequeñín para que pudiese viajar a su patria querida. Sacamos al Yeti de su lego-cajita y empezamos la sesión de fotos. Lo malo fue que, aparte de caer de todos los soportes que se me ocurrieron, las montañas a su lado no lucían por la perspectiva, y si no te juran que es el Himalaya, bien pudiera ser Andorra La Vella. Decidimos intentarlo de nuevo más adelante, para que se pudiese apreciar bien el fantástico paisaje. 

                                                                     


Tras la subida, a bajar otra vez, con el aliciente de tomar un más que merecido desayuno en el albergue, y coger fuerzas para el resto de la jornada. 

                                                 


Mientras comíamos pan nepalí con mantequilla y mermelada, me dio la bajona. Me dolían las piernas y dudaba de mi capacidad de seguir el ritmo de la ruta. Por suerte pude dormir diez minutos mientras Mr. X preparaba la mochila, y me desperté renovada y con ganas de, por lo menos, intentarlo. Así que vuelta a subir hasta el paso de Deurali, a 3132 m. Aquí sí pudimos sacar una foto chula del Yeti y enviársela a Remorada

                                           


Volvimos a bajar por una zona boscosa muy húmeda por la presencia de múltiples arroyos, y empecé a notar que algo no iba bien para el meñique de mi pie derecho. Paramos para tomar fotos a cientos de montículos de piedras erigidos en el margen del río, y aproveché para examinar mi dedito. Aparentemente no le pasaba nada y Shali me dio un masaje estupendo. Mr. X hizo un pequeño vendaje, pero me lo quité al llegar al hospedaje donde comimos, porque aún me dolía más. Recorté la uña y cedió bastante el dolor, pero por la noche descubriría que tenía un sospechoso tono azulado que no presagiaba nada bueno. Efectivamente, ahora mismo tengo la uña ideal si quiero pintarme sus compañeras de color berenjena, y en breve tendré que despedirme de ella, porque la pobre falleció en acto de servicio. 

Los descansos durante el viaje los disfruté intensamente. No hay nada mejor que llegar agotado a un alojamiento, desplomarse en el primer sitio que tu culo encuentra, y tomar un ginger lemon honey mientras miras las montañas. Nunca me ha sentado tan bien un receso en el camino. 

                                                      


Esa jornada fue la que más caminamos, veinte kilómetros parriba y pabajo. Nuestro objetivo era Tadapani, pero la estaban liando parda con las fiestas, y en el siguiente pueblo había un albergue más tranquilo, así que alargamos hasta allí. Llegamos a Chuile de noche, Shali y Xavi me animaban entre risas viendo que las piernas apenas me sostenían y parecían estar hechas de blandiblup. Se ofrecieron a llevarme en volandas, pero me negué en redondo, luego hubiesen dicho que hice media ruta a coscoletas. No señor, quería lograrlo yo sola. Y lo conseguí. Nada más llegar, ducha, ibuprofeno, y a dormir. 

El amanecer en Chuile fue espectacular. Nuestro biorritmo se había sincronizado con el ciclo solar y nos despertábamos al salir el sol, por muy agotados que nos acostásemos la noche anterior. 

                                          

                                                                    Macchapucchre

Las agujetas aún eran un poco más intensas, pero ahora ya sabía que si me ponía en movimiento, mi cuerpo respondería, así que nos pusimos en marcha. Es una de las cosas que me llevo de Nepal, saber que aunque tengo las rodillas como las tengo, son mucho más resistentes de lo que pensaba. Que puedo llegar más lejos y además, disfrutar (ibuprofeno mediante, ejem). 

Nuestra cuarta jornada de ruta fue más liviana que las dos anteriores, pero como seguía en modo robótico, lo mío me costó llegar a Ghandruk. Fue un trayecto bucólico, lleno de pueblecitos preciosos y animales con collares de caléndulas por las celebraciones.

Eu y yo desarrollamos la siguiente imbecilidad: el concurso de fotos. Nos flipamos con la posibilidad de vender alguna de nuestras obras de arte a un banco de fotografías y empezamos una competición absurda en la que el aliciente era boicotear el trabajo de la otra, o directamente, plagiarlo, como cuando vi una cabrita monísima, le hice una fotaza, y Eu se picó y se tiró al suelo para conseguir un mejor ángulo mientras se descojonaba de la risa y yo le hacía un vídeo que dejar para la posteridad como muestra de nuestras capulladas. 



             Tras este kukur estábamos Eu y yo empujándonos a codazos para obtener la exclusiva


Y mientras íbamos haciendo el chorra, Shali y Pardip cantaban el Resham firiri. Que se me ha metido hasta el tuétano de los huesos y me paso día sí, día también, tarareándola. Es una canción típica nepalí con una melodía muy, pero que muy pegadiza. Hasta P se la sabe ya.

