viernes, 30 de septiembre de 2011

Peque va al cole

Pues eso, que hace ya casi tres semanas que Peque va al cole, y creo que podemos decir que lo lleva bastante bien.

La primera semana que lo llevé me cogí todas las mañanas de vacaciones para poder hacer una adaptación a medida. Cuando el primer día estaba vistiéndolo para irnos y lo puse en el cochecito, él estaba de lo más contento, sonriendo y sacando la cabeza para ver lo que se cocía en el exterior de su vehículo, como siempre. Yo estaba hecha polvo. Me sentía como si lo llevase al matadero. Sí, ya lo sé, soy una exagerada…pero lo veía tan ilusionado con el paseo matutino, tan inocente. ¡Y eso que su escuela me encanta!

En julio fuimos a una reunión con las profesoras y nos explicaron el funcionamiento del centro. Había una (por lo que vi es como la ayudante de la directora) que es de esas personas francas y campechanas que lo sueltan todo tal y como lo piensan. A modo de resumen nos vino a decir que estaban encantadas de recibir a nuestros hijos, que estarían en buenas manos y : “No os preocupéis, cualquier contratiempo lo podemos hablar con tranquilidad, y ya veis que aquí todas somos mujeres, así que será mucho más fácil!”. ¡Jajaja! Cuando dijo eso las otras profes se miraban las unas a las otras sacudiendo la cabeza y riéndose por lo bajini, cómo diciendo “¡Ya la ha soltao!”. La verdad es que en esa reunión habían muchos padres -Mr. X sin ir más lejos-, y el comentario no sé como les sentaría (a mi maridín tan ricamente). Y por cierto, ¿hay chicos que estudien educación infantil y trabajen en guarderías? Porque yo sólo he visto a mujeres...

Además del fantástico personal, las instalaciones son un lujo. Están ubicadas al lado de un parque y son inmensas. Clases grandes y luminosas, un patio enorme e incluso un parque interior por si hace mal tiempo lleno de columpios, toboganes...

Bueno, a lo que iba. Mientras caminábamos hacia la escuela, mis pies iban tirando hacia delante mientras mi corazón saltaba y me decía que me volviese para casa. Me sentía como si en realidad fuese mi primer día de cole, con un nudo en el estómago y casi casi ganas de vomitar... Peque está en la clase de los caracoles, así que después de dejar el carrito nos fuimos caminado al aula de los caracoles. Él iba señalando los dibujos de globos, animalitos...y me miraba y con la boca pequeñita me decía:"¡Oh!¡Oh!". Cuando llegamos a la puerta aún me lo pensé unos segundos, y prácticamente me iba a largar corriendo de allí cuando la profe M vino hacia nosotros. Mierda. Cazados. Ya no hay vuelta atrás...En fin, esbocé una sonrisa y entré cogiendo aire. Mi actitud cambió a los pocos segundos porque vi a esa mujer tan entregada, tan ilusionada por su trabajo, tan pendiente de las reacciones de mi bebé, que no me cupo duda de que estaría bien con ella. Me presentó a L, su ayudante este año (una estudiante en prácticas), y también me pareció una chica risueña y muy dulce. Estuve un ratito hablando con M mientras Peque se lanzó a la caza y captura de un brum-brum (o sea, coche, camión o tractor). Como no tenía prisa me quedé a jugar un rato con él, pero me di cuenta de que la adaptación consiste precisamente en que se acostumbre a estar allí sin mí, así que...decidí irme. No fue tan difícil como había imaginado (supongo que porque lo vi en buenas manos). Quedamos en que lo recogería una hora más tarde.

Al volver a casa me sentí muy extraña. Hasta ese momento, si no estaba con Peque era porque estaba en el trabajo. Estar en casa sin él era raro, muy raro. Pero claro, una hora pasa rapidito, así que a los cincuenta minutos ya estaba a las puertas del cole. Ese primer día lo pasó regular y lloró a ratos. Cuando lo recogí no lloraba, pero estaba mimosote. Me había echado de menos y la profe me dijo que al día siguiente lo dejase el mismo rato. Así lo hicimos martes y miércoles. El jueves decidimos ir a por todas y que se quedase a comer y dormir. Aixx, eso ya me parecía harina de otro costal. Peque duerme con nosotros en sidecar (ya escribiré un día sobre nuestra aventura con el colecho) y para las siestas lo acuno y le canto hasta que se duerme. Y para quedarse roque necesita torcarme los codos...Se lo expliqué a su profe y ella me dijo que lo tendría en cuenta. Mi sorpresa fue descubrir al ir a buscarlo que no había habido ningún problema: se lo sentó encima, le dejó magrearle los codos y hala, ¡dormido en cinco minutos! Si es que Peque es un campeón...Así que poquito a poco se ha adaptado muy bien a su nueva rutina.

Otro tema han sido los viracos infantiles. El tercer día ya me fijé que Peque moqueaba. Al recogerlo sólo estaba en la clase L, que estaba cambiando a un nene, y desperdigados por la habitación estaban los otros compis de Peque, la mayoría más pequeñitos que él. Cuando entré, mi bichejo vino directo a buscarme con el moco colgando. Lo levanté en brazos, y al verlo, los otros niños decidieron que ellos también querían mimos extra y lentamente se fueron acercando hacia mi. Como no caminan, venían reptando, arrastrándose con una pierna o de rodillas. Se pusieron de acuerdo para comenzar a sollozar, los mocos afloraron de sus naricillas y de pronto me sentí rodeada de sus cuerpecitos pidiendo auxilio...Miré a L con cara de no-puedo-moverme y le dije :"¡Esto parece La noche de los muertos vivientes!". Ejemm, me pasé un poco con la comparación, lo sé...jejeje.

