Estrenar año tiene algo de promesa y de misterio. A mí me mola el misterio. Y podemos decir que hemos empezado el 2019 con dosis ingentes de energía positiva para bautizarlo como se merece.
Aunque lo acabé como el culo. O más bien, con el culo.
Dejadme que me explique.
Resulta que mis cuñados han decidido emigrar a Mallorca para iniciar su jubilación. Planazo. Y tener familia en ses illes hace de las Baleares un destino aún más practicable si cabe. Así que decidimos pasar ahí fin de año. Así, en pack, los veinte que nos juntamos en cada celebración. Ni que decir tiene que allí donde íbamos nos hacíamos notar (la discreción no es nuestro fuerte).
El 31 planeamos una excursión por el campo cerca de donde viven mis cuñados. De buena mañana, el grupo que dormíamos en un aparthotel de una localidad cercana nos levantamos dispuestos a emprender el último día del año. Mr. X y yo nos acercamos a la bahía, para respirar la brisa marina. Mr. X, que es un intrépido, rápidamente se puso a caminar por el rompeolas. Al principio fue muy gentil y me ayudó a adentrarme en el espigón, pero a la que algo llamó su atención me dejó sola ante el peligro, y si hay algo que tengo perjudicado a estas alturas de la película, son las rodillas, con lo que me vi bastante apurada para pulular por ahí. Visto lo visto, decidí usar mi apéndice más mullido para sortear las rocas: el culo. En un momento dado apoyé mis posaderas en la madre de todas las rocas y un crujido eterno sonó en mis entrañas. Primero pensé en que me había quedado sin rodilla, pero rápidamente mis neuronas me recordaron que había puesto el aifon en el bolsillo trasero. Ay qué dolor. Más que las rodillas, incluso. Y no por lo material del asunto, sino porque había sido un regalo de Mr. X y tenía mucho cariño a mi aifonsito, en paz descanse. Bueno, a ver, que ir, iba. Pero con la pantalla estropiciá. Al final sus majestades los RRMM se han marcado un plan renove que ha sido muy bienvenido. Moraleja: no hay que poner el móvil en las posaderas.
El día 1, la familia en pleno nos propusimos inaugurar el año de forma memorable, y por fortuna los astros nos sonrieron y nos regalaron un primero de año de temperaturas cuasi primaverales. Subimos a nuestros coches y nos dirigimos a Es caló d’es Moro. En temporada alta (o media), no hay quien encuentre hueco para plantar la toalla. Pero el uno de enero parece que es el momento ideal para ir. Habían unas doce personas charlando en la arena y llegamos nosotros a liarla parda. No nos dimos tiempo para pensarlo mucho. Nos enfundamos los bañadores y nos lanzamos al agua. Me encantaría decir que emulé a esos octogenarios valientes que remojan sus carnes en el mar aunque nieve y que parecen estar hechos de titanio para resistir temperaturas semejantes. Pero no, estábamos a diecisiete grados, hacía sol, y el agua estaba fresquita, pero soportable. En cualquier caso, fue una manera estupendérrima de conectar con los elementos y proyectar cosas buenas para este año que empieza (y además, fuimos un entretenimiento esperpéntico de gritos y jolgorio para los que habían tenido la ocurrencia de ir a esa cala a meditar en tranquilidad, espero que nos puedan olvidar). Por si fuera poco, el día 2 repetimos en otra playa. Menos mal que esa noche ya volvimos a la ciudad, porque de estar allí aún estaríamos en remojo.
Otro año que empieza, a ver cómo se porta.
Me parece un comienzo de año estupendísimo.
ResponderEliminarVerás como el resto irá igual de bien (digo yo que habrá que ser positivos ¿no?. jajajaja
Un abrazo!
Positivos siempre! ;)
EliminarOtro abrazo para ti!
en el mar hay como una silueta de un señor hipster xD
ResponderEliminargran comienzo de año, mis amigos y yo solíamos meternos en el mar a medianoche... pero claro, era verano xD
Jajajajajajajaja! Me encanta! XD
EliminarLa "famiglia" decía de superarnos el año que viene bañandonos a medianoche... pero aquí. Nooooo way!!
Muas!
¡Qué gran manera de iniciar el año!
ResponderEliminarUn buen ritual, sí señora. :)
EliminarBesotes!