Llegamos a Ghandruk a la hora de comer. El lodge era fantástico, en lo alto del pueblo, con vistas de ensueño, y pasamos la tarde descansando sin movernos del alojamiento (por ganas de hacer un poco el vago, y porque estaba en el punto álgido de agujetas, esa noche me desperté de dolor varias veces al tratar de cambiar de postura dentro del saco de dormir). La gente debía pensar que lo mío era grave, porque para salvar un solo escalón tenía que cogerme con las manos (¡las dos manos!) al poste, pared o asiento que tuviese más cerca. Un cuadro. 

                                                               


A la mañana siguiente Shali me señaló a dónde nos dirigíamos. Desde lo alto de nuestro pueblo teníamos que bajar todo un valle al nivel del río que quedaba al fondo-fondísimo y subir hasta la población que nos quedaba en frente al otro lado del valle. Pero eh, miedo ninguno. ¡Paciencia, palos, y disfrutar de los escalones! Porque en el fondo, que tu única preocupación sea llegar al otro lado del valle es un lujo. Fuera móviles, ordenadores, distracciones, responsabilidades y preocupaciones. Simple y llanamente disfrutar del viaje, las vistas y la compañía. El desnivel era potente, pero en este quinto día empecé a acostumbrar mi cuerpo y mi mente a las exigencias del camino. 

                                           


Llegamos a Tolka después de comer, nos lavamos, reposamos un par de horas y cenamos en el comedor comunitario. La comida en toda la ruta fue excelente, y con más variedad de la que esperaba. La bebida es más cara cuanto más alto subes, pero preferimos pagar unas rupias extras que usar las pastillas potabilizadoras. 

El último día de ruta nos llevó de Tolka a Dhampus. Fue el más fácil con diferencia, sin grandes desniveles ni escalones. Llegamos a destino poco después de comer, y la idea era dormir allí, pero nos apetecía volver a Pokhara, así que Shali flexibilizó el plan (si es que es un crack este hombre), y encontró un vehículo para volver a la ciudad del lago.

Llegar al final del trekking me causó una mezcla de sentimientos. Felicidad y orgullo por haber sido capaz de lograrlo, y nostalgia por poner fin a una experiencia que me había aportado muchísimo más de lo que esperaba. Es más, me sentía capaz de caminar noventa kilómetros más.

Bueno, quizás eso es pasarse de optimista.

                                               





12 comentarios:

  1. Estoy encantada con tu relato! He esperado cada capítulo que ni con juego de tronos ^^ tal y como lo narras dan ganas de echarse al monte hasta con mi estado de forma decadente jajaja me alegro de que tú y tu meñique llegaran hasta el final, jabata!

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    1. Muchas gracias Hirosaki! Da subidón saber que hay alguien al otro lado leyendo y que además lo disfruta, gracias de verdad.
      Un abrazo!

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  2. Servirías para escritora de libres de viajes...haces que esté allí, viviendo el viaje, los madrugones, las agujetas...
    Eso sí, definitivamente no son mis vacaciones soñadas ;-)

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    1. Muchas gracias Chitín, tampoco lo eran para mí y fue una grata sorpresa! Pero entiendo que no sea tu plan :) A ver si el destino me lleva a una playa de cocoteros y hago otra crónica que te transporte hasta allí, te molaría? ;)
      Muas!

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    2. Pues hace unos años sí era de playa, libro y sombrilla, pero ahora lo que me apetece es pasear por ciudades y sitios de estos q has visto en postales, películas... este septiembre he disfurtado cada minuto que hemos pasado en Francia y sobre todo en París.

      Tengo pendiente disfrutar en familia de Londres, Roma, Venecia, Viena...

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    3. Te comprendo, yo con mis padres había viajado mucho por ciudades de Europa y me encantaba (también tengo ganas de llevar a P a Venecia, me flipa ese lugar). Lo que pasa es que a Mr. X lo que le vuelve loco es la naturaleza, y al final me ha viciado... XD Pero soy una viajera agradecida, me apunto a casi cualquier plan que implique descubrir mundo.
      Besotes!

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  3. que belleza de lugar. soy de Mexico, saludos y gracias por compartir.

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    1. Gracias a ti por comentar Maryley, me encantaría poder conocer tu país algún día, me tiene enamorada!!
      Muas!

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  4. "y si no te juran que es el Himalaya, bien pudiera ser Andorra La Vella" JAJAJA

    Pronto también por aquí xD GRACIAS! Estoy segura de que Yeti ha sido muy feliz!

    Creo que este viaje ha sido un gran ejercicio físico, pero también mental, desconectando y conectando de maneras muy distintas a las del día a día!

    Y es

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    1. Jajajajajaja! Sabía que esa frase te iba a gustar! XD
      Sí que ha sido especial en muchos sentidos. :)
      Besotes!
      PS: Tengo que devolverte a vuestro Yeti!!!

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