El tema mocos no fue a más (siguen ahí, pero no dan más problemas que el perseguir a Peque con un pañuelo a todas horas), pero a la semana siguiente, otro viraco mucho más cabroncete nos atacó...El miércoles por la noche, a eso de las cinco de la madrugada, Peque se despertó. Normalmente lo abrazo un poquito y se duerme de nuevo, pero estaba inquieto, no paraba de quejarse y de pronto...vomitada que te crió. Fue totalmente inesperado, y en su vida sólo había vomitado en otra ocasión, así que al asco que debió sentir se unió el susto y el pobre tardó un buen rato en dormirse después de lavarlo. Por la mañana volvió a vomitar, por lo que jueves y viernes no fue al cole. Pero ahhh, amigo, el problema de los viracos infantiles es que no se conforman con atacar al indefenso bebito, no señor, después de cebarse con él caímos en sus redes Mr. X y yo, ¡y vaya fin de semana más asqueroso que hemos pasado! Eran las fiestas de mi ciudad y no hemos podido levantarnos de la taza del váter...(bueno sí, para turnarnos para cuidar a Peque, que él ya estaba con las pilas a tope).

Esta semana ha sido tranquilita. Peque va al cole contento y yo ya no me siento tan culpable, así que, misión cumplida.

lunes, 26 de septiembre de 2011

El tiempo que pasamos con nuestros hijos

El otro día estaba hablando con una amiga mía y me explicaba las andanzas de un primo suyo, al que conocí hace años. Él y su mujer tienen un niño un par de meses mayor que Peque. Mi amiga me comentaba: “Pues se lo han montado súper bien, porque tienen una canguro que les cuida al nene toda la semana y todos los viernes se queda a dormir. Así ellos pueden salir juntos a cenar o de fiesta y al día siguiente ni siquiera han de madrugar porque la canguro está allí para encargarse del niño”.

Le contesté que sí, que qué bien se lo habían montado sin darle más importancia, pero me quedé pensando en ello…

Mi decisión de tener un hijo fue meditada, consciente y deseada. Sabía que mi vida cambiaría, que tendría otras rutinas y obligaciones, que todo sería distinto. No negaré que en cierto modo me daba miedo. He sido hija única, y aprecio mucho mis momentos de tranquilidad en casa yo solita. Me gusta leer, cocinar, ver películas, navegar por internet…Vamos, que no soy de las que se aburre en casa. Sabía que el día que tuviese un hijo eso cambiaría mucho. Y a decir verdad, a pesar de saberlo no podía imaginar hasta qué punto, porque Peque reclama mi atención constantemente (no se entretiene solo, me pide brazos, mimos e interacción continua). Pero lo que siento cada vez que me sonríe y me pide que le achuche compensa con creces todas las cosas a las que he tenido que renunciar temporalmente. Y a medida que crece voy encontrando pequeños momentos para satisfacer mis necesidades. Lo más difícil es lo de las salidas nocturnas. Desde que nació Peque sólo me he ido de juerga una vez, y porque era la despedida de soltera de una amiga y no podía fallar, sino, ni eso. Reconozco que no soy la persona más fiestera del mundo, pero por supuesto, me encantaría ir a tomarme una cervecita con mis amigos a la salida del trabajo. En vez de eso voy tan rápido como puedo a buscar a mi rubiales, porque me sabe mal que haya estado varias horas del día sin mí. Creo que en estos primeros años de su vida con quien necesita estar el máximo tiempo posible es con papá y mamá.

No pretendo juzgar a esos padres de los que me hablaba mi amiga. Los conozco, son un encanto, y estoy segura de que quieren muchísimo a su hijo. Simplemente, mi forma de entender la maternidad es distinta. Además, me doy cuenta de lo rápido que pasa todo. Habrá tiempo de sobra para hacer todas las cosas que me gustan. Ahora es el momento de estar con mi corazón.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Cuando Peque dejó de habitar en mí

Como explicaba en mi último post, no hacía ni media hora que me había acostado que noté las piernas mojadas. Encendí la luz y vi una pequeña mancha en la cama. Fui al lavabo y me limpié un poco. Era un líquido claro con algún pequeño hilo rosado de sangre. Desperté a Mr. X y le dije:

Yo: Creo que he roto aguas.

Mr. X (medio dormido): ¿Estás segura?

Yo: Pues es poca cantidad, pero pipí seguro que no es…No sé que hacer…¿Qué hacemos?

Mr. X: No sé, ¿Qué te dijeron en las clases?

Yo: Que avisásemos a la matrona para que lo valorase.

Mr. X: Pues avísala.

Yo: Ya, pero son las dos de la madrugada…

Mr. X: Pues no la llames y vamos como habíamos quedado.

Yo: Pero nos dijeron que si habíamos roto aguas era conveniente llamar.

Mr. X: Pues llama.

Yo: Vale, sí, creo que la voy a llamar.

Y mientras cogía el teléfono se volvió a dormir. Este hombre…La verdad es que me daba apuro despertar a la pobre mujer cuando aún no tenía ni contracciones, pero al fin y al cabo, si me dieron el teléfono era para algo. La comadrona (Isabel), me explicó que siendo tan poco líquido podía esperar hasta la mañana. Me dijo que en vez de estar en el hospital a las ocho fuese a las siete, así que llamé al taxi para que nos recogiese una hora más temprano y me volví a estirar en la cama con la esperanza de dormir un poco. Pocos minutos después comencé a notar las primeras contracciones dolorosas. Al principio eran cada diez minutos, muy soportables. Creo que no conseguí dormir, como mucho me relajaba y cerraba los ojos entre contracción y contracción. Dos horas después ya eran un pelín más fuertes y me tenía que incorporar para pasarlas mejor. Me había comprado una pelota de plástico para estar sentada sobre ella y hacer algunos movimientos que me habían recomendado, pero no me apetecía nada…Sobre las cinco de la mañana las contracciones ya eran cada cinco minutos. Me duché, me arreglé (sí, me pinté los ojos y todo, ¡jajaja!, soy así de presumida) y a la hora prevista llegó el taxi.

Todo era muy emocionante, mágico. A esa hora la ciudad estaba en calma y circulábamos casi en solitario. Íbamos sonrientes y cogidos de la mano. Yo nunca había sentido miedo al parto, me parecía lo más maravilloso que puede vivir una mujer (y recuerdo tener fascinación por este proceso desde bien pequeñaja).

Llegamos al hospital y una enfermera nos acompañó directamente a una sala de dilatación. Me ofreció una bata y me colocó una correa para monitorizar los latidos de Peque y las contracciones. Nos dejaron solos y comenzamos a recibir algún mensaje tempranero en el móvil (estaba prohibido usarlo, pero nos saltamos la prohibición…también estaba prohibido entrar con cámaras en el paritorio, y en ese momento me dio igual, pero hoy me encantaría tener algún recuerdo del momento).

Mientras esperábamos a la comadrona, noté alguna contracción bastante dolorosa. El monitor marcaba la intensidad de cada una y cuando la gráfica se disparaba Mr X decía: “Uy, esta es de las que duelen…”. Y yo lo corroboraba con algún gruñido e incorporándome para quedarme sentada, que es lo que me pedía el cuerpo.

A eso de las ocho llegó nuestra comadrona, Isabel. La verdad es que me pareció simpática desde el principio (y hablando un poco de todo ¡resultó ser clienta de Mr. X e incluso nos enseñó una foto de su hurona!). Me hizo un tacto y me dijo que estaba dilatada de dos centímetros, que iba a supervisar a las otras parturientas y que ya volvería. Ahí nos quedamos solitos otra vez.

Isabel volvió al cabo de un rato y me dijo que me iba a poner una vía y me preguntó si quería que me pusiese un enema. Pues a ver, alma de cántaro, ¿cómo va a apetecerme dolor de tripas añadido al dolor de útero? Le dije que mi última cena había sido de arroz y que ya había ido al lavabo, con lo que la convencí para evitar el dichoso enema. De la vía no me libré, y odio profundamente que me coloquen una (ya me han puesto varias a lo largo de mi vida y duele, duele de una forma asquerosa…). Me dijo que me quitase los anillos de la mano, pero no lo hice (llevo un anillo de mi madre, y quería llevarlo puesto). Antes me preguntó si quería hacer pipí y le dije que sí. Al lavarme vi todo el papel manchado de sangre y se lo comenté un poco asustada, a lo que me contestó: “Pues claro mujer, ¡que estás de parto!”. Ya bueno, pero yo es que soy muy naíf y pensaba que lo de la sangre se reservaba para el final…

Seguimos un ratillo más a nuestra bola y entonces Isabel entró y nos dijo que iba a ponerme un poco de oxitocina. A partir de ese momento las contracciones comenzaron a doler mucho, pero que mucho más. Yo ya había dado mi consentimiento para la epidural, y tres cuartos de hora después me la pusieron. En un tacto previo ya estaba dilatada de cinco centímetros.

Lo de la epidural tuvo tela. A mi ya me la habían colocado dos veces porque me operaron de las rodillas de jovencita, pero el procedimiento es distinto, porque en la epidural de un parto te dejan colocado un catéter (imagino que porque la duración del proceso es indeterminable). La doctora que vino a ponérmela me pidió que me quedase muy quieta, pero con las contracciones no había manera. Al final Isabel tuvo que aguantarme en posición fetal y yo me asfixiaba con el camisón…un número. La anestesista me avisó cuando ya estaba colocada y me explicó que al circular el anestésico notaría una pequeña punzada de dolor por la dilatación del espacio epidural. Pues si, lo noté. Un dolorcillo diferente para mi lista de nuevas experiencias del día. Me quedé tumbada boca arriba para que el anestésico se repartiera bien y me advirtió que podía marearme, que si me ocurría, que me pusiese de lado y la avisase.

Me estiré y me relajé mucho al dejar de percibir las contracciones, pero de pronto me entró un colocón de mucho cuidado y me estiré de lado. Avisamos a la médico por si era peligroso, pero tardo bastante en venir (si llega a ser peligroso…). Me dijo que si ya se me había pasado no ocurría nada. Los siguientes minutos fueron muy zen. Me quedé cogida de la mano de Mr. X, sentía el cuerpo tibio y me quedé medio dormida. No sé cuanto tiempo pasó, quizás una media hora…Isabel volvió y me hizo otro tacto. Me comentó que la bolsa no estaba vacía del todo, que la iba a puncionar. No me molestó, sólo noté que caía mucho líquido (lo que quería decir que antes no estaba rota, sino sólo fisurada). Volvimos a quedarnos solos. Yo a veces notaba lo que creía que eran contracciones, pero Mr. X no veía que el monitor marcase nada. Quizás el parto quedó medio parado por la epidural, no lo sé. A todo esto íbamos recibiendo mensajes de amigos y familiares y nosotros les explicábamos lo que iba ocurriendo (vamos, una retransmisión del parto en toda regla).

Un ratito después Isabel volvió y me dijo que ya estaba de ocho centímetros, así que cuando acabasen la cesárea que estaban haciendo venían a buscarme...¡Qué emoción! Y al mismo tiempo estaba tan tranquila… Mi hijo, un ser indefinido al que quería desde que había visto la rallita que indicaba su existencia, pasaría a estar fuera de mí y podría mirarlo, tocarlo, besarlo. Estaba impaciente, feliz, maravillada, contenta y nerviosa, todo al mismo tiempo.

Antes de ir al paritorio le pedí a la anestesista un chutecillo extra (tenía la jeringa colocada a mi lado y no había pedido más desde que me la habían puesto, la doctora dijo que soportaba bien el dolor si no lo había pedido antes).

Creo que salí de la sala de dilatación a las once de la mañana. Los camilleros que vinieron a buscarme eran la monda (agradecí su cachondeíto mañanero: “Veeenga, guapetona, nosotros te sujetamos las piernas y tu te vas colocando con los codos, ¿eh? Muuuuuuuuuy bien, hala, de sobresaliente, esto está tirao, ¡vamos que nos vamos!”). Mientras me colocaban en la camilla del paritorio Mr. X fue a ponerse la bata. Al volver conmigo nos fijamos en que la frecuencia cardíaca de Peque había bajado, pero no le dimos importancia.

Isabel me explicó cómo tenía que hacer los pujos y me dijo que me avisaría cuando tuviese que hacer fuerza. Yo apretaba hasta la extenuación, pero la cosa no evolucionaba mucho, ¡aunque ya se le veía la cabeza! Isabel dijo que era rubito y Mr. X fue a mirar para comprobarlo y me dijo: "Pues yo sólo veo piel arrugada...", que hombre más romántico...Seguimos un poco más, pero parecía que no avanzaba. Isabel avisó a mi gine y comenzaron a preparar el campo (paños verdes, instrumental…canguelis total) y me sondaron. Me acojoné un poco, porque de pronto vi a Isabel ceñuda. A partir de aquí mis recuerdos son de lo más confusos. Sé que Isabel se subió a mi panza mientras yo apretaba porque Peque no se decidía a salir. Yo acababa cada pujo con un gruñido del esfuerzo. La comadrona me miró y me dijo “Has de apretar con todas tus fuerzas, porque tu pequeño está haciendo el tonto”. Me quedé como en una nube, no entendía nada, creo que incluso me tumbé como noqueada. De pronto, noté el corte de la episiotomía y que me colocaban una especie de cucharas gigantes para ayudar a Peque al salir. No recuerdo un dolor concreto, pero sé que me retorcía. Isabel, el gine y Mr. X comenzaron a animarme avisándome de que ya salía ¡y de repente estuvo fuera! Isabel no paraba de decirle a Mr. X “¿Te has fijado en cómo venía?, ¿lo has visto?”. Al parecer tenía la mano en la cabeza y eso le dificultaba la salida. Mr. X nació exactamente de la misma forma (curiosa cosa que heredar...).

Yo vi a mi Peque colgando y cómo la comadrona lo cogía y lo limpiaba un poco. Me fijé en el cordón umbilical y me sorprendió ver que era mucho más blanco de lo que imaginaba. Me lo pusieron encima, pero yo estaba como ida, y ese momento que tanto había esperado, ver la cara de mi bebé por primera vez, es totalmente borroso. Creo que Mr. X me besó y me dijo que era muy guapo. Yo sé que pensé que sí que lo era y que se le veía muy sano, pero estaba medio en una nube, y además había visto de refilón la aguja e hilo que usaba el gine para coserme y madre mía, ¡ni que fuera una yegua, que cacho aguja más gorda! Vistieron a Peque a mi lado y me dijeron que ya podía subir a la habitación. Mi milagrito había venido al mundo a las once y media de la mañana. Y de Simpson nada, era, y es, el niño más guapo de mundo.

martes, 20 de septiembre de 2011

Cuando Peque habitaba en mí. Segunda parte.

Debo decir que mi hijo debe ser de los más ecografiados de la historia de la humanidad, porque además de las ecografías que me hacían para controlar el embarazo, también tuve que ir revisando mis riñones por un tema de piedras y dilatación de la pelvis renal (y cuando me hacían las ecos de control renal, el ecografista se daba un garbeo virtual por mi útero para ver qué ricuras hacía Peque). Por si esto fuera poco, Mr X estaba por la labor de comprar un ecógrafo para su clínica (también es veterinario) y decidió usarme de conejillo de indias para probar los diferente aparatos que le dejaron. Tengo decenas de imágenes y videos de Peque en todas las posturas y tesituras. Mi preferida es una en la que se le ve bostezar exactamente como lo hace ahora. Al final, con tanta eco, incluso me quedaba dormida mientras Mr X hacía sus pinitos.

A todo esto ya estaba de unas 20 semanas. Me iba sometiendo a los controles y pruebas de rigor y todo marchaba bien. Comenzamos a pensar seriamente en qué nombre le pondríamos a nuestro vástago, y al final ganó uno que no está en ninguna de nuestras familias ni conocidos directos (en honor a la verdad, debo decir que es el nombre del hijo de mi vecino de enfrente…un día oí que el padre lo llamaba para que le ayudase a bajar un mueble y pensé que sonaba divinamente…). A la familia de Mr X se le ocurrió, en cachondeo, bautizar a Peque con el nombre de Toribio (no recuerdo la razón, que la había, pero el nombre les hizo gracia).

La segunda mitad del embarazo me pasó volando, y me daba pena despedirme de mi panzota. Me encontraba fantásticamente, lo más duro era un mini subida que tenía que recorrer hasta mi trabajo y que en condiciones normales hago sin enterarme, pero con los kilos de más era una tortura. No me engordé mucho, siete kilos y medio en total, pero eso fue gracias al pelmazo de mi gine, que en cada revisión me metía bronca por haberme engordado más de la cuenta (bueno, sólo me llamó la atención en dos revisiones, pero yo, que soy mu sentida, me propuse no ceder a la tentación de los ricos manjares que me ofrecían por doquier). Trabajar embarazada no supuso ningún problema. Los propietarios de los animales fueron de lo más colaboradores. Eso sí, alguna patada perruna me llevé, pero fue sin malicia y porque los veterinarios tenemos la mala costumbre de tocarles las narices sobremanera a los pobres bichos (en realidad, si lo pienso fríamente, podrían haberle hecho algo de daño a Peque, pero por fortuna no pasó nada).

Aunque mi gine pasó de decirme nada sobre cursos de preparación al parto, yo me enteré de que mi seguro médico cubría unas cuantas sesiones y llamé directamente para pedir hora. Ahora recuerdo las clases con cariño, pero cuando fui allí y me vi rodeada de tripas andantes, me sentí como el primer día de cole en una escuela surrealista. Eso da para otro post.

Por las noches, cuando estaba estirada en la cama, a veces Peque me daba unos calambrazos en salva sea la parte que me dejaban patitiesa, pero supuse que se estaba haciendo hueco con su cabezota y por lo demás todo era de lo más soportable. Las últimas semanas comenzó a moverse de un modo muy rítmico, ¡y tardé bastante en darme cuenta de que el pobre tenía hipo! Me encantaban esos botecitos.

En una de las últimas ecografías de control nos imprimieron una imagen de Peque que me traumatizó muchísimo. Tanto que no se la enseñé a nadie (y Mr X compartía conmigo mi inquietud…). No sé como diantre congelaron la imagen, pero juro que es una calcomanía de la cabeza de Homer Simpson. Y medio acojonados medio en coña, pasamos de llamarlo Toribio y referirnos a él como nuestro Simpson…

Ya faltaba poco para la llegada triunfal de Peque y mi gine decidió monitorizar las contracciones y movimientos fetales en busca de alguna señal que indicase que el momento se acercaba. Creo que fui a monitores unas cinco veces y no tuve ni una mísera contracción. Mi gine, siguiendo a rajatabla la FUR decidió que si no me ponía de parto el día que el oráculo había dicho, me lo provocaría una semana después (de 40+6 según sus cálculos, de 40 según los míos) y en la última exploración insinuó que mi pelvis era algo estrecha, como si barajase la opción de la cesárea. Salí de allí con un bajón del quince. Parto provocado y posible cesárea, genial.

Esa última semana yo seguí con mi rutina habitual, trabajando y concentrándome en que mi bichote se animase a salir por su cuenta y riesgo. Mr X y yo le echamos un cable con algo de movimiento conyugal, que dicen que ayuda, pero el tío no se daba por aludido.

Tenía fecha para inducir el parto un viernes. El jueves al mediodía bañé a mi perro Bóxer en la ducha de casa para dejarlo a punto para sus canguros, mis amigas E y T. Doy fe de que bañar un perraco como ese en un plato de ducha de un metro cuadrado con una panza de nueve meses es una odisea en toda regla, pero me divertí y todo. Por la tarde en el trabajo, al ir al lavabo me di cuenta de que una mucosidad parduzca caía a plomo en la taza del WC. Me lo miré bien y me dije “¡Hombre, si lo del tapón mucoso no es una leyenda urbana!”. Quizás al final lograría ponerme de parto yo solita. Mr X y yo nos fuimos con E y T a cenar para celebrar el evento por venir. Nada, algo ligero, un arroz negro que daba para diez personas…Al final de la cena me di cuenta de que me dolían los riñones y de que tenía algunas contracciones no dolorosas. Sonreí y crucé los dedos.

Nos acostamos a la una. Llamé a un taxi para que nos recogiera a las siete y media para ir al hospital. Me quedé dormida a la una y media y a las dos noté como algo de líquido se me colaba entre las piernas. Parecía que sí, que Peque me había hecho caso y se había puesto todo en marcha.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Cuando Peque habitaba en mí. Primera parte.

Vale, ya tienes tu positivo…¿¿¿¿Y ahora qué????

La mañana en que me hice el test, tenía que ir a trabajar, y mientras caminaba hasta allí (es un paseo largo, pero prefiero caminar a coger el bus, me da tiempo a pensar en mis cosas y ensimismarme con cualquier tontería) iba meditando sobre esa cosita que llevaba dentro de mí. ¿Estará bien? ¿Es normal no notar nada? ¿Seguro que estoy embarazada? ¿Será niño o niña? ¿A quién se parecerá?

Me sentía pletórica, feliz como nunca. Me crucé con alguna mujer embarazada de varios meses y pensé: “¡Madre mía, si yo también tengo a mi embrioncito conmigo!”. Alucinante.

Al llegar al trabajo lo primero que hice fue explicárselo a mi compañera. Yo soy así, me cuesta mantener la boca cerrada con este tipo de cosas. Ipso facto llamé a mi padre y también se lo conté (él no es que sea muy efusivo, pero se alegró mucho).

Entonces comencé a pensar en la gente a la que se lo diría y en cómo lo haría. Para empezar, esa tarde había quedado con una amiga, E, para apuntarnos a patinaje sobre hielo. Llevábamos dos años asistiendo a cursillos y tocaba iniciar el siguiente nivel. Yo aparecí a la cita sin mis patines y con una sonrisa de oreja a oreja, E tardó pocos segundos en deducir lo que ocurría y mirándome ojiplática exclamó “No!”. Estaba alucinada, porque la verdad es que me quedé embarazada tan pronto, que no se lo esperaba. Le chafé el plan del patinaje, pero enseguida nos emocionamos y divagamos durante horas sobre bebés, barrigotas y demás menesteres bebunos. En los días siguientes fui llamando a mis amigas más cercanas para darles la noticia. Me hubiera encantado hacerlo en persona, pero alguna vive lejos, y no podía mantener el secreto hasta verlas…

Para notificarlo a la numerosa familia de Mr X (excepto a sus padres, que ya sabían incluso que tenía un retraso) le pedí al susodicho que esperásemos por lo menos a la primera eco, y le pareció bien. Dos conocidas mías habían tenido que someterse a un legrado tras ver en la eco que se trataba de una gestación anembrionaria (o huevo huero) y no quería que lo supiese más gente en ese momento.

Antes que nada pedí hora con el ginecólogo para que me explicase cómo iba el tema. Fui con Mr X y el médico me dio algunos consejos (de alimentación, ejercicios podía hacer, etc.). Pero hasta las 8 semanas no se podía hacer una ecografía, y el oráculo ginecológico decía que yo estaba de 6 semanas (en realidad yo calculaba que estaba de menos tiempo, pero el oráculo es el oráculo…después las ecos confirmarían lo que yo pensaba). Me quedé un poco descolocada, porque el buen hombre asumió sin más que yo estaba embarazada, no me mandó hacer ninguna analítica complementaria…¿Y si me había equivocado? ? Tocaba esperar (pero la menda al día siguiente se hizo otro test de orina…que siiiii, pesada, que estás embarazada).

El día de esa primera ecografía estaba hecha un flan. Mr X es más tranquilote, y la experiencia es un grado, con tres churumbeles previos, ya se sabía de la misa la mitad. Me hicieron tumbarme en la camilla y hale, a ver si vemos algo. ¡Pues se vio y se oyó! Eso sí que no me lo esperaba. Que un renacuajo del que apenas se identificaba ni la cabeza tuviera latido me impresionó, y la lagrimilla se me escapó furtiva la tía mientras miraba el monitor. ¡Felicidades, habemus embrión! Y de una o dos semanas menos de lo que decía el oráculo (si conoceré yo a mis ciclos, irregulares y largos como ellos solos…eso sí, para el gine, la fecha de la última regla – aka FUR- va a misa, o sea que todos los cálculos se basaron en ella).

Aún era pronto para que lo supiera todo el mundo, pero Mr X y yo somos unos bocazas, y se enteró hasta el quiosquero. Mis únicos síntomas fueron unos leves mareos después de cenar, muy parecidos a cuando sufro alguna bajada de tensión, y un aumento del tamaño del pecho (bueno, y estaba mucho más sensible, me dolía con sólo mirarlo). Nada de náuseas, vómitos…de lujo.

Por aquellas fechas hicimos un par de viajes. Uno para ver a mi padre, que vive en la otra punta de España, y tuvimos la mala suerte de pillar un tramo de obras en la que todo eran baches. A mí me acojonaba que Peque se me soltase en algún traqueteo, así que me pasé una hora con el culo levantado para evitar el movimiento...El otro viaje fue por trabajo de Mr X, a Madrid. Como él tenía que trabajar yo me pateé El Prado, el Retiro, la Plaza Mayor, la Puerta del Sol, todo medio a pie medio andando....¡Madre mía, que avenidas más inacabables! Acabé hecha una piltrafilla, pero me encantó. Me sentía tan bien acompañada, que lo disfruté muchísimo.

A las 12 semanas me hicieron la segunda eco. El médico que me las hacía era muy divertido. Se lo estuvo mirando todo bien y comenzó a pasar la sonda por una zona concreta del feto. Arriba, y abajo, arriba y abajo y vuelta a empezar. Entonces soltó: “Bueno, parece que tiene pichilla, así que no me puedo jugar una cena, pero una Coca-Light va a favor de que es un niño”. Me quedé estupefacta. ¿Ya podía verse? Y también un poco descolocada, porque me hacía ilusión que fuera una niña. Pero se me pasó enseguida. Le envié una mensaje a mi amiga E y le dije “Bye bye Barbies, hello Micro Machines, ¡parece que es un niño!”. Ella siempre había dicho que sería un mozalbete.

Iban pasando las semanas y poco a poco comencé a notar que mi tripa crecía, pero durante bastante tiempo pareció más un atracón que un embarazo.

Poco tiempo después, en una revisión, el ginecólogo me preguntó si quería hacerme el triple screening, y le dije que sí. Los resultados tardaron poco y fueron positivos. Le pregunté al médico si él consideraba que era necesario hacerme la amniocentesis y me dijo que lo tenía que decidir yo (no se mojó, y lo puedo entender, pero un poco de empatía hubiese ayudado…de eso le falta bastante a mi gine). Fue lo más difícil de todo el embarazo. Miré miles de páginas webs y foros buscando las experiencias de otras mujeres para ayudarme a decidir. El triple screening es sólo un estudio estadístico, puedes tener un mal resultado y que el bebé esté sano o un buen resultado y que el feto sufra alguna enfermedad. Me daba mucho miedo que mi hijo estuviese mal, pero también me aterraba perderlo durante la amniocentesis. No sabía qué hacer. Incluso Mr X me dijo que decidiese yo. Lo hable con mi padre y él sólo dijo: “ Tu madre no permitirá que este bebé venga mal”. Mi madre, ya os lo conté, murió hace unos años. Vivir todo este proceso sin ella ha sido agridulce. Las palabras de mi padre cuando le pedí consejo me calaron, y pensé que si mi hijo tiene un ángel de la guarda, sin duda es mi madre, así que después de darle muchas vueltas opté por no hacerme la prueba.

Cuando estaba de unos cuatro meses, aquellos movimientos raros que al principio atribuí a mis ya de por sí moviditos intestinos, comenzaron a mostrar una pauta diferente, más repetitiva, y el día de Año Nuevo estuve segura del todo, ¡eran patadas de mi bichillo! Ahora que lo sentía era mucho más real, no sólo una imagen gris es un monitor. Mi peque estaba lleno de vida y creciendo a marchas forzadas.

lunes, 12 de septiembre de 2011

La toxoplasmosis

Como veterinaria, a menudo recibo la visita de mujeres embarazadas que me piden consejo respecto a las precauciones que deben tener con su mascota, especialmente si es un gato y muy especialmente si los análisis han revelado que no tienen anticuerpos frente a la toxoplasmosis. Yo suelo pasarles un documento que redactaron hace unos años veterinarios de la Facultad de Veterinaria de la UAB en asociación con la fundación Affinity. Creo que explica con bastante sencillez por qué no hay que sacar al gato de casa cuando se espera un bebé, así que aquí os lo dejo, espero que sirva de ayuda.

 LOS GATOS Y LA TOXOPLASMOSIS

Riesgos reales de contraer la enfermedad

 La Toxoplasmosis es una enfermedad infecciosa ocasionada por un parásito, el Toxoplasma gondii. En la mayoría de los casos, la infección suele ser asintomática y como mucho se asemejará a una gripe. Pero en el caso de las mujeres embarazadas y personas con problemas de inmunodeficiencia es preciso tener en cuenta una serie de precauciones.

Vías de infección de la Toxoplasmosis

La infección por Toxoplasmosis puede ocurrir por cuatro vías:

-Teniendo contacto oral con tierra, agua y hortalizas infectadas.

-Comiendo carne cruda o poco hecha infectada.

-Teniendo contacto oral con heces de gato infectadas.

-Por transmisión congénita.

En la mayoría de casos, el gato de casa no es el transmisor y, siguiendo unas pautas básicas de higiene, se puede evitar el riesgo de contraer la Toxoplasmosis.

 El gato como portador del parásito

El gato es la única especie animal que puede transmitir la forma contagiosa del parásito aunque muchos animales, entre ellos el ser humano, pueden ser portadores del mismo mediante la presencia de quistes titulares microscópicos en los músculos.
Pero para que se produzca esta transmisión deben darse las siguientes coincidencias:



1)      El gato debe infectarse comiendo un ratón, pájaro, otro animal o carne cruda previamente infectada.

El gato casero que no sale de casa y que come alimentación preparada, no se puede infectar.



2)      Si el gato se infecta, sólo libera el parásito en las heces una vez en su vida y
            durante unas pocas semanas. Aunque se infecte de nuevo, ya no liberará más veces
              el  parásito.



3)      Para que el parásito de las heces sea contagioso, estas tienen que estar en
              contacto con el aire más de 24 horas.

Limpiando la bandeja a diario, este riesgo no existe.



4)      Para infectarse con este parásito, se tienen que manipular las heces con las manos y tiene que haber contacto oral con las mismas.

Limpiando la bandeja con pala y con guantes a diario, este riesgo no existe.

 El embarazo

En el caso de las mujeres embarazadas, en el primer trimestre la probabilidad de que la enfermedad se transmita al feto es más baja, pero por el contrario el riesgo para el feto es más grave.
En el tercer trimestre ocurre lo contrario, la probabilidad de contraer la enfermedad es más elevada pero la sintomatología es más leve.

 Pautas básicas de higiene a seguir para evitar el contagio de la Toxoplasmosis

-Lavarse las manos varias veces al día.

-Quitar las heces de la bandeja a diario con una pala.

-Limpiar la bandeja con agua caliente.

-No dar carne cruda al gato de casa.

-Realizar trabajos en el jardín o huerto con guantes.

-No comer carne cruda o poco hecha, y quitar la piel o lavar las hortalizas antes de consumirlas.

 CONCLUSIONES

 -El gato es la única especie animal que puede transmitir la forma contagiosa del parásito de la Toxoplasmosis y sólo lo puede hacer una vez en su vida.

-En la mayoría de los casos, el contagio no se debe al gato de casa.

-Siguiendo unas pautas básicas de higiene se puede evitar el riesgo de contraer la enfermedad.

-La Toxoplasmosis no debería ser un motivo para abandonar a nuestro gato.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Crónica de una concepción

Aunque tengo ideas para varios posts de lo más inconexos, voy a ir explicando en los que siguen lo que he vivido hasta ahora para poder seguir un hilo temporal. Soy ordenada hasta en esto, qué le vamos a hacer…

Así pues, hoy hablaré del “momento test”.

Cuando se acercaba el mes en el que habíamos decidido lanzarnos a la aventura de la concepción, comencé a sentir la necesidad de planificar un poco el tema, estudiar cómo funcionan los ciclos, etc. (fruto tanto de mi ansiedad por ser madre como de mi –a ratos- mente científica). Antes que nada fui a mi ginecólogo para ver si tenía que hacer algo en especial. Me mandó hacerme una analítica completa y me recetó el consabido ácido fólico. Me hizo una ilusión tremenda tener mi cajita de vitaminas! La puse en la cocina y cada mañana al levantarme, pastillazo que te crió.

En los análisis salió todo correcto, pero a pesar de ser veterinaria, no tenía anticuerpos frente a la toxoplasmosis (eso da para otro post). Ningún problema, seguí las recomendaciones del médico y las que le daría yo misma a una clienta embarazada y listos.

Intenté determinar cuando ovulaba con la medición de la temperatura basal, pero fue un fracaso (cuando me acordaba del termómetro ya llevaba media hora levantada y haciendo cosas…). Y mis ciclos eran (y son) tan irregulares que pretender calcular la semana fértil era misión imposible. De todas formas, deduje un poco a boleo cuando podía ser que ovulase y le programé a Mr X un calendario de actividades erótico-festivas que no pudo negarse a seguir (según el método de hacer deberes cada dos días, que en algún sitio leí que era el mejor sistema para optimizar resultados).

Todo estaba listo para empezar en septiembre, pero por aquello de las vacaciones, el sol, la playita…pues nos dejamos ir en agosto. Cuando me tenía que venir la regla, Mr X se fue a subir montañas y yo me quedé a nivel del mar con una amiga. Como estábamos de fiesta continua no tuve tiempo para preocuparme por si me había quedado embarazada o no y la regla bajó sin más.

Al mes siguiente la cosa fue distinta, porque ya estábamos con nuestra rutina habitual, y a medida que se acercaba el final del ciclo empecé a ponerme nerviosa. Un lunes, al llegar al trabajo, estaba hablando por teléfono y de repente sentí una náusea impresionante y tuve que colgar porque pensaba que echaba el desayuno. No vomité, pero me quedé mosca. En realidad era muy pronto para tener síntomas de embarazo, pero me extrañó muchísimo. Llamé a Mr X y se estuvo carcajeando un rato a mi costa. La noche anterior habíamos salido de fiesta y habíamos bebido unas cuantas cervezas, así que para él esa era la causa de la náusea. Por si acaso, no probé el alcohol hasta salir de dudas. Y por cierto, creo que eso es algo que debería haber hecho desde el momento en que planificamos el embarazo, pero supongo que pensaba que no la acertaríamos tan pronto y me daba un margen al respecto…

Total, que mosca como estaba, y a medida que se acercaba el día de la regla, mi neura me llevó a la compra incontrolada de tests de embarazo. El primero me lo hice como tres días antes del día en que yo había calculado que me podía venir la regla (cosa que, por los ciclos irregulares que tengo, era del todo imposible determinar, pero bueno…). Negativo.

El siguiente fue un día antes: negativo. Probé entonces al mismo día: negativo. Y luego tres días después: negativo. Para entonces ya me había pateado todas las farmacias del barrio (me daba un corte tremendo comprar dos tests en el mismo sitio). Y cada vez compraba uno distinto. Me hacía ilusión el de la ventanita que te dice “Embarazada” y las semanas de las que estás. De ese me hice dos, y na de na. A todo esto, para que no me llamasen paranoica, las pruebas me las hacía yo solita (un día había explicado lo de la náusea a una amiga y me dijo aquello de “Uff, no te obsesiones, eh???? Que lo llevas claro”, me sentó tan mal que dejé de comentarlo a según quien). Pero al hacer el penúltimo test se lo confesé a Mr X. Entonces me pidió que para el siguiente estuviésemos juntos. Entonces ya llevaba varios días de retraso (incluso calculando que hubiese tenido un ciclo hiper largo). Era a primera hora de la mañana de un lunes. La prueba tenía un nombre que me parecía de chiste: “Letitest” (me hacía pensar en el test de Leti, me hacía gracia, mira). Esperamos a ver qué salía… y Mr X dijo: “Esto es negativo, no?”. Pero yo ví claramente cómo se formaba la ralla del positivo y le dije: “Mmmm , me parece que no”.

Y efectivamente, fue un positivo como una casa.

martes, 6 de septiembre de 2011

Quince meses de amor bebuno

Peque ha cumplido sus primeros quince meses de vida. Y me parece que fue ayer cuando llamábamos a un taxi a las seis y media de la mañana para ir al hospital y darle la bienvenida a nuestro retoño.
La verdad es que mi amorcito es un terremoto. Camina desde hace un mes y medio, y me encanta oír sus pasitos cuando se me acerca gritando “Mamá-mamá-mamá-mamá”. Lo dice así, todo seguido, y desde hace poquito tiempo noto que lo dice sabiendo que esa tal “mamá” soy yo. Aunque la verdad es que lleva unos cuantos días bastante papi-adicto, y ahora se oye mucho más “Papá-papá-papá-papá”. Para un hijo que tengo yo (mi pareja tiene tres más), va el tío y me esquiva cada vez que me acerco con sonrisa melosa y los brazos abiertos…Por cierto, tendré que buscarle un nombre blogosférico a mi maridín (he pensado varios y ninguno me convence, así que creo que me voy a quedar con una aséptica X, Mr X que queda rollo súper-héroe).
Mañana Mr X llevará a Peque al pediatra porque le toca una vacuna. Me encantaría llevarlo yo, porque a Mr X siempre se le olvida alguna de las preguntas que le he chivado que tiene que hacer, pero el trabajo me lo impide (y Mr X tiene fiesta). Entonces sabré cuánto ha crecido y engordado mi fierecilla (cosa que en realidad no me preocupa porque come como una lima) y revisaremos el tema fimosis…Sí, Peque parece que no se va a librar del dichoso corte en sus partes pudendas. Pero para eso aún falta, creo que nos dijo la pediatra que sería cerca de los tres años…En fin, tal y como yo se lo veo dudo que el agujerillo se abra de otra manera.
Y la semana que viene lo llevaré por primera vez a la escuela! Aixxx, que me veo saliendo de allí con el moco colgando y el corazón encogido. Me he pedido unos días de fiesta para poder hacer la adaptación, es decir, llevarlo cada día un ratito para que se vaya habituando al nuevo ambiente sin que tenga la sensación de que lo dejo allí abandonado al pobre. Buff, va a ser durillo, pero es lo que tiene ser madre trabajadora. Si no necesitase mi trabajo tengo claro que lo cuidaría yo (he de decir, de todas maneras, que las profesoras de la escola bressol me parecieron de lo más profesionales y encantadoras, así que no dudo de que estará en buenas manos). Hemos tenido suerte de entrar en la escuela municipal. Económicamente la diferencia es abismal, y los medios que tienen estas escuelas son fantásticos. Espero que a Peque le parezca igual de bien…Me preocupa un poco que ha desarrollado la (mala) costumbre de morder cuando se emociona. A ver que nos dice la profesora cuando se lo comente en la entrevista que tenemos dentro de dos días. Por lo que he leído, cerca de un diez por ciento de los niños muerde a esta edad, y suele ser por diferentes razones (por experimentar, por exceso de energía, como auto-defensa, para llamar la atención e incluso para demostrar amor). Yo creo que Peque lo hace porque va pasado de vueltas a nivel energético, pero a ver cómo lo ven en la escuela.
Quince meses ya, casi no me lo creo…

lunes, 5 de septiembre de 2011

De cómo una se convierte en madre



No sé si de pequeña hablaba de tener hijos. Mi primer recuerdo al respecto fue en la adolescencia. Durante un tiempo dije que no tendría, pero eso era porque mi tía (unos quince años mayor que yo), decía que no quería hijos.

En algún momento debí cambiar de opinión, porque lo siguiente que me viene a la mente son las conversaciones que tenía con mi amigas en la facultad. Después de unas cuantas clases de reproducción animal (estudié veterinaria, ergo, soy veterinaria), me dio como repelús lo del parto y yo siempre decía que a mi una buena cesárea y se acabó. Pamplinas juveniles, por supuesto.

Cuando comencé a salir con mi pareja, allá por los veinticinco añitos, ya sabía sin dudas que quería descendencia, y se lo dejé bastante claro desde el principio, cosa importante si tenemos en cuenta que él estaba divorciado y con tres criaturas en su haber…La verdad es que el tema nos trajo no pocos dolores de cabeza, porque él se veía saturado con sus niños y no le apetecía tener más. Más de una vez me planteé si seguir adelante, pero al final cambió de opinión. Fue después de morir mi madre, hace cuatro años. Aquel verano fue tristísimo, pero intenté mantener el tipo con sus hijos, y creo que algo cambió en mi y en él. Recuerdo que ya en septiembre, esperando en un café a nuestros amigos me dijo: “Supongo que querrás un hijo, no?”. No venía a cuento de nada, pero le dije que sí, y él aceptó, pero cuando hubiesen pasado dos años. Así pues, la fecha mágica era septiembre de 2009. En agosto comenzamos a practicar, por aquello de que a veces cuesta. Y en septiembre, justo cuando acordamos, tuve mi positivo.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Estreno blog!

Hace casi 15 meses que me convertí en madre de un rubio precioso, y al poco tiempo comencé a frecuentar numerosos blogs de mamis que cuentan sus experiencias y reflexiones. Desde entonces tengo el gusanillo de sumarme a esta blogosfera maternal. Después de darle mil vueltas, he decidido que ya me he cansado de pensar en crear un blog, me lanzo! Y ya veremos qué resulta de todo esto. Así pues, allá vamos!